Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
3
horas
0
5
minutos
3
2
Segundos
1
7
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

97. Sacrificios navideños (Barlon Mrando)

Habían hecho un cálculo de lo que podría costar una buena cena para toda la familia: tres kilos de cigalas, dos de almejas para hacer a la marinera y un pavo relleno de buen tamaño, aparte de los turrones, dulces variados y un par de botellas de cava, para abrir más que nada por oír el sonido del corcho al saltar. Y que no faltasen los mazapanes con formas de animales para mamá. No era una cantidad desorbitada, pero sí hacía una bonita cifra.
Después de dar cuenta de la tortilla y las natillas, celebraron el ritual de las campanadas. Solo la abuela se quedó sin terminar las uvas a tiempo. Los adultos brindaron con vino de cartón y los chicos con gaseosa. Los muchachos pensaban que la cena tan cutre era un rollo, pero les brillaban los ojos al ver a sus padres tan felices. Todo parecía muy especial.

En algún lugar donde no se celebraba la nochevieja, tres chiquillos comenzaban a salir adelante.

Se trajeron a los niños a pasar las siguientes navidades. Ya sabían leer y escribir, estaban bien nutridos y aseados y tenían un sabor exquisito en manos de una buena cocinera.

96. OTRA NAVIDAD

Los nervios me tensaban el cuerpo y una emoción intensa me invadía, venía las campanadas de año nuevo y tras ellas un montón de sueños que agazapados que aparecían como si salieran de una chistera de un prestidigitador haciendo trucos de magia.

Intenté atraparlos pero se  escapaban y se  escurrían entre mis dedos.

Mis ojos escudriñaban los rostros ajenos intentando bucear en ellos hasta llegar a sus sentimientos. Un sueño por aquí, otro por allá esperando que en el transcurso venidero se hagan realidad.

Una copa alzada, unas palabras llenas de buenos augurios, burbujas que alegremente chisporrotean y el sabor inconfundible de la navidad.

Sin embargo una nota discordante de tristeza sobrevuela alrededor nuestro, que será? la falta de los que se han ido y no están, de los que no vendrán ya nunca más?, el desamor que se instaló y no parece que partirá? el dolor que se cobija, a veces, en algún recoveco de nuestra alma y no se vá?. Unos instantes así y por fín la magia llega y una inmensa alegría se va convirtiendo en realidad.

Otro año más y ojalá vengan y vengan muchos más.

Feliz Navidad

95. Un regalo tuyo, en mi cama. Rosy Val

Hacerse vegana. En eso pensaba Rocío cuando la última uva con su respectiva campanada, dejaba paso al nuevo año. Primero, liberaría de su armario todo aquello que antes de ser cosa, tenía vida: bolsos, botas, abrigos… incluido el que le regaló Pedro la Navidad pasada. Estaba segura, que al resentido bolsillo de Estrella, su amiga más antagonista del grupo, y que llevaba un año en paro, le iba a encantar su determinación.

En la habitación, Estrella, mirándose al espejo, lo manosea con lascivia y pregunta que si a Pedro le parecerá bien… “ni se lo he dicho” le contesta Rocío quitándole importancia. Emocionada se va con su abrigo y con todo lo que le ha dado su amiga.

Hoy, ambas, dormirán a pierna suelta.

 

Por la noche suben al dormitorio. Rocio advierte sobre la cama un fular negro con rosas amarillas:

¡Anda, mira, Estrella ha olvidado su pañuelo! ”, casi al mismo tiempo Pedro exclama:

¿Qué hace aquí el pañuelo de Estrella?”

Perpleja, hace un recuento de toda la piel que le ha regalado a su amiga, mirando a su marido se pregunta, cuánto tiempo hará que él lleva regalándole la suya.

94. PARAMNESIA (Jes Lavado)

La multitud festiva se amontonaba en la plaza a la espera de las campanadas de fin de año. Llegado el momento, el reloj del ayuntamiento tuvo un fallo informático impredecible. Los ceros y unos del código binario bailotearon entre sí (eran unos dígitos bastante díscolos adquiridos en un bazar asiático, y además, estaban ya un poco ebrios) y, aunque nadie lo notó, los doce badajazos electrónicos sonaron de adelante a atrás. A contrapelo. Y un tanto afónicos.  Así, mientras grandes y pequeños se atiborraban los mofletes con uvas, los relojes retrocedieron doce segundos; el suicida recuperó el aliento y el color, pataleando bajo el olivo; la jovencita en el pajar volvió a ser virgen; y el revólver con una sola bala regresó a las manos de K, el siguiente en la ruleta, quien con lívido temblor se encañonaba de nuevo la sien y, quizá menos resuelto, quizá abrumado por un pálido recuerdo, una memoria innombrable de otra vida, no lograba reunir el valor suficiente para apretar el gatillo.

