Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

14. FÉRREOS DESEOS (Salvador Esteve)

“Esperas inerte en la tierra. A golpe de martillo forjan tu cuerpo, el fuego endurece tu alma. Proteges como escudo, matas como espada. Abanderaste una edad, una época. Ayudaste a levantar civilizaciones. Los cañones escupen tu justicia, escribiendo la historia y engrandeciendo biografías”.

Ocupado en estos pensamientos está Napoleón mientras sujeta entre sus manos una bala de cañón de hierro macizo; material que sueña con fundir y convertir en heroicas estatuas que perpetúen su grandeza.

 

Muy lejos de allí, Alison, mientras prepara la comida, mira con tristeza las ausencias en la mesa. Desea que la maldita guerra acabe y escuchar las voces de su marido y de sus hijos cruzando la puerta. Ensimismada, observa fijamente el caldero:

“Esperas inerte en la tierra. A golpe de martillo forjan tu cuerpo, el fuego endurece tu alma. Abanderaste una edad, una época. Ayudaste a aplastar pueblos. Como arado arañas la tierra que da alimento, pero anegas de lágrimas los campos de batalla. Los cañones escupen tu poder, seis libras de muerte. Cambias la historia engrandeciendo biografías con sangre”.

La rabia se apodera de Alison que, de un puntapié, derrama la comida, y con lágrimas sentencia:

—Quien a hierro mata, a hierro muere.

 

 

13. TRAS EL VIENTO, LA TEMPESTAD (Ángel Saiz Mora)

La cabeza le pesa igual que un obús de gran calibre. El hígado lucha desde hace horas para metabolizar el alcohol. Empiezan a sobrevenirle ráfagas de lucidez.

Le localizaron gracias a las redes sociales. La cena con los compañeros de colegio resultó sumamente grata. El viaje atrás y la evocación ilusionada de anécdotas se abrieron paso entre calvicies, vientres excesivos y caderas abultadas por la maternidad.

La melodía del móvil y el timbre del fijo no han dejado de atronar, estridentes cañones aunados para martillearle las sienes. A ello se unen los alaridos de su mujer, auténtica metralla como respuesta a las voces femeninas que preguntan por él.

En el local con aires de otra época sonaba Waterloo de Abba. Entre copa y copa se inició una batalla de besos desinhibidos. Una antigua novia y otras que pudieron serlo anotaron sus números. A partir de ahí todo fueron lagunas, alguien debió llevarle a casa, parecía venido del frente, con el rostro cuajado de sangre de carmín.

Escucha chasquidos de maletas que se cierran con violencia, seguidos del estampido de un portazo. Todavía no piensa con claridad, pero intuye que ha comenzado una guerra.

12. EN SU MEMORIA

Deslumbrada por su propia luz abandona la vejez y el dolor. Es agradable volver a sentirse joven. Notar cómo se le oscurece el pelo, mientras sus ojos vuelven a adquirir la tonalidad de la hierba. La ligereza de lo que ahora simboliza se posa sobre uno de los cañones que custodian la ciudad, y piensa en su propia lucha. En la guerra que en ocasiones representó su vida; en lo liberadora que fue para ella la muerte: un instante para reconocerse en una enfermedad de olvido.

Cuando está a punto de fundirse entre las aguas de la bahía, algo llama su atención. Es una sensación que hace que las finas partículas de su esencia se depositen junto a un nicho: el 3192. Allí un hombre inclina ligeramente la cabeza. Está triste. Parece no sentir que algo le acaricia, tan solo cierra los ojos para bucear en su memoria… Todos los momentos en los que le hubiera gustado ser reconocido por ella, y esa impotencia ante su dolor y desaliento, ya han pasado a un segundo plano. Su mente solo retiene una imagen: la paz de su sonrisa aquella última tarde.

(Homenaje, en ESTE ENLACE)

11. La invención del telescopio

Había pasado ya un mes desde el accidente que dejó ciega a Isabelita, pero Juan Roget seguía llorando por las noches.

Desde su mesa de trabajo, miró por la balconada abierta. Algunos tejados, la muralla carolingia. El brocal de un cañón asomaba entre las almenas apuntando a la luna. ¡Astro inalcanzable! Isabelita ya no podría tumbarse a contemplar su sereno paso en las noches despejadas. ¿Qué importaba ya la luna? Irónica, inútil, tan bella como invisible a los ojos cerrados para siempre. De poder hacerlo, cargaría aquella pieza de artillería y dispararía una salva que la destruyera. Que no apareciera más. Así nunca nadie podría contar a Isabelita lo espléndida que lucía la luna en las noches de julio. Pero ¿qué sabía un maestro de anteojos sobre armar un cañón? ¿Lo cargaría de lentes? Disparar cristales no le devolvería la vista a su hija y un cañón no era un anteojo, ni servía para ver mejor, por mucho que apuntara a la luna…

Súbitamente, Juan Roget dejó de llorar.

