Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

WABI SABI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta cuarta propuesta es el concepto japonés del WABI SABI. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE JUNIO

Relatos

27. VAYA…

El cirujano destinado a revolucionar la práctica médica, todavía estudiaba en el instituto. De momento, era un objetivo débil. Granos, gafas, ropa heredada de su hermano. El cabecilla que lideraba las acciones también cumplía estereotipos: rodeado de un séquito maleable, cigarrito a escondidas en el recreo, notas desastrosas. Finalmente, sus caminos se distanciaron. Es evidente cómo y hacia dónde. Se reencontraron años después. El cabecilla buscaba solución a la dolencia de su madre. Le habían recomendado un médico puntero en el tema. En la consulta creyó reconocer al chaval que humillaba en el instituto cuando se aburría, pero su memoria estaba turbia. Pese al tiempo transcurrido, el destacado cirujano recreó al instante un sufrimiento adolescente que intuía superado. Sin embargo, abrazó al excompañero y aseguró alegrarse de verlo. El cabecilla le mostró su admiración y recordaron, entre risas, anécdotas juveniles. Después, tras revisar el expediente médico de su madre, sentenció: nos vemos en tres meses, cuídala mucho. Abrazó al doctor y lloró en su hombro. Luego, madre e hijo agarraron sus manos y abandonaron la consulta como dos jóvenes que estrenan piso, mientras el médico recordaba un artículo del código deontológico que teorizaba sobre las falsas esperanzas.

26. ADUANA (Mariángeles Abelli Bonardi)

A medida que llegan, desovillan sus voces por la estrechez del pasillo. La mayoría están nerviosos; solo unos pocos conversan con la tranquilidad de tener todo en regla.

Un hombre intenta colarse en la fila; aduce que su novia— una hermosa pelirroja, según él— lo espera del otro lado. Aparto al sospechoso y paso el sensor por su valija. Hay un pitido; razón de más para pedirle que la abra.

— ¿No leyó el cartel de la entrada?— pregunto señalando el perfume— No puede ingresar con esto, se lo voy a tener que decomisar— y acto seguido desenrosco la tapa para vaciarlo en un tacho, pero no lo hago ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Qué puede haber de malo en ese inocente perfume que de seguro trae para su novia?

Vuelvo a ponerle la tapa al frasco y se lo doy, deshaciéndome en disculpas. El hombre no dice nada; se limita a acompañarme al mostrador, donde diligentemente le sello el pasaporte y se lo entrego con mi mejor sonrisa:

—Bienvenido al país, señor Grenouille.

25. Kerplunk

Cuando el amo abre la puerta de la jaula y le levanta, no puede imaginar lo que hoy le tiene preparado. Siempre le está obligando a hacer cosas de lo más insólitas. El amo le lleva durante un rato por el aire. Hace tiempo que dejó de temer esos viajes: este amo es muy cuidadoso. De pronto, le deja en el centro de una habitación cuadrada. En cada una de sus paredes hay una puerta. Olfatea y percibe el aroma del queso que suele darle el amo. Corriendo, atraviesa una de las puertas. Comienza a recorrer los pasillos. Nuevas puertas se abren en los laterales. Regresa inesperadamente a la habitación de la que salió.

Sigue correteando. A veces tiene que dar la vuelta porque el pasillo no tiene salida. El olor del queso se acerca, se aleja. Comienza a cansarse. Cuando levanta la vista advierte que el amo sigue allí, mirándole con curiosidad.

Recorre los pasillos. Por algunos ya ha pasado dos, tres veces. Está agotado. Percibe el olor del queso. Muy lejos. No consigue encontrarlo. Está exhausto. Se detiene y mira arriba. ¡El amo ha desaparecido! Le ha abandonado allí abajo.

Está sediento y tiene hambre.

