Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

48. ME PERDÍ (Concha García Ros)

Primera bifurcación: mi cuarto aún lleno de peluches, tu habitación repleta de sensaciones nuevas. Camino con el tacto de tus sábanas en mi piel.

Segunda bifurcación: la ciudad conocida que me abraza cálida sin querer soltarme, el lugar de destino que me llama impaciente, sin  espera. Con las dudas mordiéndome los talones sigo avanzando.

Tercera bifurcación: el azar confabula sigiloso, la inocencia perdida como yo. Alguien que se asemeja a mí consigue seguir a través del pasadizo.

Y así, una y otra, olvidando la cuenta, el sentido, el tiempo. Hasta que hoy, agotada y diferente,  giro sobre mis pasos y busco el rastro de pan que me lleve de nuevo a ti.

47. Maze models agency (Asunción Buendía)

— No aceptes.

Se volvió dando un respingo y con la sorpresa dibujada en su cara, los ojos abiertos de par en par.

— ¿Perdón?

Todavía se notaba las mejillas arreboladas y la voz temblorosa. Todo había salido bien, el casting había terminado y el puesto era suyo.

Había escuchado en cinco minutos más elogios, aplausos, sonrisas y palabras envolventes que en toda su vida. Se había sentido flotar, y aún lo estaba haciendo, tenía la sensación de estar a muchos metros por encima del suelo.

Las últimas caras que se veían en portadas habían salido de esta agencia y ahora él  podía ser una de ellas.

Sólo le pareció un poco extraña la urgencia por firmar el contrato, pero claro el primer desfile era al día siguiente. Antes de poner su nombre al final de la ansiada página, pidió ir al cuarto de baño, necesitaba respirar un poco de aire fresco.

Y allí en el reflejo de la enorme luna de espejo, el representante de los modelos y jurado de las pruebas,  le decía:

— No aceptes, te meterás en el laberinto y créeme, tú no eres Teseo.

 

46. Geometría sentimental, por Javier Ximens

¡Buagh!, vomito, un kilómetro de pasillos, decenas de puertas y siempre os cruzáis en esta, con ese roce de carpetas y el falso saludo de colegas, como si no supieran todos que te acuestas con él, como si yo no oyera por la noche el navegar de sábanas. Te ha dejado la pizarra llena de dibujos, hoy son los tipos de laberintos: el de mazes, el de caminos alternativos, igual que las amigas que se ha traído a casa, pero nunca para quedarse, se las comió en una noche; el univiario, el clásico, el más sencillo y no encuentras la salida, ¿estás secuestrada?. En la anterior clase dibujó las curvas de una mujer, el rubor te brotó al reconocerte y lo borraste de inmediato. Hoy los dejas, nos aburres con la civilización minoica, con tus dedos caminas por el encerado desde la Puerta de los Leones hasta el centro del laberinto, y allí paras. En tus ojos veo el toro y el deseo.

Tantos planos, papá, y no sabes que la línea recta es la distancia más corta entre tú y yo.

45. Laberintos abiertos

En ocasiones, cuando encuentra su reflejo en la ventanilla con el cielo estrellado de fondo, no puede evitar viajar unos años atrás y verse a sí mismo en alguno de los puertos señalados en el mapa de sus recuerdos.

En el de hoy corretea con la libreta en la mano, calle abajo, hasta la casa del abuelo. Tiene que hacer los deberes, y la presencia de aquel rumiante de cejas pobladas, siempre dispuesto a derrochar su característica sabiduría, es un punto a favor que no puede desaprovechar para un trabajo de Humanidades.

Al solicitarle ayuda con los laberintos mitológicos y reales más conocidos, el viejo se queda pensativo y sentencia:

— Sin duda alguna, los laberintos abiertos. El desierto, el mar, el cielo y la vida.

El suspenso de entonces le dibuja una leve sonrisa, mientras vuelve a lanzar una señal a la espera de respuesta desde el cuadro de mandos del primer módulo espacial tripulado oficialmente perdido en el espacio.

