Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

66. Paquito, el crooner

El pobre Fran me llamó el otro día. Quería quedar conmigo para contarme algo y desahogarse; me pareció que estaba muy tristón y no me pude negar, aunque no me apetecía nada porque siempre está quejándose de Sammy y esos, pero luego bien que se va de juerga con ellos. A mi solo me llama para penas.

Fran tiene los ojos azules, pero cuando entré en el bar y le vi, me pegué un susto de muerte; morados los tenía. Al principio pensé que eran hematomas y como me había advertido de algo terrible, pensé en una pelea; claro, como anda por ahí de madrugada, por esos garitos, con esa cuadrilla… Pero no, el pobre Fran se había hartado de llorar, porque su mujer, Ava, le había engañado.

Ahí, ahí —pensé yo— donde las dan, las toman. Pero no me pareció prudente decírselo al pobre. Bastante disgusto tenía. Me dio un poco de penita, la verdad; que te pongan los cuernos pase, pero que sea con un torero y a ritmo de pasodoble… ¿qué maneras son esas?

65. UN EXTRAÑO EN LA NOCHE (Sergi Cambrils)

La calle Mar albergaba olas que ahogaban a los inoportunos. Incluso la madrugada que un joven apuesto, vestido con un impecable traje de alpaca negro y un sombrero de alas, llamó repetidamente al interfono de Carolina la pescadera. Tenía un aire desenvuelto y sofisticado y, a simple vista, no parecía de los que armaban jaleo; aunque aquel insistente e intempestivo repiqueteo podía alarmar a cualquiera. Ella contestó por el telefonillo con la voz entrecortada: «¿Quién es? ¿Qué pasa?», exclamó. Se despertó sobresaltada, azorada, no eran horas. La cálida luz de una farola próxima dibujaba la esbelta figura de aquel singular Romeo capaz de todo por sorprenderla. Entonces, su voz almibarada conectó con la noche y, acercándose a la rejilla del portero automático, entró en éxtasis para cantarle, a su manera, una balada llena de bellas intenciones. Yo espiaba desde mi ventana, consumida por la envidia y sin poder frenar la emoción que ascendía por mi espalda. Carolina, en cambio, incapaz de sentir el tiempo detenido al borde de la madrugada, no tardó en asomarse a la ventana con un barreño de lluvia que precipitó inclemente sobre aquella magnífica voz que acompañaba las primeras luces del alba.

64. A su manera (Patricia Collazo)

La primera vez que le escuché decir que era su última navidad, yo tenía cinco años. Recuerdo haberme angustiado. Treinta navidades después, mi abuelo sigue repitiéndolo año tras año. Al menos eso es lo que cuenta mi madre.  Porque los últimos tres, no he compartido la Nochebuena con mi familia.

Desde que estoy con Rubén. Cuando le dije a mamá que íbamos los dos o ninguno, ella se horrorizó: el abuelo no lo entendería.  A menos que quieras presentarlo como un amigo, claro. Dije que si prefería pasar las navidades sin su hijo, a darle un disgusto al pobre abuelo, que llevaba tantos años a punto de morir, era su decisión.

Mi madre nunca fue capaz de contradecirle. Ni mi padre, durante su corta vida. En casa, siempre todo se hizo a su manera.

Este año, enviaré una caja de polvorones, los preferidos de mi abuelo, esos que devorará sin convidar; una tarjeta con mis mejores deseos, y estaré “oficialmente” de guardia.

Es una pena que lo de la guardia sea sólo una excusa, porque cuando el abuelo llegue a urgencias, con su última navidad escapándosele entre los crueles dedos, no estaré allí para poder atenderle personalmente, como se merece.

63. La Era de Acuario (María José Escudero)

Benjamín Cucumber nació contra todo pronóstico y ese fue su primer acto de rebeldía. Su madre —una mujer fatigada— no quería más hijos y, aconsejada por su vecina Dolly, probó brebajes y rodó tres veces por la escalera del desván. Pero estaba ya tan aferrado a sus entrañas que, llegado el momento, se precisó una ventosa para acercarlo al mundo. Y de aquel tránsito traumático, le quedaron dos acentuadas secuelas: una hermosa cabeza de pepino y un ritmo emocional inusualmente pacífico que le distanciaba, sin quererlo, del resto de la gente.
Creció espigado y alegre, y pronto descubrió que no servía para la vida normal. Por eso, y por temor a que el sistema mermara su entusiasmo, abandonó la escuela. Luego partió hacia California con otros jóvenes que halló por el camino y que, como él, eran amables y llevaban flores en el pelo.
Fascinado por la armonía de aquellos momentos sicodélicos, abrazó con emoción el budismo, y rehusó ir a la guerra. Mas ni los golpes ni la cárcel hicieron mella en sus convicciones. Y nunca se rindió.
Ahora envejece serenamente en una granja de Tenneesse, y aún sueña que la paz algún día guiará a los planetas.

