Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

135. FINCIPIOS

Empezó coleccionando “Fines”  de todo estilo y grafía.

Cuando consideró tener un  número importante empezó a acumular “Érases”. Consiguió  otra ingente cantidad.

Dicen que ha logrado una fortuna, vendiéndolos a afamados  escritores, en el mercado negro.

En su biblioteca, cual Hospital de Letras, un montón de páginas  adolecen de sus heridas.

134. La búsqueda

Los viejos del lugar no recordaban otra realidad. Sus abuelos les habían hablado de libros en los que existían ingeniosos hidalgos, poetas que avanzaban a través de los infiernos, o estudiantes homicidas derrotados por el remordimiento. Pero incluso para ellos, curtidos en mil batallas, aquello solo eran habladurías de ancianos. Desde siempre, la protagonista de todas las historias había sido Maribel. Maribel vendiendo su alma al diablo, Maribel vigilada por el Gran Hermano, Maribel intentando cazar a la gran ballena blanca.

Tiempo atrás, más allá de donde alcanzaba la memoria de la humanidad, Maribel también fue de carne y hueso; una mujer dulce y soñadora, y una mujer enamorada. Su marido, apasionado lector, pasaba horas entre libros e historias, y a ella le encantaba observarlo mientras leía.

Un día, él desapareció. Los vecinos lo vieron entrar en la biblioteca, pero ninguno lo vio salir. La policía dijo que simplemente se había esfumado, y cerró la investigación al no poder seguir ninguna pista. Pero Maribel, tenaz, se dedicó a buscarlo por sus propios medios. Y así siguió. Porque Maribel era una mujer enamorada, y sabía hasta qué punto podía llegar su marido a enfrascarse en los libros.

133. Desmemoria

Desmemoria
Las delicadas manos de pergamino eligieron el libro rojo de la estantería. Ella lo abrió despacio, dejando que las hojas se deslizaran entre sus dedos, y se detuvo frente a una palabra subrayada: «siempre». Aquella señal despertó un recuerdo apagado en su memoria y cimbreó su cuerpo de pies a cabeza. Las letras se elevaron de improviso en el papel, formaron una estrecha escalera de caracol, y arrastraron su espíritu en un remolino. Allí, los sueños olvidados se enredaron en sus cabellos grises volviéndolos de un castaño intenso, y su rostro marchito se transformó en una cara pecosa de ojos vivos. Conocía aquella historia; hablaba de ella. Podía sentir cómo las emociones la envolvían y caían nuevamente a sus pies, volviendo a ser frases ordenadas y silenciosas. Abrió poco a poco los ojos, y regresó.
El hombre de rostro cansado esperaba su vuelta, sin moverse de su lado, con una sonrisa amable y un leve destello de dolor en los ojos. Ella se preguntó quién sería aquel desconocido que colocaba el libro en su lugar y la besaba en la mejilla. » Siempre», musitó él en voz baja. Pero ella ya no lo escuchaba.

132. USER’S MANUAL

Ayer volví a la librería Manderley y me compré un libro electrónico. Siguiendo mi inveterada costumbre,  lo forré cuidadosamente con aironfix pegajoso y le añadí un separador propaganda de una librería gay con el consabido paisaje de Klimt. Luego lo examiné durante un rato, lo que me permitió comprobar que no tenía hojas pegadas ni esas molestas babillas. El libro abordaba una complicada trama sobre una multinacional electrónica, incluía diversos planos y diagramas aclaratorios y venía acompañado de la traducción japonesa. No obstante, era pequeño y manejable. Decidí  subrayar un par de ideas importantes con un edding rojo de punta gruesa.  Con el libro regalaban un extraño aparato negro con pantalla que arrojé en la primera papelera, dispuesto como estaba a no seguir llenando la casa de trastos.

 

 

131. Al otro lado de todo

Vivir ya detrás de todo,
al otro lado de todo

Pedro Salinas

En los estertores del universo la gente deambulaba por las calles. No había destino cierto ni espacio físico en el que sobrevivir.

