Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

111. ALMAS EN LA NIEBLA

Como cada anochecer del último año, cuando las primeras estrellas comienzan a despuntar en el cielo de la Costa de la Muerte, encuentran  la figura de María con la mirada perdida  en el horizonte,  esperando ver regresar el barco de Marcos.

Permanece allí, muy quieta, desafiando al viento que se empeña en derribarla, hasta que sube la marea y  las olas del mar  rompiendo contra el acantilado,  trepan hasta besar sus lágrimas.

La luz del viejo faro que no pudo salvarlo,  despide sus pasos cansados de regreso a casa.

Antes de dormirse, plasma  en un pequeño diario los recuerdos de su vida juntos,  antes de que se los arrebate  el olvido.

<<Te esperaré siempre amor>>  escribe al final de cada página.

Ésta mañana, el pueblo ha amanecido envuelto en una  densa  niebla que se ha adentrado durante la noche desde la costa. También se ha colado  por la ventana abierta  de María,  llenando cada rincón de su habitación.

Pero ella no abre los ojos para despertar. Su cuerpo sin vida,  muestra sin embargo en su semblante un rictus de felicidad.

Sobre su pecho, manchando su camisón de tinta,  reposa su diario mojado, y entre sus páginas emborronadas, olor a mar.

110. EL POEMA (Rafa Heredero)

Siempre que podía trataba de embriagar a mi maestro, un poeta del que aprendí todo lo que sé. Para ser buen escritor —era su consejo más repetido, como si fuese un mantra— había que renunciar a casarse: la rutina de la mujer, la familia y los hijos acababa por matar a la poesía.

Pero cuando lograba hacerle beber, cuando el alcohol lo derrumbaba y sus ojos se inundaban con esa tristeza tan parecida a la derrota, me volvía a contar la historia, que yo había escuchado cientos de veces sin cansarme, de un grueso volumen de poesía, muy manoseado, del que nunca se separaba, el que lo había salvado y convertido en lo que era.

Aún podían verse en él los ecos de un disparo certero que no llegó a rozarle el corazón por milímetros. Dos huellas, semejantes a los surcos que trazan las lágrimas, horadaban el libro. Y allí, entre las últimas páginas que no había conseguido atravesar, seguía prisionero y palpitando como una herida, un poema más bello que cualquiera de los que él hubiera creado, el más hermoso de cuantos jamás pudiera imaginarme: la mirada encendida de una mujer enamorada.

109. SON GIGANTES DE PAPEL

 Una niña acogía en un orfanato iraquí. Aparece tumbada sobre la figura de la madre ausente, a la que ha dibujado con tiza sobre el cemento del patio. Y debido a su procedencia oriental, antes de acostarse en su regazo deposita respetuosamente los roídos zapatitos a los pies de la figura materna.

No es más que un recorte de periódico doblado con esmero para no estropear la fotografía. Reposa en una página cualquiera de un libro cualquiera, siempre a la espera de ser descubierta. Para que la imagen de una niña anónima, de nombre desconocido, produzca ese revolcón en las tripas a todo aquel que no esté dispuesto a olvidar su historia.

Una vieja instantánea nos recuerda que ya nunca seremos jóvenes.

Un billete de tren que pudo cambiar nuestra vida.

Quizás un décimo de lotería que decidió no cambiárnosla.

Una dedicatoria, una firma, una fecha…

Todo está en los libros que ocultan entre sus páginas los senderos de vidas ajenas. Por eso, querido Sancho, no doblaremos las rodillas ante el frío ingenio digital. Porque nos obligaría a dejar de ser nosotros mismos. A dejar de descubrirnos entre las páginas de papel.

108. CONTINUARÁ

Pasé cien años de soledad buscándola por las calles de Macondo, después de recorrer sin éxito cada lugar de la Mancha. Vagué como un poeta triste en Nueva York, contraté a Sherlok Holmes en Londres y me dejé seducir por las luces de bohemía de Madrid. Errante, revisé todos los castillos, los senderos del agua y los montes de Toledo e incluso las charcas donde algún maleficio pudiera haberla dejado convertida en rana.

Leí cada libro que dejó en la mesilla de noche, junto al sofá de la sala, los enlaces del ordenador… Seguí su rastro palabra a palabra convencido de que la nuestra era la historia interminable, pero supongo que todo lo que importaba cabía en aquella maleta gris.

