Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

85. Náufrago

Cada madrugada contempla fascinado cómo el trasatlántico vuelve a  estrellarse contra  el iceberg en el fondo del vaso de bourbon. Y ni siquiera  los gritos desgarrados de la muchacha del camarote 115, la que tiene los mismos ojos dolientes de Lucía, consiguen hacerle abandonar el deseo de hundirse para siempre con él.

84. La llave (María Elejoste -Mel)

 

—Su nombre, por favor —el primer oficial del Carpathia posa la mirada en la gargantilla de diamantes —lady…

Ella se envuelve en el abrigo y tiembla al recordar al monstruo hundiéndose. Siente en sus huesos los codazos y empujones que le han arrastrado por cubierta hasta el bote salvavidas.  Regresa la angustia de correr a trompicones por el laberinto de pasillos y cubiertas. Recuerda haber cerrado la puerta del camarote, cogido los diamantes y los ojos incrédulos de Maurice. El calor del odio y la fuerza del desprecio. El coraje de ser madre y la humillación a los bastardos. Descubrir que el deseo no es amor y que frac y cofia viven en cajones separados. Maurice aferrándola por el brazo, «Deja eso, saca de aquí a mi esposa, salva a mi heredero». Su señora llamándola «Melany, muchacha, reacciona,  el barco se hunde, ayúdame con las joyas». El sobresalto del impacto, dicen que contra un iceberg, la devuelve a la realidad del día después.

—Madame Chevalier —balbucea palpándose el vientre —y el futuro Señor de Lautrevié —de un bolsillo extrae la llave 115 prueba de su futura identidad. En el otro aprieta las tijeras de su pasado.

83. ¡Extra, extra!

— Extra! Extra! Sepa todo sobre el hundimiento. El Titanic. Extra! Extra!

Un escuálido muchacho de cara sucia voceaba ofreciendo ejemplares del Daily Herald a todo aquel que quisiera comprarlos.

El pequeño Adrien se paró en seco, ¿Titanic? Echó a correr hacia el vendedor de periódicos y al chocar con él simulando un accidente fortuito le arrebató el ejemplar que blandía en alto.

Siguió corriendo hasta su apartamento, casi al otro lado de la ciudad y entrando como una tromba lo dejó sobre la mesa. Su madre empezó a regañarle, al tiempo que intentaba impedir que varios carretes de hilo de su costura salieran rodando y cayeran al suelo.

Pero se detuvo al leer las palabras que sobresalían en el titular, hundimiento, Titanic.

Pálida se abalanzó sobre el papel, y leyó impacientemente sin dejar de murmurar: August, mi August. Maldito y orgulloso cabezota.

Buscó su chal, cogió de la mano al niño, sin ver que aún no había recobrado el aliento y corrió escaleras abajo en dirección al puerto.

Todas sus esperanzas, todo su dinero, viajaban en el camarote 115 del barco.

Rezaba para que al menos las heladas aguas no se hubieran tragado también a su marido.

82. A contrarreloj

Hay barcos que se hunden y amores que naufragan. Hay tablas que ayudan y amores que salvan. Beatriz estaba encerrada. Sus gritos traspasaban la puerta del camarote 115. Yo no era nadie. Un mozo de carga que nunca podría esperar nada. Pero aquella noche yo podía ser el héroe que salvara a Beatriz. Por una vez, podía darle sentido a mi mísera vida rescatando a mi amada, atrapada en un titánico barco que amenazaba con hundirse. Avanzaba con el agua hasta las rodillas, movido por el resorte de su voz, por el infinito pasillo. Nos habíamos visto cada noche en cubierta, cuando ella salía a tomar el aire. Me había sorprendido mirándola, en la mañana, con su melena al aire, riendo como una colegiala. Hacía apenas unas horas, mientras bailaba ese vals con su prometido, sus ojos estaban presos en los míos. Dónde estaba ahora el apuesto mozo? La había dejado sola. «Estoy aquí, Beatriz, ya voy». Empujé con todas mis fuerzas la puerta. Conseguí entrar junto al río de agua. Tomé a Beatriz por la cintura: «Soy tu tabla esta noche, Beatriz. Tu eres mi salvavidas». No me importa morir porque he vivido toda mi vida para este momento.

81. Eterna promesa

Su traje estaba hecho jirones y tenía los zapatos empapados. No era esa la imagen que Robert esperaba mostrar aquel día, pero pese a ello avanzó con decisión a través de los pasillos. Se detuvo frente al camarote 115.