10. La Evacuación de Dunkerque

El soldado apareció cojeando, con un rifle como muleta, en la calle principal de Dunkerque. Su maltratado y abollado casco lo transportaba en la mano izquierda para no apretarse los vendajes que le cubrían el pálido rostro empapado por la lluvia y la sangre. La bandera de su regimiento, agujereada y chamuscada, la llevaba enredada en su brazo derecho.

Dijo llamarse Antoine Hinault, del Quincuagésimo Regimiento de Infantería, y también dijo que los Aliados habían sido machacados por los 7.000 cañones alemanes en la Batalla de Francia, y que debían presentar batalla para que los demás fugitivos pudieran escapar sin problemas.

La Operación Dynamo se ejecutó con una letal rapidez. Los aldeanos montaron resistencia en cada puerta y en cada ventana con ayuda de los regimientos británicos, y prepararon una calurosa bienvenida a los nazis. Al fin, cuando el pueblo fue completamente arrasado, el plan de evacuación había resultado un éxito. Las bajas entre la aviación alemana eran importantes, y muchos de los hombres que habían montado resistencia pudieron ser evacuados.

9. ESTRELLA FUGAZ

El hombrecillo, a falta de repuesto, lleva un chaleco raído por los muchos años de uso. Aunque ya son incontables los intentos, siente el mismo cosquilleo en el estómago que la primera vez. Con las luces del alba y arropado por la soledad matutina, antes de que los demás se desperecen, da los últimos retoques. Abrillanta la caña, desempolva el bocal y comprueba todos los mecanismos. El elefante se le acerca curioso y el payaso Augusto con el maquillaje triste avisa al resto de los artistas. En pocos instantes, con todo a punto, se introducirá y, a la señal de tres, saldrá catapultado del cañón, con algo de suerte lejos, hasta una nueva carpa. Si todo sale bien, aterrizará en la red que habrán tendido para que la bella acróbata, que él busca desde aquel verano en que se amaron, se deje caer, después de conseguir un triple salto mortal. Esta vez el hombre bala no fallará. Perfilará una parábola perfecta y ella le esperará sentada en el trapecio.

8. MITTELBAU-DORA (Paloma Casado)

Entre las brumas de la semiinconsciencia, Martin evocó el rostro de su madre. Le pareció escuchar de sus labios la frase que  repetía cuando era niño: “Tú no te acobardas ni aunque te apunten con noventa y dos cañones”

Dos kapos le arrastraban sujetándolo por las axilas hacia la horca, dejando sobre el pavimento un reguero de manchas rojas. Tenía las piernas rotas, los ojos ocultos bajo los párpados amoratados y la boca como un hormiguero sanguinolento.

Meses atrás, él y otros prisioneros se habían propuesto sabotear las bombas que fabricaban para el enemigo, colocando mal sus piezas u orinando en los giróscopos. Era la única forma de resistencia que podían permitirse dentro del campo de trabajo, la única manera de colaborar con los soldados que luchaban en el frente.

Anegado por el dolor, sintió como una liberación el tacto áspero de la soga rodeando su cuello y en los últimos estertores, su mente voló lejos, hasta el camino de tilos que conducía a su casa.

 

 

 

7. SUPERCAÑÓN (EPIFISIS)

Cuando entré en la santabárbara, estaba apoyada en el brocal metiendo el escobillón embadurnado de sebo por la boca para limpiar el ánima, sus brazos desnudos, brillantes por la grasa que le resbalaba hasta la camisa remangada, empapando la tela y marcando sus pezones, dejando ver su tatuaje con mi nombre. La mancha en su nariz hizo que se me pusiera como la verga mayor. Se dio la vuelta y como la encanta el trinquete, se subió la cureña hasta la cintura y nos pusimos a holgar entre las gualderas.

Le puse el cascabel a la culata, mientras que con sus manos grasientas me dirigía hacia su tulipa, yo no tenía nada que envidiar a los espeques de cubierta y entre mis ganas y las suyas y el chapoteo del barco y del sebo, hubo una explosión sorda que fluyó hacia la sentina.

Será por la abstinencia, pero en la mar, siempre tengo otro proyectil en la recámara y no precisamente de pólvora mojada, así que la propuse otro ejercicio de tiro, pero ahora de avantcarga, así que mientras se amorraba al mástil, yo atacaba su línea de flotación, terminando en un pique de proa y un cuarto de derrota.

