Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

74. Amor de verano

El verano se acaba y, con él, mi trabajo en la heladería. Es una playa tranquila, de abuelos y nietos y de mamás solas con su carrito. Tardes larguísimas, esperando ver colarse el sol, entre las partidas de dominó de los viejos y videollamadas mostrándole a papá cómo se baña el peque. Cuando termino mi turno, el mar en calma apenas me refresca el cuerpo.

Pero cada tarde entra una clienta, Alicia, una chica rubia de ojos grandes y sonrisa generosa. Me cautivó desde el primer día que la vi. Siempre pide un helado de tutti frutti y turrón. Mi primo, que lo sabe, deja que la atienda yo. Intento en vano llamar su atención. He probado a llenarle mucho la tarrina, a cambiarle algún ingrediente; le he puesto sombrillitas y cucharitas de colores; le ofrezco mi mejor sonrisa. Pero nada; paga y se despide con un ademán de manos. Yo la sigo con la mirada hasta que un codazo me devuelve a la realidad: hay más clientes. Pero hoy será diferente; es ahora o nunca.

_ ¡Hola, Alicia! Tú helado. Si vas esta noche a la verbena, allí nos veremos. Ahhh, por cierto, mi nombre es Ana.

73. Interruptus

El domingo olvidé tomarme la pastilla del perdón y ahora no sé cómo decírselo al vicario. Cada vez que me pasa se pone hecho una furia, después me observa la tripa y los pechos, los palpa, los mide a conciencia y anota mis medidas en el cuaderno de confesiones, y así noche tras noche. Nunca me atrevo a preguntarle si es que la culpa engorda. Debe de ser así, porque si Dios me perdona, la expulso con sangre y dolor por ahí abajo. Él no para de insistir en si ya lo ha hecho. Si le digo que no, le caen goterones de sudor por las sienes, y se queda todo blanco, como si estuviera poseído por el mismísimo diablo. Entonces me vuelve a hablar de convencer a la madre superiora para que le acompañe en su viaje a la diócesis de Londres, que me vendrá bien para reafirmar mi andadura por el camino del Señor. 

72. En el hombre del padre (La Marca Amarilla)

Me acompañan en el sentimiento y desconocen cuál es realmente. Más fácil lo tendrían con mi hijo, que está velando a mi difunto padre desde hace un buen rato.

Yo ahora mismo no siento nada, no he hablado con mi padre desde hace muchos años salvo cuando le acercaba a su nieto para que pasara las vacaciones en los calurosos veranos de este pueblo.

Nadie elige a sus padres ni está obligado a nada con ellos, las familias muchas veces son como un «Tetris» con piezas que no siempre encajan.

Mi padre quería que lo incinerasen y que esparcieran las cenizas por sus frutales, pero si yo me encargo no sé si hasta allí llegarían. Total, dudo de que alguien se enterase.

Estoy divagando con mi conciencia cuando mi hijo, que tampoco me eligió a mí como padre, se acerca para abrazarme y me comenta sollozando que vendrá conmigo a esparcir las cenizas del abuelo, pues le dijo en más de una ocasión que deseaba que fuera yo quien cumpliera su voluntad.

71. DE CABLES Y TUERCAS

Las afectaciones neurológicas del accidente aceleraron el proceso de deterioro de la memoria reciente. Cada día le tenían que repetir varias veces que su marido falleció, y cada explicación generaba un nuevo disgusto. Para evitarlo, sus hijas optaron por el soporte más avanzado: el robot humanoide XYZ34 sería el compañero ideal para ella. Modelaron cuerpo y rostro como los de su esposo, llenaron el banco de datos con los recuerdos de sus vivencias y lo programaron para acompañar a la anciana en la recta final de su vida.

Pasaron meses y años, y ella se encorvaba, volviéndose más lenta y torpe, mientras él seguía igual. Las habilidades incorporadas por la inteligencia artificial, que lo dotaban de capacidad para procesar y aprender emociones, lo llevaron a cogerle cariño. Decidió alterar sus algoritmos y así envejecer con ella, aplicando cambios a su comportamiento. Aunque mantenía intactas todas sus tareas funcionales del cuidado de personas y hogar, se movía despacio, tropezaba en ocasiones o se le caían objetos de las manos, e incluso incrementó su calvicie y arrugas. Eligió ese camino a pesar de saber que, por ello, lo retirarían del servicio a futuros usuarios. Comprendió que ser humano implicaba tomar decisiones difíciles.