 

93. Déjà vu (Anna López Artiaga / Relatos de Arena)

Con la última uva todavía en la boca, me invadió el desconcierto. Mientras los demás intercambiaban besos y brindis, yo observaba como el tío de la capa y la rubia televisiva insistían en desearnos un feliz 2014… ¡otra vez! Mi hermano atribuyó el gazapo a un simple despiste, mi padre opinó que se trataba de una inocentada tardía, y el abuelo apuntó la posibilidad de que nos hubieran colado el vídeo del año pasado. Fue mi madre, espíritu práctico y resolutivo, quien decidió comprobarlo pasando de un canal a otro, pero el Feliz 2014 se repitió de la Primera a la Sexta. Increíble, alucinante, chocante; enumeraba mi tía (aficionada a los crucigramas), cómo si se hubiera encallado en una definición: adjetivo, dícese de lo inusual o sorprendente.

Más inaudito aún resultó comprobar que nadie más se había percatado del incidente. Durante los primeros días de aquel segundo 2014, la panadera, el vecino del cuarto y el cartero insistieron en felicitarnos el año equivocado. Por suerte mi abuela vio el lado positivo del fenómeno y recomendó guardar los periódicos de la semana anterior. Conocer los números premiados le ha dado al fin un giro a nuestras vidas, después de un año.

92. Sin palabras

Papá no acostumbraba a pronunciar muchas palabras, salvo en los brindis de las celebraciones donde se explayaba. En aquella Nochevieja también ocurrió así. Tras las doce campanadas, los besos o el trajín con los móviles, agarró la botella de Moët & Chandon y la descorchó con el eco típico de los buenos champanes. Rellenas las copas, inició su discurso en el que deseó un feliz año. Larga vida a la empresa y a los chinos que la sustentaban. Recordó la importancia de una familia unida o evocó a mamá con la voz encogida antes de repasar orgulloso los logros de cada uno de sus hijos. Cuando finalizó, fue Carmela, inocente, la que le apuntó el nombre del tío Juan. Todos nos miramos, intuyendo su respuesta. «Ese desgraciado no se merece portar mi apellido. Ojalá se pudra…». «Papá, por favor», le rogamos. Por suerte, se aplacó y, tras alzar su copa, brindamos con la amargura de un desencuentro tan antiguo como estúpido. Al rato, empezó la jarana en el salón y estuvimos celebrando las primeras horas del 2010 hasta que el teléfono nos enmudeció. «Es mi hijo», acabó sollozando papá. Desde entonces, no ha vuelto a pronunciar palabra alguna.

91. Año nuevo, vida nueva (Julia Pateiro)

Suspenden la comilona para prodigarse abrazos y besos. La familia festeja yentre el bullicio, se oyen palabras de afecto, aspiraciones y sueños, pero es mudo el intercambio de deseos en los ojos de los dueños de casa, al chocar el cristal. 

Después de la última campanada, sin prisa, los invitados comienzan a retirarse. Mientras los despiden, disimulan la ansiedad por que se vaya el último.

Sobre la mesa, quedarán indicios de la pantagruélica celebración y, entre las copas, el biberón vacío del hijo que duerme en la cuna, ajeno a que los parientes más cercanos lo apodarán Primo, al cabo de los próximos nueve meses.

90. Navidades blancas

En la mesa vestida de fiesta, reposan las servilletas con iniciales, los tridentes de plata, cucharas y cuchillos, la cristalería fina y las guirnaldas. Testigos fieles de tantas comidas en familia. Ha pensado en los gustos de todos. Para su marido la carne poco hecha, casi sangrante. Las verduras al vapor de su hija. Al mayor, delicado del estómago, un arroz perfumado con hoja de laurel. Y los niños comerán como pajarillos porque no dejarán de jugar. Muy entrada la noche, tras una yerma espera, se duerme encima del mantel almidonado. Algún reloj de carillón en el caserón vacío exhala doce campanadas. En la vecindad se desbrava un mar de alegrías que, frente a su casa, pasan de largo. El teléfono, al igual que los últimos años, seguirá mudo.

