Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

64. La morgue doméstica, por Javier Ximens

Todas las viviendas deberían tener una morgue. Igual que disponen de cuarto de baño en el que asearse, cocina donde transformar los productos en alimentos, comedor para reunirse y dormitorios en los cuales descansar, tendrían que tener habilitada una estancia en la que depositar todas las desavenencias profesionales, familiares y personales, todos aquellos monstruos que nos amargan la vida. Al regresar del trabajo entrar directo en ella y dejar allí las voces del jefe, los insultos a los empleados, el cabreo con los políticos, el aliento alcohólico, las infidelidades. Al salir de casa arrinconar los sofocos con las facturas y las calificaciones de los hijos, los desamores, las mentiras, las declaraciones de la renta. Un aposento que nos haría la vida más feliz. Se lo propuse a mi familia, en plan experimental coloqué una urna en el vestíbulo y al entrar o salir tirábamos los problemas, los disgustos, las discusiones. Por la noche, cuando bajaba la basura, también la vaciaba. Entre los restos aparecían la botella, el mal humor, los gritos, mis puñetazos. Una noche fueron mi mujer y mis hijos los encargados de esta labor, me sorprendió verme dentro de la urna y que no la retornaran a casa.

63. No tengo miedo.

Siempre me repito lo mismo ¡No tengo miedo! No lo tengo.

Pero son tan variados los monstruos que creamos para ponernos límites o para intimidarnos que ya desde la infancia nos atemorizan con ellos.

Pero vamos que yo ¡No tengo miedo! No lo tengo.

62. HOGAR, AMARGO AHOGAR (La Marca Amarilla)

La madre prepara un guiso con la tensión que no requiere. Parapetada en la cocina, procura que sus lágrimas no caigan en la olla para no amargar la comida. Sabe que su marido llegará en breve y cada día lleva peor el ambiente asfixiante del que un día fue su dulce hogar.
El hijo, en primera línea del frente, desparramado sobre el sofá, sabe que su padre vendrá en breve y maneja un videojuego con más tensión de la necesaria, no canaliza bien los nervios para distinguir ficción y realidad. Su ímpetu adolescente se ahoga entre esas cuatro paredes, incapaz de asumir la «mala suerte» de haber nacido en una familia que no eligió.
El padre entra en casa en ese instante, malhumorado, hastiado, y agacha la cabeza ahora que no debe disimular cierta normalidad. Toma aire mientras recorre el pasillo, pasa por la cocina para comprobar que su mujer sigue allí y se dirige al comedor. Nada más asomarse, el que fuera su hijo deseado le espeta:
– ¡Bueno, viejo! ¿Me vas a dar la pasta para irme de fiesta, o qué?

60. Sí (Patricia Mejías)

Antes de marcharse de cacería, su padre le previno: «No le abras la puerta a nadie». Quizás por eso su nuevo amigo se escurrió por la chimenea y se refugió en el oscuro hueco de la escalera. Los verdes ojos levantaron un luminoso resquicio, entre telarañas y cachivaches, y le hicieron saber al niño sus exigencias: dos parpadeos para sí; un parpadeo, no.

─Entonces… ¿quieres comida? ─le preguntó. (Dos parpadeos).

La alacena, llena de conservas y cecina, satisfizo el hambre de ambos. En el transcurso de la semana, el creciente apetito de su huésped se trocó en bramidos de dolor. Desesperado por una mejoría, el niño persistió en la nueva dieta: plato de caldo con gotas de sangre fresca al pie de las gradas.  Ni siquiera estiraba la garra membranosa para atraer el alimento favorito de antaño. El brillo fosforescente casi se extinguía. Luego de un alarido más violento que los anteriores, los ojos refulgieron con mayor fuerza debajo de la escalera.

─ ¿Ya te sientes mejor de la barriguita? (Dos parpadeos).

─Ahora sí: ¿quieres salir a jugar conmigo?

En respuesta, una multitud de pequeños ojos se encendía y apagaba conforme avanzaba hacia el sonriente niño.

 

59. 2057, NUEVO MUNDO

– Papá, por favor llévame a ver los monstruos. Gritaba desaforadamente. Te lo he pedido un millón de veces y aún te resistes.
Mi padre accedió a llevarme al zoológico inanimado de Mora de Rubielos. Estaban disecados casi todos los especímenes encontrados, tras el Tsunami, que asoló España en 2022.
Un millar de seres, consiguieron salvarse en Teruel, incluido mi padre.
Algunos monstruos, eran de cera, otros de pvc rígido sobre fotos halladas en los USB encontrados, hace 35 años, en los archivos de las televisiones de aquella época, otros disecados sobre los cuerpos muertos hallados.
Lo que más me gustó, fue un tal Jorge Javier Vázquez de chaqueta verde y pantalón rojo, una horrenda espécimen, llamada princesa del pueblo, fea hasta decir basta, en el rótulo ponía de curriculum, haber protagonizado Gran Hermano.
Una estatua de una gorda y acalorada valenciana, junto a unos corruptos y otro ejemplar de político de aquellos años, que según esbozaba el letrero, llegó a presidente del gobierno, con camisa blanca, coleta y vaqueros, llamado Pablo Iglesias.
Salí de aquel antro y juré y perjuré, nunca más volver. Gracias a Dios, aquel Tsunami, tachó a los monstruos de nuestro planeta.

58. Boca2

Siempre he presumido de tener un gusto exquisito con las mujeres, sobre todo con las más jóvenes.