–11 de mayo; nuestra primera cita –dijo para sí con una sonrisa en los labios.

Él estaba en la 262, que señalaba la fecha en la que le pidió matrimonio. La idea de relacionar los camarotes con esos acontecimientos fue de Mary; siempre le sorprendía con excentricidades de aquel tipo.

Abrió la puerta y la encontró sentada. Estaba realmente hermosa. Su vestido de novia, blanco inmaculado, elevaba su belleza a la altura de un ángel. Cuando la vio, su dicha fue absoluta, y olvidó al instante el hiriente comentario que quería hacerle sobre la ocurrencia de casarse en el Titanic. En su lugar, apoyó una rodilla en el suelo, ese gesto de galantería antigua que ella tanto agradecía, y colocó la alianza en su dedo. Después se levantó, apartó el alga que Mary tenía en la boca y la besó.

Siglos más tarde, ambos permanecían abrazados, escuchando a lo lejos cómo la orquesta interpretaba la marcha nupcial para ellos.

80. EL VIEJO SILENCIO

– ¡Tenemos que salir de aquí!

– Vete tú, si quieres. Yo no pienso irme sin ella.

– Todo esto es absurdo. Ni siquiera la conoces.

– Te equivocas. Cuando la vi paseando en la cubierta, supe que la conocía desde siempre. Que la había esperado toda mi vida.

– Conmovedor. Pero, ¿por qué la estamos buscando en los camarotes? ¿Qué te hace pensar que no ha dejado ya el barco?

– Sigue aquí, lo presiento. No sé, puede que se haya quedado encerrada, o que no sepa encontrar la salida.

– ¿Puede? ¿Puede? Mira, yo no pienso morir aquí. O vienes conmigo ahora, o…

– ¡Espera!

– ¿Qué pasa?

– ¡Allí! ¡La luz! ¿No ves la luz?

– Pero…

– ¡Vamos!

Cuando entraron en el camarote, descubrieron que su único ocupante era un extraño calamar fosforescente, que salió disparado en cuanto vio amenazada su soledad. Los dos peces abisales se miraron confundidos, mientras descendía sobre ellos el viejo silencio, cargado de oscuridad y melancolía.

 

 

79. El último beso

No puedo precisar en qué momento regresó mi alma, pues todo me parece un sueño: la habitación en completa penumbra, el ruido del mar estrellándose contra la quilla, el silencio de las estrellas, nuestros cuerpos entrelazados durante el incendio agonizante de nuestros sentidos. Perdidos entre el espacio y el tiempo fuimos lanzados hacia la ventanilla del camarote. Un movimiento repentino del timón a estribor nos arrojó del paraíso con brutalidad. Luego, un golpe seco nos estrechó nuevamente. Nos miramos con ojos llenos de miedo. Asustados tratamos de salir, mientras el ruido de los motores se ahogaba en la lejanía, dejando solamente el sonido de la música. Después de un breve silencio, un frenesí intenso de gritos atiborró el ambiente. No pudimos abrir la puerta. Fue imposible. A pesar de los golpes demenciales y las suplicas desaforadas. El barco empezó a inclinarse mientras decenas de pequeñas embarcaciones se alejaban como luciérnagas asustadas. Vimos como cuerpos pálidos y congelados se hundían junto con nosotros. Pareciese que ellos trataban de entrar al calor de nuestra habitación cerrada. Llegamos al fondo sin miedo, ahí en la oscuridad del camarote 115 del Titanic nos ahogamos con el último beso.

78. CUANDO SUFICIENTE ES MUCHO

Recogiendo colillas por calles y callejones se agudiza mucho la vista, y no pasa desapercibida una preñada cartera que acaba pariendo billetes jamás vistos ni sopesados.

Era como un regalo intentando compensar las Navidades pretéritas de una vida sin luces ni gracias que traer al recuerdo.

Me dirigí a la taberna del puerto mientras pensaba, con una sonrisa boba, que si me administraba podría fumar, beber e incluso comer durante una buena temporada.

En la barra había un trajeado rechoncho, pasado de copas, maldiciendo a una mujer con la que era evidente que todo se había ido al traste; y cuando Charles le convenció de que se fuera a casa, se puso a llorar como un niño porque comprobó que no llevaba la cartera.

El tabernero era buen tipo y le dijo que ya pagaría otro día, pero él insistió en entregarle, al que abonara su cuenta, un billete para el camarote 115 del Titanic que ya no le hacía mísera ilusión.

