Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

123. El primate

Me obligó a parar en un motel de carretera y esperó en el coche mientras yo pagaba en la recepción. Siempre hacía lo mismo. Una vez a solas, recorrimos en silencio el pasillo que conducía hasta la habitación. El parpadeo de las bombillas indicaba que el establecimiento no tenía personal de mantenimiento desde hacía tiempo, al igual que lo revelaron los numerosos desperfectos de la habitación. Pero el lugar era lo de menos, bastaba un espacio con cerradura, unos pocos minutos, una llama en la oscuridad y un gemido de placer. Aprovechando que yo estaba tirado semiconsciente en la cama, se deslizó hasta mis pies y empezó a comérselos lentamente, degustando la carne fresca con cada bocado. Al darme cuenta, y en un intento desesperado por escapar, me agarré a la cartera que había dejado en la mesilla, a las fotos de mi mujer y mi hija, que tiraron con fuerza de mi mano para que no fuera devorado por mi propia pesadilla. Intenté gritar, pero las palabras se estiraron en mi garganta hasta convertirse en un hilo negro que cosió para siempre mis labios.

122. El viajante

Me registré, como es pertinente, pagando con antelación. Balbucee un gracias y un hasta luego. Puede que nuestras miradas coincidieran un segundo, o tal vez no. La verdad, no lo recuerdo. Al tercer intento conseguí abrir la puerta. Encendí la tele de 12 pulgadas, justo a tiempo de impedir que ningún pensamiento me despertara del coma. No me dio tiempo ni a ponerme el pijama.

 

A eso de las 12 de la noche unos golpecillos tras la cabecera de la cama, que provenían de la habitación de al lado,  me despertaron. – Alguien ha pillado, pensé. Sonreí y haciendo acopio de fuerzas que ignoraba que tenía, conseguí desvestirme y lavarme los dientes, mecánicamente.

 

A las 6 de la madrugada el despertador interrumpió el letargo. Una ducha rápida y listo para funcionar. Detrás del mostrador dormías. Pensé en despertarte para despedirme. Me encogí de hombros y deje las llaves en el mostrador, sin hacer ruido.

Listo para empezar la jornada. Un día mas, un día más… un día más.. un día más…

121. Hotel California (Juanjo Montoliu)

Como si se tratara de una nueva plaga de insectos, aquel lunes insípido de febrero empezaron a aparecer los periodistas. Llegaban en pequeñas oleadas de dos o tres, en coches discretos, simulando ser turistas, pero todas las preguntas, tras pocos rodeos, acababan en el hotel y en algunos tipos, de nombres extraños, a los que nadie recordaba haber visto.

A partir de entonces, se sucedieron los rumores. Al principio, se decía que los individuos buscados aparecían registrados todos los años, durante la primera semana de febrero, desde 1976. Después, que entraron en el hotel por esas fechas, y que no se anotó ninguna de salida, por lo que es posible que sigan allí desde entonces.

Lo único cierto, lo que salió en todos los periódicos, es que en un lugar apartado del sótano, oculto por un falso tabique, encontraron una cripta con tres ataúdes vacíos y sus respectivas lápidas conteniendo los nombres de los extranjeros: Don Felder, Glen Frey y Don Henley, junto a un esqueleto de águila real del que se conservaban todas las plumas.

A raíz del suceso, el mediocre Hotel Bahía cambió su nombre y tiene el cartel de completo todos los días.

 

120. El hotel de sus fantasías (Elysa Brioa)

—¡Buenas noches! Hotel El Buen Descanso, dígame…
—…
—Sí, tenemos libre…
—…
—¡Ah, entiendo! Si el señor fuera tan amable de describir sus gustos podría asesorarle sobre la disponibilidad.
—…
—No, lo siento, no está disponible. La habitación Psicosis es una de las más solicitadas.
—…
—¡Ah, comprendo! Si me permite la recomendación, sería más apropiada para usted la llamada El resplandor o El muñeco diabólico…
—…
—Sí, sí, por supuesto, caballero, están totalmente insonorizadas, además estamos lejos de cualquier entorno urbano, solo hay una carretera que apenas tiene circulación…
—…
—No, señor, solo admitimos efectivo.
—…
—¡Muy buena elección, señor! Procedo a realizar su reserva: Habitación El muñeco diabólico para los días 11, 12 y 13 de Julio…
—…
—¡Oh, no se preocupe! Tenemos un excelente servicio de limpieza, están totalmente familiarizados con las manchas de sangre…
—…
—¡Oh, claro! Puede disponer de un surtido completo para su entretenimiento. El catálogo de victimas que puede solicitar es muy amplio. Tenemos en existencias: Varios políticos corruptos, un par de financieros rapaces…
—…
—¡Sin duda, señor! Su habitación dispone de un sofisticado equipo de herramientas de tortura y eliminación.
—…
—¡Le esperamos! Estoy seguro que disfrutará de su estancia.