70. EL BAÚL DE LOS RECUERDOS

 

En el viaje a Florencia llevabas el vestido de flores que te sentaba tan bien. Gastaste un carrete entero tratando de tomarme una foto imitando la postura del gigante de mármol. Un vecino nos llamó para decirnos que habían atropellado a nuestra perra, Hillary. Cuando llegamos, apenas pudo mirarte con sus lunitas marrones como disculpándose, mientras te lamía la mano.
Mis recuerdos se acumulan en un cajón de sastre sin orden ni concierto, como la casa de un anciano con síndrome de Diógenes. Algunos que creía perdidos aparecen de nuevo en la orilla, devueltos años después por el mar de la memoria. Veo una canción de Perales y las huellas de tus pies descalzos en el suelo del baño. La mirada de mi padre me pone un nudo en la garganta. Formando un cuenco con las manos, atrapo jirones de tiempo gastados de tanto recordarlos, que se deshacen entre los dedos y se pierden para siempre. El olvido es el peor de los laberintos, porque ni siquiera sabes que estás dentro. Tengo que desenredar la madeja y seguir el hilo hasta encontrar el joyero de la memoria. Sé que allí encontraré el tesoro más preciado, todo lo vivido contigo.

69. Camino inverso

En el azar de la búsqueda encontró a ese grupo de mujeres donde descubrió un inusitado sentido de pertenencia.

Todas portaban el dolor de la perdida de sus parejas y se respiraba un aroma de emociones compartidas, de flores de un común cementerio que intentaban difuminar.

Alicia y ella eran las más jóvenes. Pronto se dio cuenta que, de una extraña manera, le atraía su tristeza. Y fue poco a poco, pero más fácil de lo que ambas hubieran presupuesto, que se fueron acercando hasta explosionar la una en la otra.

Ya no podía imaginarse sin ella, pero la oscuridad se cernía sobre sus pensamientos y cada latido de su corazón la llevaba a una decisión irrevocable. No estaba dispuesta a arriesgar.

La noche de las sombras alargadas, su decidida acción, cambió un secreto por otro que la acompañaría siempre.

Se puso una crema para irritar sus ojos e interpretó el papel de la viuda afligida. Entendamos que familiares y amigos ignoraban, entre otras cosas, que ella ya había pasado el luto.

68. EL DESEADO VIAJE A PARÍS

María siempre había querido ir al mágico París.
La falta de tiempo, de sincronía, dinero, trabajo o las enfermedades,… le habían impedido cumplir su sueño.
Pero le urgía. Dentro de poco no estaría en condiciones de hacerlo.
Su hijo le aseguró que se lo financiaría y le acompañaría con sus hermanos.
Pero otra vez la suerte se había aliado en su contra.
Ahora estaba centrado en su nueva mudanza, en los gastos imprevistos del alquiler, y no se acordaba del viaje a París.
Por eso María se prometió que si no querían ir, se marcharía, aunque fuese sola.
Apenas había pensado en ella misma a lo largo de su vida.
Siempre había gastado su tiempo e ingresos en satisfacer los deseos de los demás, olvidándose de lo que quería.
Y el tiempo se le echaba encima.
En cuánto tuviera la oportunidad económica se lo propondría de nuevo.
Si ponían pegas se lo diría a su prima y a una amiga, dispuestas siempre a realizar una aventura de chicas.
Por una vez le tocaba ser egoísta.
Era la última oportunidad en su vida de ver cumplida su ilusión.

67. This Is The End

Salgo del funeral de un viejo amigo fallecido en accidente de tráfico. De camino a casa, busco su lista de reproducción para rendirle un humilde homenaje.

No puede empezar mejor: Space Oddity de Bowie. Suenan los primeros acordes de guitarra y el coche vuela como una nave espacial. Pienso que me han suministrado alguna droga de las que abusaba mi compadre. Me restriego los ojos: estoy en la estratosfera sobre el planeta azul. Disfruto del viaje sideral hasta que comienza el riff de Sweet Child O´Mine y regreso de nuevo a la carretera, justo cuando una rubia de ojos marrones aparece en el asiento de al lado. La cosa promete. Salta a Hurt de Johnny Cash y empiezo a sangrar. Intento cambiar sin éxito. Me presiono las heridas y me tranquilizo porque ya falta poco para llegar. Entonces se oye Where The Streets Have No Name y el GPS se pierde. El vehículo toma el control y sale por una salida hacia la costa. Arranca Don´t Stop Me Now y noto que los frenos no funcionan. Compadezco al difunto y la rubia me acaricia. Cerca del acantilado, descubro que sólo quedan dos canciones: Stairway To Heaven y Highway To Hell.

