Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

135. Las hijas de Lilit (Elysa Brioa)

Dice la leyenda que la primera mujer fue Lilit, pero se negó a someterse y abandonó el Paraíso para vivir copulando con demonios. Esta fábula la escribieron los descendientes del individuo al que abandonó. Entre mi gente circula otra versión. Es la que dice que a ella no le gustaba el papel que querían asignarle. Comprendió que ninguna de sus solicitudes serían escuchadas, que para disfrutar de todos los dones del Paraíso debía transformase en una criatura sometida a los deseos de Adán. Era una mujer valiente y decidió escapar a un lugar lejos de las hordas de sucesores del primer hombre y su costilla. A pesar de las dificultades Lilit sobrevivió y hoy todas sus herederas habitamos en la Isla de las mujeres. Pero seguimos siendo carne de leyenda, cuentan de nosotras que somos guerreras, que abandonamos a nuestros bebés si son varones y solo nos quedamos con las hembras para educarlas en el arte de la guerra, hasta dicen que nos cortamos un pecho para manejar mejor el arco. No importa, permaneceremos en nuestra isla, esperando el momento oportuno. Llegará, ese día cuando nos revelemos escribiremos la verdadera historia y lo haremos como iguales.

134. ISLA REDONDA

Las mujeres sentadas alrededor de la mesa pelando ajos , sazonando la mezcla del lebrillo, removiendo la sangre , preparan el manjar antes de que el contenido se estropee.Es el ritual de cada temporada desde que las más viejas lo recuerdan. Son ellas las encargadas de que la tradición sobreviva  y de que el ceremonial se cumpla.El hombre convertido en fiambre habrá pagado su culpa y todas se nutrirán de él

En un rincón, ajena a ellas, vestida de blanco, la joven ultrajada, el señuelo que las ancianas de negro destinaron este año para cebo.

Su tierno cuerpo será más fácil de preparar. Harán falta menos especias.

Ella aún no lo sabe.

133. EL FRAILE Y LAS AMAZONAS

Día se San Juan, lucha encarnizada alrededor del San Pedro por la posición de la isla en el rio Grande. El fraile, cronista, aventurero, presenció algo extraordinario: las canoas atacantes eran comandadas por mujeres. Desnudas, dirigían tropas de vasallos. Blancas y atléticas, disparaban sus flechas con destreza y efectividad de diez indios.

Se fijó en la más osada, de cabello muy largo y entrenzado y revuelto a la cabeza; una gran emoción le embargó: Bella como la luna, palomas eran sus ojos, su cuello, la torre de David y sus pechos, crías mellizas de gacela saltaban entre orquídeas. Interpuso su brazo a un flechazo que se dirigía a su corazón, el bergantín parecía un puercoespín, pero no le importó. Las curvas de sus caderas como sus collares, obra de artista, su ombligo ánfora redonda donde no faltará el vino. ¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! Pronunció. Sus brotes, huerto cerrado… Esta vez, la flecha le desencajo un ojo.

Cuando Gaspar de Carbajal despertó, pidió a su Señor le otorgue la vida, sin él merecerlo, para que se enmiende y le sirva mejor. Sobre aquel suceso, escribió: “… andaban desnudas en cueros y atapadas sus vergüenzas, …”

 

132. LAS CUATRO ESTACIONES

 La Bisabuela Anselma, de mirada centenaria y en guerra contra el mundo ha decidido hablarnos con dos vocablos: “trae aquello”, “pon más”, o “no molestes”, todo imperativos y complementos.  Hasta replica cuando yo, divertida, le recrimino su “déjame tranquila” y le expongo que esa orden lleva dos complementos. Ella enfurecida lo rebate con un argumento ortográfico sin saberlo: “pero suena como dos palabras”, y le irrita aún más saltarse su propio castigo. La abuela Bernarda, pura bondad, le disculpa todo y promulga para el resto y para nadie en particular la vida tan dura que ha soportado. La tía Gertrudis bebe a escondidas chupitos de aguardiente pero su sonrisa bobalicona la delata. Entonces habla sin parar y menciona por enésima al pretendiente del pueblo al que la bisabuela espantó. Y mamá no es la misma desde que padre se fue al frente. Ahora apenas sonríe y se pasa todo el tiempo en la cocina haciendo magia para poner cinco platos de comida diarios.

