Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

124. Entre las páginas. (Manuel García García)

La noche era fría y tenía la chimenea encencida.

Había comprado varios libros de historia antigua y la verdad era que no me apetecía para nada ponerme a leer en esos momentos, pero al final me puse a ojearlos por encima hasta que me quedé dormido en mi sillón de cuero.

Cuando desperté eran cerca de las siete de la mañana. Hacía demasiado frío para mis pobres y viejos huesos, encendí de nuevo la chimenea con leña de encina y me preparé un buen vaso de café. Cuando lo terminé, me puse con un viejo libro de los que compré en el mercadillo. Se trataba de la historia de La Cábala. La verdad es que no me estaba interesando mucho, pero de repente observé que entre las páginas del libro sobresalía un papel muy viejo y doblado, pues estaba amarillento y tenía muchas manchas. Desplegué aquel papel como pude, pues se deshacía con solo mirarlo.

Cuando por fin puede tenerlo desplegado por completo, comprobé que había muchos renglones escritos en un idioma conocido por mí. Eran muy borrosos y no entendía nada. Solo pude leer una anotación. «El sudario sagrado está en To…». Solo pude leer eso.

123. Entre las páginas. (Jesús Lara Vanegas)

Entre las páginas se desahogaba inconscientemente. Sus ojos, tan inquietos como los de un recién nacido contemplaban atónitos el resucitar de aquellos folios.

Derek Paterson no se explicaba el cómo ni el por qué se encontraba bajo aquellos escalones húmedos y desgastados. Su sagre se mezclaba junto con la tinta de aquella pluma de importción que le había regalado su madre en el cumpleaños pasado. Ahora ella yacía muerta a su lado izquierdo.

Los mimos y las caricias pasaría a ser cosas del ayer, meros recuerdos que le producían al inquieto Derek un retorcijón de tripas insoportable.

Prisionero de su propio egocentrismo y ayudado por sus paranoias, Derek Paterson decidió asesinar a toda su familia con la única intención de pasárselo bien.

Su forma de jugar y su forma de encontrar placer cruzaban los límites de lo prohibido, pero ahí estaba él…con su gran sonrisa y su desparpajo juvenil intentando retratar aquella escena tan escalofriante y tan artística a la vez.

Tan solo había dos problemas.Uno: le encantaba dicha escena, era tanto así que pasaría a ser una de su favorits entre tantas..y dos…tan solo tenía ocho años.

122. LA NIÑA CANDELA (Ana Tomás García)

La niña Candela se volvía invisible de lo silenciosa que podía llegar a ser. Nadie hacía cuentas con ella porque desde que nació nadie la tuvo en cuenta. Se alimentó a base de cuentos de viejas y leyendas y aprendió a gatear imitando a los gatos que ronroneaban siempre alrededor de ella. No era fantasma, más bien parecía una sombra de esas  que a nadie asusta. Fue por aquel entonces que el General Grandiosa llegó asolando aquellas tierras y el que no salió huyendo pereció bajo el fuego y la tiranía de aquel delirio de grandeza, que nublaba la mente de un loco que quería convertir en Imperio aquella República Bananera. Ante la alarma de los vecinos que gritaban: ¡Ya llega!¡ya llega!, la niña Candela se escondió en el hueco de un árbol envolviéndose entre las páginas amarillentas de una gaceta. Fue con el correr de los años, al poner de nuevo en pie las barracas de los indios y limpiar de brozas los aledaños de la hacienda ruinosa, que dieron con el hueco del árbol y sacaron de sus entrañas aquel milagro. La niña silenciosa abrió sus grandes ojos de almendra y dijo con voz queda: Me llamo Candela.

121. Herencia

El libro que le legó su padre le trastocó la vida. Por él, se aisló de su mujer y de sus dos hijos, recluyéndose en el sótano. Se aprovisionó de víveres suficientes como para enfrentarse a la eternidad. Instaló una pizarra enorme, con el fin de apuntar fórmulas que tan solo él podía descifrar. Y prohibió el paso a su refugio de todo ser humano para proteger a la Tierra, como le indicó a su mujer la vez en que esta le reclamó todo el amor que le debía.

Estuvo encerrado años, bordeando la locura, persiguiendo la verdad que el libro prometía desvelar entre sus páginas, hasta que una noche de duermevela, en su cabeza, encajaron todas las piezas y, después de trascribirlas en su pizarra, ¡Eureka! Halló el secreto escondido. Así, entre excitado y aterrado, subió en busca de su mujer y sus hijos. Para su desconcierto, no los encontró en ningún rincón de la casa y, cuando ya se daba por vencido, una fotografía sujeta al frigorífico, en el que aparecían dos niñas y un hombre feliz abrazados a ellos, le recalcó el descubrimiento del libro: la proximidad del fin del mundo, que, de repente, dejó de importarle.