El cielo estaba rojo, escocía de calor, pero mamá me obligó a abrigarme porque, allá donde íbamos, podía hacerme falta. Como lloraba, le hice caso. Papá condujo hasta las afueras y entramos en un recinto vallado guardado por soldados. En la explanada vimos un cohete pequeñito, de colores, y muchos niños alrededor. Solo niños. Ahí me entró la pena, cuando supe que ni papá ni mamá iban a viajar conmigo al interior de la ficción.

130. PAPEL MOJADO (TÍNDARO DEL VAL)

Disfrazado de violetera atraviesa el mercado central sin ser reconocido. Al llegar a los soportales se queda paralizado en blanco y negro durante más de tres horas, porque le pilla la hora del almuerzo. Ya por la tarde, y a todo color, cruza la calle sin mirar y una camioneta casi lo atropella, pero le da tiempo de esquivarla vestido de banderillero. Con el rostro desencajado le dedica al conductor una calavera, un burro y un váter. Llega a la plaza mayor justo cuando el reloj marca las doce. Ahí está «El Rana», con su mandíbula cuadrada y su eterno aire de matón. Se acerca a él camuflado de planta, saca la porra dispuesto a golpearle en toda la cocorota, pero de repente…un temblor…todo se desdibuja…mientras una enorme tromba de agua inunda la viñeta.

¡Disfraz de buzo!

¡Me cachis en la mar!

¡Un poco de atención ahí arriba, que ya es la tercera vez esta semana!

 

129. EL DÍA MÁS LARGO

Mi mujer y las niñas han ido a ver a los abuelos, así que me levanto temprano, dispuesto a acometer una tarea que llevo posponiendo mucho tiempo. Empiezo por los estantes más bajos, aquellos donde guardo los libros de la infancia, los de Dickens y Verne con ilustraciones a plumilla, y desfilan en hilera sensaciones ya olvidadas. Un rato más tarde, aparecen las primeras dedicatorias con letra de mujer; son libros de Hesse, de Borges, de Cortázar, y me tengo que demorar por fuerza. Vienen los veintitantos,  Flaubert, los rusos, Yoknapatawpha. Entre las nubes de polvo oculto mi ensimismamiento. Llega el matrimonio, los libros de ella, los tratados de psicología infantil, los cuentos a color, aquella “Enciclopedia del estudiante” tan imprescindible. No me entero ni de la hora de comer. Por la tarde empiezo con los no leídos, esos tomos de Proust y Joyce ya amarillos, los ensayos históricos, Montaigne, los libros de memorias. El final del día me pilla con “De brevitate vitae”, de Séneca, en las manos. Miro hacia afuera y un hombre viejo me quiña un ojo desde el reflejo del cristal.

128. La última lectura (Nicoleta Ionescu)

            Emma encontró en el paquete un libro que no había ordenado, titulado El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, de un tal Cervantes Saavedra.

            Primeramente quiso devolverlo, pero, hojeando el tomo, la atrajo el gusto del pobre Alonso Quixano por las hazañas de los caballeros andantes y de las damas de sus almas. Le parecía muy romántico. El hidalgo se convertía en Don Quijote y se enamoraba de Dulcineea, que no era más que una torpe y fea labradora…

            Sin duda, este libro le pareció familiar, como si el autor lo hubiese escrito especialmente para ella. Por entre las líneas descifraba sentidos ocultos y detrás de su sonrisa empezaron a brotar lágrimas.

            En el escritorio la esperaban las cartas de Rodolphe, Léon y Justin. De repente, los vió a los tres exactamente como eran en realidad: torpes y mezquinos, despojados de sus auras; simplemente hombres. La imagen era insoportable. Ya no podía continuar así.

            Abrió lentamente el pequeño cajón donde guardaba el frasquito verde. Lo destapó y lo acercó a sus temblorosos labios.

