Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

37. LA ESCRITORA (Yolanda Nava)

Siempre deseó ser escritora. Llenar páginas y páginas con sus historias. Tendría que disponer de mucho tiempo para plasmar las andanzas de los numerosos personajes que bullían en su imaginación. Había empalagosas princesas. Aguerridos guerreros. Madres llenas de ternura. Viejos cargados de nostalgia. Ardientes amantes. Perturbados y mafiosos. Todos le urgían, atrincherados en las yemas de sus dedos, a ser los primeros en ver tecleadas sus andanzas. A veces la sorprendían en el mercado o en mitad de una importante reunión, con su última aventura; o le robaban horas de sueño empecinados en susurrarle versos de perfecta rima. Pero había uno de aspecto melancólico, que nada le pedía. Rodeado de libros e inmerso en la lectura, parecía diferente a todos los demás. Seducida por su misterio fue en su busca. Un escritor anónimo ha alcanzado el éxito narrando por fascículos, la apasionante historia de amor que un personaje de ficción y una joven real disfrutan. Dice haberlos hallado atrincherados al final de una fila de locos, héroes y heroínas.

 

36. VERSOS DE PLOMO (Ángel Saiz Mora)

 

Mis padres decidieron vender el viejo cortijo del abuelo, donde pasamos tantos veranos. No es agradable desalojar el hogar de un muerto, pero yo me proclamé encargado de la parte más lúdica, su pequeña biblioteca. Siempre me había preguntado cómo un hombre de aspecto rudo y modales toscos podía pasarse horas embebido en la poesía, con las cejas muy juntas y esa boca abierta en cada palabra que torpemente repetía su bigote poblado, como si una fuerza interior le obligase a ser sensible a trompicones.

Uno a uno hojeé cada volumen. Ningún libro era nuevo, aunque estaban especialmente ajados los de un determinado poeta. Las manchas de humedad seca me recordaron una vez más sus largas lecturas con ojos emocionados.

Dentro del más deslucido de los libros hallé suelta la fotografía gris y sepia de un grupo de soldados, todos sonrientes, menos uno con el bigote poblado. Tras ellos, una pared llena de impactos. En esa página, tres versos premonitorios subrayados:

Orden terminante de apuntar a la cabeza.

Tramposa obediencia debida, muerte en su conciencia.

No hay misericordia para quien fusila a un poeta.

 

35. Su mejor momento

Se había escondido entre las páginas misteriosas de aquel hermoso libro.
Era la mejor manera de desvanecerse, de apartarse de la realidad, que traicionera, intentaba sumergirle en un pozo sin fondo.
Por ello, cuando le asaltaba la certeza de que en esta vida a ella le habían repartido cartas marcadas, se abalanzaba sobre sus páginas. Allí sabía que se sentiría bien, al menos por unas breves horas.
Mientras se perdiera entre las historias románticas, viajes increíbles o vidas azarosas de otras gentes, lograría olvidarse de su propia realidad.
A través de los personajes de este libro conseguía revivir las aventuras y desventuras, durante unos momentos.
Ese era su mayor regalo y su mejor momento del día.

33. UNA CANCIÓN DESESPERADA

A mi madre, Isabel Consuegra.
Un mes después del entierro volví a su casa. Debíamos recoger papeles, repartirnos algunas cosas entre los hermanos, donar la ropa y otros enseres y dejar arreglado el piso para poder alquilarlo. Dentro de los libros de poesía que siempre estaba releyendo aparecían fotos y flores secas. Entre las cajas de zapatos llenas de fotos, huérfanas de su mirada ya para siempre, aparecían poemas.
Pasaron un par de meses más hasta que una tarde de lluvia, de esas que invitan a la lágrima, me dio por hojear uno de sus libros de poesía, el de Neruda. Al abrirlo, compartiendo versos con hojas secas y pétalos prensados, apareció un pequeño relato manuscrito con su deficiente letra de posguerra. Estaba esperándome entre las páginas de una canción desesperada. La tinta todavía conservaba ese olor a madre que tienen las tardes de lluvia. Algún día, cuando esté preparado, tengo que leerlo.

