Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

75. A lo Cortázar

Era miembro de un grupo de comunistas, y así me presenté; él se rio, me explicó que al residir en un país capitalista solo era una simpatizante del sistema. Desde ese momento me adoptó como su alumna-amante. Me hizo sentir vergüenza por preocuparme de mi amigo desempleado mientras en Etiopía mueren niños de hambre, de la religión de mis padres, de mi entusiasmo por las pequeñas cosas, de mis opiniones sin cita bibliográfica; de mi ignorancia y mi ser romántico. Pero en el sexo sentí mi dominio; por completo indefenso se entregaba a mis simplezas. Él describía con palabras perfectas y yo le dibujaba su mundo teórico en cada una de sus células. Encontró a su Maga y también a ella, a su igual.

Cuando me preguntó si prefería pasar con él la Navidad o recibir el Año nuevo, me estremecí; sabía la respuesta correcta. Era como dar otra oportunidad a Edith Aron y a Julio en mi historia. Le propuse jugáramos por última vez a perdernos en algún barrio, dejar al destino nuestro encuentro, y entonces respondería. Él aceptó.

Hoy, en su vida, una de las dos es su esposa y la otra un personaje de su primera novela.

74. Mitología moderna

Vacilé, pero acabé adentrándome en aquel laberinto de polvo con el valor de una heroína. Cuando me enfrenté a los primeros monstruos no dudé en echar a volar, en elevarme parapetada por alas blancas; pero, desgraciadamente, quise acercarme demasiado al sol y acabé hundiéndome en el más profundo de los océanos.

73. Recaída

Descendió de nuevo por la madriguera, y llegó hasta el familiar pasillo. Estaba preparada para regresar. Esta vez enfrentaría sus miedos, y escogería la puerta correcta. El tiempo no volvería a escaparse tras el dichoso conejo blanco, porque sus días estaban llenos de proyectos. No habría más dudas sobre el camino a seguir, ni dejaría que nada enredara su mente a la hora del té. Sonrió al contemplar el tatuaje con forma de corazón, dibujado en su brazo.Tenía respuestas para todos, incluso para aquella voz felina que retumbaba en su cabeza.
Ahora que Miguel estaba con ella, no volvería a temer por su vida. Aferrada a su mano se sentía segura; la apretó con fuerza, dispuesta a dar el paso. Se volvió hacia él para buscar su mirada alentadora, y una fuerte descarga la sacudió de pies a cabeza. Descubrió, horrorizada, cómo su ángel guardián tomaba un trago del pequeño frasco de licor que había sobre la mesa, y comenzaba a hacerse más y más pequeño. Arrastrada por el impulso de seguir junto a él, Alicia también bebió, y rompió a llorar desconsoladamente.

71. Encrucijada (La Marca Amarilla)

Aquella noche Ariadna se durmió entre lágrimas, madurando la idea de divorciarse. Cuando despertó no estaba en su habitación sino en medio de un oscuro laberinto de altos setos. Se asustó y comenzó a correr en busca de una salida. Aplicando el sentido común cogió el camino más despejado, pero los setos eran más frondosos a cada paso; entonces intentó desbrozar alguno pero solo consiguió lastimarse. Ariadna decidió probar por otras veredas, pero por una surgía la incertidumbre, por otra el “qué dirán”, en alguna senda vio importantes motivos económicos, en otra sus padres se mostraban decepcionados y, en la más compleja, sus hijos suplicaban que no lo hiciera… Siempre encontró obstáculos que le obligaron a retroceder hasta el punto donde se encontraba su cama. Cansada, se tumbó sollozando de coraje pero sin dejar de pensar en un nuevo intento, convencida de que sería lo mejor para todos… Entonces se durmió y la pesadilla del laberinto se repitió varios días hasta que una mañana le despertaron los niños, jugando en su cama entre risas y alboroto.

–         Pero… ¿por dónde habéis entrado? – preguntó Ariadna, desconcertada.

–         Por la puerta, mamá – respondió extrañado el hijo mayor.

