Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

23. Crear es resistir (M. B. Cotero)

Después de varios meses en el hospital, regresó a casa sin fuerzas, como un muñeco de trapo. Su cara descarnada y los ojos hundidos eran una muestra del espanto vivido.

Ojalá hubiera sufrido la misma suerte que mis compañeros. Su recuerdo me causa dolor tan fiero que muero porque no muero. Mientras tiene estos lúgubres pensamientos las lágrimas corren por sus mejillas al tiempo que se muerde con rabia el labio inferior. Por eso le gusta estar frente a la ventana, de espaldas a su mujer y a su pequeño hijo de tres años.
Sin esperanza alguna, se siente muerto en vida.

Solo un milagro puede liberar al genio de las prisiones del alma. Este ocurrió cuando vio el dibujo que le había hecho su hijo. Le recordó al que él hizo a su madre con su misma edad. Ella pensó que era obra de su padre.
Tras respirar profundamente, pidió que le trajeran el caballete y le colocaran el lápiz en la boca. Apretándolo con fuerza escribió:

«JE SUIS CHARLIE»

Desde entonces lleva el lápiz colgado al cuello

22. DESEOS HUMANOS

La señora Victorina venía a veces a casa, a meter los pies en el horno de la cocina económica. Ay, qué larga es esta vida, decía al cabo de un rato de conversación, y suspiraba. Victorina tenía varios hijos e hijas y un brasero en la mesa camilla, e incluso tenía televisión, ya de aquella. Pero no era feliz. Ay, qué larga es esta vida, repetía. Ella quería ser igual para todos, y repartir así la herencia, pero su hija Rosario, la que la cuidaba no estaba de acuerdo ni un poquito. Un nicho, quiero un nicho que esté alto, no quiero estar en la tierra húmeda, reclamaba Victorina. Y Rosario, para hacerla rabiar le decía que cuando firmara lo tendría, que mientras nada. Qué larga es esta vida, ay, Dios. Así fueron pasando los inviernos. A veces me invitaba a su casa, a ver “Cesta y puntos” o “Bonanza”, al calor del brasero. Un año, por noviembre, llegó por fin la parca y se llevó a Rosario. Tristes bromas las que gasta el destino. Ay, qué larga es esta vida, siguió diciendo Victorina aún unos años, mientras un nicho soleado la esperaba.

20. ¡Deja que vuelva el amor!

El hombre deslizaba sus largos, delgados y pálidos dedos sobre las teclas del piano, creando una música triste, solitaria, melancólica, pero a la vez hermosa, pura y mundana. Fuera de la casa, la Luna llena se había sentado en su trono coronado de estrellas y las olas vibraban sobre la arena, creando su efecto propio y desconsolador. Desde la ventana, se podía ver la sombra del hombre, iluminada tenuemente por una lámpara de gas, sentado en un taburete de madera, desplazando su magia de un lado a otro de la casa, y con ella su horrible y a la vez hermoso sentimiento. Aquella sonata quería transmitir y diferenciar, dejar claras las cosas y a la vez confundir, era como un llanto y un grito de agonía, pero a la vez una contenida risa y una cálida luz que iluminaba el rostro del hombre cruel. Todo el que pasara por aquella espolvoreada arena con los pies desnudos pensaba ¡Estos hierros en que está el alma metida! ¡Dios, como abrasan y a la vez enfrían! ¡Entibia mi corazón, deja que vuelva el amor!

19. Te esperaré hasta la muerte

Con el dedo gordo del pie izquierdo Elsa  empezó a dibujar unos barrotes entre el barro. Había llovido y la tierra era manejable. Con el trazo recto dejó impresas líneas paralelas encerradas en una ventana. Se quedó en cuclillas, con los pies desnudos, mirando su obra. –Es la ventana de esta cárcel, estos hierros no dejarán escapar.- susurró. De la tierra firme asomó su cabeza una araña minúscula. Había sido desplazada de su siesta por un dedo gigante que casi la aplasta. Nada más salir cayó rodando por un profundo pozo estrecho y alargado que alguien había colocado allí segundos antes. Una vez de pie empezó la carrera hacia la libertad. 8 patas moviéndose incesantemente, 4 ocelos intentando ver lo imposible, la cabeza balanceada. Debió quedarse entre el barro pensó. Demasiado tarde. Un dedo gigante volvió a trazar un barrote de hierro. La tierra mojada que simulaba una habitación sin sombra quedaría manchada con minúsculas gotas de sangre.  Elsa sonrió. La vigilancia carcelera continuaría toda aquella tarde de otoño.