44. La persistencia de la memoria

Poseedor no solo de fuerza inmensa, sino también de una memoria prodigiosa, el Minotauro se nutre tanto de los jóvenes condenados a muerte como de sus recuerdos junto a Ariadna. Por eso reconoce al instante, entre las sombras, el ovillo purpúreo que trae el varón ateniense: es el hilo favorito de su amada hermanastra, con el que tejía sus peplos de adolescencia. Al ser preguntado, el joven de paso incierto contesta que su amada se lo ha entregado para salir felizmente del intrincado laberinto. Conmovido, definitivamente traicionado, el monstruo renuncia a su innata crueldad y se deja golpear una y otra vez por aquel alfeñique, mientras le arroja a la cara esta verdad: «En el laberinto uno no se pierde, se encuentra».

43. Buscando una salida

Había llegado en su vida al final de un laberinto, en el que no encontraba salida. La vida una vez más se le había mostrado cuesta arriba, casi diríase, que canalla.
Los últimos cinco años habían sido para él una deriva sin fin.
La pérdida de sus padres en aquel accidente sin sentido, la enfermedad de su esposa- ese cáncer que le iba carcomiendo lentamente, dejándola en los huesos y sin esperanza- y la situación del paro que afectaba desde hacía dos años a su hijo, le habían llevado a una profunda depresión.
Finalmente, por si sus males no fueran suficientes, le llegó la noticia del ERE impuesto por su empresa, que le abocó a una prejubilación obligatoria, escasa, y por supuesto, no deseada.
Ahora con todo el tiempo del mundo por delante, sólo podía darle vueltas a ese laberinto sin fin en el que se encontraba perdido.
Sabía que debía intentar encontrar una salida, que por fin diera un sentido a su vida.

42. LA SOLEDAD DEL MINOTAURO (Paloma Casado)

Creció sin hermanos ni espejos, en una casa de ventanas enrejadas escondida tras un muro. Su curiosidad infantil quiso un día trasponer la puerta prohibida y allí fuera, quedó maravillado ante el espectáculo que brindaban los vendedores ambulantes, los animales desconocidos y la belleza de las muchachas. Pero pronto comenzaron a herirle las miradas aterrorizadas de quienes huían a su paso y esa palabra desconocida con que le asaeteaban: “el monstruo”, “el monstruo”.

Sintió la mano de su padrastro presionándole el hombro para conducirle de nuevo a su hogar. La misma mano que años después le abandonaría en una extraña construcción creada para ocultarle a los ojos del mundo.

Año tras año encontró en las calles caprichosas del laberinto a jóvenes inmolados para acallar sus bramidos y comprendió, ante el olor del miedo de sus cuerpos, que su naturaleza no podría concederle otra comunión con ellos que la del alimento de su carne.

En sus sueños, ha vislumbrado la espada del héroe a la que ofrece sin resistencia su pecho desnudo. Él le liberará de la soledad.

Ahora escucha como se acercan unos pasos firmes y espera.

 

41. CLAN ORATE

El abuelo me confesó que se lo había dicho Freud, oculto tras el manto estrellado que cubre el crepúsculo. Él, me refiero al hombre que me enseñó a susurrar al oído poemas olvidados a esa luna que vigila nuestros sueños, ya se olía algo porque Conan Doyle llevaba tiempo investigando los movimientos de la familia y el bueno de Kafka, taciturno compañero de noches en vela, se había transfigurado para huir sin mirar atrás. En el camino estaban Kerouak y Lope de Vega gritando que todos a una, pero era tarde y el abuelo prefirió quedarse esperando.

–¿A Godot le pregunté?

–No. Y asomado al balcón de sus ojos un torrente arrastró hasta mi orilla los restos de su naufragio. De ese modo pude ver el hastío, la amargura y la tristeza colgando de las pestañas de un hombre bueno.

……Hoy he estado bebiendo cerveza con Bukowski y fumando con Panero antes de visitar al abuelo. Es mi turno, lo sé. Pero ya es tarde para encontrar la salida al laberinto que conforma la memoria. La protegen molinos, indestructibles en palabras del compañero de sanatorio del abuelo. Un cuervo negro y altivo que busca su ínsula.

