Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

13. LAS 12 UVAS DE OHANES. (J.Redondo)

Las llaman también de barril. Pero no siempre, las afamadas uvas de “Noche Vieja” de Ohanes, fueron buenas. En el año del Señor de 1736, en este pueblo de las Alpujarras almerienses, hubo muy mala uva; no se sabe si por parte del alcalde Don Bartolomé Zancajo, por la del escribano Don Celedonio González o por la del más educado cronista de la villa Don Joseph Sancho Menjíbar, quien declaró, bajo palabra de honor, haber referido los hechos como ciertos.
El humilde maestro de primeras letras Don Zenón Garrido denunciaba, mediante reiterados oficios al alcalde, el más que probable colapso de la escuela dada la fractura que presentaba la jácena cenital del aula, advirtiendo sobre las consecuentes desgracias que pudiesen sufrir él y sus alumnos.
El alcalde porfiaba en acusar de alarmista al maestro, vituperando incluso la inútil profesión del magisterio. Los peritos, temerosos beneficiarios de las sinecuras del alcalde, corroboraban el alarmismo.
Dijo el cronista que, finalmente, sobre el maestro cayeron la maestra viga y sus alfarjías. El campo santo de Ohanes recogió los cuerpos de catorce niños y el del propio Don Zenón.
Las páginas de esta crónica, no tienen desperdicio. Leedla.
El tiempo transmuta tragedias en comedias.

12. Esta noche cuento que te quiero. Capítulo Final.

Tras varios días huyendo de la policía, tras escapar por la azotea de la pensión, había acabado escondida en uno de los edificios más altos de la ciudad.

El reloj del Ayuntamiento estaba a punto de marcar el comienzo de un nuevo año ante miles de ojos y el final de una vida para un par de ojos que no dejaban de llorar.

Emma se arrojó al vacío tras las campanadas del año nuevo portando en su mano una fotografía de Silvia que pudo coger antes de su huida.

En el revés de esa fotografía se podía leer una nota manuscrita que decía: «Perdóname Silvia, todo lo hice por tu amor. Te amé, te amó y te amaré siempre, incluso te amaré ardiendo en el mismísimo infierno. Padre perdóname tu también, nunca quise hacerte daño, pero fue inevitable».

Todos se reunieron ante su tumba, su familia con un padre recuperado pero abatido a la vez, Silvia con Víctor, ya casados.

Silvia arrojó una rosa roja sobre su ataúd. Su abuela con un rosario en la mano dijo:

– Ya lo dije en el mes de enero, esto no podía ser otra cosa más que obra del diablo.

 

FIN

 

11. DIÁLOGOS DE CARMELITAS (Paloma Casado)

–Y bien, queridas hermanas ¿Tienen alguna propuesta para conseguir fondos estas navidades?

–Yo he pensado en vender entradas para un partido de futbol.

–Y que equipos jugarían, vamos a ver.

–Pues, nosotras contra los ancianitos.

–Pero, alma de cántaro, ¿usted cree que los ancianitos están para darle patadas a un balón?

–Tenemos cinco o seis todavía bastante ágiles y, para darles ventaja,  podrían duplicar el número de jugadores de un equipo normal. Si además ponemos a un par  en la portería con sus andadores, no habrá Dios que les meta un gol.

–Cuide sus palabras hermana Consolación, es pecado pronunciar el nombre de Dios en vano. Se nota que pasa muchas horas hablando con Quintín el comunista.

–¿Quién es quintacolumnista?

–Y usted, hermana Angustias, haga el favor de ponerse los audífonos para asistir a las asambleas.

–Pues va a ser difícil ganarles con las sillas de ruedas, los bastones y el mal genio que se gastan.

–Yo propongo que posemos para un calendario artístico vestidas únicamente con la toca.

–Pero entonces, tendremos que dejar de comer dulces si no queremos que se nos vean  las lorzas.

–Todo sea por el bien del asilo.

–¿Para qué queremos más hilo?

 

10. En la casa de Dios.

-De nuevo ha sido sin querer. Bueno quizás no tanto –se sinceró arrepentido ante su confidente.

-Hijo mío, debes poner fin a este asunto incómodo. O no podremos hacer nada más por ti.

-Le juro que es más poderoso que yo ¡Exímame padre! –imploró quejoso, arrumbado contra el costado más lúgubre del confesionario.

-Rogativa y contrición hermano –dictó el confesor, mientras lo santificaba desde la punta de sus dedos, trazando una cruz imaginaria sobre él.

Tras la jaculatoria se incorporó redimido. Sintiéndose otro.