18. ALMAS ROTAS (Ángel Saiz Mora)

Pese al gesto mustio que le acompaña, el taller se ilumina cuando parece abrazada a su bien más querido. Lo deposita en el mostrador, entre inevitables virutas. El veterano lutier saluda a la hermosa concertista. La voz femenina suena débil, aunque no son necesarias palabras, él sabe lo que ocurre. Abre el estuche, extrae el violín, tan elegante y estilizado como la anatomía de su dueña. El hombre palpa el instrumento de cuerda con respeto y oficio. A través de una de las aberturas accede al espacio en que el alma está metida, la causa del problema. Extirpa esa pequeña espiga circular de madera de pino que se ha quebrado, el verdadero corazón del violín; de inmediato procede a su sustitución. Reparado el interior del objeto con el que tanto se identifica, ella sonríe de nuevo. Ya no se siente desprotegida y vulnerable, la voz de la intérprete y la del instrumento vuelven a ser una sola música armoniosa.

 

La violinista abona el importe del trabajo y se marcha agradecida. El artesano, enamorado sin remedio, suspira y sueña con que quizá algún día ella también ponga remedio a su vieja alma rota.

17. CABEZABUQUE (Charlie Hebdo)

Rocco Maturana, cabezabuque, llevaba en la cara las huellas de su carácter resentido y pendenciero. Tenía poco sentido del humor. Más bien ninguno. Por eso se tomó tan a mal la caricatura que le dediqué en la revista del Día de la Patrona. En ella le representaba con un ancla colgada de su nariz proa, ojo de buey, el timón en una protrusión de la nuca y una chimenea echando humo incrustada en el parietal izquierdo, sobre un desproporcionado cuerpo menudo luciendo un picardías rojo. Me la juró, ¡vaya si me la juró!

—Fuera nos veremos —bramó desde la puerta con voz rebozada en veneno sin destilar.

Solo esperar la salida habría llenado de desasosiego a cualquiera, pero no a mí. Desde la distancia y a la vista de todo el grupo, le dediqué una sonrisa de desprecio inmisericorde que recibió, entendió y le alcanzó el lugar más recóndito de sus susceptibles meninges. Ahí fue cuando me gané, para siempre, la admiración y el respeto de todos.

Aunque más bien timorato e inseguro, siempre fui frío y calculador. Su principio de Alzheimer y los veinte años de condena que aún me quedaban, me dieron la confianza que necesitaba.

16. EL REFUGIO (Ginette Gilart)

Antes de entrar en la tasca, Arlette suspiró: « ¡Ay, qué larga es esta vida! ». Detrás del mostrador un hombre corpulento con un gesto hosco le señaló una puerta tapada por una cortina. Después del angosto pasillo llegó a una estancia en penumbra. Un muchacho la acompañó a un sitio libre, se tumbó en una vieja alfombra en medio de otras gentes, hombres y mujeres que como ella se refugiaban Au rat noir. En una bandeja le trajeron una lamparita de aceite junto a una pipa y una bolita de opio. A la primera calada Arlette sintió como su cuerpo se relajaba totalmente. En ese instante olvidaba su triste existencia: desde niña recién escapada del orfanato, mendigando por las calles de París, rebuscando en la basura algo de comida. Ahora gracias a un físico no desagradable se ganaba la vida posando en los estudios de pintores bohemios. Pero qué sería de ella cuando se hicieran más visibles los signos de la edad. Mientras inhalaba otro poco miraba a su alrededor. Algunas personas hablaban en voz baja, otras con la boca entreabierta y los ojos entornados viajaban lejos de aquel lugar. Entonces todo le parecía hermoso y no deseaba despertar de aquel sueño.
Si pudiera… pensaba… ¿Por qué no muero?

15. El periodista

Esta cárcel, estos hierros, amputan el alma. Esas paredes enmohecidas extienden sus brazos y tocan mi rostro enfebrecido. Con los ojos cerrados veo el mar, tus tobillos rosados enredados por las algas y tu cuerpo caliente. Despeinada sonríes y detrás de ti, el verdugo.

Vivo como un fantasma en la memoria de un pueblo encostrado en su letargo; quise despertarlo con una pluma de verdad y fuego.Tú, compañera, yaces quizá en una fosa común bajo el esqueleto de nuestra patria, y yo, aquí, muriendo.

