Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

71. Encrucijada (La Marca Amarilla)

Aquella noche Ariadna se durmió entre lágrimas, madurando la idea de divorciarse. Cuando despertó no estaba en su habitación sino en medio de un oscuro laberinto de altos setos. Se asustó y comenzó a correr en busca de una salida. Aplicando el sentido común cogió el camino más despejado, pero los setos eran más frondosos a cada paso; entonces intentó desbrozar alguno pero solo consiguió lastimarse. Ariadna decidió probar por otras veredas, pero por una surgía la incertidumbre, por otra el “qué dirán”, en alguna senda vio importantes motivos económicos, en otra sus padres se mostraban decepcionados y, en la más compleja, sus hijos suplicaban que no lo hiciera… Siempre encontró obstáculos que le obligaron a retroceder hasta el punto donde se encontraba su cama. Cansada, se tumbó sollozando de coraje pero sin dejar de pensar en un nuevo intento, convencida de que sería lo mejor para todos… Entonces se durmió y la pesadilla del laberinto se repitió varios días hasta que una mañana le despertaron los niños, jugando en su cama entre risas y alboroto.

–         Pero… ¿por dónde habéis entrado? – preguntó Ariadna, desconcertada.

–         Por la puerta, mamá – respondió extrañado el hijo mayor.

70. Lapi ro hunt (Izaskun Albéniz)

Despierto y miro tu blanca crisálida de sábana. Hechizado, me acerco despacio mientras te desperezas y me tiendes una fina hebra arraigada en tu cuerpo. Sonríes. Tus pupilas silueteadas en khol me invitan a traspasar el umbral del laberinto. Sorteo tus calles y mi boca se enreda en tu piel; avanza sin tregua y conquista el hueco tibio de tu cuello. Beso tu rostro encendido y lamo tu pecho colmado.
Perdido en tus senderos la mente se olvida de ser y se aturde, recreándose en cada recóndita curva de tu cuerpo. Sigo el cabo que me has entregado sin miedo a nada, sin pensar en el destino que me espera al final del laberinto.
Parpadeas. Me detengo jadeante, confuso en la ruta. Mi ser se desdobla enardecido por tu aliento hasta que encuentro el camino. Te impregno de ternura y cabrioleo alborotado entre tus muslos, preso del abrazo firme de tus tobillos. Cuando muere Apis se desvela el arcano misterio y desfallezco licuado en tu vientre para resurgir poco después, como un párvulo perdido en las calles. Exhausto, encauzo mis pasos tras el hilo y me tiendo sobre la almohada dispuesto a morir nuevamente para resucitar a tu lado.

69. De vuelta al laberinto.

Toda Creta se hallaba en alerta tras conocer la noticia de que el Minotauro había escapado del laberinto y campaba a sus anchas, sembrando el terror en todos y cada uno de los rincones de la isla. El joven Artenipo, de fornido torso y poderosa espada, acudió a su encuentro en un desesperado intento de poner fin a la terrible masacre que la abominable bestia estaba provocando. Artenipo, encomendándose a los Olímpicos, pidió que le dieran fuerzas para acometer con éxito la hazaña de derrotar al Minotauro y, sin causarle la muerte, devolverlo al enmarañado lugar donde la locura cobra forma de interminable y tortuoso camino. Tras desencadenarse una feroz batalla en la que Artenipo llegó a temer seriamente por su vida, logró asestar un certero golpe que dio con el cuerpo de aquel monstruoso ser en la árida tierra a los pies del monte Ida. Desde la cima, envuelta en nubes, Zeus le insufló el vigor suficiente para poder arrastrar al Minotauro hasta la mismísima puerta del laberinto y de un formidable mandoble enviar los huesos de la alimaña al más oscuro rincón de aquel lugar de pesadilla.

68. Rastreando el olvido

Desde aquella cama de hospital pasea incansable por su mente buscando resquicios de una vida que probablemente tuvo y que añora a cada minuto.

Se recuerda vagamente en lugares que no conoce, con personas que estima sin saberlo, y en situaciones en las que no es más que un extraño o un observador casual.

Son secuencias de momentos inconexos e inacabados con las que convive a diario, y que poco a poco le van robando su identidad, y sin identidad nada tiene sentido.

Pero aquella noche, en otro de sus paseos por ese laberinto en el que se había convertido su memoria, alguien se dirigió a él. No sabía quién era, aunque algo le decía que la conocía desde siempre.

Pronunciando un nombre que aceptó como suyo, aquella mujer cogió su mano y fue guiándolo entre sus recuerdos, mostrándole la única salida que conocía. Entonces le pidió que aguardase ante ella, atravesándola ella misma a continuación.

Apenas un instante después, todos sus recuerdos fueron hilándose para devolverle la esencia de aquella vida perdida. Ahora todo tenía sentido para él, tenía consciencia de sí mismo, y de su mujer, que años después, aguardaba a tan solo un paso de él.