120.CUENTO HIPERACTIVO

Hace muchas páginas, cuando el universo apenas era un borrón de tiza, un grillo en celo gimoteaba: “ojalá tuviera madera de líder o alguien a quien someter”. Ocurrió, una línea más abajo, que un grumo de polvo de hadas se apiadó de él y decidió intervenir. A la mañana siguiente, nuestro héroe se despertó con un racimo de granadas al cuello y una bazooka entre las manos. Sin tregua, eufórico, se sentó en el muelle pesquero y empezó a disparar proyectiles como el que asume, sin más, el protagonismo del cuento. Tan grande fueron las detonaciones, que se cargó tres capítulos y un punto de giro esencial en la trama. Comprobó enseguida que no valía para líder… Más sin embargo (¡inesperado final!), quiso la suerte que acertara de lleno sobre un hervidero de ballenas que migraban al sur. Los pescadores en tierra, al descuartizarlas, encontraron en su interior restos humanos aferrados a un catálogo de Ikea. Nuestro grillo, fascinado, repasó una a una sus páginas y encontró, entre edredones y lamparitas de mesa, una marioneta de hilos con forma de niño de la que se quedó prendado. Corrió eufórico a una tienda.

119. Las páginas sin sal saben a poco.

Le regalaron a mamá un libro de cocina. Nunca nadie le ayudaba en nada, y aquel regalo no sabía si tomarlo como una burla o quizás un error. Pero al final resultó de gran utilidad.

-Hoy toca callos –me comentó mientras se levantaba de la mesa.
-¿Qué son callos?
-Es el estómago de los cerdos.
-No me gustan los estómagos de los cerdos –rechisté.
-Calla y abre el libro por la página 123 –me dijo mientras llenaba la olla de agua.

Entonces arranqué la página y antes de dársela, y sin que me viera, la chupé para ver a qué sabían esos callos. No encontré mucha diferencia con el besugo que estaba en la página 98. Ella metió la hoja en la olla y empezó a removerla.

-¿No vas a encender el fuego? –pregunté a mamá por si se le había olvidado.
-No cielo. Se nos acabó el butano.
-¿Y no le vas a echar sal? –refunfuñé.
-La sal es solo para ocasiones especiales.
-¿Y esta no es? –le dije poniendo mi mejor sonrisa.
-Sí, que lo es –me contestó mientras ponía dos granitos de sal. -Uno para mamá y otro para mi niño hermoso.

118. Y jamás supo leer (Barlon Mrando/Juan Fuente)

El abuelo aprovechaba la menor ocasión para contar a cualquiera la historia de su libro. No era una obra suya ni de algún autor especialmente célebre, ni siquiera un ejemplar único o extraordinario, pero todos en casa, y muchos fuera de ella, sabíamos que había salvado la vida aferrándose a él cuándo naufragó. Y no se quedaban ahí sus peripecias juntos: con él había conseguido enamorar a la que fue su esposa el día que se le cayó bajo su falda, fue talismán en aquella final de Copa de Europa del Real Madrid al impactar en la cabeza del árbitro limitando su percepción y objeto de interés de importantes personalidades con las que tuvo la suerte de toparse, entre otras no menos peculiares experiencias. No había en él más valor que el que el anciano le daba, aunque bien se podría decir que estaban tallados del mismo tronco, ambos encorvados, llenos de arrugas y con la firma a cuestas de la pluma tenue de los años. El abuelo era ese sonido que, a base de vivirlo, solo comprendes que estaba a tu lado cuando se ha ido.

Lo enterramos entre sus páginas, evidentemente.

117. Listas de la compra (Juanjo Montoliu)

Pensando un poco, la última vez que abrimos la caja fuerte fue cuando murió papá y dejamos dentro la alianza y el reloj de oro. Mamá, recuerda, siempre conservaba notas manuscritas entre las páginas de los libros. La lista de la compra la guardaba dentro del último que estaba leyendo, por ejemplo. Seguramente dejó la clave en el interior de algún ejemplar de la biblioteca, le digo a mi hermano, mientras él recorre con la vista las largas hileras de baldas del salón comedor y se encoge de hombros.