24. LA PUERTA TRUCADA (Mercedes Marín del Valle)

El rótulo en mayúscula sobre el dintel de la puerta, hacía sospechar historias truculentas en vidas atormentadas. El olor a fármaco escapando por las rendijas, auguraba un desfile de batas blancas y jeringuillas somníferas.
No le faltaba valor, era dolor lo que la retenía fuera.
Respiró hondo muchas veces, ninguna fue suficiente para exhalar la desazón que la roía por dentro. Cerró los ojos pidiendo a Dios su fortaleza de crucificado.
Empujó levemente la puerta y se encontró en el interior de aquel laberinto complejo y desolador, espiral infinita de emociones cambiantes en rostros ausentes.
Quejidos seguidos de carcajadas pronunciados por una boca senil, le dieron la bienvenida.
Entró en su habitación y lo halló sentado sobre la cama, escuchando una canción de lluvia. Las lágrimas brotaban de sus ojos, tristísimos. Las suyas nadaron por dentro.
Llegó en justo momento un ángel vestido de galeno y tuvo a bien devolverles la vida.
Acercó hasta él sus zapatos de deporte y, de la mano, corrieron hacia la salida. Para entrar solo hizo falta un leve empujón, para salir necesitaron a Dios, al guardia de seguridad y un extenso documento donde rezaba la firma de la psiquiatra.

22. Las dudas de Teseo

Desnortado en aquel dédalo implacable, tiró del hilo dorado, pero la verdad es, que no sabía si decantarse por la senda que dibujaba la hilera de garbanzos esparcidos por el camino. Al final hizo más caso al reguerito de sangre aún caliente. Al fin y al cabo, despedazaría el minotauro herido para comérselo, si no conseguía encontrar la salida.

21. Entre tinieblas (María Elena Sánchez Álvarez)

Sabía que podría pasar. Eran dos almas dependientes, con rescoldos del pasado y un fuego sin sofocar. Ella, esclava de su soledad, él, del abandono. Tía Gela, supo, cuando se hizo cargo de él, que no debía contradecirle, sabía que tenía que ser comprensiva, al tiempo que, estrictamente intolerante con sus quimeras. Pero desde que se postró en cama, dejó de conducir los designios del futuro de su sobrino Iván.
Él, dormía en la habitación contigua donde se sumergía en un sueño tan profundo que conseguía morirse cada noche. Sin embargo, aquella madrugada, los gritos aterradores de la anciana le resucitaron.
Comenzó a balancearse con movimientos repetitivos. Sus palabras nacían confusas y crecían sin sentido. Nuevamente, sintió la amenaza y la persecución de la octogenaria. Sus pensamientos desorganizados, inmersos en un laberinto en busca de una salida, fueron suficientes para avivar la hoguera.
Tras el silencio, la encrucijada. Tuvieron que sortear varias puertas y pasillos hasta encontrarlos. Tía Gela, yacía en el suelo, mientras él, desfallecía meciéndose en su propia orina.
Han pasado los meses, e Iván sigue huérfano de empatía y abismado por las alucinaciones. Cuando abre los ojos, se los vuelven a cerrar.

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19. Debí quedarme callado (Ricardo González)

 

Paseará solo por toda la casa, me dijo. Pero ¿cómo es posible que aspire los rincones o tras las puertas? Me da que deberé acompañarle.

 

-Ese timbre no es de la puerta, huele raro en la cocina. ¡¡¡La leche!!!

Porqué no me leí el manual del microondas en aquel momento.

 

-¡Sacarina! ¿Dooonnnde estaaass?  

Debí quedarme callado.

 

¿Dónde va el jabón y donde el suavizante y donde iré yo?

Debí quedarme callado.  

 

¿El pantalón ha de tenderse por las patas o la cintura?

Debí quedarme callado.

 

¿Qué es pochar la cebolla hasta que pierda el orgullo? Se me ocurre leerle a Confucio o mejor, leerlo yo.

Debí quedarme callado.

 

¿Cuál es la presión correcta para que estas extrañas tiras de fregona empiecen a absorber y no al revés?