119. APOCALIPSIS (Jes Lavado)

En la número 9, Supermán se rasca la inmensa barriga, apura el vaso de güisqui  y se tira un pedo que agujerea los mugrientos calzones rojos y rasga las cortinas. Después arroja varios billetes a una prostituta que le mira con odio entre toses ahogadas.

En la 11, Batman se inyecta heroína mientras observa a un adolescente bailar desnudo frente a él.  Lobezno aúlla a cuatro patas y gimotea como un cachorro cuando una dominatrix  anciana le azota las nalgas.

Dos puertas más allá, Spiderman recorre las paredes cazando arañas que ingiere con deleite y repite como un mantra la palabra «Albacete«.

En la recepción, Wonder Woman derrama sus 160 kilos sobre el mostrador. Empalma un cigarrillo con el siguiente, la atención fija en una telenovela.  Pero la interrumpen Supermán, que baja a por hielo, y Batman, que se ha quedado sin condones. Entonces comienzan las noticias, con sus aviones comerciales derribados, sus guerras fratricidas y sus madres desconsoladas cargando a hijos muertos en los brazos. Lo de siempre.

—Fue un terrible error contarles la verdad. No debimos permitir que dejaran de creer en nosotros —murmura Supermán.

—Que les jodan —masculla Batman.

Spiderman, entretanto,  hace pucheros encaramado a una lámpara.

118. TE ESPERO DESPIERTA

Hay lugares fascinantes en mitad de la nada. Cadáveres de piedra que atraen a caminantes ávidos de misterio. Julia no era inmune a esa magia, y aquella noche estrellada todo parecía tranquilo.

La luz de la luna iluminaba un viejo hotel de carretera otorgándole un aspecto azulado. Ella no pudo evitarlo. No reparó en la hora, ni en que estaba sola…, solo frenó y guió sus pasos hacia la entrada.

El lugar permanecía intacto. Sus antiguos ocupantes parecían haber marchado con prisa, sin mirar atrás. Subió al piso superior recorriendo un pasillo infinito, lleno de habitaciones con nombre. Julia posó su mano en el pomo de una puerta llamada Sara y lo giró …. Un olor dulce y húmedo embriagó sus sentidos relajando su cuerpo. Avanzó sin pensar, alargando su mano hacia un vestido de novia, rasgado y sucio, que dormía sobre la cama. Sus dedos se perdieron en el tul, aquel olor a fruta exótica provenía de él. Se desnudó.  Ponérselo fue inevitable. Sentirlo sobre la piel le dotó de nuevos sentidos, de ideas extravagantes, de una fuerza desconocida…

Sara abandona la habitación dejando tras de sí una puerta llamada Julia. Prisionera en un vestido de novia, palpita una pequeña luz.

117. AQUELLA NOCHE

AQUELLA NOCHE

   El exterior del hotel no parecía haber sufrido variaciones. «Mejor así», pensó. Que todo siguiera igual, que nada hubiese cambiado. Solo así podrían recuperar la magia de aquella noche, la única en la que se habían sentido realmente vivos. Cuando traspasaron la entrada, respiró aliviado. La diminuta recepción permanecía exactamente como la recordaba.

– Buenas noches.

– Buenas noches. Queríamos una habitación.

– Bien. Necesitaré…

– Claro.- Muy a su pesar, el corazón empezó a latirle con fuerza.- Disculpe, ¿está libre la 110?

– Eh… Sí, señor. ¿Quiere…?

– Se lo agradecería- la mirada recelosa del recepcionista parecía reclamar una explicación.- Allí pasamos una noche inolvidable, no sé si me entiende.

   El tipo le devolvió una sonrisa rijosa. “No sé si me entiende”, qué ridiculez. ¿Cómo podía aquel individuo entender lo que había significado aquella noche? En realidad, nadie podía.

  Por fin llegaron a la habitación. La misma cama ruidosa, el mismo gotelé en las paredes, la misma reproducción de un anodino paisaje impresionista.

   Descolgó el cuadro y extrajo con cuidado la parte posterior. Tanto tiempo soñando con aquella noche… Cuatro años y un día, para ser exactos.

   Uno tras otro, los billetes cayeron sobre la colcha.

116. Obsesión (Barlon Mrando/Juan Fuente)

No habían pasado ni dos horas desde que empezó su turno en el hotel y ya le podía la ansiedad de subir a verla. La noche avanzaba a pasitos lentos, abrazándose a las agujas del reloj, mientras él esperaba a que llegase la hora muerta a partir de la cual ya no entraba ningún cliente. El cielo estaba limpio, desnudo e inocente, y la luz de la luna serpenteó para alcanzar la diana de sus voraces ojos. Al subir, sus pasos parecían fantasmas que evitasen despertar a los ancianos escalones de madera. Al fin entró en la habitación de la buhardilla, la que se venía usando de trastero. Y allí estaba ella, temblorosa e incapaz de huir, asomada a la ventana.

