Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

99. Ni un dios

El Minotauro camina cabizbajo. Lleva en las manos papiro, pluma y tinta. Busca un sitio tranquilo dentro del laberinto antes de que todo comience otra vez. No piensa en escribir un nuevo testamento. Esta vez va a reescribir la historia. Su historia.

Ha leído e interpretado tantas versiones de sí mismo que  está cansado de su propia muerte. Encuentra un lugar que le brinda apoyo para escribir  y una piedra fría donde aposentarse. Empieza a narrar, rompe finales que no cuadran. Cuando termina, se sorprende. No puede ser, se dice. Malditos escritores, si encuentran un buen final no hay un dios que lo cambie. Más furioso que nunca camina a enfrentarse con su destino, escrito esta vez  por su propia  mano.

98. Entré sin darme cuenta (Reve Llyn)

 

El despertador suena y hace tiempo que estoy despierto. Dudo haber dormido algo durante la noche. La cabeza me duele con dolor de resaca pero no he bebido. Hace mucho que no bebo, ni siquiera me queda ese consuelo. Repiquetea el gorjeo de la sangre en mis sienes lanzando una y otra vez las mismas preocupaciones -la hipoteca, la luz, la nevera desnuda que tirita-.

 Sin ganas ni esperanza salgo de la cama. A mi lado ella parece dormida pero sé que no lo está. Evito mirarla, ya no soporto sus inquisidores ojos cuando leo en su fondo que esto que les doy no es la vida prometida. Tampoco miro a los chicos, la parejita, ¿cómo deshacer el nudo que enmudece las palabras? Palabras bálsamo que no explicarían nada pero quizá calmarían algo.

 Cómo cada día volveré a hacer los mismos recorridos en busca de aquello que se supone merecíamos cuando hace apenas unos años, todos juntos, espoleados por la brisa de mayo, llenábamos de color la casa. Nuestra ilusión olía como las flores. Ahora se han marchitado y huele a miedo. ¿Saldremos un día de aquí?

 

97. Quién teme a Teseo (Eduardo Iáñez)

Supongo que ustedes no lo creerán, pero antes de ser lo que soy, disfruté otra vida: una existencia ajena a estos pasillos sin fin, a estos senderos que se bifurcan, a estas esquinas que desembocan en la nada o en secretos idénticos a sí mismos. Ahora, sin embargo, se me ha atado despóticamente a esta misión, que me obliga a vivir en una disyuntiva permanente, a forzar mi voluntad con una opción incansable y mi memoria con el reconocimiento continuo. Desmadejado en la esclavitud de tal existencia, sé que él me observa, esperando mis reacciones. Aunque yo desearía frustrar sus expectativas, me debo a mi condición animal, y cuando hago lo que se espera de mí, el tirano, satisfecho, me coge entre sus manos y me deposita de nuevo en este habitáculo transparente, desde el cual lo veo alejarse con su bata blanca, a juego con mi pequeño cuerpo peludo.

96. NOCTURNOS

Cuando el sol cae tras la línea del horizonte y la tarde pierde su brillo ellos despiertan y se agitan nerviosos como si intuyeran próxima la oscuridad, donde se desenvuelven bien.

Pero únicamente cuando las sombras han poblado totalmente la tierra se animan a salir de sus escondrijos.

Es entonces, cuando nos creen dormidos, que se deslizan desde detrás de los cuadros, salen de debajo de las camas o de la puerta entreabierta del armario y se mueven a nuestro alrededor impunemente.

Si alguna vez llegaras a presentirlos es mejor que no se enteren, porque ya no te dejarían nunca en paz.

Cuando aún no duermes del todo y sientas un hálito frío en tu rostro ¡Nunca! abras  los ojos de golpe. Procura hacerles alguna señal para que crean que te estás despertando y darles tiempo a irse.

A ellos les gusta observarnos mientras dormimos, quizás añoran cuando estaban vivos, y de vez en cuando se nos acercan demasiado, nos rozan… o nos acarician provocándonos un escalofrío donde nos han tocado.

Están atrapados en un laberinto de donde no saben salir y eso les desasosiega. Nunca te muestres o te confundirán para siempre.

Déjales hacer y que sigan su camino.

94. EXIT (Nieves Mtz. Menaya)

Desde que su último intento había culminado en un fracaso, no había dejado de pensar en ello. Volvería a arriesgarse, pero esta vez se hallaba dispuesto a conquistar aquella geografía que tenaz se empeñaba en dilatar su miedo, y armado de valor se aventuró  a iniciar la entrada en esa nueva atmósfera. Conocía el proceso: debía olvidarse del vértigo infantil que le obligaba a palpar las paredes en busca de una brizna de oxígeno, eludir aquel zumbido que era como una infame letanía y dejar de sentir la ingravidez de un pavimento que parecía colgar del mismo cielo. Entrar le había sido fácil, sin embargo, desde ese mismo instante buscaba la salida. Esta vez el sudor parecía brotarle desde dentro, el tiempo había comenzado a ser elástico y la sensación de encontrarse en las entrañas de un cubo de Rubik le hicieron perder por un momento la noción del espacio euclidiano. Cuando definitivamente creyó que iba a morir, no lo dudó un segundo: apretó un botón y el ascensor frenó. Al menos podría contárselo al psiquiatra. ¡Había llegado hasta el tercero!