40. Perdición nórdica (Eva García)

    Llevaba foto en el móvil, la referencia y los 14,99  (15 para ser exactos)  en el bolsillo. Acerté con la entrada y me aseguraron que encontraría la salida, aunque enseguida noté que el lugar estaba diseñado para confundirse: había rincones que invitaban a reposar, a leer e incluso a dormir. Pronto me obnubilaron miles de colores y formas, ingeniosos sistemas, espacios imposibles e intrigantes artilugios. Enloquecí: deseaba poseer muchos objetos que, de repente, consideraba absolutamente imprescindibles en mi vida. A pesar de las flechas, atajos y planos, pasé horas dando vueltas en aquel laberinto, sin encontrar el BARNSLIG verde para el cuarto de Martina, mientras llenaba la bolsa de tesoros y anotaba febrilmente números con un minilápiz en un papelito, como había visto hacer a un señor muy serio.

    Me sentía feliz e ilusionado cuando alcancé el final portando innumerables cajas y cachivaches. Ni siquiera miré el importe cargado en la tarjeta; aquel bienestar no tenía precio, pensé.

     Pero Marga no opinó igual: gritó hasta quedarse afónica y me echó de casa sin que pudiera impresionarla montando aquellas maravillas. Lo peor fue que, cuando pregunté si estaba enfadada por no haber encontrado el dichoso espejo, se había hecho la sueca.

39. Sidi Bou Saïd (Ginette Gilart)

Abda camina por las calles empedradas y empinadas de aquel pueblo; calle arriba, calle abajo, vía principal bulliciosa y callejuelas laberínticas más silenciosas. Sube hasta el faro y contempla el mediterráneo, regresa y pasa ante las tiendas de artesanía, ante los cafés que ofrecen té caliente de menta. Se cuela en callejas, para un rato a recobrar aliento bajo un balcón cargado de buganvillas; en las fachadas cuyo blanco daña a la vista trepa el jazmín que la embriaga un instante.
Da vueltas y vueltas pero no encuentra la salida, prisionera del lugar, sin escapatoria. Mira las puertas y ventanas que compiten con el azul del cielo, levanta la mirada hacia él y hacia su creador, justo en el momento preciso en que el pintor plasma su firma en el lienzo.

38. El monstruo de Creta

Me sorprendió que me dijera que hacía veinte años que Atenas enviaba a Minos el tributo de jóvenes. ¡Tanto tiempo! Entré siete años después de la derrota de Egeo… ¡Bah! Tal vez aquella muchacha me mintiera. Era guapa, pero acabé matándola. Su carne era suave, tierna.

Parece que fue ayer cuando entré. Entonces creía que iba a morir pronto, pues incluso a la pequeña aldea del Ática en que nací habían llegado noticias del monstruo de Creta. Sin embargo, en todo el tiempo que llevó aquí, no he visto a ningún monstruo. Recuerdo, sí, que al poco de entrar maté a un loco que deambulaba por los pasadizos. El primero de muchos.

He recorrido todos los pasajes. Parecen infinitos. Quizá los malditos cretenses no paran de construir más galerías. Todavía confío en encontrar la salida, aunque hay días en que me faltan las fuerzas. Cada vez me cuesta más.

37. Aires de Libertad (Blanca Oteiza)

 

Quiero desaparecer del bullicio que abarrota la plaza en la que me hallo, de los rascacielos que me rodean, cerrar los ojos y dibujar el horizonte de las tierras más lejanas.

Quiero viajar a las infinitas dunas doradas del desierto, correr deslizándome desde la cumbre hasta el perdido oasis. Conocer exóticos lugares olvidados en los mapas, pasear saludando a los niños que juegan a las puertas de sus hogares. Caminar por serpenteantes y estrechas callejuelas llenas de encanto inundadas del olor de las especias. Paredes encaladas de blanco con pequeños vanos abiertos conservando la intimidad del interior por trabajadas celosías de madera.

Quiero deambular por el laberinto de las medinas árabes, perderme en sus zocos, descansar en algún rincón en la vieja tetería. Respirar el aire fresco que abraza el azul del cielo.

Quiero seguir viajando entre el sol y la luna mientras las estrellas cuento, viajar tan lejos que nadie me encuentre entre lágrimas de nostalgia del tiempo ya perdido, sólo vivo en mi dilatada retina que húmeda sobrevive en el recuerdo.

Quiero escapar del laberinto que me tiene sumida en la rutina grisácea del asfalto de la ciudad que me oprime y me aprisiona escondiendo la libertad.

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