Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

83. EL HOMBRECILLO Y LA DIOSA (EIDER INCHAUSTI)

 

La luna de plata delató aquel cuerpo que descansaba en la orilla. Su saliva y resto de fluidos en el punto más álgido de la noche se habían mezclado con la espuma de mar. Nunca había pensado que se pudiera sentir tantísimo placer, pero allí estaba él, un pequeño hombre de un pueblo perdido contemplando la máxima belleza.

Recordó que antes de perderse entre las olas ella le había susurrado al oído su nombre, ese fue el primer escalofrío y el primer calor entre las piernas. Y ahora yacía en la orilla, no sabía si acercarse y volver a preguntárselo pero pensó que después de una conexión así poco importaban los nombres.

Recorrió su silueta con la mirada, el cabello dorado que se había enroscado en su cuerpo, la boca que le había sorbido el alma, ese cuello que había mordido mientras ella emitía sus primeros gemidos. Siguió el recorrido y al parar en los pechos volvió a saborear el tacto de sus pezones. Se acercó, empujo el cuerpo al mar y le dio las gracias a la inmensidad mientras la luz de la luna iluminaba las escamas de la cola de aquella diosa.

82. MARLENE Y LA LUNA

Allí estaba, delante de mí, el espectro etéreo de Marlene. De repente, percibí su olor, olía a fresas silvestres. Sigo enganchado a Marlene. Sus ojos  ahora son más brillantes que cuando estaba viva. Algunas veces se me aparece en el desayuno, otras en la cena. Sobre todo me gustan los días en los que cenamos sopa, son como un bautismo.

Otras veces me la encuentro en el lecho, yo me anticipo, le dejo su sitio y le ahueco litúrgicamente la almohada. Entonces, evado mi mente hacia paraísos artificiales de colores. Recuerdo nuestras interminables partidas de ajedrez, siempre concluyen en tablas, pero a mí me basta con poder verla,  escucharla, olerla, sentirla cerca de mí.

Muchas noches dormimos juntos bajo la luna llena. Me encanta el efecto que su luz irradia en la tez pálida de Marlene. Cada día la veo más transparente, y eso me preocupa. Parece que  se la estuviera bebiendo poco a poco esa enorme bola de mantequilla. Yo permanezco en estado de vigilia casi continuo, y no me dejo hipnotizar por su calor incandescente, porque intuyo que la muy avariciosa quiere arrebatarme a mi Marlene mientras estoy dormido.

 

81. LUNA ULTIO ORA PRO NOBIS (LUNA DE VENGANZA ORA POR NOSOTROS) Begoña Heredia

La luna se escondió en el campanario al tiempo que repicaban las diez de la noche. Hizo sombra en el cuerpo desnudo de Ángela, proyectando en él la torre de la iglesia. La joven tumbada sobre una cama en el cuarto piso de un edificio en ruinas, entre sus piernas ensangrentadas echaba fuera una vida. El niño nació llorando ávido de conocer mundo y a los pocos minutos el llanto cesó. La luna asomó terciada tras las campanas. Ángela lentamente se incorporó, dirigió sus trémulos pasos al ventanal apretando al neonato contra su pecho. Miró al cielo y oró sin saber hacerlo. La luna se volvió roja y desde de la cúspide del templo un cuerpo cayó con un grito aterrador. Salieron los frailes descuidando su clausura. Entraron al joven monje sin vida al atrio de la iglesia, cerraron sus ojos y vieron sobre su frente una señal pagana: una luna llena y roja marcada a fuego. Ángela lloró la muerte del niño albino y la luna la acompañó.

79. Viaje de vuelta (Sara Lew)

Esa noche nadie reparaba en nosotros, ni siquiera la luna llena, parapetada detrás de los rascacielos más lujosos de la ciudad. El tipo apareció de repente en el callejón oscuro y mugriento donde Cinthia y yo compartíamos la última dosis. Parecía salido de una película de los años cincuenta, con esa cazadora negra de cuero y el tupé engominado que coronaba su cabeza. No le faltaba arrogancia en el porte ni en la mueca sobrada de su cara. Sus ojos castaños me resultaban familiares. Y esas orejas separadas, la intensa arruga del entrecejo, el taconeo nervioso del pie izquierdo, que era el mío… Cinthia se desplomó en el suelo, los ojos abiertos, la mirada perdida. Alucinando, quizás, con sus propios fantasmas.

78. SuperLuna

¿Dónde está ahora mi bebé? La mece el mar. Temo por ella. La Luna brilla como lucecita de noche. Dame luz, Luna, para que llegue al otro lado. Dame fuerzas, Luna, para no llorar. ¿Dónde está ahora mi bebé, Luna? Dime si puedes verle. Es pequeña y de piel oscura y espero que duerma en su cuna de plástico. Cuna que es patera y flota en medio de la nada. El mar es cruel, pero hoy está calmado. Lo llaman situación propicia: de las malas la mejor. Luna, hoy eres tú mi heroína, mi SuperLuna. Lleva sana y salva a mi niña hasta el otro lado y no la dejes regresar. Y si llora, cántale. ¡Cántale, Luna! Que de nanas debes ir sobrada, tú que pasas las noches en vela componiendo poemas. ¿Eres madre, Luna? Amadrina esta noche a mi hija y mira que no le falte una nana que la duerma. Esta noche hay luna llena y mi hija está camino de su nuevo hogar. Así yo lo espero y si así no lo fuera, yo me echaría a llorar. Con mis lágrimas subiría el nivel del mar, alzando al cielo la cuna, y así mi niña pudierate tocar.