            Desde la cubierta del libro, Cervantes guiñaba el ojo, susurrando malicioso: «Madame Bovary, c’est moi.«

 

127. Fluir (Isabel López Soriano)

Puedo pensar que ahora no es el mejor momento de mi vida.
Dado que yo decido pensar en ésta o en cualquier otra cosa, decido que yo decido, es más, decido dejar de decidir. A partir de “ya” voy a dejar de pensar, voy a dejar de existir, simplemente voy a continuar viviendo mi vida sin mente, atendiendo sólo a mi propósito, sin peleas, sin luchar. Voy a ser.
Yo y el fluir pausado de la vida.
Empiezo a escribir este legado a los que vengan tras de mi.
Escribo, garabateo rápido un montón de páginas con unas normas sencillas, básicas para seguir. Parecen trazos inconexos pero sé que quien las recoja y analice comprenderá el fundamento de mi nueva vida.
Pero, ¿dónde depositar un tesoro tal de conocimiento como éste? ¿Dónde para que pueda ser encontrado por el erudito que entienda y transmita al resto de mortales?
Tardo. No se me ocurre el mejor sitio. Desespero en mi frustración hasta que, por fin, alcanzo lo ideal.
Las olas mecerán la botella el tiempo suficiente para ser encontrada.

126. Una fotografía

Leía, y al pasar la página del libro encontré una fotografía.  Al observarla me vi en ella.   El libro cayó al suelo y sus páginas volaron  por la habitación. Mi interés se posó, entonces,  en la fotografía de colores brillantes, fondo de espesa vegetación, casas de techo desteñido y paredes blancas.  Un grupo de extraños personajes me acompañaba. Mi  torso sobresalía debido a su elevada estatura, camisa floreada,  cabello negro y una incipiente barba. ¿Dónde estaba? Fue como volver a un pasado olvidado.   Sin quererlo, comencé a encogerme, como para entrar en la camisa floreada.  Mis piernas se doblaron , las rodillas se pegaron al mentón.  El cuerpo se fue desliando, y un pasaje de sólido a gaseoso, me introdujo en la escena en forma de humo  indagador.  Un canto en idioma ininteligible de mujeres chillonas acompañadas de panderos, me ensordeció.  Los hombres parecían limpiar con plumeros los cuerpos de sus vecinos de danza…yo, los emulaba.  Alguien me llamó con insistencia.  La imagen se veló.  Las páginas voladoras  descansaban sobre la alfombra.   Enfadado, comencé  a recomponer el libro.

125. La nota

Y fue entonces que la vi, había abandonado por años aquel libro de poemas que me obsequiaste, estaba dolido, nunca regresaste ni supe de ti. Al tomarlo emergió entre sus páginas perfectamente doblada, aun conservaba tu perfume, sorprendido la abrí y su lectura echó por tierra todo el rencor que había acumulado con el paso del tiempo y tu olvido.

Me decías que ya no había esperanzas, que era irremediable, que más allá de todo me seguirías amando…

Un tremendo frio recorrió mi cuerpo, miré al cielo y pedí perdón.

Ahora te llevo flores.

124. Entre las páginas. (Manuel García García)

La noche era fría y tenía la chimenea encencida.

Había comprado varios libros de historia antigua y la verdad era que no me apetecía para nada ponerme a leer en esos momentos, pero al final me puse a ojearlos por encima hasta que me quedé dormido en mi sillón de cuero.

Cuando desperté eran cerca de las siete de la mañana. Hacía demasiado frío para mis pobres y viejos huesos, encendí de nuevo la chimenea con leña de encina y me preparé un buen vaso de café. Cuando lo terminé, me puse con un viejo libro de los que compré en el mercadillo. Se trataba de la historia de La Cábala. La verdad es que no me estaba interesando mucho, pero de repente observé que entre las páginas del libro sobresalía un papel muy viejo y doblado, pues estaba amarillento y tenía muchas manchas. Desplegué aquel papel como pude, pues se deshacía con solo mirarlo.

Cuando por fin puede tenerlo desplegado por completo, comprobé que había muchos renglones escritos en un idioma conocido por mí. Eran muy borrosos y no entendía nada. Solo pude leer una anotación. «El sudario sagrado está en To…». Solo pude leer eso.

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