Me aproximé raudo para atraparlo, pero el bruto de Jones me metió un viaje endiablado.

Desde el suelo, le miré con rabia ante tal humillación, hasta que concluí que para mi la jornada ya había sido suficientemente afortunada.

 

77. Maëlstrom (Eduardo Iáñez)

rostros conocidos irreconocibles ojos en blanco ojos muertos de pez frías medusas viscosas como la muerte bocas desencajadas que buscan el aliento de la vida gélidos labios yertos cenicientos rostros sin vida cuerpos amados entre dos aguas botellas de champaña al alcance de la mano copas de bohemia danzantes bourbon on the rocks entre los sargazos todos menos tú me hundo en la desesperación y en nuestro camarote 115

76. CRUCERO POR EL MEDITERRÁNEO

 

Un coro cantaba en la habitación 113 cuando Luis y Julia, casados hacía diez años, entraron en la habitación 115 que les había tocado gracias a los cereales que tomaba Luis cada mañana. Oyeron a los cantores y pensaron: “qué vecinos más originales”. Pero ya llevaban tres días de navegación y aquellas voces masculinas cantaban a cualquier hora y siempre habaneras. El ritmo repetitivo de aquel canto hizo que Luis se relajase y roncase a un volumen sobrenatural gracias a las bebidas que le proporcionaba su pulserita de todo incluido.

Si Julia se hubiese tomado aquellos ruidos como una sinfonía hubiera sido como se podía leer en la caja de cereales: “Gana un crucero romántico por el mediterráneo”. Pero la desesperación de no dormir unida a que le costaba encontrar un lugar a salvo del animador del barco, hizo que al cuarto día de navegación Julia, desesperada, desease con todas sus fuerzas que aquel barco fuese el Titanic y que chocase con un iceberg. Pero estaban en el cálido mediterráneo así que espero a que llegase el primer puerto para poder huir a alguna isla griega.

75.- MALA ESTRELLA (Paloma Hidalgo)

Somos soñadores sensibles, ¡Sincronicemos sueños! Soy serio, sea sabia. Seremos socios sentimentales. Sin secretos, sin sorpresas sórdidas, sin sobresaltos. Saboteemos soledades, sencillamente sepamos sepultar situaciones soledosas sobre sábanas satinadas.
Shakespeare sentenciaría: “Soberana sois señora, seguid su senda solícita sin sensiblerías, sed sensata”.
Susurradme sí. Samantha, seguidme.
Samantha, desvelada, sonríe al releer la carta que Elliot, otro pasajero, ha depositado esa misma mañana en el bolsillo de su abrigo.
Coge la pluma y comienza a escribir.
Estimado Elliot, estoy escribiendo esto embelesada. Encontrarle, entiéndalo, es efectivamente estimulante. Encantador, educado, elegante…Esta efervescencia enciende estímulos extraños, enajena el entendimiento. Estrenemos este enloquecimiento, estudiemos el éxtasis entrelazados…Estaré esperándole.
Tras deslizar la misiva en el camarote 115 del Titanic, regresa a su cabina. Perfuma su piel erizada de deseo, reacomoda sus bucles, y sonríe de nuevo al pensar que ya no necesitará nunca más, imaginarse lo que se siente en brazos de un hombre.

74. LA COSTURERA

Tras la puerta del camarote 115 Olivia repasa uno de los canales de su corsé. Con la aguja entre sus dedos puede abstraerse, soñar despierta recordando al guapo camarero español que le ha servido en la cena. Se incorpora de la butaca para alcanzar la ballena que reposa sobre una mesita de madera, la desliza en la parte de atrás, en la costura, y coloca alfileres.

La brusca detención del buque le hace perder el equilibrio pinchándose el dedo índice. Los golpes en la puerta y la voz de la condesa terminan de inquietarla, tira el corsé al suelo y sale al pasillo. Varios mayordomos, en aparente calma, les facilitan chalecos salvavidas y les dirigen a cubierta. Allí todo es confuso: los acordes de la orquesta se mezclan con los gritos; los tripulantes forman una barrera humana que retiene a los pasajeros de tercera; el capitán, pistola en mano, no deja de repetir que primero subirán las mujeres y los niños… Olivia pierde de vista a su señora y grita, grita con todas sus fuerzas…

El ultimo recuerdo es verse alzada como un saco de paja y lanzada al bote número 8. Todo su mundo cambiaría a partir de ese momento.

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