Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

52. «Impaciencia»

Rojo.
Ceñido.
Tacones de vértigo.
Vestida para la ocasión, no necesito mirarme al espejo para pintarme los labios en son de guerra.
Me observa.
Mientras arrastro con furia la mesa del salón para colocarla frente a él, suena un dong inesperado. Se me rompe un tacón.
Su continuo tic tac y sus campanadas desobedientes hacen eco en mi alma solitaria.
Tela bordada, porcelana fina y plata.
Sirvo una cena ligera en la mesa: sopa de verduras de temporada, sobras del pescado de antesdeayer y una copa de Belondrade.
«Tic      Tac», suena mientras yo saboreo altiva la cena.
«Tic      Tac», doy un respingo irreverente.
«Tic      Tac», responde él sorprendido.
«¿Tic tac?», pregunto yo, retando.
«Tic                    ¡Tac!», salta al quite.
«¡Ja! Tiqui taca», me burlo.
«Tic»
«Tac»
Y se calla.
Cuento los segundos con la respiración contenida.
«Tic tac»
Suspiro aliviada.
«Tic tac»
Me guiña.
«Tic tac»
Le sonrío.
Entonces llegan sus esperados 12 dong.
Mis 12 uvas acompañando.
¡Un 13 dong!
Me rindo.
«Tic tac», sabiéndose vencedor.
1 de enero de 2015.
Primer pensamiento del año evitando su mirada: mañana al relojero.
¡FELIZ 2015!

51. Marianita, la blanca, (Asunción Buendía)

Marianita, la blanca, estaba a un paso de arder en la hoguera.

Al filo de las doce de la noche del último día del año, con la última campanada del reloj de la catedral, comenzaría la danza del fuego.

Quizá su destino estuvo escrito el mismo día en que nació.

Demasiado blanca para su clase. Delicada y dulce hasta desesperar. El amo dudó de su paternidad. Semejante birria de niña no podía ser de su cosecha, aunque tampoco parecía hija de esa poderosa jaca que era la Mariana.

Marianita creció a golpes, porque el amo cerraba los ojos para no ver su fragilidad y la trataba peor que al resto de sus criados. Ella etérea y liviana lo resistía todo.

A los 15 años era hermosa, su tez no se había oscurecido un ápice y su cuerpo aunque  menudo, tenía  proporciones justas para enloquecer.

El amo perdió la compostura por ella y su hijo Rodrigo, perdió mucho más, el entendimiento entero.

¡Bruja! Acusaron públicamente. ¡Bruja! La niña era capaz de arrebatar almas y conciencias, guiada sin duda por el maligno. Así resolvieron tan incómoda situación.

31 de diciembre, noche cerrada.

Marianita, la blanca, daba su último paso hacia la hoguera.

50. Crimen ejemplar (Jesús Mollinedo)

Fuimos tan amigos. Su única pasión era el juego, para mi la lectura. Ambos nos disputábamos el mismo amor.

Un 31 de diciembre decidimos jugarnos en una partida de canicas nuestros corazones. El vencedor, como César laureado, tendría con quién brindar y disfrutar tras las campanadas.

Allí estábamos los dos, frente a un jardín a media tarde con dos bolitas de cristal. Comenzaron a rodar nuestros destinos sobre tierra, hierbajos y piedrecitas. En un primer tiro falló y se alejó. En mi turno realicé un acercamiento peligroso porque había que arriesgar. En la réplica él efectuó una aproximación certera usando la palma de su mano. Cogió la canica, elevó la diestra, encogió el pulgar como quién acaricia un gatillo con el índice y se aprestó a lanzar un mortífero ataque como una víbora. En décimas de segundo vi la vida correr en un instante, agarré una piedra y le abrí la cabeza. Le metí la bola por el gaznate y un instante de satisfacción recorrió todo mi cuerpo.

Sinceramente no se por qué lo hice. Supongo que porque nunca me gustó la Navidad ni el juego de las canicas como a él.

¡Claro que sí, lo hice por Max Aub!

49. Empuja la vida (La Marca Amarilla)

Los gritos coinciden con las campanadas de año nuevo.

Mientras en una sala cercana enfermeras y celadores brindan, todavía con uvas en la boca, en el paritorio de aquella misma planta Julia empuja la vida con todas sus fuerzas y toda su rabia.

Se escucha llorar al nuevo cachorro pocos minutos después de las 12, y su llanto temeroso se mezcla con el de una Julia feliz, exhausta, estremecida, confusa… Hace tan solo unas horas que su madre murió muy cerca de aquella sala, y no pudo despedirse de ella.