Debí quedarme callado.

 

¡Como se me ocurre pensar ahora donde terminará el manojo de pelos del desagüe de la ducha! Jamás los había visto. ¿Serán todos míos?

 

Debí quedarme callado. Yo no estaría sufriendo solo, ella no estaría gozando en aquel spa y, sobre todo, este laberinto tendría salida.

18. Rebeca en el laberinto arterial

Entre postreros suspiros primaverales y pre-pinceladas estivales, Rebeca ha sido engullida por el laberinto. Sabe con certeza que día entró en él, pero desconoce cuando encontrará la salida. Mientras recorre diversas bifurcaciones atraviesa una ensalada de sentimientos. Se muestra valiente cuando comienza a taconear con fuerza, desinformada y perdida en algunos puntos de avituallamiento, alerta cuando consigue llegar al destino. En este viaje que ha emprendido conocerá un sinfín de personajes con uniformes de colores. Hasta ahora los que mandan van de  blanco, otros van de un lado a otro con sus carritos, vestidos de rosa. Aparecen por doquier unos azulados que se empeñan en clavar agujas, algunos más atrevidos de morado. Sin embargo, no recuerda haber visto sujetos de verde esperanza. Se siente serena, al siguiente minuto intranquila, sigue adelante. Quiere ser independiente el resto del recorrido pero se agarrará a las manos que salgan tras los arbustos cuando necesite ayuda. Ella adora caminar aunque le atormenta la prohibición de usar por un tiempo su permiso B, seguramente nada comparable al miedo que tendrá cuando la invadan. Día a día descubrirá que no hace falta un motor para superar los obstáculos si se deja guiar por sus sabias piernas.

17. «Estrella en las nubes» (María José Escudero)

No la vimos entrar en el laberinto.Una tarde de lluvia se extravió mientras bailaba un vals y ya no supo volver a casa.

De repente los recuerdos se espantaron. Se le enredaron los nombres, las fechas se amotinaron, y una mueca de recelo se le instaló en la cara. Comenzó a esconder tesoros, a caminar errante por las calles y las plazas, a rebelarse. Luego aminoró la marcha, cedió el paso al olvido y , acomodada en su nube, se fue quedando callada.

A veces se despierta del silencio y canta. Tararea melodías, repite estribillos que se ocultan y destapan en su memoria; y si alguien le pregunta: Estrella, ¿quién ha venido a verte? Ella, como si saliera de un sueño, contesta ufana: Mis hijos, mis hijos…Y, por un rato, se escapa de su nebulosa y nos vamos de paseo, a mirar fotografías o a jugar a las cartas.

16. 使用說明 (Susana Revuelta)

Nada, que no avanzo. Me he perdido, sí, lo reconozco. No consigo pasar del primer escollo y eso que solo hay dos. No puede ser tan difícil, por mucho que se empeñen en complicarlo poniendo estas letras enanas adrede, si casi no se ven. Ahora mismo voy a por mis gafas y empiezo desde el principio. Tengo que salir de este atolladero yo sola, no pienso aguantarle las bromitas a Miguel cuando vea que no he sabido cambiar la clave. De eso nada.

«Desde una posición indicada, gire a la derecha, inserte su código. Por favor, recuerde un código que insertó». Esto último sobra, la verdad, aunque hay mucho zote por ahí… Pero ¿cuál será esa «posición indicada»? Aquí falta un dibujo, yo creo. A veeer, un número que no se me olvide… ¡Ya está! El 1·5·0, o sea, la multa que pagué ayer por hablar por el móvil con Miguel, que siempre me llama cuando estoy conduciendo. Encima por su culpa me he metido en este berenjenal, «nena, compra un candado donde los chinos que no me fío de los aeropuertos».

Esto sigue sin cerrar, grrr… ¡Hala, a tomar por saco el puñetero chisme este, que ya estoy harta!

 

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