Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

24. De nota en nota, y escribo porque me toca (Estibaliz Dilla)

Entre misivas escritas con letra de adolescentes, escondidas entre páginas de libros increíbles que dormían en la biblioteca municipal, nos fuimos enamorando tú y yo. Sin saber cómo sonaban nuestras voces, cómo miraban nuestros ojos ni cómo surgían nuestras risas. Desconociendo nuestros nombres e incluso nuestro género.

La primera nota cayó como una pluma acariciando el silencio de las estanterías, mientras hojeaba indeciso “Cien años de soledad”. Era una caligrafía temblorosa que impactó en el centro de mi alma. Recuerdo sílaba a sílaba que rezaba:

“Hoy cumplo dieciséis años. Noto que una inmensa soledad me aplasta. Siento como todo mi ser se licua entre los capítulos de este cúmulo de sentimientos cosidos”

No tuve más remedio que voltear el pedacito de papel y contestar ante aquella imploración conmovedora y escribí:

“Ojalá pudiera saber quién eres para tener la oportunidad de curar tu solitaria existencia y poder empezar junto a ti una Historia Interminable”

Coloqué la cuartilla de nuevo entre las palabras de García Márquez, y al día siguiente una sabia intuición me llevó a las fantasías de Michael Ende.

23. NOS GUSTAN LOS FINALES FELICES (La Marca Amarilla)

–         … Y colorín colorado, este cuento… continuará.

Cierro el libro y sonrío, convencida de que es feliz escuchando nuestros cuentos favoritos. Los mismos cuentos que, hasta hace poco tiempo, ella me leía cada noche.

Ahora duerme plácidamente, sus bonitos ojos descansan. Acaricio su cabeza (cómo recuerdo su rubia melena) y beso sus frías mejillas, así les doy calor.

Le arropo antes de irme a dormir, ahora vendrá papá para cuidarla durante toda la noche y me dirá, como siempre, que me despida de ella porque no sabemos si mañana seguirá con nosotros. Pero nunca lo hago.

Sé que se curará, que volverá a tener su larga melena y que leeremos juntas muchos cuentos con final feliz. Por eso, antes de salir de su habitación siempre le digo:

–         Hasta mañana, mamá…

22. La falsa sobrasada (Jesús Coronado)

A la edad de cinco años mi única preocupación era saber cómo conseguir una caja de cartón con la que fabricarme el coche de carreras que ganara al resto de críos del callejón. Los remiendos en la ropa y que mi madre creyera que me engañaba cuando le pedía sobrasada y me daba pan con aceite y pimentón espolvoreado era lo de menos. Como lo eran los comentarios que se escuchaban sobre la virtud y las entradas y salidas de hombres desconocidos en casa de Juanita cuando su marido salía a buscar trabajo y sus hijos estaban en el colegio. Aun recuerdo a Carlitos, el menor de los hijos de Juanita, con el que compartía más de una vez los bocadillos de  falsa sobrasada que le sabían a gloria. Es ahora, en estos tiempos en que llegar a final de mes es complicado, cuando mejor recuerdo la virtud de Juanita y el hambre de Carlitos. Qué razón tenían aquellos versos encontrados entre las páginas de mi libro de poemas favorito

“La casa de mi vecino

Dos puertas tiene a dos calles:

Cuando el hambre entra por una,

Por otra la virtud sale.”

21. Con un sorbito de champán…

El mejor hombre del mundo, Luis, le había pedido que se casase con él. Era guapo, simpático, bueno, tenía un trabajo estable y además estaba enamorado de ella. Llevaban tiempo saliendo juntos y se querían con locura.

Todavía no le había contestado que si porque su abuela solía decir que a los hombres había que hacerles sufrir un poquito, así que decidió esperar unos días, hasta el sábado. Ese día iban a ir a comer a casa de Rita, que anunciaría a todos que estaba embarazada de su primer hijo.

No quería quitarle protagonismo, pero pensó que si comentaba lo de la boda durante la sobremesa, habría más para celebrar.

En un relato dramático, el hijo que Rita estaba esperando sería de Luis, pero en este no. La cosa fue sobre ruedas, la embarazada bebió un sorbito de cava para celebrar lo de su bebé y luego tomó otro trago -pequeñito- para festejar lo de la boda.

Se lo pasaron pipa y ahora yo puedo contaros esta historia porque encontré, entre las páginas de un libro que heredé de mi madre, una carta donde la protagonista -mi tía Carmen- le relataba el suceso con mucha alegría.

