Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

60. Pasó tu última fuente (Rosy Val)

Emilio entraba emocionado en el centro comercial para recoger un pedido de la librería. Al pasar por la fuente nueva, la de los chorros multicolores, una mujer de ojos tristes, apostada en la barandilla, reparó en él y le envió una sonrisa. Pero él, apresurado y sin advertir el gesto, siguió su camino. Ella, al tiempo que cerraba los ojos y pedía un deseo lanzaba unas monedas que chapotearon antes de estrellarse contra el fondo. Al notar que unas gotas le salpicaban miró a su alrededor, ensimismada, como buscando el milagro. Malhumorada, huía de allí mascullando; “ni un día más, ¡se acabó!, ni novios ni narices, esto de las fuentes y los deseos son tonterías”.
Cuando Emilio volvía de la librería se cruzó con la mujer, atraído por su lacónica mirada le sonrió, pero esta, absorta, siguió su camino. Se sentó a admirar aquellas cascadas coloristas. Ávido, abrió el libro que acababa de adquirir… “Manual para encontrar a tu alma gemela” y se adentró en sus páginas. Momentos después se alejaba del lugar. Sobre el agua flotaban aquellos consejos que había ahogado decepcionado, “¡bah, esto de los manuales… qué embaucabobos!”

 

 

59. Las Despedidas Nunca Fueron Mi Fuerte

Hoy, amigo, te digo «adiós». Hoy, amigo, siento tu tacto tan reciente e inolvidable como la primera vez que nuestros días se cruzaron. Hoy, amigo, leo entre tus páginas los últimos esbozos de tu creador, las últimas palabras de aquel genio inventor, que te dio la vida. Hoy, amigo, no tengo palabras para describir mi tormento, ni formas de esconder la felicidad de haberte conocido hasta el final. Hoy, amigo, te quiero presentar a mi relevo, mi testigo. Sólo espero que mi hijo pueda disfrutar lo mismo que yo disfruté contigo. Hoy, amigo, te digo «adiós», un «adiós» que no es definitivo y que no es más que un «hasta luego».

58. TORPEZA (Beto Monte Ros)

De mal talante, llegó a la construcción. Le molestaba discutir con su esposa por asuntos de niños, ella quería parir pero, por la inestabilidad de su empleo, él estaba renuente a ampliar la familia. Refunfuñando, y sin las debidas precauciones, comenzó a martillar. Su falta de concentración hizo que golpeara uno de sus dedos; invocó a los mil demonios, se olvidó del lugar donde estaba, dio un brinco en el andamio y perdió el equilibrio. Mientras caía, desde el piso 18, se arrepintió de haber sido un maldito egoísta; en el 12 le surgió el anhelo de ser padre y en el 6to se planteó conseguir otro trabajo, para complacer a su mujer.

Al llegar al pavimento ya no sentía dolor, se levantó, ignoró a los curiosos que se acercaron, se sacudió el polvo y regresó a la casa. Atravesó el umbral y la encontró en cuclillas, junto al celular y la guía telefónica, abierta en la página donde se destacaban las palabras: “Clínica de fertilidad”. Sobrecogido, la observó allí, casi sentada en sus talones, pálida, algo transparente. Se acercó con deseos de abrazarla, sintiendo pena al verla sostener el teléfono, con el rostro descompuesto, como  un fantasma.

57. EL USURPADOR

Cuando Gabriel queda con Teresa no puede evitar una sonrisa, un leve temblor en las manos, sentir su aroma en la cercanía de un abrazo… Está enamorado de ella desde aquel primer encuentro en la facultad.

Teresa es pura energía. Ríe y gesticula mientras se deshace en alabanzas hacia su marido.

-Es tan detallista y romántico- comenta sin dejar de acariciar el fabuloso collar, regalo de aniversario-, aún sigue dejándome notas de amor entre las páginas de mis libros. Cosas cortas, eso sí- aclara con un delicioso mohín-. Siempre bromeamos sobre lo inspirado que estuvo en aquel primer anónimo.

-¿Todavía recuerdas aquella carta?- Gabriel habla despacio, enfatizando cada palabra.

-Jamás olvidaré unas frases que me hicieron sentir única y especial- sonríe-. Todavía no sé cómo pude perderla. Por suerte después llegaron otras.

Gabriel se acoda en la mesa con una intención; pero sus labios no se despegan. Hablar solo le haría daño a ella. ¿Qué importancia tiene ya la autoría de aquel primer anónimo? Aún conserva su amistad. Debería callar y conformarse solo con verla, aunque…

-Teresa.

-Dime.

-No, nada. Me alegra que seas feliz.