6. Su pie izquierdo (Blanca Oteiza)

El sudor del miedo se diferencia por el olor. Huele a angustia. Intentaba aguantar la respiración bajo la cama, tan solo pensaba en no ser descubierto. Escuché pisadas aproximándose hasta que vi sus botas negras llenas de barro. El cuerpo me temblaba, el aire se hizo hiriente y la vista se nublaba por momentos.
Con el pie izquierdo golpeó los cañones que tenía alineados en el suelo junto a los soldados en el campo de batalla con las tropas. En esos momentos no me importó que destrozara tantas horas de juego. De pronto el corazón se me paró. Sus ojos penetraron en los míos que lloraron de temor atravesando el alma. Tiró de mi y me sacó del escondite.
¿Dónde está Napoleón? Preguntó mi hermano enfadado, con ese tono que sólo utiliza en ocasiones especialmente ofensivas. Mis labios sellados aguantaron su patada. Aliviado respiré hondo tras el portazo que dio al salir. Levantándome dolorido comprobé que aún seguía bajo mi almohada la conquista de la tarde. Esa noche Napoleón dormiría en mi campamento.

5. El buhonero (Eva García)

Cada año, por la feria de San Quintín, aparecía Mr. Pill con su chistera y su cañón mágico. Todo el pueblo esperaba expectante el momento en el que, subido a su carromato, lanzaba un elocuente discurso sobre las verdades del mundo, porque, después, venía lo mejor: de la oscura boca de su antigualla brotaban tesoros inesperados: caramelos, palomas, peladillas… incluso una vez, monedas para todos. Después, invariablemente, guiñaba un ojo a Miranda, la hija del campanero, saludaba y se marchaba por donde había venido, sin que nadie supiera quién era en realidad ni recordara cuándo llegó por primera vez. Solo presentíamos que, a fuerza de desear sus regalos, sus palabras calaban en nuestros corazones haciéndonos mejores.
Aquel otoño adivinamos que algo sucedía en cuanto apareció; los vivos colores de su carreta estaban desteñidos, su chistera ajada y torcida. Con voz quebrada, nos desoló hablándonos del amor y el desamor. Después, contra su costumbre, se dirigió a Miranda y la besó en los labios. Boquiabiertos, le vimos introducirse en su cañón y salir disparado hacia el cielo dejando un rastro de pétalos con perfume a resignación.
Esa misma tarde, ella aceptó casarse con Matías, pero por la noche, murió de desilusión.

4. El Reino pobre (Susana Revuelta)

Cansada de esperar al marido y al hijo, la Reina se levantó de la mesa y fue a buscarlos por el castillo.

—¡Doriiistires! ¡Pepiiindio! ¡Que se enfría la sopa!

Recorrió pasadizos y aposentos, lamentándose de los desconchones y humedades en las paredes; bajó a las mazmorras tapándose la nariz, y subió las escaleras con cuidado de no tocar la barandilla agrietada.

—¿Qué estáis haciendo aquí?

—Pepindio se ha fundido la colección de monedas en juergas. Esta mañana llegó haciendo eses y se cayó al foso, así que le he ordenado fregar los cañones. Si no quiere casarse, algo útil tendrá que hacer.

—¡Estoy harto de tanto frotar!

—Hijo, por una vez  tu padre tiene razón; deberías encontrar una princesa adinerada que nos saque de esta ruina.

—Vaaale… Pero la elijo yo.

—¡Con lo escogido que eres! Que si la que se pinchó el dedo con la rueca es un muermo, que si la del guisante bajo el colchón una tiquismiquis…

—En la taberna he oído hablar de la Princesa del Pueblo. Es de un reino muy lejano: Hispania o algo así.

—Toma —se entusiasmó el Rey—: papel, tintero y pluma. Escríbele una carta. Pero sin faltas de ortografía, ¿eh?

3. CAMBIO DE PERCEPCIÓN

El día de mi funeral, la ciudad se engalanó para despedirme, los soldados me escoltaron por sus calles y la nobleza me acompañó en mi último paseo. Mi familia me veló en palacio, en cuyo jardín se dispusieron 28 cañones, uno por cada año de mi vida, desde los cuales se lanzaron siete salvas, una por cada estado que incorporé al Imperio que heredé de mi padre, el Gran Emperador.

Pero tuve que morir para darme cuenta, que lo importante en la vida, no son los homenajes, no son los palacios, no son las salvas lanzadas por los cañones y tampoco lo son los imperios. Tuve que verme en ese ataúd de fino roble, rodeado de mis hijos y mi amada esposa, para darme cuenta que lo realmente importante en esta vida son las cosas más insignificantes, unos buenos días de tu mujer amada, la sonrisa de tus hijos o el te quiero de tu madre.

Lo que te hace feliz no es conquistar reinos, no es tener el mejor ejército, no es ser el más poderoso del mundo, sino los pequeños detalles, esos detalles que me perdí por intentar ser mejor emperador que mi propio padre.

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