Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

95. Adaptación evolutiva

El hotel con el que nos ganábamos la vida estaba junto a una de las carreteras que salían de la ciudad. Yo lo había heredado de mis padres y, con el paso de los años, habíamos visto como la metrópoli cada vez más cerca amenazaba con engullirnos. Así, habíamos dejado de ser una encantadora casa rural y quizás acabásemos por convertirnos en uno de esos hoteles que hay en los polígonos industriales, llenos a partes iguales de altas voces y de gemidos.
Yo miraba con aprensión a mi mujer, que era de misa diaria, y me preguntaba qué sería de nosotros cuando trasformasen la iglesia en una discoteca y nuestro pequeño pueblo en un satélite con cuatro casas.
Qué tonto soy, ¿verdad? y qué olvidadizo.
En cuanto volvimos de despedirnos entre lágrimas del cura, un buen amigo, ella puso la radio a todo volumen, empezó a mover las caderas, a guiñarme un ojo y a servirse un lingotazo de whisky. Sentí otra vez un pellizco en el corazón y recordé el modo en que nos habíamos conocido, el momento exacto en que habíamos decidido vivir y sobrevivir juntos.

94. Verosimilitud (Marta Trutxuelo)

Mi padre se llama Alfred y es director, director de películas. Hacer películas es tener una silla de director de cine con tu nombre escrito. Mi padre también coge un embudo, se lo pone en la boca y chilla: “Acción”. Entonces los actores y las actrices hacen su trabajo, que es actuar en las películas. Esto lo hace mi padre más de mil veces al día y cuando otro señor hace “clac” con una cosa que se llama claqueta, otras mil, mi padre vuelve a casa.

Hoy mi padre le ha contado a mi madre que han encontrado un hotel en la carretera para la nueva película, y que han rodado la escena de la ducha y que ha quedado muy verosímil. “¿Qué es verosímil?”, le he preguntado. “Significa que es creíble, real, que le puede pasar a cualquier persona”, me ha explicado. “¿Y qué pasa en la ducha?”, le he preguntado. “Eso no te lo puedo contar, tienes que esperar a que se acabe de rodar la película”, me ha respondido él. No importa, esta noche dormiremos en ese hotel, así que no tendré que esperar a terminar el rodaje… ¡antes de dormir tengo que ducharme!

 

93. 1998: El silencio de F. Albert (Izaskun Albéniz)

Cansado, el anciano cantante toma asiento en la suite del Holliday House, un discreto hotel de carretera que fue testigo de cuanto aconteció aquella noche, cuando aceptó el único encargo en toda su vida contra una mujer. El trabajo sin embargo, ya estaba hecho cuando llegó, y él se limitó a llevarse el cadáver y disponer la casa que tan bien conocía como el plató de la que iba a ser la última actuación de la actriz. Ella había sido primero su amante y posteriormente su confidente; a ella le debía haber contactado con la élite, aunque después aborreció ese privilegio, quizás demasiado tarde, cuando fue consciente del deterioro de la mujer, de su lento marchitar aún en plena juventud.

El resto era historia. La habitación 303 permanecería indiferente al paso del tiempo por expreso deseo del hombre que ahora descansaba en la butaca. El mismo que había comprado el silencio del propietario del hotel a golpe de talonario.Todos aquellos dólares, sin embargo, no pudieron acallar la melodía que cada nueve de mayo inundaba los pasillos de la tercera planta, donde una voz dulce y apasionada, casi lasciva, entonaba con falsa inocencia Happy Birthday dear President.

92. Un hotel en ninguna parte

¿Qué como terminé trabajando en este anodino hotel de carretera?

No sabría decirle.

Llegué agotada; cansada de pelear contra mi aciago destino, cansada de abusar de mis padres, de engañar a mis amigos, cansada de cansar, cansada de estar cansada.

Pero las fuerzas no me dieron para continuar la huida y embarranqué en este hotel. Incapaz de pagar el alojamiento me ofrecí como camarera para condonar mi deuda.

Siempre  pensé que me marcharía rápidamente pero primero me faltó energía y luego valor.

¡Y aquí me tiene usted! atendiendo a quien decide descansar en este lugar en medio de la nada.

Todos llegan con prisa; unos huyendo y otros buscando, pero todos afanosos.

Yo me limito a hacer por todos, lo que hoy estoy haciendo por usted; procurar que descansen para que al día siguiente puedan seguir corriendo, como ratones dando vueltas en la misma rueda.

Yo estoy bien aquí porque sé que da igual cuanto galopemos, todos estamos atrapados en nuestra soledad y que este es un lugar tan bueno, como otro cualquiera, para ver pasar la vida.