Palmeó el polvo de la sotana y se ajustó con desenvoltura el alzacuello. Cuando atravesaba la nave central, las campanadas requirieron la entrada de los feligreses, y ante el altar un grupo de niños en catequesis por el año nuevo caminaba al encuentro de la sacristía.

Entonces se le adivinó una sonrisa; la misma de siempre, mientras sus ojos lascivos hostigaban henchidos de apetencia al último de la fila. Al más rubio de todos.

8. EL FINAL DE LA INOCENCIA (Modes Lobato Marcos)

Aquella mañana del  31 de diciembre,  el niño arrojó un puñado de tierra sobre el ataúd de su madre.

Después me miró y, mordido por el escorpión de la amargura, me dijo que ya no creía en los Reyes Magos, ni en Santa Claus, ni en el Ángel de la Guarda.

Más tarde,  las horas bailaron un réquiem . Y reptando llegaron las brumas.

Y casi a medianoche  hallaron su cuerpo,  inerte y suicida, en el fondo de un pozo cercano.

Sonaban las doce campanadas cuando yo, llorando, me arranqué las alas.

 

 

 

 

7. ¡YA TE VALE, NANO! (PURIFICACIÓN RODRÍGUEZ)

Todos los años lo mismo. Aún me parece estar viendo la escena que, invariablemente, se repetía cada navidad en nuestra casa.

Mis padres, mi hermano pequeño y yo sentados a la mesa, a punto de empezar a tomar las uvas para celebrar el año nuevo. Todos pidiendo en nuestro interior un deseo, con la irracional esperanza de que se cumpliría sin falta en los siguientes doce meses.

Entonces, a mitad de las campanadas y con la boca llena de uvas a medio tragar, el nano empezaba a hacer aspavientos, a agarrarse el cuello y a ponerse cada vez más rojo hasta que, a punto ya de la asfixia, mi padre lo ponía boca abajo y lo sacudía hasta que todo lo que atesoraba en su garganta salía de golpe y volvía, al fin, a respirar de nuevo.

Algún año, incluso nos quedamos todos sin uvas y sin campanadas porque teníamos que echar a correr con el dichoso niño a urgencias, cuando el color de su cara pasaba del  rojo vivo al morado pálido y el bolo alimenticio le había cogido especial cariño a su faringe.

Desde que creció y vive solo, el jodío no se ha vuelto a atragantar.

6. El marido de la carnicera (Susana Revuelta)

A Pascuala lo mismo le daba cubrir la mesa con un hule que con una sábana llena de cercos amarillos; total, para cenar con Nicolasa, su hija, tampoco hacía falta mucha ceremonia. Tras retirar las sobras del improvisado mantel, quedaron un racimo de uvas pochas y un vaso de gaseosa con una dentadura dentro.

―Eztaba dudízimo el pavo —refunfuñó chupando un huesecillo.

―Era el Botas, madre. Padre dijo que, si ya no cazaba, mejor a la cazuela que al contenedor.

―¡Te adanco la cabeza, zunodmal! ―chilló Pascuala, lanzándole el vaso―. Tenía que habedte ahogado en el fdegadedo cuando nacizte, edez máz idiota que tu padde. Pod ciedto, ¿le tdoceazte bien con el hacha?

―Sí.

―Bueno, ezcucha. Enzeguida zonadán laz campanadaz. Mientdaz yo me azomo pod la ventana y tido loz petaddoz, tú enchufaz la tditudadoda al mázimo y metez zuz cachitoz. ¿Eztá clado?

―¿Qué haremos con el picadillo, madre?

―Hambudguezaz. Y una badbacoa en el patio, con muuuchoz globoz. Azí invitaz al tontaina del cadtedo, a ved zi te cazaz de una vez y cuidaz de tu madde, una pobde anciana abandonada.

Nicolasa dio palmas de entusiasmo y abrió mucho la boca, dejando caer un hilillo de baba.

 

05. Ni yo ni nadie (Eva García)

Está solo: un centollo descongelado y una ensalada de endivias esperan sobre la mesa. Enciende la tele para ambientar la noche: aún queda un cuarto de hora. Mira las uvas; redondas, jugosas, tiernas. Muy despacio comienza a pelar una, como si la desvistiera. Piensa en Virginia. Al desnudar la segunda se acuerda de Marga. Mientras  despepita la tercera, Alicia acude a su memoria. Nieves, la de la oficina; Ana, su masajista; Carla la del octavo… va exponiendo las pulpas traslúcidas, abriéndolas casi con ternura, arrancando las semillas de sus entrañas.

