Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

140. Los pantalones

—Ni “no sabes el día que he tenido”, ni “me duele la cabeza”, ni criptonita, ni leches. A casa se viene a cumplir —, grita Lois haciendo restañar la fusta en el aire.

139. La Sirena-perro

Tiene el olfato más fino que existe, capaz de oler un caballito de mar a veinte islas de distancia y cuando nada es la más rápida de todas. Su tesoro más preciado es un hueso de ballena que lleva royendo desde hace varios años. Le gusta perseguir a las langostas, jugar con las tortugas y no le dan miedo los tiburones. Aunque no le gusta demasiado, soporta salir de lustro en lustro a cazar elefantes marinos junto a su amo.

Cada vez que un barco navega sobre su territorio, ladra burbujas que emergen a la superficie como notas musicales, y si hay perros sueltos en cubierta se ven arrastrados a saltar por la borda. Durante varios minutos juguetean en el agua pero al final del pataleo, los perros caídos se ahogan irremediablemente y la Sirena-perro vuelve desconcertada a casa. Mientras mira su fabulosa cola de pez, se pregunta por qué trágica ironía evolutiva el resto de perros del mundo tienen esas inútiles patas traseras que los condena a la extinción, y se alegra de ser diferente.

138. MELENAS SALVAJES

La isla de las mujeres es tan leve que el menor terremoto la propulsa. Cruza entonces mares de trasatlánticos monótonos, redes de arrastre, obedientes aves migratorias. A veces se detiene frente a una costa habitada. Los bañistas las espían desde su orilla mientras preparan el abordaje. Las isleñas los ven acercarse rugiendo en sus lanchas.

 

 

“Ay, los hombres”, advierten las viejas sentadas en los acantilados.

 

“Ay, los hombres”, se relamen las jóvenes desnudas sobre la arena.

 

 

Durante días yacen con ellos. Sus vientres morenos los absorben. Hasta que una mañana, los hombres quieren construir viviendas, trazar calles, desbrozar el bosque. Ellas les preparan las lanchas. Apuntan al corazón con sus flechas.

 

 

Los despiden llorosas agitando sus melenas salvajes.

 

137.Mantra religioso

No pueden evitar asomarse en cuanto salimos a pasear por el bosque, curiosos y anhelantes, pero enseguida echan a correr como conejos, como si no estuvieran deseando saborear la canela de nuestra piel. Siempre logramos cazar una docena: no solo los que no corren demasiado, también el hombretón babeante ante nuestros pechos desnudos, incluso algún osado Apolo cuyos ojos  nos dicen que pretende disfrutar de nosotras y luego escapar. Por la noche comemos y bebemos, la música de los tambores nos incita a un salvaje placer y los hombres responden bajo nuestros cuerpos olvidándose en ese momento infinito de su destino. Los acariciamos, los besamos, los poseemos con la delicadeza de las hadas y con los zarpazos de las panteras; las pócimas y los ungüentos hábilmente aplicados consiguen encender de nuevo su deseo y recuperar su potencia sexual para que sigamos amándolos durante toda la noche. Y una vez abandonados, exprimidos y exhaustos, en ese paréntesis de la vida que queda suspendido en el aire y se confunde con la muerte más dulce, la mano de las sacerdotisas ejerce su poder sagrado, y los despojan de su último aliento con un beso y una daga que les roba el corazón.

136. CADENA PERPETUA

…escapa sin retocarse, rebuscando las llaves del Peugeot, calculando lo que cocinará mañana, hoy le toca con los cabrones de 1º H y esta tarde mamo­grafía (en junio será agredida por una madre), en el portal buenos días a una limpiadora que no puede agacharse, las rodillas, y encima ayer el hijoputa de siempre, segunda vez, le echó la mano al cuello, pero a dios gracias hay trabajo para ayudar a su hija embara­zada (morirá cuatro meses después, violencia ma­chista), vacía el balde en la alcantarilla sin salpicar a la joven que guasapea, los dedos como alas, quiere sacarse el carné y está tirándose al capullo del jefe 🙂 🙂 para que la hagan fija en la perfumería (sufrirá dos atracos estas navidades), la amiga, en paro y resentida, se muere de envidia alineando melones rochet, o como se llamen, derrotada por goleada, odia la puta frutería y a sí misma (el accidente definitivo sobrevendrá dentro de seis meses), podría colocarla su prima, la honra familiar, que desayuna de segundas en la sede del partido, con sus patéticos mentores, diosecillos falaces y mezquinos, ya toca mandarlos al carajo y llevárselo calentito (condenada a siete años de inhabilitación por cohecho)…