Yo veo el tiempo detenido en ellas y pienso, aunque soy pequeña, que son mujeres en una isla, condenadas a la soledad y a seguir resistiendo mientras los hombres de la familia juegan a la guerra.

131. Pintamorros.

Me costó mucho encontrar la legendaria isla de las mujeres. Una extraña pista me llevó a las coordenadas exactas. Tras navegar por mil mares y enfrentarme a mil monstruos marinos, llegué a la ansiada isla. Nunca antes había visto a una mujer, por lo que fue sencillo identificarlas. Tenían dos barrigas en el pecho y parecía que todas estaban amputadas del pene, la cicatriz todavía les sangraba. Ellas también me miraban raro, nunca habían visto a un hombre. Tocaban con insistencia mi pene creyendo que era una sanguijuela y les resultaba raro ver tanto pelo en mis barrigas desinfladas. Ellas me preguntaron que cómo veníamos al mundo. Yo les dije que nos traía una cigüeña. A ellas también; extraña coincidencia.
Pasé una larga temporada entre ellas hasta que no sé si dejaron de interesarse por mí o yo pasé de interesarme por ellas. Por lo que decidí regresar a la isla de los hombres. Como ofrenda de despedida les dejé mi maquinilla de afeitar. Yo me llevé un pintalabios que te dejaba los labios suaves.
Al llegar a mi isla de origen y verme todos con mis labios rojos pasión tan suaves… se empezó a comercializar el primer “pintamorros”.

130. MONÓLOGOS (Arantza Portabales Santomé)

Hoy como tortilla. Necesito podar el magnolio. Y han despedido a Julián, el del super. Además me he cortado con el cuchillo de las patatas. El pequeño. Me pregunto qué sentido tiene llamarte para contarte estas cosas. Pero las ramas del jodido árbol están a punto de atravesar las ventanas del estudio. Marco tu número. De nuevo el contestador. Aún así te lo cuento todo. Ya sabes que nunca me gustó el jardín. Y hay más cosas. Mi bici sigue en el taller. Sí, es verdad, eso ya te lo conté ayer. Juan y Noelia se han separado y ahora él vive en Isla Mujeres con una mejicana de veintidós años. Se veía venir. Cuando se ve venir es más fácil. Y sí, llamaré a Mario el jardinero de los vecinos. Te lo prometo. No, no me duele el corte. Le he echado Betadine. Y así sigo, hasta que se agota tu batería. Después saco tu móvil del cajón y lo pongo a cargar. Llamo otra vez. Cuatro pitidos. Y tu voz, apenas dos segundos.
Hola, soy Fernando. Deja tu mensaje.
Te echo de menos. Hoy como tortilla.

129. La isla perdida (Nicoleta Ionescu)

Era un secreto muy bien guardado, que las madres susurraban al oído de sus hijas, en vísperas de sus bodas, o en su lecho de muerte: cuando una no podía aguantar más los apuros de la vida, cerrando los párpados y abriendo el tercer ojo podía llegar a las orillas de un gran río. En medio de sus aguas había una isla bien ocultada. En barco, remando horas tras horas, se podía tocar tierra en una oscura laguna. Allí, entre sauces desmelenados, venían las mujeres a desencadenar sus llantos, a plañir sus desengaños, a gemir por maltratos, a gritar por dolor, a aullir como lobas heridas por desamor y traición; lo dejaban todo allí y volvían a sus casas, al alba, capaces de llevar al cabo los quehaceres del día, tranquilas y sonrientes.

Yo no sé el secreto, sólo la leyenda. Dicen que la isla, de tanto dolor, se ha hundido entre las frías aguas del río y el secreto se ha perdido para siempre. Desde entonces, las mujeres llevan consigo, en sus hombros, todo el peso de la vida.

128. Un hombre que nace

Cuando apenas ha conseguido alejarse  de la isla de las mujeres, se detiene un momento a  recobrar el aliento,  separando sus diminutos labios un milímetro para recuperar el resuello. Su boca forma entonces un rictus de asombro que será, desde el punto de vista de los que aguardamos en la orilla apuntándole con imponentes focos,  su primer gesto iluminado.

Todavía está casi sumergido en el canal, pero ya viene sorprendiéndose al  percibir al final de esa marea pegajosa y amniótica un umbral. El mismo que atravesó hacia dentro cuando naufragó treinta y siete semanas atrás y que ahora se aparece como un hueco ovalado que, a fin de cuentas, no es sino un marco, una mandorla en la que está representada mi borrosa imagen de pantocrátor rodeado de un equipo de arcángeles colegiados con la túnica verde característica.