Faltan cinco minutos. Sostiene la última entre los dedos pringosos. Parece especial: no se atreve a rasgar la piel ni a horadar su carne. En su mente es Patricia, la panadera.

Comienzan las campanadas en todos los relojes y también en su corazón. Traga de golpe las once frutas vejadas y deja la intacta para el final. Con el último tañido, chupa despacio el hollejo áspero y después la muerde, disfrutando del jugo con placer.

Mientras el mundo brinda por el nuevo año, él sale de su apartamento. En un bolsillo del abrigo lleva el eterno estuche de Cartier, con la sortija once veces rechazada. En el otro, una navaja.

03. MARTES EN MARTE (JAMS)

Silve y Tom suelen cenar tarde. El menú ha sido el de un día cualquiera: caldo de puerros hidroponizados, un par de filetes de gyromitras (ese hongo que Tom ha desarrollado como ingeniero de cultivos) y un pastel sonrosado cuyos ingredientes sólo conoce la cocinera. Martka es originaria de tierras del Bósforo, y en ocasiones especiales, le gusta sorprenderles con viejas recetas que viajaron con ella.

Tras la cena, Silve ocupa su sillón preferido, como los últimos diez días, para continuar con una novela ambientada en la última Guerra Mundial. Tom, en cambio, tiene reservada para esta noche la audición de la última joya de coleccionista que ha adquirido: la grabación en directo del último concierto de Sam Cooke en 1964, poco antes de morir acribillado en un motel de carretera.

La tranquilidad del momento lo rompe un escandaloso grito desde la cocina. Silve, que reconoce enseguida lo que ocurre, le hace una seña a Tom para que se quite los cascos y pueda escucharlo. Ambos sonríen al entender que se trata de otra atronadora conversación de Martka con su familia: les resulta enternecedor su ingenua y exagerada alegría. Al parecer, esta noche, en la Tierra, celebraban el Año Nuevo.

2. AÑO NUEVO, VIDA NUEVA (EPÍFISIS)

Cuando el cava suavemente lo vertí en su cuello, se fue deslizando, llenando la oquedad de la clavícula que al momento rebasó el hueso y se derramó al pecho derecho donde se remansó para acogerlo yo entre mis labios, notando el frío, el cosquilleo de las burbujas y la pelusilla de melocotón de su piel. Mi cabeza perseguía los regueros que se desbordaban y alguno desapareció en el ombligo, que me obligó a sorber con fruición. Vacié la botella y me hundí entre sus muslos para recibir la cascada que se originó y mi lengua entre pliegues, chupaba, relamía y percutía, originando oleadas de placer en ella, que terminaron en un orgasmo brutal, aprisionando con tal fuerza mi cabeza, que dejé de escuchar sus gritos.

Pasamos a la bañera redonda donde nos quitamos lo pegajoso del líquido ambarino con gel y por fin, me correspondió con lo que yo estaba deseando.

Repantingados contra el borde y tomando uvas bañadas en chocolate, entre la segunda y la quinta, recordé aquel día que eché el cava por el cuerpo desnudo de mi mujer y me pegó un bofetón, ahora la llamaré, le diré au revoir, tras las campanadas del año nuevo.

1. Feliz Año Nuevo (Miguel Ángel Pegarz)

Allí estaba otra maldita Nochevieja con su rica tía, dispuesto a dejarse ir otro año más. tras las campanadas de Año Nuevo no iba a ser mejor persona, no tenía un gran proyecto, no iba a apuntarse al gimnasio ni a hacerse voluntario o socio de ninguna ONG. Pero intuía que iba a ser un gran año.

A la tercera campanada tía se atraganta,

a la sexta tiene un tono azulado,

a la décima boquea

y con la última se ha desplomado inerte.

Sí, tiempo de sobra ha tenido para tratar de liberar su garganta, pero también memoria de sus doce años y la cama de la tía.

Y haciendo cuentas…

SIN TÍTULO

Hielo, hielo, gritó Tomás al camarero que atendía al servicio de camarotes necesitamos mas hielo en el Camarote 115, sería usted capaz de proporcionarnos mas hielo, este whisky necesita hielo. El camarero consulto al maitre y este se encogió de hombros, estamos en medio del Atlántico de donde vamos a sacar hielo ahora. Hielo, hielo grito Ana a su hermana cuando vió el bulto que le estaba saliendo en la cabeza despues del golpe que se había dado contra la mesa cuando el barco dió aquel bandazo, necesitamos hielo para ese bulto. Hielo, hielo grito el marinero John cuando divisó el iceberg que tenían enfrente, lo que todo el mundo estaba pidiendo, aunque quizá era demasiado hielo.

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