Cada mañana les despido con un cordial “Buen viaje” y les dejo que sigan peleando con sus fantasmas.

91. DESENLACE FUGADO DE PSICOSIS de Piluca Illana Herraiz

Los cristales sudaban rocío y las luces estrelladas en ellos se contorneaban al ritmo de la música que sonaba dentro del vehículo… Sus destellos iban y venían al mismo tiempo que las notas musicales liberadas de la radio permutaban del  agudo al grave y a la misma velocidad con que los faros del auto engullían los kilómetros oscuros de la desconocida carretera.

Su frente brillaba húmeda. La calefacción marcaba el máximo y a pesar de que exudaba,  seguía sintiendo frío. No recordaba cuanto tiempo llevaba conduciendo,  ni cuál era su destino. Solo el instinto de alejarse y de huir la mantenía agarrada al resbaladizo  volante y es que sus dedos rezumaban agua. De su frente resbalaban gotitas de sudor o ¿también eran de agua? y sus manos  empapadas temblaban de miedo. No llevaba puesta ninguna ropa y en su mente retumbaba el sonido chorreante de una espeluznante ducha rebotando y refrescando su cara.

Solo recordaba una desesperada carrera y aquella silueta oscura y retorcida de mujer anciana y esperpéntica, amenazándola con las tijeras en alto, el rostro bipolar y psicótico de loco…  escondida tras las luces de neón en aquel hotel de carretera…

90. SE ACABÓ (PURI OTERO)

Había llegado el día que tanto esperaban durante todo el año: ella una esposa y madre ejemplar, él un marido y padre perfecto.

Se reunirían en aquel motel de carretera una vez al año, así lo habían acordado en su primer encuentro y de esto ya habían pasado 40 años, pero esta vez uno faltó a la cita.

Alguien le llevó por otro camino  y puso un punto y final.

 

89. La sentencia

Los días muy luminosos Matilde abre la ventana de par en par y se asoma a los recuerdos. Deja que su mirada se pierda en la lejanía hasta que sus inquietos ojos logran atisbar, junto a una pequeña loma a cuyos pies discurre la carretera, la silueta del viejo hotel. “Todavía sigue allí”, dice para sí al tiempo que una sensación agridulce embarga todo su ser.

Hoy ha venido su hijo Carlos a verla; su único hijo. Su nacimiento, tras diez años de matrimonio, fue como un milagro; así lo contaba a todo el mundo Juan, su difunto marido.
Esta tarde madre e hijo se acercarán juntos al viejo hotel que, aquejado de abandono y soledad tras la construcción de la autopista, lleva muchos años cerrado.
Esperarán al ocaso, a esa hora mágica en la que el sol se cuela en las estancias, cual avezado detective, dilucidando enigmas y desvelando secretos; como el que se esconde tras la penetrante mirada del antiguo director del hotel, cuyo retrato todavía preside la recepción.

Conforme se acercan, Matilde recuerda a Juan y piensa en la sentencia que tantas veces oyó a su madre: “Las mentiras piadosas han hecho a muchas personas felices”.

88. AQUEL TIPO (Rafa Olivares)

Las pesquisas llevaron al sheriff Carter y a su ayudante Melvin, hasta aquel motel de ocho habitaciones adosadas, en un área de servicios de la interestatal. Al bajar del Buick celeste del 64, Carter se preguntaba cómo podría ser rentable aquel negocio, en un lugar con tan escaso tránsito desde la caída de la tarde.

Melvin sacó su billetera, de la que extrajo la foto del individuo al que andaban buscando -un tipo pelirrojo, cejijunto y con una llamativa verruga en la nariz-, y la puso ante los ojos del recepcionista.

—Sí, lo recuerdo bien, se alojó en la 108 el martes pasado —les dijo con actitud colaboradora—, iba solo. Aquí tienen el Libro Registro con su firma y la hora de entrada. Pagó en efectivo antes de tomar la habitación. No le oí marcharse; probablemente lo haría de madrugada.

Tras unas cuantas preguntas más, los agentes decidieron continuar sus investigaciones en otra parte. Melvin retomó del mostrador su cartera, sin advertir que faltaban dos de los grandes, y guardó en ella la foto del presunto criminal. Se marcharon sin tan siquiera despedirse de aquel hombre; un tipo pelirrojo, cejijunto y con una llamativa verruga en la nariz.

87. HABITACIÓN 104 (MANU GARPE).

Quedamos en vernos en un hotel de carretera, el mismo en el que aquella vez no entramos por vergüenza. Eran otros tiempos, éramos mucho más jóvenes.