Sin darme por vencido, fui a la biblioteca pública, al puesto de segunda mano en el mercadillo de los domingos e incluso ese banco del parque en el que alguien libera libros. La mayoría ya los he leído, pero confieso que ha vuelto a sorprenderme que el coronel no tenga quien le escriba mientra tú me dejas dedicatorias, mensajes en clave subrayando palabras y, entre guerra y paz, por fin, una cita.

 

 

107. EL ASESINO SE ESCONDÍA ENTRE LAS PÁGINAS. (Manu Garpe).

Era un verdadero devorador de novelas policiacas y solía presumir de haber leído casi todas, pero una al menos parecía resistírsele. La buscaba con obsesiva insistencia entre todas las tiendas de libros de la ciudad y siempre obtenía un no por respuesta. Cuando ya estaba a punto de darse por vencido descubrió una vieja tienda de libros descatalogados y de segunda mano  que no recordaba haber visto antes. Entró nervioso, y con cierta euforia contenida, dejando casi con la palabra en la boca al dependiente cuando éste le indicó la estantería donde podía encontrar la ansiada novela. Rebuscó entre varios de los títulos depositados en aquellos estantes polvorientos hasta que, vieja y amarillenta, la encontró. Sopló el polvo que la envolvía y la abrió leyendo al azar una de sus páginas. Su gesto entonces mezcló rasgos de satisfacción, incredulidad y temor al creer entender que era él a quien el asesino estaba a punto de disparar al finalizar la lectura  del tercer párrafo. Aterrado, cerró el libro antes de que la bala pudiera alcanzarle en la cara.  Tras volver a colocarlo donde estaba quedó perplejo al observar el humillo que salía del interior de sus páginas.

106. REENCUENTRO

Debido a la excesiva presencia de tecnología en nuestra vida actual, llevaba varios años sin detenerme frente a la estantería de los libros. Pero hoy me pareció escuchar unos sollozos lastimeros que llamaron mi atención. Una película de polvo los cubría. Tomé uno de ellos al azar y al pasar las páginas, las letras desgastadas se deslizaron dejando un trazo de polvo grisáceo e irregular; en otro ejemplar, detrás de la portada, un raquítico superhéroe luchaba a duras penas por agarrarse y no caer; en otro de lomo grueso que apoyaba en lo alto de la estantería superior un protagonista envejecido y ojeroso apenas mantenía el orgullo de su condición y cuando abrí el de la esquina inferior descubrí a un grupo heterogéneo de brujos, ciclopes, centauros y unicornios que lloraban acurrucados y temerosos de los fantasmas de la oscuridad a la que habían estado sometidos.

Todos me miraban, de repente, como aliviados. Entendí que nunca más debería olvidarme de ellos.

 

105. LAPSUS (Jes Lavado)

El niño abre el libro por el cuento del elefante amnésico. De inmediato queda atrapado por las brillantes ilustraciones y pasa la página con avidez de piraña. Pero al otro lado aguarda un pirata sanguinario que canta ópera y se alimenta de tuétanos. Entonces, la sed de aventura le devora y avanza veloz, derrapando entre viñetas y párrafos, para colisionar fatalmente con el joven Holden Caulfield, al que han expulsado otra vez del internado, y que, como él, no encuentra su lugar en el mundo. Noqueado, no puede parar, y deambula de cataclismo en cataclismo, padeciendo con el hombre que se convirtió en cucaracha; deslumbrado por las fantasías de un cuarentón norteamericano hacia una preadolescente. Da varias vueltas al mundo, pasa unas semanas en Macondo y varios milenios escalando una Montaña Mágica. Algo cansado, decide anidar un rato en un verso de Neruda. Entonces el niño se mira las manos, que ahora son quebradizas y huesudas, las de un anciano. Todavía perplejo, ve cómo el poema que leía comienza a emborronarse con lentitud, creando un vórtice de tinta. Desafiante, acepta el reto y se arroja al abismo, permitiendo, sólo por esta vez, que un sueño atroz le derribe los párpados.

104. No podemos ser dioses

        Mordisqueándose las uñas, el joven aguarda su turno al final de la improvisada cola. Se siente privilegiado por colaborar en el C.A.B., el ultrasecreto Centro de Análisis Bibliológico, donde se codea con los mejores criptógrafos del planeta.

     Tiene delante, entre otros, al genio que descifró el Códice Voynich. Le sigue un rabino que encontró nada menos que la Segunda Poética de Aristóteles y el Necronomicón. Y unos pasos más allá sonríe el legendario descubridor de cientos de cuartetas de Nostradamus, por las que cualquier servicio de inteligencia estaría dispuesto a matar.