Mientras la miraba, impaciente, abrió el maletín y fue montando el instrumental. Pronto la haría suya, como a todas las demás. Sin una queja.

Solo los primeros tartamudeos del amanecer le hicieron terminar la tarea, recoger el telescopio y aguardar a que un firmamento sincero le permitiese adorar alguna otra estrella.

115. Eterno llanto efímero

No recordaba cómo había llegado allí. Despertó con el dolor de las primeras contracciones. Sus gritos no obtuvieron ninguna respuesta. Las paredes amortiguaron su eco entre los desconchones de varias capas de pintura. Una pequeña lamparilla parpadeante iluminaba intermitentemente sus ojos llorosos, mientras sus manos estrujaban la sucia colcha de color indefinido. Sobre ella las encontró, dos días después, el gerente de aquel tugurio. Su historia apenas ocupó unas líneas en la prensa local, que ni siquiera pudo dar sus iniciales. La habitación 23, al fondo a la derecha del único pasillo de aquel hostal de carretera, no estuvo vacía ni 48 horas. No es un lugar donde se pueda exigir mucho, pero algunos clientes se han quejado del llanto de un bebé que no les deja terminar la faena.

114. Sabia elección (Jerónimo Hernández de Castro)

La recepcionista verificó los datos de mi reserva antes de entregarme la tarjeta de acceso. Tras agradecer su amabilidad, no quise darle detalles del motivo de mi visita. Al fin y al cabo tenía una cita con la directora al día siguiente.
Debí decir algo de sus ojos. Mi elección del hotel para el congreso oftalmológico que organizo fue motivada por los rostros de las imágenes promocionales y sus ojos, redondos como los de un cómic japonés. En mi recorrido por las dependencias, todo el personal y los clientes exhibían esa extraña mirada, que no puede escaparse a un especialista ocular como yo.
Ya en mi suite el rostro de la directora apareció bruscamente en la pantalla de plasma con un mensaje de bienvenida y allí permanece sonriente e imperturbable. La tarjeta y mis llamadas a recepción resultan inútiles para abandonar la habitación en la que sigo atrapado, sin comunicación con el exterior. En el espejo del baño mis párpados se curvan por momentos y aumentan de tamaño. Sin pretenderlo, mi expresión adopta el aire suplicante de todos cuantos he conocido en este lugar, implorando que nos permitan huir.

113. SIN ÁNIMO DE OFENDER (Mercedes Marín del Valle)

Siempre había un sinfín de camiones aparcados. El aspecto externo del local tampoco me gustaba mucho, grandes letras en tonos chirriantes dominaban la fachada. Ni un árbol, ni una macetita. Sillas de plástico verdes y amarillas bajo un toldo ajado de color naranja y rayas blancas. Las necesidades fisiológicas dieron un golpe de estado tremendo a mi razón y muy a mi pesar, aparqué en el hueco que había entre un camión y un autobús. Cuando entré me hice de cruces, nunca mejor dicho, más de treinta hombres identificados por sus alzacuellos, hablaban a gritos. Uno llevaba mitra roja. Los camioneros a su lado parecían angelitos asustados.
Me dirigía ya al baño cuando escuché una frase soez que me dejó perpleja, apreté el paso, quería a toda costa pasar desapercibida.
El de la mitra se levantó y se abalanzó sobre mí. Dos de los clérigos intentaron detenerlo, pero hizo falta la intervención de los camioneros que con palabras amables y un café cargado, lograron reducirlo.
Al abandonar, no sin ciertos nervios el lugar, escuché como uno de los camareros explicaba: el del gorro rojo es el novio. Ya no saben que inventarse para celebrar el fin de su soltería.

112. Habitación 209

Me estoy cansando ya de esto. Se ha vuelto tan rutinario…

Está anocheciendo. Llueve. Un coche acaba de llegar al aparcamiento. Tarda en apagar los faros y en bajar. Típico. ¿Qué excusa dará? ¿Se habrá perdido? ¿Se ha hecho tarde? ¿Mal tiempo?… Me saluda. Le miro con desgana. Pregunta por una habitación libre tras explicarme que se ha perdido. Él mira la llave de la 209. Yo ojeo mi cuaderno de reservas y decido darle la 107. Pronto regresará diciendo que la tele no se ve o que hay humedades o que… Hay olores, me dice mientras me devuelve las llaves. Entonces le doy la 209. Le pregunto que si está seguro. Sí. Parece que tiembla un poco.

Las 3 de la madrugada. Agarro el otro juego de llaves de la 209. Él me está esperando sentado en la cama. No dice nada. Le sugiero que no me mire. Me siento a su lado y le tapo la boca con la mano, aunque últimamente ya nadie grita. Le asesto 6 puñaladas en el vientre. Y otra vez a limpiarlo todo. Otra vez a esconder el cadáver, aunque… no sé, quizás con el próximo decida dejarlos amontonados, sobre la cama.

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