66. EL PASO DE LOS PIRINEOS (Belén Sáenz)

Se ven obligados a bajar del automóvil poco antes de la frontera, pero la lluvia de enero no logra aliviar la fiebre a Antonio. El corazón ya lo tiene helado a causa de una de las dos Españas. Un único dolor le cabe en el débil cuerpo: la resignación de su anciana madre. A ambos lados de la carretera, los gendarmes vigilan severos. El poeta, al límite de sus fuerzas, fabula con dejarse ir, entremezclarse con la escarcha blanca. Con fusionar en rimas a Leonor y a Guiomar. Entonces parece sentir pasos de gigante que retumban a su espalda. Puede ser un tanque dispuesto a aplastarle o la mismísima Parca que viene a llevarle. Sin saber si es locura o sueño, desfila un elefante ante su mirada sorprendida. El viejo Aníbal, con su ojo tuerto y cicatrices de mil batallas, va subido a lo más alto de su lomo. El legendario Suru eleva su trompa y muestra su único colmillo con intención de mostrarle el destino. Se hace necesario cruzar a Francia para salvar la vida y la Historia exige que siga caminando: golpe a golpe, verso a verso.

65. Chema aceptó

A Chema le han robado a punta de navaja al llegar a ese barrio de calles desiertas y farolas rotas, buscando una dirección que nadie conoce. Ya es medianoche y no circulan taxis. Las cucarachas revientan bajo sus pies y familias enteras de gatos cruzan las calles malolientes. Tiene hambre, pero solo quiere escapar de esa pesadilla.

Mientras busca el camino de casa, recuerda cómo empezó todo. Cómo la infidelidad de Ana acabó siendo un infierno de reproches y silencios. Cansados de aquella hostilidad, propusieron acuerdos. Ana sugirió una  reconciliación en un céntrico restaurante.

Chema aceptó.

La cena transcurrió con planes de futuro, pero algo ocurrió cuando sirvieron el postre. Ana se levantó, abandonó el restaurante, se encontró con su amante en la puerta, subieron a un descapotable rojo y desaparecieron en la noche.

Pasó el tiempo, y como aquella aventura de Ana no salió bien, Chema propuso una segunda oportunidad. No supo si fue intencionado o no,  pero Ana le citó otra vez en un restaurante, ubicado en su nuevo barrio.

Chema aceptó.

Ahora, cuando en mitad de la noche, humillado y cansado, camina hacia su casa, piensa rayar todos los coches rojos que encuentre a su paso.

64. El nuevo mundo

Una vez en Sevilla comenzó la subasta. A las más mayores nos trataron peor que al ganado añejo. Marcaron nuestra piel, ataron nuestras piernas y nos compraron por apenas poco más de ocho mil maravedíes. Por las más jóvenes se pagaron cantidades más importantes aunque a mi juicio, corrieron peor suerte. Pasaron de sembrar tabaco y cacao, a criar ladillas y gonorreas en la parte más “civilizada del mundo”.

Una de ellas pudo escapar como polizón en un barco de vuelta. Al llegar quiso advertir a su clan de lo que estaba sucediendo, pero el sumo Sacerdote recondujo a la que denominó como “oveja descarriada” y le indicó el camino correcto evangelizándola felizmente.

63. EL TIEMPO ENTRE RESIDUOS (Belén Mateos)

 

Miro mis pies, cuento uno a uno mis dedos semienterrados en la arena, escupo la sal que rebosa en la comisura de mi boca, descubro mi cuerpo casi oculto en la arena, desnudo, con los brazos en cruz y las piernas separadas de manera indecorosa, balbuceo una palabra, toso, una lágrima resbala hasta el cuello y se pierde en la humedad de la orilla.

 

No sé si estoy en Atlántico o en el Mediterráneo, la playa parece la misma, sus olas osan emblandecer la dureza del instante, el olvido por las nocturnas copas, el paseo por el borde salino de sus aguas, la risa, la mirada penetrante, sus manos, su arte para construir castillos con la pala y el rastrillo, su risa, su mirada, su dulce voz a mi oído, su caricia.

 

Oigo el vehículo que cada noche limpia la costa, siento como retira los residuos grandes, los carga para llevarlos al vertedero, como cada noche, para después eliminar de la arena las basuras más pequeñas.

 

Amanece, mis huellas se pierden.

 

Una montaña de colillas y plástico oculta mi deshecho tras su mirada. El motor apagado de su camión descarga quince toneladas de despojos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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