Alejandro, el marido, que estuvo en todo momento dándole ánimos, se emociona una vez liberado de la compostura y observa maravillado a la criatura mientras recuerda vagamente los augurios de familiares y amigos: “que la vida está muy mal, que cómo se os ha ocurrido esa locura con los tiempos que corren, que ya podéis olvidaros de vosotros, que vais a necesitar mucha ayuda…”

En ese momento, entra un celador ofreciendo a los presentes un poco de cava para celebrar que el feliz nacimiento es el primero del año en todo el país. Al preguntar a Julia por el nombre de nueva personita, la madre orgullosa contesta:

– Esperanza.

 

48. Esfuerzo numantino (Petra Acero)

Tras las doce campanadas: ¡nada de nada! Porque los muertos no esperan nada del año nuevo, y Natividad desea estar muerta… Como buena numantina no se rinde, y anticipa su glorioso final enarbolando el documento que así lo confirma. Le echa un último vistazo: “La víctima, dulce y tierna, se deshizo en… La muerta trató, heroicamente, de posicionarse en primera fila… La inmolada resultó de un gusto exquisito…” Nati piensa que tal vez se ha excedido con los sustantivos, que los adjetivos igual pecan de pretenciosos, que no estaría mal cambiar el término “muerta” por asediada, mártir, suicida o… elegida. Lo que no reconoce es que tanta literatura, tanto bodoque, filigrana y fantasía desvían la atención y le restan realismo… Pero sobre todo, Natividad olvida que ¡todavía no está muerta!, y que por mucho que redacte su ansiada necrológica cada Navidad, seguramente este año tampoco lo estará. Porque tras las doce campanadas, entre brindis de cava, turrones de Jijona, pan de Cádiz, polvorones y mantecados de Estepa o Antequera, mazapán de Soto y Toledo… ¿quién va a elegir una figurita de mazapán soriano?

 

 

47. LEYENDAS (Concha García Ros)

Cuenta la leyenda que los hombres festejaban el fin de año con uvas y relojes. ¿Qué qué era eso? Unos aparatos para medir el tiempo. ¿El qué? Aún eres pequeño para entender, además hace tanto… Fue antes de que llegaran los libertadores,  cuando los días no eran todos iguales, antes de que dejáramos de tener sueños y pasiones. Pero qué felices somos así, sin dolor, sin futuro. Anda, no preguntes más, aún eres pequeño para entender.

46. Campanadas de cambio (María José Escudero)

Din, don…

Sonaron una a una las doce campanadas, las esperadas campanadas del final y del principio. Festejé cada una con pequeños sorbos de champán y esperé pacientemente en aquel cuarto sin espejos que había sido mi celda durante algunos meses. En la puerta un sencillo maletín aguardaba cauteloso, y yo ansiaba una sola señal para marcharme.

Una enfermera de rostro reseco y amargado entró en la habitación con diligencia y me dedicó una discreta mirada de complicidad. Luego salió nerviosamente dejando un vaso de agua y una píldora sobre la mesita cercana a la cama. Comprendí que aquella era la señal y decidí comenzar mi inaplazable viaje de preguntas encadenadas.

Din, dan…

Tras sonar las doce campanadas, entré en la habitación dispuesta a cumplir con mi deber. En mi profesión no hay fiesta que valga. Él, junto a la ventana y con una copa de champán en la mano, esperaba el momento largamente meditado. Me hubiera gustado decirle que estaba de su parte, desearle suerte. Pero salí de allí un poco acelerada porque no me gustan las despedidas. El doctor Moliner había hecho un trabajo encomiable y pensé: ¡Dios mío, quién la ha visto y quién le ve!

45. El primero del año

Consiguió tragarse todas las uvas a tiempo. Luego, abrió la botella de champán. Dejó que el tapón saliera disparado; le resultaba divertido. Llenó la copa. Se la bebió. Estaba listo.

Cuando abrió la puerta del balcón, advirtió que le temblaba todo el cuerpo. Hacía mucho frío. Se subió a la silla que había preparado. Durante unos instantes dudó. Finalmente lo hizo.

**

Abrió los ojos. Todo era blanco. ¿Dónde estaba? Trató de mover las piernas, los brazos, la cabeza, pero no pudo. No sentía su cuerpo. ¿Así que esto era lo que ocurría al otro lado? No era tan malo. Era como si estuviera tendido en la cama.

Comenzó a recordar. ¿Lo habría conseguido? ¿Habría sido el primero de 2015? Durante unos instantes se alegró. Por una vez, hablarían de él. Su nombre aparecería en los periódicos. Se haría famoso. ¿Le compadecerían? ¡Bah! Ya no importaba.

De pronto, le pareció escuchar una voz. Una mancha borrosa se formó delante de él.

–¿Señor Ortega? ¿Señor Ortega, se ha despertado?

La imagen de la enfermera se hizo nítida. Tardó poco en comprender que también en eso había fracasado.

