Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

71. Pintor de batallas

Sentado en una montaña de tierra, solo podía sentir su respiración agitada. En el horizonte divisaba algunos destellos pero no podía oírlos. Estaba solo y todo a su alrededor solo habia desastre. Estaba demasiado cansado pero se sentía obligado a dar batalla, …por el País…  …por la Patria… le repetía una voz en su cabeza (voz que, después de ver tanta ruina, comenzaba a cansarlo).

Aunque lo intentó con cada uno de sus músculos, no logró levantarse. Estaba suspendido en un campo rodeado de basura y muerte.

Gritó, pero no encontró oídos para sus palabras; fue entonces cuando en su cabeza se libró la batalla entre el intento de moverse y las ganas de dejarse morir.

Así estuvo por horas, hasta que empezó a notar un cosquilleo en su cabeza seguido de un intenso dolor. El hueso de su cráneo comenzó a quebrarse dibujando una grieta y de esta empezó a brotar un tallo que se fue estirando,  de él nació un pimpollo que se abrió estallando en un rojo intenso. El soldado sorprendido se quedó contemplando la hermosa flor que caía sobre sus hombros. Los destellos cesaron y la batalla se fue apagando.

70. SÍNDROME DE ESTOCOLMO (Mercedes Marín del Valle)

A tientas buscó la linterna y cuando logró encenderla abrió levemente los ojos y apuntó de lleno al viejo reloj. Las cuatro y media. Escondió su rostro bajo la sábana y apretando los párpados y también los puños, entró en el día evaluando daños.
Aunque muchas veces recurrió a los recuerdos para seguir amándolo, hoy estaba dispuesta a asumir la realidad que siempre encubría por conveniencia.
Hubo un tiempo, al principio, en que le gustaba que fuera un poco celoso, pero ahora, después de cincuenta años le angustiaba seguir siendo presa de la desconfianza y de los ataques de celos que lo transformaban en un ser huraño, de mirada oscura y verborrea cruel.
Le acongojaba sentirse minuciosamente observada, cada paso, cada acción y, sin embargo, aún lo quería.
Mientras las manecillas del reloj seguían su curso hacia el nuevo día, la mujer concluyó que en aquella batalla agotadora ella había perdido su vida entera pero él tampoco salió victorioso porque aunque seguiría cuidándolo como el primer día, nunca más vería su sonrisa de niña dulce, aquella de la que un día se enamorara.

69. MARATÓN CON FINAL FELIZ

En cuanto recibió la orden de Milcíades, Filípides echó a correr a toda velocidad. Tenía que llegar a Atenas cuanto antes. Bajo un sol de justicia, cruzó llanuras, sorteó riachuelos, atravesó bosques, repitiéndose constantemente el mensaje que debía transmitir: «Vencimos». No se concedió un respiro. Incluso bordeó la choza de Las Tebanas sin pararse a ver a su preferida, la Loba, lo cual le costó no poco trabajo, dado que un pequeño retraso ―pensó― no hubiera alterado una pizca el contenido del mensaje (la batalla había sido ganada). Pero no. Durante horas, corrió sin descanso. Exhausto, entró tambaleándose en Atenas. Las mujeres en la calle dejaron sus quehaceres para ver qué pasaba. Cuando por fin iba a detenerse y hablar, un perro abandonado se abalanzó sobre él derribándolo, con tan mala fortuna que al caer dio con una piedra y se desnucó.

Las atenienses se enteraron de la victoria al día siguiente, cuando regresó el grueso del ejército. Y, a posteriori, decidieron retocar la historia de Filípides, procurándole un final más heroico, que era lo que en el fondo les gustaba a los griegos. Nunca más se supo del perro.

68. MARIAS….AS

Se acabó María, ya hemos llegado al final. Eran las únicas palabras de las que estaba escuchando que era capaz de comprender en ese momento, mientras unos brazos fuertes apretaban mis hombros y un sollozo atascado trataba de salir de mi garganta.

Cinco años había durado el combate, primero día a día, luego más espaciado: cuando parecía haber llegado la calma, volvía el dolor y era volver a empezar, creyendo cada vez que veía caer a uno de mis compañeros de lucha, que yo tampoco resistiría más.