67. Laberinto

Estirada en el suelo, percibo la crudeza de las piedras y la lejanía del cielo estrellado. Sin brazos ni piernas que me permitan moverme, resto a la espera que aquel que me trajo hasta aquí, me devuelva al lugar de dónde provengo. Me envuelven verdes muros de una naturaleza tan artificial como mis palabras. Recorro, con mi cuerpo dolorido, los caminos de este extraño lugar. Caminos envolventes de secretos perdidos en el tiempo. De otros cuerpos inertes que fallecieron en él.

No escucho los gritos del combate, la sangre que surge del cuerpo, el metal que quiebra una vida. Siento la agonía del que perece, la alegría del que permanece. Y me pregunto qué hago aquí. Qué sentido tengo en una historia que jamás será la mía.

Me recogen unas manos ásperas, duras, heridas por los combates pasados. Se sujetan a mi inerte cuerpo como si fuera la única salida de éste lugar. Y me recogen, redondeando mi cuerpo y empequeñeciéndolo cada vez más. Y observo un arco que me impide ver el cielo. Y no escucho las olas pero sí siento como ellos se ven, se abrazan y, entre lágrimas, se besan desesperados, tras salir con vida del laberinto.

66. Ella y la bestia (Lorenzo Rubio)

Vestida de novia, cruza el umbral del laberinto en brazos de la bestia. Un hilo de miel los transporta a una velada bajo la luna. Cuando despierta, ella se pierde por los pasadizos.

Sigue el hilo, ahora de leche, hasta una puerta. Dentro, ella, sola, embarazada, con una escoba en una mano y una sartén en la otra.

Sale. Recorre los pasillos, que parecen infinitos. Desorientada, anda junto a un riachuelo de agua salada, que rastrea su desembocadura. En su reflejo ella arrulla a un bebé y lanza miradas al reloj.

Percibe el aroma de un sendero de colonia, que va mutando a un asfixiante olor a güisqui. Al final del camino, él, en un sofá, semiinconsciente; al lado, un niño manda mensajes con botellas vacías.

Un reguero de sangre la guía ante un espejo. Se mira y ve al monstruo, que amenaza con su puño. Apabullada, busca una vía de escape.

Corre. Asterión se desvela y, encolerizado, la persigue. Desesperada, encuentra un teléfono de solo tres teclas: 0, 1 y 6. Al fondo, él mueve su dedo índice por el cuello.

Acobardada, huye hasta toparse con las dos únicas salidas. Una lleva a la cárcel. La otra, al cementerio.

65. Malditas diferencias. (Rosy Val)

Ya queda menos. Te sumerges, a modo de despedida, en esa bañera, la más grande que habías soñado nunca. Tu piel contrasta con la espuma blanca. Tu cuerpo delgado se complace en el agua, tus manos intentan apresarla, te parece mentira ¡tanta! para ti sola. Desde la puerta, las dos hermanas llevan un rato observándote en tu empeño, animadas se desnudan y se meten contigo. Jugáis, os salpicáis, de repente, te detienes y lloras rompiendo ese mágico momento. La más pequeña te consuela… “no llores, tonta, si nosotras te queremos mucho”. La mayor, que sabe qué te pasa, llama a su madre…

“Cariño, si dentro de nada estarás otra vez aquí de nuevo, ya verás qué rápido pasa el tiempo”.

 

Te aferras a tu maleta ocupada de regalos, feliz, vas en busca de tu gente.

No quieres separarte de ellos. Les odias. Te arrepientes. No quieres volver la cabeza, ver sus lágrimas ni que vean las tuyas. Esta es la cuarta vez, te ocurre siempre que llega este momento: dudas si vivir los veranos en esa maravillosa casa y tener que volver de nuevo a la penuria… te compensan.

 

 

 

 

 

 

 

64. METROPOLITAN (Esperanza Tirado)

Una ciudad fascinante, enorme, con edificios altísimos que casi llegan al cielo. Miles de tiendas, coches, autobuses, teatros, cines… Anuncios luminosos de mil colores que vienen y van.

Después de verla y admirarla durante toda su vida en fotos, libros, películas, series, al verse en ella, le entró una sensación de vértigo, o claustrofobia, como si se hubiese metido en un laberinto con miles de caminos y señales confusas, en el que no era capaz de encontrar la salida. Se sintió asustada, perdida, diminuta como un ratoncillo. Con ganas de volver a casa, a la tranquilidad del hogar.

Caminando por aquella calle atestada, un cartel llamó su atención. Tenía el estilo de los establecimientos de principios de siglo XX.

METROPOLITAN. OLD BAKERY & COFFEE SHOP’,  se leía en grandes letras blancas de tipografía antigua sobre fondo marrón. En el escaparate cupcakes, tartas y otras dulces delicias. Al fondo, una barra decorada con antiguas latas de café y té, y las paredes llenas de anuncios enmarcados en un actual estilo vintage.

Abrió la puerta, sonó una campanilla de bienvenida y el aroma a café recién hecho la acogió. Y los miedos y angustias que la turbaban desaparecieron.

63. En el laberinto (Javier Ignacio Pérez Andrés)

Se sentía bien, tranquilo. Se imaginaba una vida indulgente. Respiraba la tarde, impregnándose de sensaciones, evadiéndose de la verdad.