La carne madura se me hace bola.

57. EN COMPAÑÍA DE RATAS (PURIFICACIÓN RODRÍGUEZ)

Alcé la voz y, desde la última fila de la Asamblea Planetaria Bianual, dije a todos los asistentes:

─“Os ruego que reflexionéis sobre el negro futuro que nos aguarda. Hoy, más que nunca, la vanidad de la minoría que posee las  riquezas de la Tierra está destruyendo las precarias economías del planeta, y los que sufrimos sus injusticias hemos dejado ya de hacernos preguntas.

Han salpicado de manchas la limpia página de los principios de la ética, y hasta la estética se ha convertido en un borrón. Nos han robado todas las alternativas y lo obvio se ha convertido en una utopía.

Pero yo pregunto a los poderosos: ¿Quién os comprará mañana los productos de vuestra rapiña? ¿No seréis vosotros, tal vez, el próximo y único objetivo de la ira de un ejército de hambrientos? ¿No tenéis nada que decir ante tanto dolor? ¡Hablad, monstruos cobardes!”─.

─“Es lo que hay”─, contestó uno de ellos, parapetado detrás de los presidentes de gobierno, mientras hacía una discreta seña a las fuerzas de seguridad.

Abandoné la Asamblea huyendo por el alcantarillado, como de costumbre. Y, aun en compañía de ratas creo que, en las actuales circunstancias, quizá debería quedarme a vivir aquí abajo.

56. ESCONDIDOS

Aunque en casa se empeñaron en ocultármelo, pronto supe que soy un monstruo. Desde que los descubrí al otro lado, siempre los observo. Sueño con hacer deberes como ellos, con dormir sin frío, con llorar por algo, sonreír por nada. Cómo desearía que el escondite fuera solo un juego, no una condena.
Todos los niños saben que existimos. Todos. Y conocen de sobras dónde nos ocultamos. Pero nunca se asoman solos. Siempre se esperan a que haya algún adulto con ellos para hacerlo. Hasta se dejan convencer, por esa noche, de que tan solo nos están imaginando. Y un día crecen y dejan de creer para siempre en nosotros, rompiendo así cualquier posibilidad de comunicarnos. Si no lo creo, no lo veo. Así es para ellos.
De todas formas, yo no pierdo la esperanza de que alguna vez un niño se atreva, antes de que lleguen sus padres, a mirar bajo la cama, en el armario, tras la puerta o en ese rincón oscuro, y me descubra al fin. Si eso ocurriera, me hallará preparado para tirar con fuerza de su mano, de su pierna, de su ropa, y saliendo de mi escondite haré que, entonces, le toque a él.

55. REFLEJO

 

 

Absorta en mis pensamientos, caminando por esta senda que tantas veces había recorrido desde mi viudedad, un día, después de varios meses compadeciéndome, decidí dar un giro a mi vida a través de paseos,  salían gratis y me reconfortaban, por lo que se fueron alargando en el tiempo y se convirtió en esta rutina. De eso hace ya cinco años.

Ayer, la  tarde era gris, pero yo llevaba mi pequeño chubasquero y no  temía nada, así que con paso firme salí, a la media hora empezó una pequeña lluvia, aceleré el paso, buscando  refugio  y al levantar la vista hacia los huecos de la montaña, donde se suponía que nada más que habría lagartijas,  vi  esa extraña figura, miré a mi alrededor y vi que estaba completamente sola, perdida entre agua, relámpagos y truenos. La figura era monstruosa, negra, con ojos saltones, pezuñas en vez de manos, llena de pelos largos y enmarañados, venía hacía mí, según avanzaba la veía crecer, mis nerviosismo aumentó, no andaba, parecía volar y allí estaba frente a mí. Me desmallé.

Al despertar, vi que estaba en la puerta de la cueva, hacia sol y estaba feliz. No había rastro de esa extraña figura.

54. Noticiario

El recorrido de la cámara bajó sobre las pequeñas mesas y se centró en el detalle de unos dibujos: unos seres peludos, cabezones, con muchos ojos o con muchos dientes. Era un aula de educación infantil. Tenían mucho colorido, sobre todo se veía rojo, y también azul y negro. Un poco más allá enfocó unas gotas rojas y unas batas manchadas, y el zoom dejó ver que también estaban rasgadas y rotas. No le permitieron grabar más, era demasiado impactante. Acabó la secuencia con un fundido sobre la pizarra donde con demasiado acierto estaba escrito el tema del día: «Monstruos».

53. METÁFORA DE UN DEMONIO

No pude precisar por dónde entró la criatura que me atacó, mientras dormitaba en un sofá del salón, pero sus garras frías, aprisionando mi cuello, me alertaron del peligro. Instintivamente me levanté dando brincos; tirando puños y patadas, como un karateca.  Quien me amenazaba era un monstruo invisible, pero podía percibir su intención de engullirme. Nos enfrascamos en una lucha feroz hasta que, con gran esfuerzo y mostrando habilidades de contorsionista, pude deshacerme de su horrible contacto: ¡vencí a la bestia!

Intentando identificar al horrendo ente, miré alrededor y sólo pude ver, en el piso, a una lagartija, único testigo del duro combate: se veía tan asustada como yo y corrió a esconderse entre los hijuelos, fuera del tiesto, de una Mala madre. Aún con el corazón pugnando por salirse de mi pecho, me arrellané en el asiento y prendí el televisor, justo en el instante que Godzilla destruía una ciudad del Japón.

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