135. Las hijas de Lilit (Elysa Brioa)

Dice la leyenda que la primera mujer fue Lilit, pero se negó a someterse y abandonó el Paraíso para vivir copulando con demonios. Esta fábula la escribieron los descendientes del individuo al que abandonó. Entre mi gente circula otra versión. Es la que dice que a ella no le gustaba el papel que querían asignarle. Comprendió que ninguna de sus solicitudes serían escuchadas, que para disfrutar de todos los dones del Paraíso debía transformase en una criatura sometida a los deseos de Adán. Era una mujer valiente y decidió escapar a un lugar lejos de las hordas de sucesores del primer hombre y su costilla. A pesar de las dificultades Lilit sobrevivió y hoy todas sus herederas habitamos en la Isla de las mujeres. Pero seguimos siendo carne de leyenda, cuentan de nosotras que somos guerreras, que abandonamos a nuestros bebés si son varones y solo nos quedamos con las hembras para educarlas en el arte de la guerra, hasta dicen que nos cortamos un pecho para manejar mejor el arco. No importa, permaneceremos en nuestra isla, esperando el momento oportuno. Llegará, ese día cuando nos revelemos escribiremos la verdadera historia y lo haremos como iguales.

134. ISLA REDONDA

Las mujeres sentadas alrededor de la mesa pelando ajos , sazonando la mezcla del lebrillo, removiendo la sangre , preparan el manjar antes de que el contenido se estropee.Es el ritual de cada temporada desde que las más viejas lo recuerdan. Son ellas las encargadas de que la tradición sobreviva  y de que el ceremonial se cumpla.El hombre convertido en fiambre habrá pagado su culpa y todas se nutrirán de él

En un rincón, ajena a ellas, vestida de blanco, la joven ultrajada, el señuelo que las ancianas de negro destinaron este año para cebo.

Su tierno cuerpo será más fácil de preparar. Harán falta menos especias.

Ella aún no lo sabe.

133. EL FRAILE Y LAS AMAZONAS

Día se San Juan, lucha encarnizada alrededor del San Pedro por la posición de la isla en el rio Grande. El fraile, cronista, aventurero, presenció algo extraordinario: las canoas atacantes eran comandadas por mujeres. Desnudas, dirigían tropas de vasallos. Blancas y atléticas, disparaban sus flechas con destreza y efectividad de diez indios.

Se fijó en la más osada, de cabello muy largo y entrenzado y revuelto a la cabeza; una gran emoción le embargó: Bella como la luna, palomas eran sus ojos, su cuello, la torre de David y sus pechos, crías mellizas de gacela saltaban entre orquídeas. Interpuso su brazo a un flechazo que se dirigía a su corazón, el bergantín parecía un puercoespín, pero no le importó. Las curvas de sus caderas como sus collares, obra de artista, su ombligo ánfora redonda donde no faltará el vino. ¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! Pronunció. Sus brotes, huerto cerrado… Esta vez, la flecha le desencajo un ojo.

Cuando Gaspar de Carbajal despertó, pidió a su Señor le otorgue la vida, sin él merecerlo, para que se enmiende y le sirva mejor. Sobre aquel suceso, escribió: “… andaban desnudas en cueros y atapadas sus vergüenzas, …”

 

132. LAS CUATRO ESTACIONES

 La Bisabuela Anselma, de mirada centenaria y en guerra contra el mundo ha decidido hablarnos con dos vocablos: “trae aquello”, “pon más”, o “no molestes”, todo imperativos y complementos.  Hasta replica cuando yo, divertida, le recrimino su “déjame tranquila” y le expongo que esa orden lleva dos complementos. Ella enfurecida lo rebate con un argumento ortográfico sin saberlo: “pero suena como dos palabras”, y le irrita aún más saltarse su propio castigo. La abuela Bernarda, pura bondad, le disculpa todo y promulga para el resto y para nadie en particular la vida tan dura que ha soportado. La tía Gertrudis bebe a escondidas chupitos de aguardiente pero su sonrisa bobalicona la delata. Entonces habla sin parar y menciona por enésima al pretendiente del pueblo al que la bisabuela espantó. Y mamá no es la misma desde que padre se fue al frente. Ahora apenas sonríe y se pasa todo el tiempo en la cocina haciendo magia para poner cinco platos de comida diarios.