20. La ciudad eterna

Cuando encontré  un billete de avión entre las páginas del libro “ bonjour tristesse” supe que Françoise Sagan  lo había escrito  únicamente para mi. Un billete a Italia con un ramo de flores, una gran caja de bombones, lencería fina recién estrenada  y la cara lavada de una niña de 19 años que no necesita acicates. Me escapé de casa para encontrarme con Mauro en Roma, la ciudad eterna. Soñaba solo con estar en sus brazos y que el resto del mundo se olvidara de mi. Sagan, me decía entre páginas que el amor era eterno como Roma, en sus líneas me contaba lo contrario. Yo no lo creía. Era imposible que hubiera mezquindad en el amor. En Roma no había nadie esperándome y en mis manos tenía un papel con un teléfono falso. No volví a  Roma  hasta 50 años después. Allí supe que en ciertos lugares  dejamos siempre un poco de nuestra alma. Mis sentimientos y mis llantos volvieron como un boomerang a ahogarme entre las piedras.

19. LA VERDAD DESNUDA (Nuria Casado)

Nadie imaginó aquel inesperado giro en las vidas de lord y lady Randall matrimonio de la alta sociedad británica.Vivían en un sobrio palacete a junto a su hijo y su fiel mayordomo, el señor Doyle, cuya eficiencia sólo era superada por su inmenso amor a los libros, a los que a menudo limpiaba graciosamente con un plumerito como un artista deslizando el pincel por el lienzo.
Pasado el tiempo, el niño se convirtió en un mozalbete de semblante taciturno,sometido a los deseos de una madre hermética,desde la misteriosa desaparición del padre y la renuncia precipitada del leal Doyle. Sus preguntas resbalaban sin respuesta por el rostro pétreo de la madre y él buscaba refugio en la inmensa biblioteca dónde como en un ritual y con temor reverencial, pasaba las yemas de los dedos por los gruesos volúmenes hasta dar con el elegido. Aquel día, por azar o quizá por capricho del destino, eligió un grueso tomo por la belleza de sus pastas nacaradas; al abrirlo, un aroma a lavanda cosquilleó en su nariz mientras un pulcro papelito aterrizaba en el suelo. En él distinguió la estilizada caligrafía de su padre mientras leía con estupor una única frase:
I love Doyle.

18. Color sepia (Ginette Gilart)

El camión de la mudanza arrancó. De pie, en el porche, Clara esperó a que desapareciera del todo, tras la verja, para entrar de nuevo en casa. Había quedado con sus hermanos que ella se encargaría de seleccionar los libros de la biblioteca de sus padres.
El sol empezaba a declinar cuando acabó de llenar una gran caja con volúmenes sin gran interés para ella. Luego se acercó a su zona preferida; al querer coger un par de libros, algo cayó al suelo. Era una foto antigua, color sepia, con los bordes dentados. En ella dos jóvenes parejas miraban sonriendo a la cámara; detrás de ellas un carromato de madera pintada, de esos antiguos que poseían los romaníes. Reconoció a la pareja de la derecha, eran sus padres. La otra mujer llevaba un bebé en brazos; se quedó un rato observándola, luego levantó la mirada. El reflejo que le devolvió el espejo situado en la pared de enfrente le hizo recomponer su vida. Entendió entonces el poco parecido que tenía con sus padres y hermanos, entendió su pasión por la música y el baile, su particular atracción por los espacios abiertos, por las noches estrelladas y por las reuniones alrededor de una hoguera.

17. Páginas de mi vida (Patricia Richmond)

Yo tenía una granja en África, en lo alto de una montaña mágica, donde las cumbres eran borrascosas…

Antes, cuando fui mortal, había vivido en una ciudad de cristal, en una casa desolada que abandoné tras el sueño de una noche de verano, siguiendo el rumor del viento en los sauces.

Llegué a las nieves del Kilimanjaro y encontré el jardín olvidado de mi vida querida. Confieso que he vivido en busca del tiempo perdido, atrapando las partículas elementales de la espuma de los días.

Una mañana, tras mil y una noches, escuché el grito de la lechuza que me dijo que había un marinero en tierra que, con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, podía llevarme a la isla del tesoro. Me dejé tentar por las doradas manzanas del sol, me transformé en la mujer del pirata, hija de la fortuna, y dejé de ser la dama de las camelias.