76. En paz descansó

Manolo la siguió cada noche durante meses hasta que la descubrió bañándose en el lago. Entonces, sin dudarlo un instante, se lanzó al agua, la apresó, y la encerró en su vieja cesta de picnic. Algunos minutos después, frente al mausoleo familiar, miraba el nombre de su Isabel esculpido en mármol, y retrocedió en el tiempo. Habían pasado ya cincuenta años desde que, sentados sobre la hierba de la montaña más alta de Villanueva del Rosal, él le prometió la luna, y ella le regaló su amor. Desde aquel momento, no había conseguido acallar los gritos de remordimiento por no haber cumplido su palabra. Hasta aquel instante. Sonrió, y se tumbó en el espacio reservado para él, bajo una lápida con su nombre. “Aquí la tienes, mi amor”, dijo, antes de cerrar los ojos por última vez.

Hoy, los científicos de medio planeta siguen buscando una explicación a la desaparición del satélite. Solo los habitantes de Villanueva saben, sin lugar a dudas, que tiene algo que ver con el extraño resplandor que sale del cementerio, y con el bueno de Manolo, cuya alma, que veían vagando por los montes entre lágrimas, había desaparecido para siempre.

75. Sin gravedad

 

 

En una noche de luna redonda, se empelotó y se subió a la copa del árbol más alto del jardín. Cuando lo bajaron     envuelto en nubes, radiante, anunció:

—¡Por fin soy astral!

74. ECOSISTEMA

El cazador caminaba sigiloso hasta que tropezó y cayó en una zanja profunda, porque hay trampas que no se distinguen ni de noche ni de día.
Con el ruido, los roedores y los topos salieron de sus madrigueras y le hurtaron el rifle para ocultarlo entre la maleza.
Por el olfato se guiaron los ciervos, jabalíes y zorros, diestros en empujar ramas y tierra con las que enterrar al intruso, antes de que recobrara el conocimiento.
Las águilas y los milanos observaban la escena,  sobrevolando las copas de los pinos.
Las nubes cubrieron el cielo totalmente. Comenzó a llover y todos los animales se escondieron con los primeros relámpagos.
Un rayo certero partió el viejo roble que cayó sobre el claro del bosque.
Luego cesó la tormenta, volvió el silencio y se despejó el horizonte en esa tranquila noche de plenilunio.

73. MIGRANTES (Beto Monte Ros)

Odelim, hijo de Naitana, era muy pequeño cuando ella partió en busca de trabajo al otro lado del desierto.  Aunque con el tiempo llegó a acostumbrarse a su ausencia, no logró borrarla de sus recuerdos. Creció bajo el cuidado de su abuela, quien solía contar que su hija se había ido al país de las luces.

En la aldea decían que más allá de las dunas, estaba el lugar donde vivía su mamá y, sin pensar en el peligro, se dispuso a encontrarla. Emprendió el viaje una noche que la luna llena alumbraba los senderos, pero a los pocos días de andar, con poca agua y cansado, le sorprendió una tormenta que le detuvo en el camino. Su cuerpo quedó sepultado en la arena, junto a su más profundo deseo: volver a ver a su madre

El viento que, a veces, es aliado de los muertos, arrastra una nube de tierra hacia la ciudad donde, en una pequeña habitación, Naitana baja las cortinas, y cree que la nostalgia se burla de ella: al barrer el polvo que se coló por la ventana, ha escuchado la voz de su hijo.

72. REALISMO Virtudes Torres

 

Mojó el pincel en la mezcla color carne  y dio las últimas pinceladas. Miró a la modelo que parecía cansada y decidió terminar la sesión.

Ella tomó su ropa con desgana y se vistió ajena a la mirada del  pintor.

Una vez a solas, éste siguió admirando con pasión su obra.

Tomó una silla y se sentó frente al cuadro. La noche empezaba a caer. La oscuridad tapaba los rincones de la estancia. Una luna llena se colaba espléndida por la ventana.

Acercó su obra a la luz de la luna, que parecía empeñada en besar a la imagen del cuadro.

Así pasaron los minutos, quizás las horas, hasta que unas caricias le despertaron.

La muchacha había vuelto y besaba sus labios. La atrajo hacia sí y la pasión se desbordó en manantiales.

Gozoso, cerró los ojos para seguir paladeando el momento. Al abrirlos descubrió la soledad de su cama.

La luna seguía iluminando la estancia. La imagen ocupaba el lienzo.

En su cara latían los besos y sus labios aún conservaban el olor a óleo carmín.

71. Sabor a mí

Nada más placentero, nada más intenso bajo la luna, se dijo. Comenzó humectando sus pezones y con sus dedos suaves caricias en círculo alrededor de ellos. Un ombligo excelso sería el pozo de lágrimas como perlas que resbalaban sugerentes por entre los pechos…,

Agitación, perversión, amar, amor; un gesto convulso y el clímax…,

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