Todo lo tengo que hacer yo, pienso, así que busco una escalera y organizo el operativo. Voy sacando, uno a uno, cada libro y él los agita. Casi todos tienen listas de la compra por terminar, muy parecidas entre ellas. La mayoría de los productos anotados todavía ocupan un sitio en la alacena. Madre era despistada y por eso lo anotaba todo. Por eso procuraba mantener las mismas rutinas.

Casi hemos terminado de vaciar la biblioteca. Caen los últimos papeles, con nombres de alimentos y productos de limpieza. Ningún número mágico. En la mesa sigue el testamento de mis padres, de hojas amarillentas, que no nos hemos molestado en leer.

116. Perenne (María Elejoste-Mel)

 

La brisa del atardecer mece mis exiguas hojas  despertando olores olvidados. El de la tierra mojada que acogió mi primer brote. El perfume de la amiga hierba pugnando por alcanzarme. Recuerdos perdidos, como el cosquilleo de las primeras yemas naciendo al cálido sol de la mañana. Un nuevo soplo, más frío, me recuerda el dolor lacerante al grabar un corazón en la joven corteza antes de tornarse  leñosa. Aún recuerdo cuando la resina era espesa y borboteaba en mi interior y yo crecía orgulloso hacia las nubes, cobijando en mis ramas a polluelos cantarines. He sido padre de tantos alimentándolos con mis frutos y protegiéndolos las tardes de aguaceros.

Ahora partido por el rayo y carcomido por la vida me aferro a mis raíces. Tengo miedo del hacha que ha de derribarme. He sobrevivido a incendios y no quiero ser leña. He columpiado niños y no quiero ser mueble. Deseo ser oruga y renacer en libros con nuevas hojas, que como las mías, ya amarillentas, cuenten historias con corazón de papel y sangre-savia.

115. LUZ (María Jesús Briones)

Cayó de las páginas de aquel libro del Sistema, empolvado en el desván.

Palpé su relieve, acariciando tu recuerdo. Disecada me devolvió a tu cuerpo.
De pié en el parque jugueteabas con un tallo de rosal, protagonista del pacto de nuestra amistad. ¿O existió algo más?.
El árbol, como un regalo, desprendió su hoja mas tierna, fue el lienzo donde plasmar nuestra alianza.
«La sangre ha brotado de las yemas como dos gotas de coral -dijiste-
Con ella mojamos nuestro labios.
Éramos dos sedientos en busca de una boca líquida hasta encontrarnos.

Un vigilante nos dispersó el futuro.

Te llamabas Luz e iluminaste mis ojos apagados

113. Pájaros sin alas

No sé de dónde han llegado ni por qué no se marchan. Al principio parecían inofensivos pájaros andando a saltitos. Sus coloridos plumajes, sus trinos evocadores, sus extraños nombres: el beso que no di, la palabra callada, la carrera que abandoné, el hijo que no tuve.

Con picotazos duros e implacables han empezado a arrancarme trozos de carne. De momento parece que solo atacan a mis pies, pero si no los paro subirán por las pantorrillas, los muslos, el sexo; llegarán hasta el corazón, y  a eso, sospecho que no sobreviviré.

Pruebo rompiendo las hojas del libro que tengo entre las manos. Hago pequeñas bolitas de papel con ellas y se las lanzo. Parece que de momento eso les calma.

 

112. Resurrección (Montesinadas)

El protocolo de reanimación es siempre el mismo. Un suave tirón en el lomo, como un pellizco en la nuca que te despierta de un letargo profundo y prolongado sobresaltando al corazón. La posterior inclinación produce un  cierto vértigo causado por el brusco cambio de postura que desaparece pasados unos segundos, cuando liberado del estante, empiezas a respirar de forma torpe inicialmente, despacio, inhalando aún ese polvo añejo que da la inmortalidad.

Una vez abierto y sin la presión de la portada, el aire vuela entre las  páginas y comienza la resurrección,  el espacio para el culto, la república de la vida. Cada uno cumple su papel de manera disciplinada, unos se sienten héroes desde la frase inicial, otros deberán esperar a capítulos posteriores para enriquecer la obra y crecer psicológicamente en situaciones comprometidas.

Los que se saben amantes y dueños del placer cubren sus cuerpos desnudos con la hoja ya amarillenta y esperan su momento para el asalto, los secundarios mantienen la humildad  y no olvidan detalle para ser tal cual están descritos, todos cumplen con ilusión renovada, incluso aquellos que saben, como yo, que volverán a morir en la siguiente página.

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