Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

72. El tiempo perdido

Era como si hubieran nacido viudas y tras parirlas las hubieran arropado en negro. Bueno, a ellas y a mi, porque cuando compraban la tela aprovechaban para coserme también a mi los vestidos, aunque a veces me trajeran lazos de colores como un gran tesoro.

Tantos años viviendo con las tres, mi madre y sus hermanas,  sin que jamás un hombre pisara la casa, me confirmaba en mis pensamientos: Un estigma familiar.

Yo pensaba que ese era mi destino y que ya había enviudado, por eso nunca iba con chicos ni dejaba que se me acercaran por temor a envenenarlos con un simple contacto o con algún beso, como hacían las más descaradas.

Transcurrieron algunos años hasta que empecé a cuestionar en voz alta y consideraron que ya podía recibir respuestas.

Y así fue como conocí la historia que me cambió la vida y me transformó en una descocada militante: Mi tía Julia, la cual no sabía que había existido, fue la única que en lugar de quedarse en el pueblo como las demás, se fue con los maquis, y los mangas verdes bajaron su cuerpo del monte meses antes que el de Ernesto, su marido.

 

 

 

71. Trece hombres y un destino

Trece hombres sedientos de metal dorado y de carne andan prestos sobre la barcaza. Trece armaduras de plata, yelmos aúreos, con las espadas bien engrasadas. Llevan días vagando por el gran río, sin rumbo, abandonados por los indios guías. La historia que oyeron a un cacique local sobre la existencia de una isla llena de mujeres les quita el sueño, acrecienta su hambre. No desesperan. Cuando lleguen al lugar soñado desatarán la cólera de Dios y esparcerán sus semillas por la tierra virgen, apelando a su orgullo conquistador. De noche, frente a una isla, unos cantos irresistibles, casi lujuriosos, los atraen hacia la playa. Todos se dejan arrastrar por la bella melodía. Uno tras otro van cayendo al río como si fuera la tierra prometida. Uno tras otro ahogan sus vidas lastrados por el acero que viste sus cuerpos en aquel gran brazo de agua, infestado de pirañas, que se dan un gran festín. Para desgracia de las amazonas que pueblan la ínsula, Ulises no se halla entre los condenados.

70. MI VIDA EN LA ISLA (Fernando da Casa)

He vivido momentos muy dulces en la isla, pero todo llega a su fin. No se puede evitar.

Hace unos meses me gustaba bucear, dar volteretas en el agua, explorar cada rincón de esta isla desierta. Reconozco que, al principio, mi inexperiencia me llevó a creer que iba a morir, no me veía capaz de sobrevivir. Pero poco a poco me fui asentando, reconociendo el terreno que pisaba, haciendo mío un lugar que no estaba acostumbrado a recibir vida extraña.

Me costó asumir que estaba solo. Agua y más agua me acompañaba. Nada más. Menos mal que comida no faltaba, y –de vez en cuando– mi mente soñaba con agradable música procedente de muy lejos. Solo cuando la escuchaba podía conciliar el sueño, con la esperanza de que –algún día– alguien me rescataría de mi soledad.

Ese día ha llegado. Un terremoto aterrador anunció el fin de mis días en la isla. Las aguas se abrieron, y –como Moisés– me he visto empujado a cruzar entre las mismas, hacia un mundo desconocido, por un pasillo angosto y oscuro.

Ya he salido. Un señor con malas pulgas me ha pegado en el culo.

He llorado.

69.Uno entre cincuenta y dos (Mel)

Sobrevuela el mar de nubes dejando atrás la ciudad de la luz y dos días intensos. Sonríe y piensa en el alfabeto que las separó en distintas aulas, y aún así se hicieron amigas. Ella escribía canciones, la otra las tocaba en su guitarra. Crecieron y el viento de la vida las dispersó: una sigue en el continente, otra emigró a la gran isla lluviosa. Miles de kilómetros entre ellas,  huso horario distinto, vuelo con escala, y el ordenador cada día es testigo de sus confidencias, risas silenciosas entre signos de exclamación y las fotos que atestiguan como van creciendo sus respectivos hijos. Es una historia en minúsculas pero tiene letras, música, química, geografía y tecnología, incluso su única asignatura pendiente, la física, ha encontrado la forma de no suspender.

Una canturrea en inglés al entregar la tarjeta de embarque  y la otra escribe un capítulo más en su libreta mientras el sol se duerme a su derecha.

De MEL para EML

68. ROSA CHICLE (Beatriz Carilla Egido)

Cargan dolorosamente con su propia historia, sin hacer ruido. Poseen la extraordinaria facultad de estirar hasta el infinito, su resistencia física y psíquica. Son mascadoras de chicle amateur. Mastican y moldean su calvario hasta hacerlo más manejable. En las extenuantes sesiones insuflan el aire con suavidad, llenando lentamente sus pulmones para después sacar la fortaleza por la boca, formando un globo. Cabe la posibilidad de que ese globo explote, sí. Entonces el caos absorbe sus frágiles células hasta deshidratarlas. Paradójicamente, la congoja se acomoda en sus pechos. Todos conocemos algún caso cercano. Las recaídas son siempre traumáticas para ellas y sus familias. Pero en la sala de quimioterapia del Centro Médico Isla, Esperanza es su gobernadora. Estas valientes mujeres saben que, por suerte, la vida no siempre es de color de rosa.

67. La península de las mujeres (La Marca Amarilla)

Aunque se mostrara habitualmente huraño y taciturno, Juan era un buen hombre que trabajaba todo el día para mantener a su mujer, sus cuatro hijas, su madre y su suegra. Juntos vivían en aquel viejo caserón aislado de todo, tras el río que solo cruzaba un puente en toda la comarca.