       Todos ellos ambicionan comprobar en persona un nuevo hallazgo, fruto de una de aquellas proféticas estrofas: un libro de 1998 ―cifra resultante de multiplicar 3 (número de la Trinidad) por 666 (número del Maligno)― que otorga la sabiduría omnisciente. Porque quien pronuncie seis veces la sexta palabra del sexto renglón del capítulo VI alcanzará el conocimiento infinito del universo y su razón última.

          La fila vuela.

        En seguida el joven levanta con unción el tesoro e inicia su mántrico conjuro como un poseso. No sabe ―ni sabrá jamás― que la razón absoluta conduce a la locura. Y que a los tres minutos exactos, como sus ilustres colegas, morirá.

103. EL SUEÑO DEL PEQUEÑO SAN JORGE

 

Me despertó el olor a humo. En casa nadie fuma, tampoco es invierno para que la chimenea esté encendida. Por un momento, temo lo peor. A punto de salir corriendo de mi habitación gritando ¡fuego!, ¡fuego!, doy con el origen de aquel aroma. Al pie de mi cama, junto a mis zapatos, se encuentra el libro de cuentos que estuve leyendo anoche. De entre sus páginas asoma la cabeza de un dragón, que a cada ronquido exhala una pequeña fumarola.

102. Me llamo Fahrenheit 451 (Elysa Brioa)

A la memoria de Ray Bradbury

Hubo un tiempo oscuro, en el que la humanidad cayó en la locura. La moral no existía y ser humano significaba pisar a tu semejante. Lo llamaron crisis para disfrazar la decadencia de todo lo decente. Lo primero que atacaron fue la cultura, solo una minoría privilegiada podía disfrutarla. Después llegó el desprecio, decidieron que había que quemar los libros, que confundían a las masas, que los obligaban a pensar. Todo parecía perdido, hasta que surgió la guerrilla de las personas-libros. Algunos locos soñadores, inspirados por las ideas que habitaban entre las páginas de un volumen, se rebelaron contra la sinrazón; lo hicieron tomando el nombre de su obra literaria favorita. Cada resistente la memorizaba para, aunque el papel fuera quemado, las palabras pudieran ser preservadas y algún día cuando el futuro fuera más benévolo volver a gozar de todo el saber. Muchos cayeron en estos años aciagos, pero la tenacidad, la esperanza, el deseo de aprender han ganado. Se han perdido grandes obras, aun así hemos conseguido superar a la oscuridad y hoy por fin volveremos a imprimir un libro. Ese honor me ha correspondido a mí. Me llamo Fahrenheit 451.

101. Erase una vez

— ¡La cena está en la mesa! —gritó por segunda vez desde la cocina. Terminó de servir la sopa y con un suspiro fue a buscarla a su habitación. Cada noche igual.

—Que se enfría…— pero estaba vacía —, ¿dónde estás?Miró en el lavabo, en la salita, volvió a la cocina. ¿Dónde se habrá escondido? Regresó al dormitorio y buscó bajo la cama, tras las cortinas.

Finalmente sus ojos tropezaron con el libro abierto sobre la cama. Echó un vistazo a las páginas amarillentas, releyó un párrafo y le saludaron cordiales los enanos. Ella también se alegraba de verlos y les devolvió el saludo. Observó el lejano castillo y reparó inquieta en la luz de una vela que ascendía hasta lo alto de la torre. Desde que le enseñó a leer sabía que esto ocurriría. Ten cuidado con el dragón, hija mía.

100 -TORMENTA EN UN VASO DE WHISKY Marta López Cuartero

El joven grumete soltó el cabo de la botavara y arrió con dificultad la vela mayor. Las embestidas de la tormenta lo tambaleaban en la cubierta. Cogido con fuerza al timón, sollozaba:

-Dios mío, ayúdame. No debí salir, lo sé…

 Sentado en el sofá, Luis se revuelve y agita inquieto los cubitos del whisky que se ha preparado esa tarde de sábado.

Se desplegó una encolerizada marea que le terminó de arrebatar el control del rumbo, la embarcación ya a la deriva se acercaba hacia los riscos puntiagudos de la escollera. El muchacho …

Pasa la página. El líquido se arremolina sobre el hielo, y este sobre el cristal, como el oleaje. Una brisa salobre salpica su cara. Bebe.

Apenas quedaba media milla para alcanzar tierra firme, pero la cresta de una ola … 

 Levanta la vista, se quita las gafas y pasa la página. El líquido del vaso se ha desbordado, tiene la camisa mojada. Mira por la ventana. Recuerda la discusión con su hijo adolescente, el portazo. Hace horas que se ha ido y no sabe dónde. El mar está negro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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