32. La hucha de Domingo (Asun Buendía)

Enero en Madrid era helador. La portería estaba en un semisótano, que por el lado de atrás daba al patio de luces. ¿De luces? nunca entendió que se llamara así, todo era gris en esa casa y en su vida, desde que acabó la guerra.

Domingo ya tardaba. Esperaba no tener que salir a buscarle a “los caracoles”.

Demonio de hombre. Había trabajado tres días esa semana en una obra de la calle Ave María. Ella se enteró por la Manuela, la portera de la calle de la Fé. Así que ahora estaría gastándose las pocas pesetas en vinos y caracoles.

Se sentó mirando al aparador. Reparó en el libro: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, ¿a quién le interesaba?  Un papel se escurrió de entre sus páginas, un billete de cinco pesetas y otro y otro. El bueno de Domingo, “¿así que esta es tu hucha?”

Se echó la toquilla por los hombros y se fue a la plaza y según llegaba pensó “¡qué diantres! nada de morcillo, compraré una col y patatas. Mejor me paso por donde Maruja y me merco aquellas medias y un pañuelo nuevo pa la cabeza y un jabón de olor, y…”

31.LA LIBRETA DE MIGUELÓN (Paloma Hidalgo)

Desde que Judas, un crisol de razas sin dueño le mordiera la entrepierna, Miguel Villaescusa odia los febreros. Un año más, el incómodo mes ha llegado con su parafernalia de amores que hasta los gatos celebran. Las hembras enceladas buscan machos que calmen su garzonía contoneándose por los tejados rojos de la casa del señor cura, justo enfrente de su casa.
Para saciar su sed de venganza, cada noche se aposta en la ventana con una buena provisión de piedras, abre la libreta donde anota sus logros, y espera paciente el desfile felino. Acecha tras los visillos, escucha cómo maúllan reclamando una dosis de amor para sus venas, y le duele sentir ese vacío de hombre emasculado entre sus piernas.
Zapirones ufanos llegan dispuestos a sembrar su estirpe. Miguelón, que ya nunca podrá imitarlos, espera el momento. Agasajará al campeón con una lluvia de pétreos regalos. Si afina, marcará una x en la columna de los muertos. Si no es lo bastante hábil, habrá otra en la de los tullidos como él. Y si falla, la equis irá a pendientes: dentro de dos meses habrá una nueva camada con la que hacer puntería.

29. SIN FECHA DE CADUCIDAD (Mercedes Marín del Valle)

Se levantó de un salto. No desayunó, ni se duchó. Tampoco fue al trabajo. Vació los cajones de su mesita de noche y examinó impulsivamente su escritorio. Libros, cuadernos y folios volaron por el aire y conformaron una alfombra extensa que pisoteó sin pudor. Ya en el salón desvalijó literalmente las estanterías. Entre sus manos, las páginas se movían tan deprisa, que las letras escritas parecían tener vida propia. Su madre, que la vio desbaratar el orden, sintió temor y con ternura y palabras bien escogidas, trató de disuadirla de su empeño. Negó dos veces, lenta, pausadamente. Sus ojos ausentes empleados en radiografiar cada página no revisada. Ignorando la voz y su contenido, se zafó del abrazo protector, para correr hacia el único lugar no explorado. Una habitación vacía de vida y repleta de estantes. Sentada delante de una inmensa caja con olor a madera húmeda escudriñó los viejos apuntes de Anatomía, Fisiología y Estadística. Su corazón ralentizado y su pelo encaneciendo por minutos. A punto ya de encontrarse cara a cara con la noche, su mejor sonrisa iluminó un renglón del texto escrito. Con letra pequeña y singular, un TE QUIERO emborronado, colmó de felicidad su alma desvalorizada.

28. Platero

Aún se colaban en la habitación algunos rayos tibios del último empujón de la tarde, que dejaban ver al trasluz danzarinas motas de polvo flotando en el aire. Estaba cansada, y aunque no era habitual, se sentó a leer el libro que acababa de sacar de la biblioteca. Era uno de los pocos con un título que le sonaba. Lo abrió sin demasiadas esperanzas, tratando de mitigar el aburrimiento, y empezó la lectura. La luz de las tardes moguereñas comenzó, sin permiso, a invadir su espacio cansado; sintió en su piel la dulzura vibrante de la primavera,  los amarillos de los cardos se colaron sin previo aviso en sus pupilas… y las nubes de agua, las lágrimas tiznadas…y ese borriquillo… Por primavera sintió como se diluían las paredes de su celda.

