Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

111. Isla Isabel, por Javier Ximens

 

Era hermosa de cintura para arriba, quizás la más lozana de las mozas, pero una enfermedad infantil le había dejado las piernas quebradas. En la treintena tuvo un hijo. Su padre dijo que la había forzado un vagabundo que pasó la noche en el pajar. Nadie vio al forastero. Su madre calló. Isabel, sin embargo, anheló el hijo.

Cuando las mujeres de rosario le quitaron el niño fruto del pecado y lo entregaron en el hospicio de Talavera, ella se marchó a dos leguas de la aldea y se puso a llorar. Poco a poco se fue formando una laguna a su alrededor. En el centro, donde Isabel soportaba su pena, brotó una isla de sal. Allí vivió muchos días, los pájaros le llevaban la comida y el rocío el agua. Los escasos vecinos que pensaron en ir a socorrerla desistieron para no desatar la ira y ser también desmembrados del pueblo.

Un día dejó de llorar. Ante el recelo de que desapareciera la laguna, las frecuentes oraciones y el sacar a pasear los santos trajeron las lluvias. Diluvió. Al descampar, Isabel no estaba. La isla permanece. Espera.

110.Silencio, se mira…

El pato tenía medio cuerpo metido en el agua. Varias ondas se iban ensanchando a su alrededor. Las mujeres se bañaban al fondo. Desnudas y  sonrientes tocándose de forma libidinosa. Se acariciaban el pecho y jugaban a lanzarse espuma a la cara. Tenían el pelo largo y los ojos serenos. Se escucharon sus risas unos segundos, luego se cortaron repentinamente al sumergirse. El pato seguía con medio cuerpo en el agua. Al fondo silencio y burbujas que subían del fondo del estanque. Las plumas del pato se movían y conseguían mover el escaso aire de aquella jornada desquiciadamente calurosa. La nada era aquello. Todos sucedía bajo el agua. Arriba sólo había silencio y medio pato sacudiendo parte de su cuerpo. Dejó de moverse en medio segundo, el tiempo de  dar dos pasos hacia atrás para ver otra perspectiva del óleo. El lienzo se había comido de repente media vida.

109.ORIGEN

En la Isla de las Mujeres destacó una por encima de todas. Olivia era gorda, espaciosa, grande como una casa. Todo en ella se mostraba redondo y colosal. Sus carnes caudalosas terminaban en unos pies pequeños siempre engarzados en deliciosos zapatos de tacón. Ella era desmedida. También su risa. Una risa elefantiásica en alcance pero cascabelina en intensidad. Cuando reía temblaban los cristales y todos sentíamos un inexplicable alborozo. Cuando comía lo hacía sin remordimientos, engullendo ingentes cantidades sin perder la exquisita elegancia en el manejo de los cubiertos. Entonces nosotros también terminábamos saciados. Su apetito solo era comparable con el hambre que sentía por la vida y sus andares voluptuosos levantaban la fecundidad de los huertos cercanos al río. Contagiados, amábamos cuando ella amaba. Pero cuando se fugó con un ingeniero francés que arribó para terminar con el aislamiento de la isla, no solo el gran puente quedó sin terminar. Ya muy lejos, instalada con su amante  en un hotelito de Loubressac, Olivia  agitó una noche sus pestañas con coquetería y un huracán perfumado arrasó  el atolón.  A los hombres se los llevó el fortísimo viento. A las mujeres ni se les movió el pelo. Bueno, un poco sí.

108.Una historia

Eran días en sepia; días de niñas vestidas de uniforme revoloteando alrededor de severas monjas, de cuadernos con olor a goma de borrar y tirantes colas de caballo sometiendo hirsutos rizos.

Treinta caritas se arremolinan en las ventanas para ver pasar las estaciones, el mundo exterior  y sobre todo, sobre todo… ver pasar a los chicos del colegio de enfrente.

Todas tímidas, todas curiosas, pero una y solo una con el alma desbocada y el cuerpo en llamas.

Sólo esa se saltará verja, escalará las ventanas y cuchicheará por los rincones incapaz de silenciar su dicha… y un buen día, sin previo aviso, esa niña desaparecerá para siempre de nuestras aulas.

Preguntaremos por ella muchas veces,  pero ante las esquivas respuestas, terminaremos por olvidar.

