Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

133. LADISLAO PEDRO; MI ABUELO

-¡Mira al suelo!- Le oía pero no le escuchaba. Volvió a repetir la frase desde el otro lado del cristal. Pero finalmente tuvo que entrar a buscarme. Fue porque no le escuché, pero desde entonces no se me olvida: “Mira al suelo”. Él se encarga de recordármelo. Ahora también está ahí; en el suelo. Pero también en el techo y en el aire, y en todas partes. A veces se pone a mi lado para repetirme las palabras. Es el encomiendo con el que me invita a tomar contacto con la realidad cuando mi mente vuela en exceso o peligrosamente. ¡Claro! ¡Por eso me caigo de vez en cuando!. Es para que no se me olvide caminar sobre tierra firme. ¡Ese chiflado pelirrojo! De energía inusitada y chistes raros. Qué burlesco me parecía y a la vez qué enigmático. Escribiendo hoy estas palabras me doy cuenta de que todos mis recuerdos son símbolos que él me dejó. Y justo ese día en el laberinto de espejos, cuando me gritaba que mirase al suelo al verme perdida, me recordó una vez más que siempre estaría a mi lado para guiar mi camino hasta el día que venga a buscarme.

132. Laberíntico plan

Tenía una especial habilidad para manejarlas a todas. Rara era la que se le resistía. A la última más de una vez la había mirado de reojo, cuando a menudo se acercaba a buscar a alguna de sus compañeras, pero nunca hasta ese día se había propuesto detenerse con ella.
Recordó, de pronto, que en su casa no querían ni oírla nombrar, ya que hacerlo les evocaba una tarde aciaga en la que su hermano pequeño desapareció durante horas en la feria del pueblo. Por eso, se acercó a ella como quien lo hace a un fruto prohibido: con mucho sigilo y con un deseo irrefrenable de probarlo. Primeramente, se interesó por el origen y significado de su nombre. Después, dando rienda suelta a su imaginación, se dejó atrapar por su sugerente imagen, en la que se adivinaban sinuosas curvas y oscuros y húmedos recovecos. Su objetivo, al igual que con las otras, era conseguir que ella se prestase con él a todo tipo de juegos. Para ello tenía que conocerla en profundidad, en el sentido más amplio de la palabra.

El sonido del diccionario al impactar contra el suelo interrumpió su laberíntico plan.

131. CINCUENTA Y OCHO

Te habían dicho que el trayecto estaba plagado de obstáculos, pero no les habías hecho caso: a estas alturas sabes bien que la gente disfruta, disfrutamos, de la opacidad que pinta el miedo en los ojos ajenos.

El verdor bordea el camino, tanto que a veces parece fundirse con tu propia indumentaria. Es llano, cruzado por un par de ríos que se salvan sin dificultad. Has encontrado agua potable y hasta una posada, aunque no has hecho noche. A veces has avanzado tan deprisa como si un par de alas blancas te levantasen del suelo.

Lo del laberinto ha sido un retraso, pero te crees con todo el tiempo del mundo ahora que sabes que no vas a acabar en la cárcel. Con lo que no contabas, como ninguno hacemos, era con la Muerte. Casilla de salida y vuelta a empezar.

(RELATO FUERA DE CONCURSO)

130. ¿Pesadilla? (Elysa Brioa)

Despierta al oír el cuchicheo, abre los ojos y alza la cabeza para atisbar en la penumbra de la habitación. Se sobresalta al observar una fina raya de luz que recorre el piso desde el guardarropa. Pone los pies en el suelo y camina hacia esa luminosidad, asoma la cabeza y una expresión de absoluto desconcierto se apodera de su rostro. Durante unos minutos permanece inmóvil contemplando el interior, no hay ropa, solo un pasillo interminable del que no se alcanza a ver el final e infinidad de portezuelas que se pierden en la oscuridad del fondo. Avanza inseguro, gira el pomo de la primera puerta y lo asalta la imagen de un laberinto de pasillos que se bifurcan en direcciones imposibles, hace lo mismo con la segunda y se repite la escena. Asustado intenta volver sobre sus pasos pero su espalda choca contra un muro. Lleva la mano a la garganta con la esperanza de contener la sensación de ahogo, pellizca con fuerza la mejilla, no sirve de nada, todo su cuerpo empieza a temblar sin contención cuando una voz, que suena como vidrio arañando las paredes, le susurra: espéranos, ya vamos, y no…, no estás soñando…