27. Lectura interrumpida (Mª Belén Mateos)

LECTURA INTERRUMPIDA

Me gustaba mirarla mientras leía. Entornaba sus profundos y azulados ojos conforme la luz del día se iba haciendo cada vez más tenue y sombría. Alternaba rítmicamente la cabeza, izquierda, derecha y con un sutil movimiento de sus manos pasaba las páginas como si fueran de seda. Su respiración se iba dilatando entre línea y línea y con un intenso suspiro marcaba el final de cada capítulo. En esos instantes una luz especial enmarcaba su rostro, incluso me atrevería a decir que ciertos brotes de rubor lo teñían de rubí.

Rara vez levantaba la mirada absorta en la lectura de su texto. Un fugaz parpadeo, un soslayo vacío de toda visión, una sonrisa distraída al aire, eran los momentos que yo acariciaba cada día y que ella dejaba escapar muy de vez en cuando.

Aquel día, percibí un instante de sorpresa, un dudar en su expresión. Vaciló un momento y con una lágrima en los ojos cerró el libro y me miro. Los pétalos encarnados de rosas, se deslizaron por el lomo de su texto y entre las páginas quedaron atrapadas las palabras de mi declaración de amor.

26. El paseo de Tomé (María Elena Sánchez Álvarez

Muchos creían que tía Nana permanecía enajenada. Todas las tardes, gravitando sobre el marco de la galería, dirigía su mirada hacia el viejo Faro. Durante condensados minutos, dejaba que sus destellos la engulleran en el tiempo para después languidecer frente al piano carcomido y el libreto apolillado de las partituras secuestrado sobre el atril. En los pentagramas de sus páginas, aún podían descifrarse las notas y las claves que había compartido con él. Tras una pausa, comenzaba a teclear una y otra vez la misma melodía: ¡malditos opresores!
A pesar de la humedad que hiende sus paredes y de la lluvia que cala sus muros, el tiempo no ha conseguido devastar el viejo edificio. De noche, la única luz que entra en sus celdas es la de la vetusta Torre herculina, tratando de escudriñar vestigios del pasado.
Ese pasado que Nana nunca desterró. Aún recuerda aquella tarde brumosa, cuando entraron a buscarle, tras la patada en la puerta y, lo asieron de los brazos hasta llevárselo, cercenando para siempre su libertad.
Tomé, sólo fue un brillante profesor de piano.

25.Vanidad Daniel Irazu

 

La lápida con sus adornos: la cruz, el ángel alado y el libro abierto, eran de mármol.

Las inscripciones, el nombre del excelso y la data de las dos efemérides,  se adivinaban mal bajo una película de liquen.

Encima, un gato al sol se aseaba con la lengua.

24. De nota en nota, y escribo porque me toca (Estibaliz Dilla)

Entre misivas escritas con letra de adolescentes, escondidas entre páginas de libros increíbles que dormían en la biblioteca municipal, nos fuimos enamorando tú y yo. Sin saber cómo sonaban nuestras voces, cómo miraban nuestros ojos ni cómo surgían nuestras risas. Desconociendo nuestros nombres e incluso nuestro género.

La primera nota cayó como una pluma acariciando el silencio de las estanterías, mientras hojeaba indeciso “Cien años de soledad”. Era una caligrafía temblorosa que impactó en el centro de mi alma. Recuerdo sílaba a sílaba que rezaba:

“Hoy cumplo dieciséis años. Noto que una inmensa soledad me aplasta. Siento como todo mi ser se licua entre los capítulos de este cúmulo de sentimientos cosidos”

No tuve más remedio que voltear el pedacito de papel y contestar ante aquella imploración conmovedora y escribí:

“Ojalá pudiera saber quién eres para tener la oportunidad de curar tu solitaria existencia y poder empezar junto a ti una Historia Interminable”

Coloqué la cuartilla de nuevo entre las palabras de García Márquez, y al día siguiente una sabia intuición me llevó a las fantasías de Michael Ende.

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