Yo veo el tiempo detenido en ellas y pienso, aunque soy pequeña, que son mujeres en una isla, condenadas a la soledad y a seguir resistiendo mientras los hombres de la familia juegan a la guerra.

131. Pintamorros.

Me costó mucho encontrar la legendaria isla de las mujeres. Una extraña pista me llevó a las coordenadas exactas. Tras navegar por mil mares y enfrentarme a mil monstruos marinos, llegué a la ansiada isla. Nunca antes había visto a una mujer, por lo que fue sencillo identificarlas. Tenían dos barrigas en el pecho y parecía que todas estaban amputadas del pene, la cicatriz todavía les sangraba. Ellas también me miraban raro, nunca habían visto a un hombre. Tocaban con insistencia mi pene creyendo que era una sanguijuela y les resultaba raro ver tanto pelo en mis barrigas desinfladas. Ellas me preguntaron que cómo veníamos al mundo. Yo les dije que nos traía una cigüeña. A ellas también; extraña coincidencia.
Pasé una larga temporada entre ellas hasta que no sé si dejaron de interesarse por mí o yo pasé de interesarme por ellas. Por lo que decidí regresar a la isla de los hombres. Como ofrenda de despedida les dejé mi maquinilla de afeitar. Yo me llevé un pintalabios que te dejaba los labios suaves.
Al llegar a mi isla de origen y verme todos con mis labios rojos pasión tan suaves… se empezó a comercializar el primer “pintamorros”.

130. MONÓLOGOS (Arantza Portabales Santomé)

Hoy como tortilla. Necesito podar el magnolio. Y han despedido a Julián, el del super. Además me he cortado con el cuchillo de las patatas. El pequeño. Me pregunto qué sentido tiene llamarte para contarte estas cosas. Pero las ramas del jodido árbol están a punto de atravesar las ventanas del estudio. Marco tu número. De nuevo el contestador. Aún así te lo cuento todo. Ya sabes que nunca me gustó el jardín. Y hay más cosas. Mi bici sigue en el taller. Sí, es verdad, eso ya te lo conté ayer. Juan y Noelia se han separado y ahora él vive en Isla Mujeres con una mejicana de veintidós años. Se veía venir. Cuando se ve venir es más fácil. Y sí, llamaré a Mario el jardinero de los vecinos. Te lo prometo. No, no me duele el corte. Le he echado Betadine. Y así sigo, hasta que se agota tu batería. Después saco tu móvil del cajón y lo pongo a cargar. Llamo otra vez. Cuatro pitidos. Y tu voz, apenas dos segundos.
Hola, soy Fernando. Deja tu mensaje.
Te echo de menos. Hoy como tortilla.

129. La isla perdida (Nicoleta Ionescu)

Era un secreto muy bien guardado, que las madres susurraban al oído de sus hijas, en vísperas de sus bodas, o en su lecho de muerte: cuando una no podía aguantar más los apuros de la vida, cerrando los párpados y abriendo el tercer ojo podía llegar a las orillas de un gran río. En medio de sus aguas había una isla bien ocultada. En barco, remando horas tras horas, se podía tocar tierra en una oscura laguna. Allí, entre sauces desmelenados, venían las mujeres a desencadenar sus llantos, a plañir sus desengaños, a gemir por maltratos, a gritar por dolor, a aullir como lobas heridas por desamor y traición; lo dejaban todo allí y volvían a sus casas, al alba, capaces de llevar al cabo los quehaceres del día, tranquilas y sonrientes.

Yo no sé el secreto, sólo la leyenda. Dicen que la isla, de tanto dolor, se ha hundido entre las frías aguas del río y el secreto se ha perdido para siempre. Desde entonces, las mujeres llevan consigo, en sus hombros, todo el peso de la vida.

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