129. Libertad y respeto (David Moreno)

Un niño nació. Y nació niño. Creció. Lo hizo rodeado de coches, pistolas y balones de fútbol. Siguió creciendo. Todavía niño. Niño. Niño. Eres un niño. Las voces se hicieron cada vez más tenebrosas. Niño. Niño. Se sumergió en un laberinto de dudas. Qué me pasa. Soy niño, niño, niño, dicen. Asustado corrió de un lado a otro. Recovecos sin sentido. Callejones oscuros. Desolado, finalmente encontró la salida. Y sin saber la razón, siguió corriendo, esta vez con una sonrisa en los labios y los pliegues del vestido acariciando sus piernas de mujer.

128. FIDELIDAD

Cuando consiguió salir del laberinto, el Dinosaurio seguía allí.

 

(Relato fuera de concurso por ser jurado este mes)

 

P.S.

No iba a dejar de perderme  en el laberinto de ENTC

 

127. Para el lunes

Lo apearon ante el caserón con una palmadita en el hombro y cruzó el umbral de la puerta con un te lo vas a pasar bien, hijo, que él interpretó como adiós, hasta el domingo. Pero pensó en aprovechar la situación para acabar la tarea:

“…Sorteó el laberinto de muebles que atascaban el hall y, cuando subía por la escalera al segundo piso, observó cómo dos espectros venían a por él, desplazando el polvo que en silenciosas volutas ascendía por los haces de luz que se colaban por los resquicios del artesonado. Retrocedió por el pasillo atrancándose en un cuartucho cuya puerta cedió a la presión de la espalda. Toc, toc… Los aparecidos golpearon la puerta y su corazón el pecho. ¿Estás ahí, verdad? Dijeron desde el otro lado. Y dónde si no, respondió con cierto descaro”.

…Toc, toc. Sus abuelos entraron, le estamparon dos besos y le recordaron que desayunaban a las nueve (si, si…), que almorzaban a las dos (ya, ya…),  que el router de cinco a siete (vale, vale…), y que sería difícil lidiar con su fantasiosa imaginación por más de tres días (pues lo sentía, pero tenía que finalizar la redacción para el lunes).

126. Imágenes

Me adentro en un laberinto de altos setos, caminitos geométricamente trazados, solamente me falta encontrar un conejo corriendo de un lado a otro como en el cuento.

Avanzo y en el primer recoveco  aparecen imágenes que titilan ante mí como si tuvieran vida propia, una niña saltando a la cuerda, juega y monta en bicicleta comiéndose el mundo en cada pedaleo. Sonrio alegremente.

Doy la vuelta y en la primera esquina, el corazón me dá un vuelco, que veo!!!!, mi primer beso, mi rostro ligeramente maquillado, suspiro con nostalgia ¡¡¡¡ qué época!!!.

Un nuevo sendero , escucho las voces de los niños que corren y saltan, sonrio agradecida a la vida.

Un camino estrecho, me detengo y asomo la nariz, un gran sofá me envuelve mientras leo y tecleo en un ordenador ultramoderno, miles de ideas sobrevuelan el espacio, respiro paz y saboreo esos instantes durante unos momentos.

Está ya oscureciendo, el sonido del silencio barre el entramado, busco la salida y al dar la vuelta, el futuro ya me espera iluminado bajo el reflejo de una inmensa luna.