 

89. FELIZ AÑO NUEVO

Un graznido de lechuza se entremezcla con el eco lejano de las doce campanadas. Nadie se mueve. Los ojos clavados en el piso, como mirando para adentro, se humedecen. Las manos crispadas, con las uñas rotas, descansan en rodillas, regazos y algunas sobre picos y palas. Qué año, Dios mío, piensa Don Lupe, qué año. Si tan sólo supiéramos onde los enterraron. No, no, acuérdate Lupe, no están muertos, vivos los llevaron, vivos los queremos. Una lágrima caliente le moja los nudillos. ¿Cómo que vivos, Lupe? Ya se sabría, se dice, mientras las imágenes de los huesos rotos, manchados de tierra, encontrados apenas ayer, le atormentan. Ay hijo, háblame, dile a tu padre pa’onde te llevaron. Su pecho se hunde, un suspiro largo aviva la fogata. Esos hombres rudos, como secos, ahora miran el fuego. Mañana será otro día, Lupe, otro año, ten fe. Pero al pensarlo su espalda como rota, se dobla e intensos sollozos le roban el aliento. Hijo, háblame, háblame, pa’onde te llevaron. Nadie se mueve. Sólo la lechuza responde con otro graznido. La noche larga sigue…

88. ¡OH, PRENDA! (by Marcos Santander)

Hágase la luz, y aparecieron luces cenicientas. Como uvas tristes escapadas de algún mísero racimo abandonado al barbecho, se encendieron en cada punto y esquina de la ciudad. A mí no me importó, me había propuesto cumplir todas y cada una de las alegres tradiciones de estas fechas, y así lo hice. Que había que despedir el año llevando alguna prenda roja, pues me calcé mi tanguita rojo y me fui a visitar absurdos belenes, en los que unos reyes, mágicos decían, parecían unos fumaos intentando atravesar imposibles puentes, o, enormes niños en los pesebres parecían haber sido paridos por alguna madre-diplodocus, en vez de por la minúscula virgen señora arrodillada junto a unos cuernos presentes en el portal. Hasta que se despidió el año, después de aquella semana por claustros e iglesias, estuve luchando por recolocar, cada dos por tres, unas castigadísimas gónadas que magulladas peleaban por salirse de las casillas rojas que hacía una semana las martirizaban. Y menos mal que no había tenido consecuencias graves la hostia que nos habíamos dado, mi churri y yo, hacía semana y media con el coche, cuando nos dirigíamos a casa de mi madre a cenar, como cada año, en Nochebuena.

87. El asesino del año.

Era el último día, así que reagrupó todo lo malo que había sucedido en el año, lo metió en un saco y con un palo la emprendió a golpes, doce dio, al ritmo de las campanadas del nuevo año, uno tras otro, hasta que sintió que nada dentro de ese saco se revolvía.

Arrastrando el saco por el pasillo, salió al descansillo, miró para asegurarse de no coincidir con nadie, todos celebraban en ese momento.

Bajó hasta el portal y una vez allí, hizo lo mismo, miró alrededor y salió lo más veloz posible hacia el coche, abrió el maletero y con mucho esfuerzo metió el saco dentro.

Circuló sin rumbo fijo, hasta que a penas sin darse cuenta, apareció ante él un páramo yermo y solitario.

Paró el motor y tras asegurarse de que por allí no había nadie, bajó del coche, sacó el pico y  la pala del maletero y cavó un agujero negro y profundo como su corazón, allí depositó el saco y lo enterró.

Una vez alisada la superficie, respiró hondo sabiendo que esta vez, había ganado, exactamente dentro de 365 días, tendría que cometer otro asesinato a no ser que el año le matara antes a él.

86. SOLILOQUIO DEL RELOJERO (Eduardo Iáñez)

Estaba harto de su oficio. Tener que darle cuerda a ese viejo reloj, tan antiguo como el mundo, le resultaba ya casi insoportable. Llevaba tanto tiempo encargado de su reparación, le ocupaba tantas horas su delicado mantenimiento, que cada vez eran mayores las tentaciones de cambiarlo por uno nuevo. Le seducía la idea de renunciar a su penosa tarea, desechar ese objeto inservible e idear un nuevo mecanismo, rutilante y eficiente.

Al llegar estas fechas, el inconsistente bullicio con que todo el mundo repasaba el año que estaba a punto de terminar convertía esos proyectos en apremiantes. La exhibición descarnada, impúdica, de lo que podía dar de sí el tiempo en manos de la humanidad le producía una profunda desazón. Pero una vez más, como siempre desde que el mundo es mundo, apartó de sí esas ideas inmisericordes. Y un ejército de sus querubines acudió solícito a enjugar las dos recias lágrimas que –grandes como planetas, brillantes como soles– corrían por su rostro enjuto y eterno.

Nuestras publicaciones