62. RECUENTOS POPULARES VOL. II: RETORNO (C. Quílez)

Cuando la comadrona le informó de que su esposa no había superado el séptimo alumbramiento, se había imaginado que el recién nacido sería enorme, pero resultó que era ridículamente pequeño, apenas más grande que su dedo pulgar.

Luego, sin nadie ya que le ayudara a salirse de los baches en los que la vida y su manía de hacer las cosas a su manera le metían, vinieron los años del alcohol y la niebla, las deudas y el hambre.

Cada una de aquellas siete bocas que le imploraban comida terminaron por convertirse en otros tantos jodidos y estridentes problemas para sus resacas. Bien, –se dijo un día–, él los resolvería; y lo haría a su manera, vaya si lo haría.

Pidió prestada una furgoneta y les dijo a sus hijos que le había salido una mudanza y que necesitaba que le echaran una mano. Condujo hasta una ciudad desconocida y dejó a los niños adormilados en el interior de un bosque de callejuelas.

Una noche, mientras orinaba en el baño y canturreaba una canción de Frank Sinatra, se le aparecieron siete espectros. El menor de ellos sostenía un mendrugo de pan desmigado. El espejo sólo reflejaba un borracho balbuceante.

61. RECETA MAESTRA (Beatriz Carilla Egido)

Para conseguir unas claras con la consistencia propia de la nieve recién caída seleccione “My way” en su reproductor. No valen versiones light. Que si Tom Jones, Robbie Williams, Aretha Franklin, Julio Iglesias. Con todos mis respetos. No. Déjese de vecinos. A Franky hay que escucharlo con el volumen bien alto. Ya está tardando a subirlo. Puede que en el momento álgido de la canción le caigan algunas lagrimitas sobre la faena. Mejor. El batido se logra mucho antes y es de mayor calidad. Implíquese en su creación utilizando una varilla manual. Nada de batidoras. Dele a la varilla. Créame. En el hipotético caso de que le hubiera surgido la oportunidad, Sinatra nunca utilizaría batidora. Bata, bata y bata al ver su vida transcurrir. Arrepiéntase de ciertas cosas, olvide las tristezas y opte por aceptar su existencia con una actitud positiva. Confírmeme que tiene las claras como espuma de mar, que están pegadas al cuenco y que si ladea éste, ellas permanecen imperturbables. Enhorabuena. Ya puede elaborar magistralmente un suspiro de almendra, una mousse de chocolate, un tiramisú. Ha llegado al punto óptimo de su vida. Se lo digo yo, que hace tiempo que cocino a mi manera.

60. NEW YORK, NEW YORK

 

«Voy a hacer un flamante comienzo en la vieja New York…» Así sonaba en la radio del taxi aquella vieja canción. El gran Sinatra cantaba para él, mientras se tocaba los botones dorados del uniforme para demostrarse que no era un sueño. Por fin tenía suerte.

Atrás habían quedado la oscura jaima, la dulce voz de su madre enseñándole el Corán, el olor a pescado -compañero inseparable de una travesía en clase polizón- los malos modos de la policía con los sinpapeles y la luz del desierto argelino. Había llegado a un mundo nuevo y a fuerza de dentelladas  ahora se estaba abriendo camino.

-Espabila chico- dijo el taxista-, el viejo Franki se hizo a sí mismo, aprende de él.

El conductor quería animarle, pero realmente no le hacía falta, Amed se sentía pleno de ilusiones con su primer trabajo. De botones ascendería tanto como aquel rascacielos.

-Ya hemos llegado. Ahí lo tienes, cómetelo chaval, pero sólo uno de ellos…el gemelo déjaselo a otro.

Miró con asombro al gigante que se plantaba amenazante ante él y, decidido, enfiló para la puerta: allí estaba su futuro. Pensó en grabar a fuego en su agenda la fecha de su éxito: 11 de septiembre de 2001.

59. XXX (María Jesús Briones)

Los seres han escapado del laboratorio. Se amparan en las tinieblas de la noche. El cráneo no les cubre el cerebro, despiden ondas magnéticas letales.
Están diseñados para hacerse invisibles. Pueden atravesar cualquier muro, muralla o frontera. Sus cuerpos son explosivos alimentados por uranio en cantidades masivas. Se dirigen a no se sabe qué objetivo terrenal.

Se disparan las alertas. Las autoridades sacan sus arsenales y los científicos las ecuaciones. No hay control, silencio ensordecedor.

El mundo se derrumba. Caen puentes, edificios, tanques y las bolsas. Sin bolsas no hay depósitos y sin depósitos todo se pudre.

Niños petrificados en las puertas de los colegios, parecen cariátides en sustento de la cultura. Los campos secos recuerdan con sus cadáveres, a quienes alguna vez tuvieron ¿vida?. Y ellos, criaturas ausentes y presentes, dominando el Universo.

El viejo profesor, después de haber gastado hasta el último aliento en programación informática, consigue el antídoto, tan antiguo como la música, como las fieras. Con su voz de efecto «narcotizante», entona a su ídolo de juventud, adormeciendo a los monstruos a su manera.