93. Enfermedad neurodegenerativa de nueve letras (Luisa Hurtado)

Durante los primeros años de vida apenas fui consciente de su presencia y de su sonrisa, pero supongo que siempre supe que estaba ahí, que podía recurrir a él si tenía algún problema. Sé ahora que me vigilaba de reojo mientras iba rellenando con letra pulcra, poco a poco, los libros de pasatiempos con los que siempre se entretuvo.

Cumplí años, soplé velas y pasamos las tardes juntos, cada uno en sus juegos y en sus tareas.

Hoy, recién cumplidos diez años, sintiéndome mayor y fuerte, me paro junto a él y lo miro. Su sonrisa sigue ahí, pero no tiene gracia alguna. Sus ojos están fijos en un punto más allá de mi espalda pero no me ve. Estamos a la misma habitación de siempre pero está perdido, y yo no logro encontrar a mi abuelo en él aunque lo sea.

Bajo la cabeza. El cuaderno de pasatiempos está en sus manos, abierto por la página 36 con ese laberinto gigante que no creo que vaya a terminar nunca. Es entonces cuando decido dejar de jugar, que lo haré yo y que lo traeré de vuelta.

92. MALDICIÓN

Salir o entrar solo depende de nuestra percepción, ya que al traspasar una puerta siempre existe esa dualidad. Tal que así, cuando atravesé el canal del parto salí del plácido útero de mamá y entré en un dolorosamente iluminado paritorio. No hicieron falta los golpes en el culete porque empecé a llorar de pura rabia.

A partir de aquí siempre tuve una extraña relación con la luminosidad y por eso iba gateando hacia Anita con los ojos cerrados y mordía su blanca y fluorescente piel. Nadie entendía mi fijación, y sus padres me cogieron una razonable manía que me convirtió en el primer expulsado de una escuela infantil.

En la época del maldito acné me enamoré de Lucia, pero cuando me acercaba a ella para confesarle mis sentimientos sus ojos azules me deslumbraban de tal manera que echaba a correr como un gilipollas a esconderme en la penumbra del wáter.

Ya con veintidós años, y todavía virgen, se cebó en mi una extraña enfermedad  que no pude sobrellevar, pero al entrar en el famoso túnel, con su brillante luz al final, no pude soportarlo y volví a salir (o entrar ¿lo veis?).

¡Y aquí estoy! condenado a vivir eternamente.

91. Acróstico

La piedra cayó en el manso río

Ahora, el espejo estaba roto

Buceó en el hueco del centro,

El inmenso monumento quedo a la vista

Reposaba atrayente en el fondo del río

Imponentes seres la aprisionaron

No tuvo tiempo de huir

Tampoco de clamar

Oyó el llanto de mil niñas al llegar.

90. El profesor (Jerónimo Hernández de Castro)

Si el director no me hubiera amenazado ahora estaría lejos del aula. Puedo oír perfectamente los gritos de siempre al otro lado de la puerta, los golpes contra los pupitres y algún amago de gemido. No tengo más remedio que entrar o perderé otra vez mi empleo.

He tratado de explicarle en vano mi problema, mi propensión a los círculos viciosos. No quiero ser mal ejemplo para nadie y me siento incapaz de impartir ese punto del programa. Estoy ansioso y preocupado. Si lo hago de manera incorrecta no habré cumplido mi deber. Si soy eficaz, con suerte lo olvidarán como otros aspectos de la morfología y la sintaxis que, modestia aparte, ahora dominan. Es posible que suceda lo peor y se internen en uno de los bucles que frecuento, o descubran cómo habito en una locura de alternativas cada vez más incapacitante.

Debo decidirme de inmediato. Si huyo tampoco me sentiré bien. Si no les explico las oraciones condicionales nadie lo hará este curso, pero de hacerlo tan bien como hasta hoy, quizá les contagie mi neurosis.

89. AVISO PARA NAVEGANTES

“Especialista en laberintos y minotauros, me alquilo por civilizaciones. Master en Borges y Cortázar. Estudié en la antigua Grecia y he realizado curso Postgrado en N.Y. laberíntico. Fabrico mi propio hilo de Ariadna, de material resistente a las imaginaciones más kafkianas. Preparo oposiciones para Teseo, incluso on-line.”

 

Entonces, al pegar el último anuncio en una de las paredes de la encrucijada, apareció la bestia.

 

88. PRISIONERA DE LA CONCHA (Ana Tomás García)

Atraída seguramente por el olor del molusco muerto, la pequeña mosca se adentró en la profundidad de la caracola, perteneciente en primera instancia a un crustáceo fallecido tiempo antes, siendo ocupada de manera inmediata por el cangrejo ermitaño que ahora hedía en su interior.

Pisoteó curiosa los restos del bicho sorbiendo líquidos viscosos, sin darse cuenta de que se alejaba de la salida en pos de los nutrientes que chorreaban espiral adentro, como quien penetra en un magnífico y encantador dédalo ignorando que exista algún peligro.

Entonces topó con el fin de aquel camino,  justo cuando sus patas y sus alas quedaban atrapadas en un diminuto lago de restos orgánicos, del que de manera ineludible formaría parte, prisionera de la concha, cuyo interior no fue para ella más que un peligroso laberinto.

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