Ea, pues,  exhalado un casi silbido, redoblará su esfuerzo para nacerse del todo, apurar su cáliz de sangres y placentas y llegar hasta su padre para ponerme al día sobre sus misterios.

127. A todas las que estuvieron y están en esa isla (Rosy Val)

Sé que las recuerdas… las carreras por el largo pasillo cada vez que te llamaba.

-Estoy en el váter, Tomás.

-¡Lo primero es atenderme a mí, no olvides gracias a quien comes!

No era menester, él te lo mentaba constantemente… corrías con las bragas casi por las rodillas para llevarle el vaso clarete.

-¡Y agradecida tienes que estar, mujer, jamás te he puesto la mano encima!

Entonces, pensabas en tu cuñado y en la suerte que tenías, que a tu hermana sí le dejaba marcas.

-Pero Tomás, estoy en cuarentena.

-¡Es tu obligación, eres mi hembra!

Apenas te daba tiempo a dejar a mi hermanito en el capazo y guardarte la teta aún rezumando tibio calostro.

-¡Mi madre parió once varones, dos más que tú y además faenaba en la era!

Se esfumó tu vida complaciéndole y cautiva en tu isla, se empañó tu pelo negro.

Has descansado, pero no lo dices, pensaríamos entonces que eres una desagradecida, que no te mereces los cuatrocientos setenta y cinco euros de su pensión, y que comes gracias a él, ¡como nunca trabajaste!… por eso sigues llevándole flores.

126. LA TELARAÑA (Rafa Heredero)

Papá murió cuando yo era muy pequeño, y quedé al cuidado de mi madre, mi hermana mayor y mi tía. Durante años no pude despegarme de ese ambiente opresivo de un hogar custodiado por mujeres siempre vestidas de luto, con sus cabellos recogidos en apretados moños. Hasta que, a espaldas de sus abrazos, busqué trabajo en otra ciudad y conseguí zafarme de los finísimos hilos que seguían tejiendo a mi alrededor.

Fue la época más feliz de mi vida, sobre todo cuando conocí a mi futura esposa, una de esas mujeres, tan distinta a las que había conocido, ante cuya belleza te retraes de modo instintivo, aunque no puedes dejar de mirarlas. Ella, acostumbrada a causar esa sensación entre los hombres, quiso retarme con su mirada. Me sentí muy afortunado de ser el elegido.

Tuvimos un noviazgo breve y placentero, y decidimos casarnos enseguida. No pude evitar que ellas acudiesen a la boda. Llegaron vestidas de primavera, llorosas, alegres, excitadas. Nunca las había visto igual, pero no me dieron miedo. Ya era libre.

Poco después mi mujer se quedó embarazada. A ella le encantaban los críos. Y a los nueve meses nacieron dos niñas preciosas. Mellizas. Las primeras.

125. LA ISLA DE LAS COSTURERAS (Juana María Igarreta)

Al atardecer, la silueta de la gran ciudad emerge cegadora y titilante recortada en el horizonte. Edificios de diseño vanguardista, coronados de enormes y dinámicos letreros luminosos, anuncian importantes firmas comerciales, paradigmas de la modernidad y del progreso.
Al atardecer, en los extrarradios de la gran ciudad, la puerta trasera de un falso almacén, tapadera de un taller de confección ilegal, va escupiendo un largo reguero humano. Son mujeres inmigrantes que durante interminables jornadas de trabajo, y bajo la mirada vigilante e inclemente de un capataz, galopan sobre sus máquinas cosedoras a un ritmo trepidante. Mujeres hacinadas en un sórdido sótano herméticamente cerrado. Aisladas no solo de la luz del día, aisladas del más mínimo rayo de esperanza.

Esta madrugada han llegado al taller dos nuevas mujeres. Mientras en la oficina, en un acto premeditado, la sensual Lucía se contonea ante los ojos lascivos del capataz, Isabel, en el taller, observa y toma nota de las ínfimas condiciones laborales a las que están sometidas esas mujeres. Quiere contar al mundo que tras el refulgente éxito comercial de algunas grandes firmas se esconde un sombrío mar de injusticia, en cuyas aguas se ahogan los derechos y la dignidad de las personas.

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