70. Lapi ro hunt (Izaskun Albéniz)

Despierto y miro tu blanca crisálida de sábana. Hechizado, me acerco despacio mientras te desperezas y me tiendes una fina hebra arraigada en tu cuerpo. Sonríes. Tus pupilas silueteadas en khol me invitan a traspasar el umbral del laberinto. Sorteo tus calles y mi boca se enreda en tu piel; avanza sin tregua y conquista el hueco tibio de tu cuello. Beso tu rostro encendido y lamo tu pecho colmado.
Perdido en tus senderos la mente se olvida de ser y se aturde, recreándose en cada recóndita curva de tu cuerpo. Sigo el cabo que me has entregado sin miedo a nada, sin pensar en el destino que me espera al final del laberinto.
Parpadeas. Me detengo jadeante, confuso en la ruta. Mi ser se desdobla enardecido por tu aliento hasta que encuentro el camino. Te impregno de ternura y cabrioleo alborotado entre tus muslos, preso del abrazo firme de tus tobillos. Cuando muere Apis se desvela el arcano misterio y desfallezco licuado en tu vientre para resurgir poco después, como un párvulo perdido en las calles. Exhausto, encauzo mis pasos tras el hilo y me tiendo sobre la almohada dispuesto a morir nuevamente para resucitar a tu lado.

69. De vuelta al laberinto.

Toda Creta se hallaba en alerta tras conocer la noticia de que el Minotauro había escapado del laberinto y campaba a sus anchas, sembrando el terror en todos y cada uno de los rincones de la isla. El joven Artenipo, de fornido torso y poderosa espada, acudió a su encuentro en un desesperado intento de poner fin a la terrible masacre que la abominable bestia estaba provocando. Artenipo, encomendándose a los Olímpicos, pidió que le dieran fuerzas para acometer con éxito la hazaña de derrotar al Minotauro y, sin causarle la muerte, devolverlo al enmarañado lugar donde la locura cobra forma de interminable y tortuoso camino. Tras desencadenarse una feroz batalla en la que Artenipo llegó a temer seriamente por su vida, logró asestar un certero golpe que dio con el cuerpo de aquel monstruoso ser en la árida tierra a los pies del monte Ida. Desde la cima, envuelta en nubes, Zeus le insufló el vigor suficiente para poder arrastrar al Minotauro hasta la mismísima puerta del laberinto y de un formidable mandoble enviar los huesos de la alimaña al más oscuro rincón de aquel lugar de pesadilla.

68. Rastreando el olvido

Desde aquella cama de hospital pasea incansable por su mente buscando resquicios de una vida que probablemente tuvo y que añora a cada minuto.

Se recuerda vagamente en lugares que no conoce, con personas que estima sin saberlo, y en situaciones en las que no es más que un extraño o un observador casual.

Son secuencias de momentos inconexos e inacabados con las que convive a diario, y que poco a poco le van robando su identidad, y sin identidad nada tiene sentido.

Pero aquella noche, en otro de sus paseos por ese laberinto en el que se había convertido su memoria, alguien se dirigió a él. No sabía quién era, aunque algo le decía que la conocía desde siempre.

Pronunciando un nombre que aceptó como suyo, aquella mujer cogió su mano y fue guiándolo entre sus recuerdos, mostrándole la única salida que conocía. Entonces le pidió que aguardase ante ella, atravesándola ella misma a continuación.

Apenas un instante después, todos sus recuerdos fueron hilándose para devolverle la esencia de aquella vida perdida. Ahora todo tenía sentido para él, tenía consciencia de sí mismo, y de su mujer, que años después, aguardaba a tan solo un paso de él.

67. Laberinto

Estirada en el suelo, percibo la crudeza de las piedras y la lejanía del cielo estrellado. Sin brazos ni piernas que me permitan moverme, resto a la espera que aquel que me trajo hasta aquí, me devuelva al lugar de dónde provengo. Me envuelven verdes muros de una naturaleza tan artificial como mis palabras. Recorro, con mi cuerpo dolorido, los caminos de este extraño lugar. Caminos envolventes de secretos perdidos en el tiempo. De otros cuerpos inertes que fallecieron en él.

No escucho los gritos del combate, la sangre que surge del cuerpo, el metal que quiebra una vida. Siento la agonía del que perece, la alegría del que permanece. Y me pregunto qué hago aquí. Qué sentido tengo en una historia que jamás será la mía.