Las lágrimas del inicio fueron trocándose en dureza. Dureza que se convirtió en compañía inseparable, útil para soportar los estragos que sobre mi cuerpo y me mente fue produciendo la batalla.

Salgo de la consulta, en el espejo del ascensor contemplo mi medalla. El lazo rosa que ha sido mi fiel compañero y que hoy brilla de una manera especial.

 

67. BATALLAS DE ANDAR POR CASA (Petra Acero)

“No hay batalla que se les resista, por eso ganan lo que ganan”, vocifera el papá de Rafa. Su mamá contesta que el fútbol está sobrevalorado. Su papá contraataca: “Otros deberíamos ganar esos sueldos para no tener que andar robando…” Rafa sabe que habla en clave, que su papá no roba porque es un superhombre.

A Rafa le gusta imitar a su hermana mayor. Dentro de unos años, cuando vaya al instituto, Rafa descubrirá que es como su hermana, que es como cualquier chica. Pero hasta ese día, Rafa continúa librando su batalla: ¿superhéroe o princesa?

La mamá de Rafa se maquilla con mimo: acaricia bofetadas, difumina insultos, suaviza humillaciones y colorea miedos. El papá de Rafa tiene buena mano y don de gentes. Por eso, tras cada batalla, le susurra a su mujer cuánto la quiere. Luego lloran juntos hasta que él se duerme.

Supermán hace tiempo que perdió su capa, pero sigue ganando batallas. Solo cuando Rafa lo disfraza de princesa, se le enredan los poderes entre el tul rosa, y  no puede volar… Algún día, Rafa esconderá ese tul-Kriptonita entre el pijama de su papá.

 

66. GUARACHANDO

Acostumbrada a organizar mientras charla, a maquillarse  recogiendo la cocina, a gestionar la agenda mientras reza, a subir mientras baja, en fin, cada día de su vida, aquel viaje inesperado al Caribe que le tocó por sorteo le enseñó otra forma de vida. Una experiencia en la que la eficiencia no era la meta y donde la prisa no te atropella para seguir corriendo hasta caer rendida en una jornada olímpica de objetivos inventados.

Un mundo donde la gente se mueve como las olas, con una suave cadencia de bossa nova, con una respiración profunda y sincera, y de-rro-cha su tiempo, nunca desperdiciado, en una fiesta para los sentidos donde cobra importancia la quietud y el descubrimiento de lo cotidiano. Y es allí donde acuden sus sueños cuando tratan de ganar la batalla al estrés, practicando lo que le enseñaron recién: a guarachar.

65. Parte de guerra

Cuando el móvil vibra en mi bolso no puedo evitar el vuelco en el estómago. Al ver tu nombre en la pantalla respiro hondo para no parecer preocupada. Igual tengo que salir corriendo como la última vez.

Escucho tus palabras que, en su atropello, carecen de significado. Las frases se ahogan y se desordenan. Debe ser que la sal de las lágrimas hace océanos en tu boca. Pero escucho alto y claro el final:

— Esta vez he ganado yo.

Recorren mi mente días de cardenales en recuerdos, paredes blancas de hospital, la negación absoluta a la denuncia, la justificación y la autoinculpación… Ahora eso se ha terminado, hija mía, ya lo verás, me digo a mí misma. Y a ver qué hacemos con el cadáver.

 

64. La guerra ideal (Javier Ximens)

A David

            Las figuras del ajedrez, en perfecta ordenación, son ejércitos dispuestos a matarse por defender a su rey. Cuánto más me gustan tras la partida, amontonadas en la caja, las fichas mezcladas, ya sean blancas o negras, al margen del rango y sexo, tumbadas unas sobre otras, en una hermosa orgía bicolor. Ojalá así fueran las guerras de verdad: una reina bajo un peón, el rey besando al alfil, dos torres de la mano sin que nadie las mire mal, y un final en tablas, sin vencedores ni vencidos.

63. ESTÁN DE MUERTE

A ver, rapidito te lo cuento (que tengo prisa). Pues resulta que el Micurrias, ya sabes ese que dicen hijo del panadero (aunque gasta la misma nariz que aquel cura que marchó para el norte hace ya más de quince abriles, dicho sea de paso), salió a por cangrejos a escondidas. ¿Qué por qué a escondidas? –Coño, para que “naide” se entere de adonde los pesco– y ya no regresó jamás. Hubo mucho alboroto, pero al llegar el día de la Virgen se olvidó el tema para centrarse en los festejos.