Un día avisaron al médico porque una de las hijas tenía fiebre alta y no podía bajar a la consulta. El facultativo, nuevo en el pueblo, no dudó en ir a visitar a la niña y de paso conocer a toda la familia. Antes de marcharse habló con Juan, al que encontró turbado, y salieron fuera para conversar durante un buen rato de manera distendida, algo que sorprendió a las mujeres por la falta de costumbre.

A partir de entonces, las visitas del joven doctor se hicieron más habituales con la excusa de explorar las montañas en compañía de Juan, que ahora se mostraba más cercano y sonriente. Muchas tardes se les ve pasear cerca del río, por la orilla de enfrente.

66. Cuatro generaciones (Blanca Oteiza)

Como cada año nos hemos juntado esta tarde. No había terminado de preparar el café cuando sonó el timbre de la puerta. Mi hija me ayudó llevando las tazas y la bandeja de pasteles a la mesa del comedor.

Hoy, en cambio, no ha sido como otros años, esta tarde a nuestra “isla de mujeres” le faltaba alguien que no ha podido soplar las velas. A mi izquierda se ha sentado mi hija, a la derecha mi madre, y en la silla de enfrente, vacía, faltaba mi abuela.

65. MUROS INVERTEBRADOS ( ESTHER GÓMEZ )

Soy mujer.

Cierro los ojos e imagino un mundo donde la guerra no existe. Nuestros amamantados hijos no tienen que perder la vida en nombre de ninguna bandera, ningún país, ninguna religión.

Los alimentos son repartidos con justicia e igualdad. Nadie muere de hambre y nosotras no derramamos lágrimas de impotencia.

La violación, la prostitución, la ablación, la trata de blancas han sido erradicadas. Estas barbaries pertenecían a la oscuridad de otros tiempos.

El sol calienta por igual el corazón de hombres y mujeres, nada les perturba.

En la isla, dos lunas iluminan la oscuridad de la noche para que todas y cada una de nosotras podamos caminar sin miedo.

Abro los ojos y veo el mar …

64. EFICACIA DE LA ORACIÓN (Ángel Saiz Mora)

Habían cenado temprano, contagiadas de una complicidad que iba más allá de la mera relación madre e hija. Después de recoger marcharon juntas al refugio, no sin antes dejar un plato dispuesto, además de la nevera bien provista de cervezas, con el deseo de que la carnaza fuese suficiente para aplacar a la bestia.

Escucharon su llegada con el cerrojo echado en la habitación de la pequeña. Hoy parecía de buen humor, aunque fue inevitable que les sobresaltasen sus cánticos etílicos, el roce metálico de los cubiertos, las latas al abrirse. Después vinieron los golpes en la pared, las amenazas por no poder acceder a ese espacio vedado para él, la carcajada infame, pasos tambaleantes y un portazo.

Respiraron aliviadas, se les había concedido otro margen. La escena, no por repetida, dejaba de ser desasosegante. En lugar de llorar de miedo e incomprensión, esa noche la niña optó por suplicar en un rezo mudo que su madre volviese a sonreír. Se acostaron abrazadas sin importarles la estrechez, aferradas la una a la otra como a un clavo candente al borde de un abismo.

En la calle, tras cruzar sin mirar, un vehículo arrolló a un borracho violento.

62. CRONICA DE INDIAS

Cuando, en el año de gracia de 1542, Hernán Pérez de Oviedo embarcó en Sevilla para las tierras de más allá del mar, lo hizo lleno por igual de esperanza y temor. Corrían leyendas sobre grandes tesoros, pero también sobre seres horrendos: gigantes de un solo ojo y brazos de simio, despiadados comedores de hombres, sirenas subyugantes. Sin embargo lo que a Hernán verdaderamente fascinaba era la leyenda de las amazonas, mujeres belicosas que mataban a los varones una vez cumplida su función genésica. Decían los bulos que su misma madre les quemaba un pecho para facilitarles en la adultez el manejo del arco, arma en el que eran expertas consumadas. En eso pensaba Hernán cuando el vigía grito “tierra a la vista”, y casi sin darse cuenta se encontró entre árboles tan descomunales y bestias tan extrañas que todo le parecería ya posible, fueran monstruos de tres metros o mujeres guerreras. Las de aquella isla tenían los dos pechos en su sitio, de eso sí pudieron dar fe. Empezaron a maliciar algo al tercer día de desenfreno. Dijo el capitán “¿y los hombres?”, y les cayeron encima cien saetas, y no eran las de Eros.

61. Al otro lado (Esther Cuesta)

El día que traspasó aquellos muros supo que se quedaría para siempre.  Agradecida, se sumó a las mujeres en las tareas diarias. Lo mismo le daba el huerto, los cerdos que las cocinas. Aprendió a leer, a cantar y a dejarlo todo para Laudes, Ángelus, Nonas, Vísperas y Completas. Si se cansaba o desfallecía, recordaba los ojos vidriosos de su padre antes de deslomar a su madre, y las manos largas que se acercaban a ella justo antes de escapar.

Cuando la abadesa murió, ella tomó el mando, colocó un letrero donde se leía “CLAUSURA” y selló  las puertas.

59. Programa del Partido Hominista

In memoriam JOG

Hay un hecho que, para mal, es el más importante de la hora presente. Este hecho es el advenimiento de las mujeres al pleno poderío. Como las mujeres, por definición, no pueden (ni deben) dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, Estados, naciones, cabe padecer. Una crisis así jamás había sobrevenido en la historia. Su fisonomía y sus consecuencias son desconocidas. Sólo se conoce su nombre. Se llama la rebelión de las mujeres.

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