14. EL AMOR EN SECUNDARIA

 

Solo esperar la salida me produce tal desasosiego, que no me deja pensar en otra cosa que no sea si él estará en la puerta, si me llevará a casa en el coche impregnado de su olor a tabaco rubio y colonia, si me preguntará ¿qué tal las clases? con una sonrisa de gato de Cheshire.

Si viene, sé que me encontraré con sus ojos en el espejo retrovisor y ya no me los podré quitar de encima cuando trate de estudiar en mi cuarto, ni cuando me vaya quedando dormida para soñar otra vez con él. En mis sueños, nos encontramos por casualidad los dos solos en cualquier parte y me invita a un helado, o llueve y me resguarda bajo su paraguas y vamos sorteando los charcos y nos paramos bajo los soportales de la plaza vacía y entonces sucede. Estamos tan cerca, que nuestras bocas no pueden dejar de juntarse y temblando, hago mío ese sabor de tabaco y saliva sabia y pienso que no me importa que esté casado.

No puedo soportar más tiempo la incógnita y disimulando mi ansiedad, le pregunto a mi compañera de pupitre: ¿Vendrá hoy tu padre a buscarte?

 

 

13. ¡MACHOTE! (Edita N. T.)

Esta cárcel, estos hierros o los muros más inexpugnables no podrán jamás encerrar mi vergüenza, que cada noche de insomnio atraviesa las paredes de la celda y vuela indómita al pasado para torturarme con la imagen reiterativa de tu sangre, de tus gritos, de mi huida… Y a la vuelta, un cólico de humillación me retuerce en el catre al imaginar tus honores; y aprieto con furia los puños que, cobardes, no pudieron quitarte la vida.

12. GURE AITA (Jesús Redondo)

Mi mujer, mi Mari-Asun, llora.
Cuando escucha cantar el “padre nuestro” en euskera —no lo puede evitar—, llora. Me anticipo con una sonrisa y ella trata de forzar otra, pero puede más el puchero que hace con su barbilla y abre su bolso para tener a mano un pañuelo con que enjugar sus lágrimas.
Creo que todos sus ancestros euskaldunes acuden a su garganta en nudo a la llamada del “Gure-Aita”.
Es verdad; cuando en las aldeas marineras vascas, en las aún concurridas misas mayores, bajo las góticas bóvedas de sus iglesiones, todo el pueblo canta, parece que uno está sumergido en el eco de esa ola “a izquierdas” de Mundaka. Y cuando cambia el ritmo de la oración en que el alma está metida, con el “emoiguzu”, es como si flotásemos sobre la tabla hasta que la ola rompe y sobre la arena dejase, suavemente, en espuma, su final “gaitzetik”.

Gure Aita, zeruetan zarana,
santu izan bedi zure izena,
etor bedi zure erreinua,
egin bedi zure nahia, zeruan bezela lurrean ere.
Emoiguzu gaur egun ontako ogia,
parkatu gure zorrak, guk ere gure zordunei parkatzen deutzgun ezkero;
eta ez gu tentaldira eraman,
baina atara gagizuz gaitzetik.

Ondárroa navidad 2014

11. Escurridiza (Susana Revuelta)

Me desesperaba que apareciera por casa cuando le daba a ella la gana, sin avisar; así, claro, siempre me cogía desprevenido. Hace apenas unos días descorrió la cortina de la ducha mientras me estaba jabonando, pero al intentar retenerla me sacó burlona la lengua y se escapó; en otra ocasión me pilló friendo unas croquetas y cuando fui a ver qué quería, casi se quedan pegadas a la sartén; anteayer se plantó a mi lado en la ventana mientras tendía la colada y por su culpa se me cayó al patio un calcetín. Muchas noches incluso me he quedado dormido en esta silla frente a la pantalla encendida del ordenador, esperándola. Qué duros estos destierros.

Pero hoy por la tarde me pareció oír un ruido en el pasillo: era ella, que se acercaba de puntillas a mi habitación. Entonces aguardé paciente a que entrara, aporreé con saña el teclado y por fin pude atraparla.

El caso es que ahora, que son ya las cuatro de la madrugada y llevo escritas varias páginas de mi novela, no me atrevo ni a levantarme para ir al baño. No sea que se escabulla otra vez.

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