56. MITOS A LA FUGA

Acurrucado, seco y planchado el trébol de cuatro hojas permanecía olvidado entre “Cinco horas con Mario”.  Éste había sido uno de los libros  obligados  de la asignatura de literatura, un clásico. Carmen esa alumna cumplidora pero no entusiasta lo leyó porque tenía que hacerlo  y punto. Quedó impactada por la fiesta que se organizaba en el velatorio, porque esa viuda hablase  y hablase sin parar reprochándole a su difunto no sé cuántas cosas y sobre todo por intuir que más que ante la pérdida de un ser querido  esa señora estaba frente a un alivio camuflado por el luto. La adolescente no podía concebir que si se hubiese muerto su padre, su madre no derramase por él lágrimas sentidas y eternas. Le quedó una resaca tan grande que, diez años más tarde, volvió a abrir el libro para releerlo. Ahora lo entendió mucho mejor: el abismo de pensamiento de la pareja  había acabado quemando su amor y aledaños. Ya cerca del final encontró el trébol y comprobó que no era el de la suerte sino el trébol foráneo o artificial que por aquel entonces llenaba  los campos y todos, sin excepción, tenían más de tres hojas.

55. SILENCIO GUTENBERG ( Nieves M.M.)

A no ser que fuese para comprar cuentos a mis sobrinos, yo jamás pisaba una librería. Indudablemente, formaba parte de la nefasta estadística. Aquella mañana, me disponía a pagar un desplegable de Bob Esponja cuando de pronto apareció. Bajé la vista y ,con disimulo, dejé el cuento entre la guías turísticas. Él se dirigió hacia las escaleras que conducían al piso superior.  Esperé unos instantes y decidí seguirle.. Él, de espaldas, ojeaba despacio en la sección de Arquitectura y yo, visiblemente interesada, me situé  ante los títulos imposibles de Mecánica cuántica. Allí arriba reinaba ese silencio que solo los libros saben guardar. Se diría que comenzó entre nosotros como una especie de cortejo, un imperceptible código secreto entre dos aves de árboles cercanos. Sentí que me observaba y me giré, mostrando al foco el brillo de las ondas de mi pelo. Él movía sus manos con una languidez casi estudiada y sus dedos rozaban el papel como quien  guarda una paloma. El aroma de nuestros leves pasos era casi una brisa que podíamos ver. Al fin escogí uno: «Supersimetría Vol. II». En Caja se cruzaron mis ojos con los suyos. «¿Qué tal es el primero?»- preguntó.  Sus ojos eran verdes.

54. LA CITA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Está nerviosa, pendiente del reloj. Toma el espejo y, una vez más, arregla su peinado. En la mesa descansa el libro; lo abre en la página que marca el pimpollo:

“¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no dejaría de ser rosa, y de esparcir su aroma, aunque se llamase de otro modo.»

Ella no se llama Julieta, pero lo ama y le ha pedido que deje más que su nombre. Y aunque él no es Romeo ni es Montesco, prometió venir, a hurtadillas, y hacer algo más que decirle que la ama.

Con el libro en las manos, sale a esperarlo en la noche estrellada del balcón. No sabe si es la alondra o el ruiseñor quien la despierta, anunciándole el día, y ahora poco le importa. Se refriega los ojos, abre el libro, contiene el llanto. El pimpollo está seco, y ha dejado de esparcir su aroma.

 

53. Ojos bien cerrados (Patricia Mejías Jimenez)

Entre las páginas del periódico, encontró una nota: «Te espero a las cinco en el lugar de siempre, Palomito. Tu amada, Florcita». Y mientras pensaba que a él nunca le había dicho ni siquiera «gordito bello», una mano se posó en su hombro.

—Jefe, es hora de que le dé un caldo a esa zorra.

Aquel le ciño la  pistola al cinto, otro le colocó el sombrero, y escoltado por las puyas del personal de su carnicería, fue conducido al café del pueblo. En el fondo de la estancia, distinguió el rostro de su esposa. A él no necesitaba verle la cara. Eladio, el pinche.

Extenuado por el peso de las miradas de un público expectante, logró cruzar  el salón y llegar al borde de la mesa de la pareja.

—Perdón. No puede evitarlo esta vez. Mi honor…  Y disparó el arma contra ellos.

«¿A dónde huir? ¡Pero no! ¿Sus ancianos padres, la familia de Florcita,  la nena, sus empleados… ¡El negocio! ?»

El cielo se oscureció bajo sus párpados. Oyó pasos justo detrás de él. Con los ojos aún cerrados, arrojó el periódico con la nota dentro al cesto de basura.

Hoy Florcita había prometido prepararle flan para la cena.

 

52. SECRETOS (Amparo Martínez)

Jueves, 2 de agosto.