Ahora regento el club de la buena estrella, un lugar en el que celebro el desorden de tu nombre y, donde, si vienes, descubriremos juntos los juegos de la edad tardía.

 

16. PUNTO FINAL (Salvador Esteve)

Me enamoré perdidamente de ella en la página 5, de su mirada, de su sonrisa que al pasar por mi lado me brindó. En el profundo de sus ojos pude vislumbrar un atisbo de esperanza de que mi amor fuera correspondido. Pero ella era la protagonista, debía seguir su camino, y yo como simple personaje ambiental me quedaría aquí anclado, a las puertas de la página 6. Rogué, supliqué a ManoDiós que me dejara avanzar, pero él desestimó mis súplicas. Sabía de sus aventuras, y con el viento de aliado podía oler su esencia. Cuando me empezaron a llegar rumores desalentadores no pude aguantar más, con la esperanza de mochila avancé decidido entre las páginas. Todo lo que vi era pretérito, escarceos, fiestas, batallas, y de rastro su perfume. Tenía que encontrarla antes de que ManoDiós diera por acabada la historia. Cansado, desolado y casi resignado, la vi en el reverso de la página 342 al lado de un manantial, triste y pensativa. Me salté cuatro párrafos y sin leer palabra nos abrazamos.

ManoDiós repasó la última página, no recordaba haberla escrito así pero le gustó, cogió la pluma y rubricó el punto final.

15. En el infierno (Susana Revuelta)

—Jopeee, qué calor —refunfuña Ramón mientras se sube el saco hasta las cejas. Se cree así a salvo del enemigo, pero a ratos necesita respirar y al destaparse queda expuesto de nuevo a los ataques. Desde su trinchera de plumas enciende el móvil y alumbra alrededor: solo distingue sombras y los números de la pantalla. ¡Ostras, las cuatro de la mañana! Entonces empieza a arrepentirse de haber renunciado al sosiego de su casa para emprender esta travesía por tierras inhóspitas. ¡Cómo añora su cama! ¡Hogar, dulce hogar…! Pero es inútil lamentarse, ahora tiene que velar por su integridad y la de Marta, que ronca a su lado ajena al peligro que corren.

«No me rendiré o acabarán con nosotros». Inmóvil como un cesto, aguza el oído hasta que percibe un zumbido: ha localizado a otro intruso. Saca un brazo fuera del saco y sujetando el mapa ¡zas! lo aplasta de un golpe. Sonríe triunfante al imaginar los pegotes espachurrados en las páginas. De momento, va ganando la batalla.

―Oye, Ramón ―le recrimina Marta dándole la espalda― tú sigue embadurnando de sangre el plano y mañana me cuentas cómo encontramos la ruta. Es la última vez que salgo contigo de acampada.

 

14. LOS LIBROS DE MAMÁ (Purificación Rodríguez)

“¡Mira que te dije que no lo volvieras a hacer!”.

Así te reñía, mamá, cada vez que limpiando el polvo de los libros veía caer de alguno un billete que tú habías escondido dentro, hurtándolo de tu modesta pensión mensual.

Te defendías contestándome que te fiabas más de aquéllos viejos tomos que de los bancos y a mí me llevaban los demonios cada vez que quería desalojar los estantes para hacer sitio a nuevos títulos, porque tenía que revisar, uno a uno, todos los ejemplares descartados antes de meterlos en la caja para donar.

Tras tu muerte, me dediqué a sacudir todos los libros de la casa, como si fueran abanicos invertidos, esperando una lluvia de dichosos billetes pero, para mi sorpresa, no cayó absolutamente nada de ninguno.

“¡Bien!” -Pensé- “¡Por fin me hiciste caso y te gastaste ese dinero en algo útil!”.

Pero hoy, sentada en mi cama de la residencia de ancianos, decido abrir el único libro que me traje de casa. Es un diario que descubrí entre tu ropa y en el que una dedicatoria dice: “Lo siento, hija, pero nunca me gustó obedecer”.

Dormida entre sus páginas hay una pequeña fortuna en viejos billetes.

13. EL ESTIGMA DE SER MALDITO (Virtudes Torres)

Aquel día aciago, el sol quedó oculto tras la humareda.

Altas llamas devoraban los sueños, las verdades, las mentiras, las creencias, las ciencias, los amores…

De su interior, gritos de espanto, llantos desgarradores, se mezclaban con el crepitar de la hoguera.

Aquel día la humanidad perdió la memoria.

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