Debería haber subido a la azotea.

44. Compañero fiel (Blanca Oteiza)

Lo enterraban mientras sonaban las campanadas anunciando un nuevo año. “Nadie le echará de menos”, se decían mientras la tierra húmeda cubría su cuerpo.
A última hora de la tarde irrumpió en sus vidas pidiendo una taza de café caliente o alguna sobra que pudiera aliviarle, sin embargo lo que halló fue la burla y menosprecio.
La gente pasaba por la acera vestida con sus mejores galas apresurada por llegar a la cena de nochevieja. La pareja se encontraba a punto de echar la persiana cuando el hombre harapiento entró en el local. No quisieron escucharle, “será caradura, no ve que estamos cerrando”. Tras una serie de insultos y faltas de respeto llegó el empujón fatal que le tiró al suelo golpeándose la cabeza tan fuerte que ya no despertó.
Junto a los cartones que hacen de hogar el perro espera su llegada, acurrucado sintiendo la ausencia que le proteja del sonido de cohetes y petardos.

43. VISLUMBRE (Carles Quílez)

Juan intentó centrarse, pero aquella luz cegadora le desconcertaba. Un racimo de recuerdos desordenados se desparramó por algún lugar de su mente: La sonrisa con la que el abuelo Nicanor le agradecía las chocolatinas que le traía de hurtadillas; Toby, el perrito que le regaló a su mujer tras el segundo aborto; la manera de llover del día de su jubilación…

Tal como vino, el torbellino marchó y algo parecido a la consciencia fue abriéndose paso entre la confusión. Su sobrino -tenía que reconocer que desde que enviudara, el chico se esforzaba con él- le había invitado a pasar la Nochevieja en su casa de la sierra. Aguantó el tipo como pudo durante la cena, pero tras los postres ya no supo refrenar sus ganas de llorar.

Las campanadas sonaron distintas esta vez. Parecía que iban demasiado rápidas, o quizás fuera él quien iba despacio, pero cuando el resto alzó sus copas para brindar, él todavía intentaba tragar las uvas.

Y entonces, por fin, comprendió. Y gritó, mas no logró articular sonido alguno; y se agitó y pataleó; y cuando la luz se atenuó y distinguió a su esposa tras ella, nuevamente, respiró.

41. La cena de los hipócritas

Por fin ha llegado la Nochevieja. Es la única cena del año en la que nos reunimos todos: la abuela, que no quita ojo a los carabineros que presiden la mesa; el abuelo, que batalla con su dentadura postiza para hincarle el diente al pavo; la niña, cuánto la echo de menos cada día. Se está haciendo mayor, pero para mí siempre será mi pequeña; y mi exmujer, esta Navidad la veo más guapa que nunca. Creo que se ha operado el pecho.
Cenamos, tomamos las uvas y brindamos con champán.
Acaba el simulacro.
Silencios.

Es la hora del aguinaldo y las despedidas.
A Eugenia y Anselmo les ofrezco lo acordado: una cesta de pastillas.
—¡Anselmo, le he puesto ración doble de viagra, disfrútelas!
—Eugenia, no olvide darle las gracias a la gobernanta y dígale que ya me pasaré por el asilo a saldar cuentas.
—Para ti, preciosa, este sobre. Aquí tienes lo suficiente para acabar tus estudios de Arte Dramático.
Ahora miro a mi exmujer y pienso que aún no ha acabado la fiesta. Toca dar la campanada.
—Tome quinientos euros más y pase a la habitación del fondo a la derecha.

40. Rezos, ayunos y abstinencias (basado en hechos reales)

 El eco de las heroicas crónicas que habían nutrido de reclutas el frente pronto quedó relegado al ostracismo más absoluto entre el ruido de las explosiones y la fatiga del combate.

 Tras varios meses y con la percusión de la metralla apostada en los tímpanos, la trinchera había enconado a atacantes y atacados al interminable abrigo de las ratas, el fango y el espino.

 En fin de año de 1915, el general Césaire prometió a sus hombres con la mano sobre el relicario que contenía la foto de su hijo que acabaría con aquella locura. Abrazado a un trozo de tela blanco partió hacia la posición enemiga dispuesto a negociar. Horas después regresó y dio las últimas órdenes; había condiciones.

 Avanzaron hasta ellos decenas de titilantes luces que rasgaron el oscuro manto de aquella fría noche. Los rostros de sus enemigos, de cerca, eran el reflejo de sus mismos miedos y anhelos. A pesar de no entenderse, bebieron, se fundieron en abrazos y entonaron villancicos navideños.

 A las doce: silencio. De los suyos, uno cogió una cacerola; de ellos, otro golpeó con un madero. Tras la última campanada desenfundaron sus pistolas y dispararon. No se sabe quien ganó. Ni importa.

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