Lo he visto desde el callejón. Llevaba los pantalones grises del primer día y una camiseta azul que resaltaba sus ojos… Eso de los ojos me lo ha contado Claudia, yo no he podido comprobarlo porque he agachado la cabeza, como siempre. ¡Va a pensar que soy tonta!… Claudia dice que ha sonreído al pasar a nuestro lado.

 

Viernes, 3 de agosto.

Es un cerdo. Ha estado tonteando toda la tarde con Claudia: que cómo te llamas, que vaya melena tan larga, que si tienes nombre de ciruela… Y Claudia siguiéndole el rollo. No lo entiendo, sabe que es mi novio, ¡ella se pidió al moreno delgaducho!

 

Domingo, 5 de agosto.

Ayer, Claudia habló con él. Esta tarde, a la hora de la siesta: excursión a la ermita con los chicos. Claudia ha conseguido que nos admitan en su pandilla. Dice que no se lo contemos a la abuela…

 

Los llantos de su abuela se acercan, Claudia arranca la hoja, cierra el diario y lo mete en la caja, bajo las frías manos de su prima. “Su diario, seguro que le gustará tenerlo”, susurra Claudia, mientras lloriquea y abraza a la vieja enlutada.

50. A SU MANERA (Rueca de Aurora)

A Padre le encantaba leer. Nunca lo vi con los ojos por encima de otro sitio que no fuera un libro, ni siquiera cuando me planté delante de él y le enseñé el hueco de mi primer diente o, muchos años después, el traje de mi boda. Mi madre decía que a su manera me quería. Yo jamás conseguí inventar una forma de quererlo, ni siquiera cuando lo encontré con el hueco de una bala en su pecho, ni tampoco al elegirle el traje de su entierro.

El día que empezamos la limpieza de sus pertenecías, sus libros, apilados por toda la casa, parecían una escombrera de conocimiento. Del peso, algunos cayeron al suelo y de sus páginas, y para descubrir esa manera de querernos, salieron una veintena de fotos que le servían como marcadores. De mamá, de los abuelos y sobre todo de mí, de mí sin mis dientes de leche y hasta de mí con mi traje de novia.

49. Entre sus manos (Calamanda Nevado)

Fueron los libros  los que  proporcionaron fórmulas a Andrea que habían de ayudarla durante su vida. Los descubrió por casualidad. Ojito derecho para sus padres; y  experta en husmear  por la casa para satisfacer sus  curiosidades; una  mañana, tanteando algo distinto que hacer,    pensó que recortar,  pegar, y coleccionar dibujos publicitarios de revistas almacenadas sería divertido. Así dio con un catálogo de venta  de libros. No reparó en sus ilustraciones; si, en los títulos de las obras  que le parecieron preciosos.
Poco tiempo después su padre recibió un  paquete dirigido a él; lo pagó, y abriéndolo con curiosidad, al releer en su pasta grisácea “Quía intima para disfrutar del sexo en la madurez,” exclamó sorprendido “Vaya.”
Algo parecido murmuró su madre al destapar el embalaje del libro. “Las mejores recetas de cocina.” Y su  marido después de la boda ante un  objeto de gran tamaño, y hábilmente camuflado, que abonó al cartero. Resultaron  ser varios tomos de “Sexualidad y matrimonio.”
Desde entonces, cómo si de un laboratorio se tratara, Andrea y él entran en sus páginas para descubrir salidas mágicas.
Madre y librera  feliz, supo educar a sus hijos. Dominaba “Manual de supervivencia para padres primerizos.”
Continúo curioseando los embalajes.

48. Entre líneas (Sara Lew)

Tras la muerte de mi padre me hice cargo de la biblioteca ubicada en los sótanos del castillo, manteniendo así el compromiso de preservarla como lo habían hecho los primogénitos de la familia durante generaciones. La biblioteca constaba de numerosos volúmenes encuadernados en piel y escritos con preciosa caligrafía. Durante meses me dediqué a estudiarlos con fruición, abandonando apenas el recinto para comer y dormir. Una mañana, en el tercer párrafo de la página 729 del libro “Batalla entre eunucos y unicornios”  (tomo XXIV de la colección “Epopeyas Fantásticas”) encontré una llave. Era negra y tan pequeñita que tuve que recogerla raspando el papel con la uña del dedo meñique. Parecía una letra efe forjada en hierro. La dejé caer en la palma de mi mano izquierda y ella, tras dar varias vueltas sobre sí misma, se introdujo en la línea del destino, junto a la del corazón. Un mundo mágico se abrió entonces en mí. Al parecer yo era la puerta, y a su vez quien la cruzaba. Con la pluma ansiosa de descargar toda su tinta comencé a escribir en un libro en blanco: “De cómo la sirena atravesó el desierto en busca de sus piernas…”

 

 

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