Me recogen unas manos ásperas, duras, heridas por los combates pasados. Se sujetan a mi inerte cuerpo como si fuera la única salida de éste lugar. Y me recogen, redondeando mi cuerpo y empequeñeciéndolo cada vez más. Y observo un arco que me impide ver el cielo. Y no escucho las olas pero sí siento como ellos se ven, se abrazan y, entre lágrimas, se besan desesperados, tras salir con vida del laberinto.

66. Ella y la bestia (Lorenzo Rubio)

Vestida de novia, cruza el umbral del laberinto en brazos de la bestia. Un hilo de miel los transporta a una velada bajo la luna. Cuando despierta, ella se pierde por los pasadizos.

Sigue el hilo, ahora de leche, hasta una puerta. Dentro, ella, sola, embarazada, con una escoba en una mano y una sartén en la otra.

Sale. Recorre los pasillos, que parecen infinitos. Desorientada, anda junto a un riachuelo de agua salada, que rastrea su desembocadura. En su reflejo ella arrulla a un bebé y lanza miradas al reloj.

Percibe el aroma de un sendero de colonia, que va mutando a un asfixiante olor a güisqui. Al final del camino, él, en un sofá, semiinconsciente; al lado, un niño manda mensajes con botellas vacías.

Un reguero de sangre la guía ante un espejo. Se mira y ve al monstruo, que amenaza con su puño. Apabullada, busca una vía de escape.

Corre. Asterión se desvela y, encolerizado, la persigue. Desesperada, encuentra un teléfono de solo tres teclas: 0, 1 y 6. Al fondo, él mueve su dedo índice por el cuello.

Acobardada, huye hasta toparse con las dos únicas salidas. Una lleva a la cárcel. La otra, al cementerio.

65. Malditas diferencias. (Rosy Val)

Ya queda menos. Te sumerges, a modo de despedida, en esa bañera, la más grande que habías soñado nunca. Tu piel contrasta con la espuma blanca. Tu cuerpo delgado se complace en el agua, tus manos intentan apresarla, te parece mentira ¡tanta! para ti sola. Desde la puerta, las dos hermanas llevan un rato observándote en tu empeño, animadas se desnudan y se meten contigo. Jugáis, os salpicáis, de repente, te detienes y lloras rompiendo ese mágico momento. La más pequeña te consuela… “no llores, tonta, si nosotras te queremos mucho”. La mayor, que sabe qué te pasa, llama a su madre…

“Cariño, si dentro de nada estarás otra vez aquí de nuevo, ya verás qué rápido pasa el tiempo”.

 

Te aferras a tu maleta ocupada de regalos, feliz, vas en busca de tu gente.

No quieres separarte de ellos. Les odias. Te arrepientes. No quieres volver la cabeza, ver sus lágrimas ni que vean las tuyas. Esta es la cuarta vez, te ocurre siempre que llega este momento: dudas si vivir los veranos en esa maravillosa casa y tener que volver de nuevo a la penuria… te compensan.

 

 

 

 

 

 

 

64. METROPOLITAN (Esperanza Tirado)

Una ciudad fascinante, enorme, con edificios altísimos que casi llegan al cielo. Miles de tiendas, coches, autobuses, teatros, cines… Anuncios luminosos de mil colores que vienen y van.

Después de verla y admirarla durante toda su vida en fotos, libros, películas, series, al verse en ella, le entró una sensación de vértigo, o claustrofobia, como si se hubiese metido en un laberinto con miles de caminos y señales confusas, en el que no era capaz de encontrar la salida. Se sintió asustada, perdida, diminuta como un ratoncillo. Con ganas de volver a casa, a la tranquilidad del hogar.

Caminando por aquella calle atestada, un cartel llamó su atención. Tenía el estilo de los establecimientos de principios de siglo XX.

METROPOLITAN. OLD BAKERY & COFFEE SHOP’,  se leía en grandes letras blancas de tipografía antigua sobre fondo marrón. En el escaparate cupcakes, tartas y otras dulces delicias. Al fondo, una barra decorada con antiguas latas de café y té, y las paredes llenas de anuncios enmarcados en un actual estilo vintage.

Abrió la puerta, sonó una campanilla de bienvenida y el aroma a café recién hecho la acogió. Y los miedos y angustias que la turbaban desaparecieron.

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