 

125. A ESCALA 1:200

Se escuchaban los pasos de otro intruso al aproximarse. Más veloces y ruidosos, mientras los enanos seguían escondidos tras los tabiques del pasillo. Pulgarcito contó señalando a Mudito, Gruñon y a él mismo. Tan solo quedaban ellos tres, pero ninguno conocía el camino. Lo habían intentado hacia delante, hacia atrás, saltando por encima de las paredes y perdiéndose en los otros cruces. Y seguían sin conseguirlo. De vez en cuando se encontraban al enorme hámster, al único que sabía cómo entrar y salir de allí, pero siempre era peor, una auténtica carnicería en la que fue devorando al resto de gnomos, trasgos y seres diminutos que partieron junto a los tres supervivientes.
De repente reconocieron a la recién llegada y al unísono gritaron su nombre: ¡Alicia! Ella les informó que si crecían gracias a su poción, podrían salir de aquella trampa amurallada y derrotar al ratón. Sacó unos botellines con la palabra “Bébeme” escrita en sus etiquetas y le dio una a Pulgarcito, otra a Mudito y la última, ¡la había perdido!
Los cuatro incautos se volvieron cuando una enorme sombra los cubría. Entonces vieron al sucio y gigantesco roedor que babeaba y hacía rechinar sus afilados dientes.

124. MORIRSE DE ABURRIMIENTO (Jes Lavado)

El pequeño José Aquilino de Todos los Santos languidecía en el funeral, pero no de pena, sino de aburrimiento. Y fue quizá el tedio lo que le llevó a aprovechar el momento de dar la paz ­–ese paréntesis en el que las disciplinadas  bancas de la iglesia se agitan como un  banco de sardinas visitado por un escualo─ para trepar de moflete en hombrera, de joroba en peluquín, como un chimpancé a la fuga. Faltándole el  aire (y casi la vida), atravesó un laberinto de abrazos incómodos, esquivó besos repulsivos, pasó de la prisa a la ansiedad y de ésta a la desbandada frenética. Y así, buscando la salida de aquella jungla, acabó, nadie sabe cómo, en un funeral distinto, donde de repente le llamaban Pepín con gran familiaridad y se dejaba consolar por una multitud susurrante. Este hecho, que al principio le causó gran inquietud, se tornó ciertamente pavoroso cuando, finalizadas las exequias, José Aquilino de Todos los Santos, ahora Pepín, se quedó allí incapaz de moverse, asido a las manos de sus nuevas tías solteronas, junto a sus recién adquiridos primos translúcidos y un nutrido grupo de parientes espectrales, mientras la noche gélida caía sobre el cementerio.

123. ANTROPOFÍSICA CUÁNTICA (Paloma Hidalgo)

De la mano de la estrella fugaz que encontré en sus ojos me lancé al vacío. Abrí los míos justo a tiempo de descubrir la constelación de pecas de sus pómulos, y alunizar en sus labios para besarlos una y otra vez. Víctima del magnetismo de su piel, recorrí los diminutos cráteres que la varicela sembró en sus hombros, hasta adentrarme después en el espacio desconocido en el que orbitaban un par de planetas gemelos, deliciosamente suaves, de los que sin dudar me hice satélite. Perdida la noción del tiempo, a medio palmo de su ombligo, justo entre sus piernas, una nebulosa oscura que yo siempre había creído a años luz de mi centro de gravedad, me invitó a disfrutar de su entropía.
El Big Bang nos hizo arder y arder. Y arder.
Desde entonces ella es el universo donde habitan todos los sentimientos que antes vagaban sin dueño, en el laberinto de mis sentidos.

122. El laberinto de la vida

La abuela tenía una enorme verruga en el pómulo derecho. Cuando se ponía nerviosa se lo bordeaba con el dedo corazón. Así conseguía unir la vida que partía del inicio de la sangre con esa protuberancia formada sólo por piel.  De niña creía  que de esa verruga había partido el resto de su cuerpo. Me gustaba pensar  que la abuela había  nacido de un pequeño garbanzo de piel. Era pequeña,  escurridiza y hablaba poco. Andaba por la casa sin hacerse notar como en el laberinto de las cosas por colocar. A su paso todo quedaba siempre en su sitio. Yo tenía siete años cuando desapareció. Se inventaron historias sobre Dios y el cielo. Yo supe siempre que se había escapado rodando hacia otro lugar en el que volver a crecer para escurrirse de nuevo entre las cosas.

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