Al verano siguiente, cangrejada tras cangrejada, había que oír al Pelanas cómo alardeaba de traerlos por sacos de un lugar al que “naide” más que él sabía llegar. Por eso, cuando apareció astillado por un rayo tras la tormenta, el Aniceto dijo que eran temas de justicia divina y que mejor no removerlo.

 

Tormenta de cangrejos.

A 6 euros la docena, vino y pan incluidos.

Ahora, si quieres comer cangrejos de los de verdad pues te tienes que acercar hasta el bar del mismo Aniceto, que los pone de muerte (como a él le gusta decir) y mezclan sabor a río con regusto a tierra quemada.

62. Veinte pares de pies (Asunción Buendía)

20 pares de pies, veinte pares de talones y no sé ni calcular cuantísimos dedos. Bueno  deditos, que son tan pequeños, tan gorditos, tan tiernos…

Y tan impacientes ¡qué razón tenías! Cuando me dijiste “mira que aunque te gusten los niños, esto es una batalla”. Hoy yo te diría que más que una batalla ¡es un castigo! Pero un castigo tan llevadero que  no podría vivir sin él.

Ya he sacado los correspondientes calcetines, desabrochado todos los botones, bajado pantalones, quitado camisetas y ajustado los bañadores.

Ahora toca poner los gorros, mira que son antipáticos estos gorros de silicona, menos mal que con los polvos de talco es más sencillo, y aún así hay, tirones, gritos y llantos. Llevan razón no puedo evitar que se les enganche el pelo y que sus ojos parezcan todavía más rasgados.

Ya están listos.

Como siempre, digo:  «¡Ale a nadar! Pasadlo bien y tened mucho cuidado. Hasta mañana niños».

Y todos, uno por uno, me dan un besito, por cierto, bien babeado. Ellos son así todo cariño y les gusta demostrarlo. ¿Será ese cromosoma demás, ese que los tiene marcados?

Los miro embobada, hoy mi “batalla” con ellos ha terminado.

60. Martina y el miedo histórico (María José Escudero)

La mujer, trémula y cohibida, se quedó tendida sobre la tierra húmeda y sangrienta. De lejos parecía un bulto blanquecino, de cerca era un fardo gris y maloliente. Casi amanecía cuando vinieron a recogerla; le pusieron una chaqueta vieja sobre los hombros rendidos y se la llevaron a casa en silencio y con cautela.

La mujer era joven, casi una niña cuando empezó la guerra, pero una  madrugada de espanto, mientras se aferraba a sueños destruidos, le brotaron hebras blancas en el pelo. También era valiente, incluso descarada, hasta que un peso inoportuno en el bombacho la puso en entredicho, y  la abochornaba. -Estás viva -susurraban con alivio su madre y sus cuñadas. -Estoy viva -ella musitaba sin orgullo. Y qué tristeza vivir así, con este olor a miedo entre las piernas.

El grupo de soldados voluntarios se apostó frente a la hilera de condenados al desaliento. Inesperadamente, una voz de mando gritó contrariada: «Apartad a esa desgraciada de la tapia. ¡Rediós! Que se ha cagado encima».

La mujer se llamaba Martina y, tras aquella contienda sin sentido, se convirtió en una sombra perturbada y esquiva que vivió siempre con la mirada escondida y el corazón en un puño.

 

59. Sonrisa sellada (Blanca Oteiza)

Cuentan que tras la batalla nunca más volvió a sonreír. Que después que aquellos soldados entraran en su pueblo, sus ojos dejaron de brillar.
La niña de la mirada triste tuvo que dejar de jugar con muñecas para hacerlo con el bebe del pelo del color del fuego, como el que nueve meses antes había arrasado con su vida.
Cuentan que el niño creció sin conocer el amor de un padre.
Cuentan muchas historias de cuando mi abuela era niña, aunque no todas sean ciertas.
Hoy la despedimos, serena, inerte, pero con una bella sonrisa en sus labios mudos.
Mi padre llora en mi hombro mientras acaricio el fuego que permanece en su pelo.

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