58. YO LO ESCRIBO A MI MANERA (Margarita del Brezo)

Mi marido es un hombre paciente, bajito y muy ordenado. Le gusta salir a pescar en su viejo bote, cantar en la ducha y los bocadillos de chorizo. Pero de lo que más orgulloso se siente es de su colección de palabras. Las tiene de todos los colores, tamaños, matices y entonaciones que puedas imaginar. Le encanta hacer frases con ellas y, a veces, hasta construye pequeñas historias.
A mí no me importa esa afición suya, es más, me resulta divertida, eso sí, siempre que las palabras estén bien limpitas, que a mí la casa me gusta tenerla como una patena. Cuando él no está, entro en el cuarto y les quito el polvo. A pesar de tener mucho cuidado, a veces se me cae alguna letra que vuelvo a colocar rápidamente en su sitio. Sin embargo, ayer se me enganchó el plumero en una F que sobresalía demasiado y un párrafo entero se desparramó a mis pies. Con los nervios y las prisas coloqué todo como pude confiando en que no se daría cuenta, pero supe que algo había salido mal cuando me preguntó: “Mari, ¿tú no sabrás qué significa “Mi Frak Sin tara, ¡guay!”, verdad?”.

57. MÚSICA A LA CARTA (José Ángel Gozalo)

Frank está pletórico. Lágrimas de emoción surcan su cara al despedirse con una exagerada reverencia de su entregado público. Nadie se percata de que para no caerse, tiene que ayudarse del pie del micrófono.

La actuación ha puesto el broche de oro a toda una vida dedicada a la canción.

Ha sido un largo camino salpicado de amarguras, pero se siente afortunado si mira atrás,  pues tal como dice la canción que acaba de entonar, ha vivido a su manera.

De camino al camerino, con el eco lejano de los aplausos todavía en sus oídos,  siente unos brazos que le aferran por detrás mientras una gasa de olor penetrante se estampa contra su cara impidiéndole respirar.

Un sueño irresistible le embarga entonces  y ya no ve nada más.

Al abrir los ojos de nuevo  todo esta borroso, pero distingue gente moviéndose a su alrededor. Según se va aclarando su visión, descubre que se halla desnudo sobre una mesa de quirófano rodeado de  médicos y enfermeras con herramientas.

Alguien le levanta los parpados deslumbrándole con una luz intensa.

— ¿Madonna  puede oírme, en qué año estamos? —le pregunta una voz.

Desconcertado, Frank se palpa unos pechos que no deberían estar allí.

56. UNA MANERA POCO ORTODOXA

Desde que se conocieron, diez años atrás, ni un día estuvieron separados. Él era el vigilante de seguridad de la entidad bancaria donde ella trabajaba como cajera. El paso del tiempo no había mermado su amor, al contrario. Pero su felicidad se veía ensombrecida por la falta de un hijo.
Se sometieron a diversas pruebas médicas de las que se derivó que el problema era debido a la escasez de espermatozoides y por ello recomendaban la reproducción asistida.
Los tres intentos fueron un fracaso. Ya estaban perdiendo la ilusión cuando les hablaron de la clínica “La Última Esperanza”. El médico los recibió diciendo: “A mi manera los fallos se reducen a la mitad”.
En menos de un año daba a luz a un hermoso bebé. Llamaba la atención un lunar en su mejilla izquierda. Ambos se miraron…. Tampoco lo hallaron en nadie de la familia.
Ya lo habían olvidado cuando al mes volvieron a consulta. Se sorprendieron al ver en la sala a otro bebé con idéntico lunar.
¡Qué casualidad!, exclamaron ambos padres.
Sin embargo, su sorpresa fue mayor al ser recibidos por el doctor. Cuatro ojos, como dardos envenenados, se clavaron en su mejilla izquierda.

55. LLUVIA DE VINILO A SU MANERA (Mª Belén Mateos)

 

Tiempo nublado, variado, despejado y desesperante… Nos sentamos en silencio ante aquella noticia sin sentido y pasamos de volver a poner ese canal intempestivo. A los cinco minutos sonó el timbre, mi mujer, siempre dispuesta, abrió de manera cariñosa la puerta. El paquete llegó en perfecto estado, la última versión de “A mi manera”; un clásico en nuestras vidas. Con franqueza confesaré que era nuestro modo de vivirla. Modo on y modo off, dependiendo del estado en el que nos encontráramos sin tener en cuenta el cielo, la temperatura o el sentir de nuestros cuerpos.

El vinilo marchaba a todo trapo y los golpecitos en los muslos eran toda una explosión que daba rienda suelta al baile y al desenfreno desmedido entre notas seductoras, magia y pastillas para la tensión. Amplificamos el sonido para situar su voz por encima de la orquesta, y las emociones se hicieron música y los sentimientos rebosaron en imitar un estilo Bing Crosby que desbarraba nuestra acrecentada artrosis.

La pieza insistía en tararear su versión más pura y nosotros en bailarla hasta llegar a un estado destructivo, placentero y extenuante. Así de esa manera… tan nuestra, tan utópica y tan melódica.

La lluvia paciente persistía.

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