Recordó un día, un momento, una situación. En un instante empequeñeció.Perdido en su infinito y complejo laberinto cerebral, entre miles de caminos, almacenes de experiencias, emociones, sentimientos. Caminaba por pasillos sin haber entrado en ellos. Allí donde miraba, se ocultaba oscuridad. Las sombras multiplicaban los caminos.
¿Qué me espera allí detrás? Fué empujado por los ecos del reproche, le perseguían con la sombra de la inmensa soledad. Agobiado corrió. No encontraba escapatoria. Le mascaba la ansiedad.

Imperceptibles pasadizos lo trasladaron a otros lugares donde llamativos brillos intentaban brotar como minúsculos relámpagos. Caminaba despacio.Revivía el pasado con distintos desenlaces. Revivía sus deseos convertidos en angustias. Y volvió la oscuridad.

Los pasillos se alargaron, se inundaron de nostalgia, de añoraranza..de un gran melancolía. Flotaba a media altura, no podía respirar. Tuvo un miedo intenso, intentaba gritar. Las paredes se hinchaban como para reventar y a través de sus fisuras vió la extraña luz. Todo terminaba. Se sintió desfallecer…
Postrado se encontró en una sala, era centro de mil caminos.

Exánime, vió en el fondo de uno de ellos rebosar el singular resplandor.

62. En el laberinto (Jesús Lara Vanegas)

Una vez en la escena del crimen, me preguntaba constantemente cual podría haber sido el motivo de tan atroz asesinato. Sus marcas me revelarían una clara intención de una futura carrera delictiva.

Los cuerpos se acumulaban y el terror se iba apoderando poco a poco de aquellas calles desgastadas y malolientes.

Su obsesión hacia las prostitutas me daba a entender un claro complejo de madre y unas carencias afectivas importantes.

Como buen poli que se precie en Nueva Orleans, me limitaba a buscar mis pruebas, ya sea una huella, una pisada, una mísera fibra de pelo o tan siquiera un pequeño rastro de su asqueroso semen.

Pero..¿De qué valía autoengañarme?He de reconocer, que a medida que avanzaba el tiempo sus técnicas se iban perfeccionando hasta tal punto de no dejar ni tan siquiera la posicón inicial de cadaver para así evitar que localizáramos la dirección previa a las setenta y tres puñaladas que le solía asestar a sus víctimas.

Hoy por hoy continúo deambulando en la penumbra de sus calles entrecruzadas, con la única intención de encontrar una salvación a esas chiquillas que por motivos desconocidos acabaron siendo asesinadas en el laberinto de sus calles.

61. En el laberinto (Manuel García García)

Le conoció una tarde calurosa en aquella playa solitaria. Era como una estrella caída del cielo, pura y brillante. Aquella tarde sus ojos brillaron como nunca antes lo habían hecho, sus sentidos lo abandonaron.
Ellos comenzaron su aventura de amor a escondidas de todo el mundo, así se lo había pedido ella. Su primer enamoramiento de verdad y ya participaba en el laberinto de una mujer algo extraña.
Su primera separación ocurrió a las dos semanas de comenzar la relación. Raquel lo había engañado con otro hombre. A los cinco días regresaron tras perdonarla Pedro.
Días después llegaría su segunda ruptura. Raquel se larga con otro hombre. Pedro desesperado por el amor de Raquel vuelve a perdonarla. A las dos semanas vuelve a su lado.
Dos meses después llega su tercera ruptura. Raquel se enamora de un marinero. Pedro, enloquecido de amor, perdona a Raquel de nuevo.
Así nueve años, cincuenta separaciones y engaños por parte de Raquel. Pedro siempre perdonándola por amor y ella sin tener en cuenta el dolor de Pedro.
Su última ruptura y aventura de Raquel, cambió el destino de Pedro.
Pedro se metió a cura, tras conocer el verdadero amor de Dios todopoderoso.

60. NAUFRAGO

Mi cabeza da vueltas miro hacia atrás y lo que era ya no es, intento avanzar y sólo veo ojos que me miran y no se atreven ni a señalarme. Sólo les oigo murmurar a la de unos metros. Intento entender lo que dicen pero no comprendo sus palabras.

Cuando llegué, primero sentí el sabor de la sal en mi lengua, luego trocitos de arena que intentaban romper mis dientes, después una sed desesperante. Me incorporé y comencé a caminar cojeando, pensando que en aquel lugar no podía haber nada peor a todo lo vivido. No podía haber hombres sin rostro ni corazón que irrumpiesen a la noche en tu casa para llevarse todo lo que quieres y dejarte roto. No, en aquel lugar ya no podían hacerme daño porque ya no tengo nada y a la nada nada le duele.

Sigo avanzando por este laberinto de calles en el que no puedo ver el sol aunque sé que se esconde detrás de estas eternas casas. La gente sigue mirando pero nadie me ayuda. Un policía se acerca, forcejeo, su mirada es como la de los hombres sin corazón, un golpe en la cabeza. No hay dolor.

 

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