El curso seguirá  y sin darnos cuenta llegará el día en el que  las verjas del colegio se abran por última vez para dejarnos salir en tropel,  marcadas por un objetivo común “Vivir”

Será entonces cuando quizás reencontremos a nuestra antigua compañera que nos observará esquiva, desde el parque en el que vigila a su pequeño.

De la vida de las demás también he sabido, pero eso es ya … otra historia.

107. LA ISLA DEL SUEÑO

Desde aquí puedo ver algunas nubes que avanzan como borreguitos en un cielo color azul celeste. Miro con curiosidad todo lo que me rodea.

No sé dónde estoy.

Es un lugar paradisíaco, singular, donde percibo olores diferentes que me saben a complicidad y naturalidad.

El viento corre veloz revolviendo mis cabellos mientras camino por la arena blanca de una playa que se pierde en el horizonte en la que respiro libertad.

Mil  sensaciones distintas envuelven mi cuerpo, todo lo que veo me gusta, un gran espíritu de lucha, actividad y armonía, mucha armonía.

¡¡¡¡ Es una isla de mujeres!!! sonrio mientras el agua que llega revoltosa a la orilla salpica mis pies y va borrando mis huellas una a una.

Durante la noche y en mitad de un cielo abovedado de estrellas encuentro tu mirada nostálgica intentando buscarme, en ese momento me doy cuenta de todo lo que te echo de menos!!!!.

El sonido frio y persistente del despertador me trae de vuelta de mi sueño,  poso  los pies con pereza  sobre el suelo y solo siento la realidad pura y dura debajo de ellos.

Otro nuevo día !!!!

106. Generación perdida

Los desconcertados marineros se reencuentran en la plaza tras su alocada carrera por las calles del puerto. Se preguntan, jadeantes, dónde estarán las mujeres prometidas por Ulises después de tantos años de travesía. De penurias. Y ellas, las viejas con las cuales han ido tropezando aquí y allá, en las esquinas, en los soportales, sentadas a la puerta de las casas de paredes encaladas, apartan por un instante la vista de las muñecas de madera y cabellos de alga que tienen en sus regazos y cesan de acariciarlas y peinarlas, de jugar con ellas, y fijan sus ojos hundidos en esos hombres esqueléticos de piel de cuero moreno que tanto les recuerdan a quien, décadas atrás, llegara a la isla de las mujeres diciendo ser el rey de Ítaca. Y suspiran. Nostálgicas.

105.ELLAS LOS PREFIEREN JÓVENES (Petra Acero)

La primera vez que el abuelo me habló de aquella isla fue el día que aprendí a mear erguido −ahora sé por qué−. Contaba que en la isla de las mujeres no se pasaba hambre ni frío. Que allí sobraba el pan, el agua y los arrumacos. Que no había puertas ni candados. Que las mujeres sonreían cuando les mordisqueaba los tobillos… Me habló de pájaros, de un estanque, de árboles que daban sombra fresca, del arco iris −un toldo de mil colores− bajo el que chapotear, correr y jugar.
Al crecer, el abuelo volvió entre rejas. Casi todos vuelven… Yo esperaba ocupar su lugar algún día, pero cuando aquellas mujeres eligieron al enano orejudo, el abuelo masculló una sentencia con mi edad.
A veces, saco la cabeza entre los barrotes de la jaula y babeo pensando en esa isla maravillosa, en sus mujeres que acarician…, mientras el halo de la linterna recorre la perrera −cegando mis esperanzas− en busca de algún cachorro.

104. La devota (Sara Lew)

Atravesando una estrecha gruta que deja atrás un remanso de aguas cálidas hay una isla. La isla, en la que apenas cabe una septuagenaria saltando a la comba, está habitada por una mujer de mediana edad. La joven vive dentro del hueco del tronco de la única palmera. A la niña le encantaría salir a saltar, pero por el retroceso propio de su escasa edad camina unos pocos pasos y se tambalea. Ya ha empezado a gatear y pronto dará sólo pataditas al aire tumbada en su cuna de hojarasca. La pequeña sabe que al berreo hambriento de leche y al llanto de su primer aliento de vida le sucederá el naufragio al vientre cavernoso de la Diosa, su deidad adorada. Aquella que un día atendió a sus súplicas y le concedió su maldito deseo de no morir envejeciendo.