Ella ha llegado un poco más tarde que yo. Antes de entrar me da dos besos. Cuando el recepcionista nos entrega la llave ella mira hacia otro lado. Tenemos reservada la habitación 104 a la cual nos dirigimos sin ni siquiera cogernos de la mano. Una vez allí nos desnudamos en silencio, nos tumbamos sobre la cama sin deshacer y follamos un par de veces, con la luz encendida y con una furia y una pasión olvidada. Como dos adolescentes. Tras el torbellino de piernas, brazos, bocas, saliva y sudor ella enciende un cigarrillo. Me ofrece una calada aunque sabe perfectamente que dejé de fumar hace años. Es entonces cuando comienza a hablar de sus hijos, de su trabajo, de su vida vacía. La escucho en silencio sin entender nada. Cuando queda dormida yo quedo mirando al techo, confuso.

A la mañana siguiente dejamos el hotel. Ahora estamos en casa, en la cocina. Sentado sobre una banqueta la observo mientras prepara la cena. Hace un rato me ha dicho que anoche tuvo una aventura.

 

 

86. ANTOLÓGICO (Ana Tomás García)

Si no fuera porque trabajo en el turno de noche y por lo tanto no estaba plácidamente dormido, juraría que lo sucedido hace unos días fue una tremenda  pesadilla.

Apenas llevaba un par de horas ocupando mi puesto cuando, en un momento dado de la madrugada, me vi envuelto en una espiral de situaciones surrealistas que fueron incrementando la tensión de manera alarmante entre los clientes, hasta el punto de crear una atmósfera densa y asfixiante que casi acaba con todos. Nunca llegué a imaginar que semejantes circunstancias pudieran producirse entre personas civilizadas y menos que me tocaría a mí ser espectador a la fuerza de tales acontecimientos, como si fuera un convidado de piedra escuchando improperios por parte de todos los protagonistas, que exponían libremente sus intimidades ante mi estupefacción. Claro que trabajando en un hotel de carretera como éste ya debería estar acostumbrado, pero es que hay cosas a las que uno no llega a acostumbrarse nunca, y eso de que la realidad siempre supera a la ficción se queda muy pequeño ante tamaña tangana de parlamento inverosímil.

Como iba diciendo, anécdota entre las anécdotas, de antología, para el estudio del comportamiento humano, escuchen…

85. Yo estaba allí

Yo estaba en el hotel cuando todo ocurrió, pero no fue como se dijo. Llevaba unos meses limpiando las habitaciones, necesitaba el dinero y el sitio me gustaba, bonito, pequeño, cercano al mar.

El era guapo, moreno, con unos ojos profundos como la noche, ella preciosa, se les veía felices, enamorados. Se contó que fue un crimen pasional, el la degolló y después se clavó un puñal en el corazón, así quedó todo, nadie buscó más. Pero no fue así como pasó, yo me cruzaba con ellos, con esos ojos como un abismo, y no eran para mi, me escondía y los contemplaba, y el la miraba a ella, solo a ella, y yo me consumía por dentro. Los esperé en el baño, cuando ella entró, la cogí por el cuello y la degollé, el entró después, aproveché su desconcierto y le partí el corazón, así fue, no hubo nada más, luego lo arreglé para que pareciera, lo que al final todos creyeron.

Aun sigo aquí, nada ni nadie me hizo marchar, ahora casi ciega todavía recuerdo el vacío en sus ojos muertos. No lo volví a hacer.

84. ESTATUS (Petra Acero)

Aquella carretera moría en el acantilado del amor, como lo llamaban últimamente. Elena conocía bien la historia…  Ella deseaba otra clase de amor, pero igual de sincero e incondicional: ansiaba los abrazos y los besos de Manuel.

Manuel, Manuel, repitió al sangrante atardecer que desbordaba el retrovisor de su coche.

Aparcó junto a la encina de la que colgaba un columpio. Giró la llave del contacto, desconectando su apellido y su orgullo.

No había nadie en la recepción de aquel hotel de carretera. Levantó la mano, planeando a favor de la brisa renqueante del único ventilador. A su espalda escuchó una voz cansada.

—¿Qué desea, señora?

—Busco a…

—No hay nadie hospedado aquí —atajó el viejo.

Elena  sintió la bravura de las olas, la hostilidad del acantilado, el dolor de cada roca… en aquel rostro ennegrecido que la escudriñaba desde la puerta.

—Abuelo, solo quiere conocer a Manu —le sermoneó la joven que entraba con un niño en brazos.

—Ella los mató… Ella mató a tu hermana y a Manuel —farfulló el viejo, golpeando el mostrador.

—Manu, mi cielo, esta señora es tu abuela… —susurró la joven al pequeño.

—Pa… pa, papa…

—¡Hola, Manuel! Yo…, yo conocí a tu papá.

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