 

103.Hoy (Montse Acevedo)

 

Atrás quedan dolores físicos y  sufrimiento moral; noches de terror, lágrimas, impotencia y sobre todo desgana ante la vida.

Cuando le hablaron del centro no lo dudó. Una experiencia piloto que le aislaría del mundo por un tiempo. Pero ¿qué tenía ella que perder? Iba a olvidar golpes e insultos, y por muy mal que le fuera, nunca sería lo mismo.

La última paliza fue la gota que colmó el vaso. Dolorida por fuera, pero incluso más aun por dentro se dirigió a la asistente que le propuso el ingreso en la residencia. – Cambiarán tu  aspecto, aprenderás un oficio y conocerás a muchas mujeres en tu misma situación.- Fueron sus palabras.

Hoy ya ha pasado un año. Ella es una mujer nueva. Renovada por dentro y por fuera.

Hoy no sabe como agradecerle a aquel lugar todo lo que ha supuesto para su vida.

Hoy llega el momento de decirle adiós a la Residencia Santa Marta, o mejor dicho, a “La Isla de las Mujeres”, como  se conoce  el lugar entre ellas.

Naufragas en la vida, pero aprendes a vivir de nuevo…

102. Espejismos

Una tempestad del diablo partió el barco en dos y nos escupió a cinco miembros de la tripulación hasta esta isla, que no recogen los mapas de navegación y que he bautizado con el nombre de Paraíso.

Desde el día siguiente al naufragio, de ya no recuerdo cuándo, recibimos tratamiento de marajás, cada uno dentro de una tienda, protegidos del sol abrasador, rodeados de mujeres bellas y desnudas que nos alimentan con ricos manjares de frutas y mariscos, nos lavan con agua de rosas y nos embriagan con licores, que nos permiten viajar a las estrellas. Y todo porque somos los únicos hombres en la isla, unos enviados de los dioses, como me ha revelado, en uno de sus trances, la que parece la hechicera de todas ellas. Imagino que por eso, últimamente, muchas noches de luna llena mis compañeros de aventuras experimentan placeres ocultos del más allá, pues les escucho aullar, entre sonidos de tambores, mientras lamento que nunca me elijan a mí. ¿Será por qué mi cuerpo se hundió con el barco?

101. Grosso modo

En el fondo —pensaba Jaramillo—, un burdel era una empresa fácil, pero hacer de aquel local un ateneo filantrópico, eso ya era otra cosa.

Apiadado por el incierto porvenir de sus empleadas, el emprendedor logró convencerlas de que en otro gremio su salud sería más resistente y su vida mejor, de modo que ellas, amables e inconscientes, fueron dejando el lupanar para hacerse actrices, cantantes, clarinetistas. El nuevo ritmo de vida más ordenado de las señoritas, que dormían más y comían en abundancia, hizo que mejorara su aspecto y que tomaran algo de peso, lo que las alejaba aún más de la prostitución. Pronto pasaron de esbeltas jovencitas a carnosas señoras, y si bien en ambos casos eran atractivas, el gusto puso de moda la delgadez en las meretrices, no como antaño, cuando se gozaba más con las rellenitas. Sin excepción todas engordaron y todas dejaron el antiguo oficio para convertirse en aplaudidas artistas.

Tras las primeras dudas, pues no se entendió aquello de un cabaret de gordas, el pueblo accedió a tal osadía ya que los caballeros podían asistir a los números con la propia. Y con la ajena. ¡Que no había nada que esconder!

100. Verdes (Luisa Hurtado González)

Eran abuela, madre, hija y tía o, quizás, simplemente cuatro amigas, poco importaba.

Desde el interior de la casa veían pasar la vida, asistían a los paseos y a las carreras, a las zancadas y a los pequeños atascos, a los asaltos y a las cazas. Con el corazón en un puño esperaban y deseaban a un tiempo: internarse en la acción y permanecer al margen.

Sin embargo también para ellas, como a nosotros nos pasa, la suerte no atiende a razones, oraciones o ruegos. El azar depende solo y exclusivamente de la cifra que saque el dado.

Más concretamente y como viene siendo costumbre en el parchís las fichas, del color que sean, han de empezar a jugar cuando sale un cinco.

En nuestro caso, dueños de las manos que empuñan esos dados, el inicio de la partida se produce al nacimiento pero en algunos parece retrasarse por extrañas e incomprensibles razones durante años.

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