Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

69 .TE HABLA EL

Hola soy yo tu amigo,no te olvides que cuando me tengas entre tus manos te dejes llevar por la imaginación, porque yo te brindo cantidad de aventuras libres de peligros y que cuando me dejes abandonado en cualquier cajón no me enfadaré si por ello vas en busca de una puesta de sol , o de un amor a la luz de la luna.

Quiero comentarte que en alguna ocasión he conseguido sentir sobre mis hojas el sabor salado que dejan tus dedos al deslizarse sobre ellas cuando me llevas a disfrutar de una tarde junto al mar, también me deleito si me dejas caer por tu regazo cuando lentamente el sopor del verano te vence y te abandonas en manos de Morfeo por breve tiempo, ya que cuando escuchas el zumbido de una abeja sobre tu nariz despiertas y me recuperas del suelo volviendo a introducirte en la historia que yo te brindo.

Pero cuando mas contento me pongo es cuando decides esconder entre mis páginas esa flor que años mas tarde encontrarás por casualidad y te hará recordar aquel amor de juventud que te brindó su primer beso.

 

 

68. Mis libros

Quiero rendir un homenaje a mis libros.

A aquellos que apilados en el trastero contienen a duras penas oleadas de  hadas y princesas que me condujeron de la mano hacia la vida.

A los que me hicieron vivir tórridas pasiones y aventuras disparatadas, que me obligaron a ser pirata, pastora o náufraga.

A ese libro del que rescaté una frágil rosa seca, único testigo de hechos que juré no olvidar, pero que no logro recordar.

A los que me acompañaron en épocas serenas o desesperadas o tristes. A aquellos que me consolaron las largas noches de vigilia hospitalaria.

También al libro que hoy descansa en mi mesilla, esperando la noche para arroparme o a al que aún no existe y que anda bullendo en la cabeza de su futuro autor.

A todos ellos les debo muchas horas de feliz abstracción,

Sin su lectura hoy no sería quien soy, mi pasado hubiera sido más pobre y mi futuro, sin duda, más solitario.

67. El adúltero (Lorenzo Rubio)

Cada quince días, Víctor aprovecha que César trabaja de noche para dormir en su casa. Está enganchado a ‘El adúltero’, un libro que encontró lleno de polvo en la biblioteca de su colega.

Víctor lo suele leer recostado en la cama, cuando la mujer de César ya duerme, y, antes del alba, lo devuelve al anaquel. Pero la noche de la que os hablo, el libro aparece en la mesita. Le extraña hallarlo allí y, aún más, que el marcapáginas señale una hoja más avanzada a la que él había apuntado hace dos semanas. Intrigado sigue el punto de lectura:

“El adúltero observa una obra a centímetros de sus ojos. El cornudo sabía que la presencia de ese libro no pasaría desapercibida.

—¿Has visto la novela que lee tu marido? —dice sorprendido.

—No te preocupes. Nunca sospecharía de su mejor amigo —responde y ríen a carcajada tendida.

El traidor decide hojearlo y lee la página marcada por una tela roja:

<<Abrazado por mi mujer, acaricia mi piel de papel mientras el veneno se va adhiriendo a las yemas de sus dedos. Un regusto amargo va creciendo en su paladar. Será carmín, piensa. Intenta paliarlo besándola apasionadamente una y otra vez…>>”.

66. PROMESA CUMPLIDA ( Montse Acevedo)

 

Mientras buscaba consuelo entre las páginas de aquel libro, oyó de forma clara como la puerta de la calle se abría, y su corazón y la lectura que tenía entre manos se paralizaron a la vez.
Alguien había entrado en la casa y solo ella y su difunto marido,  tenían llave para abrir o cerrar esa puerta.
Con dificultad, agarrotada por los años y el miedo, se levantó y se dirigió con pesados pasos hacia la entrada.
Una luz extraña, como si emanara de las paredes, se extendía por la estancia, y en un rincón… Todo sombras.
De repente, una voz surgió de las tinieblas:
– Ven conmigo- Era su voz, no había duda. -Prometimos que el primero que muriera volvería a buscar al otro y lo ha cumplido – Cerró  los ojos durante unos segundos, pero pronto los abrió para enfrentarse a su destino cara a cara. Ya no había oscuridad ni las extrañas luces atravesaban las paredes y ella volvía a estar recostada en su sillón, en donde antes leía plácidamente

“Me he quedado dormida y estaba soñando” Pensó para sí.

En aquel momento, escuchó como la puerta de la calle, que aún permanecía abierta, se cerraba suavemente… 

65. Los ojos de Lucía (towanda)

Abuela siempre tenía entre sus manos una libreta donde pasaba el tiempo escribiendo. Mi madre decía que lo hacía para entretenerse con sus recuerdos. Mamá se equivocaba.

Abuela completó decenas de cuadernillos, que ella misma numeraba, como si se tratase de los tomos de una gran enciclopedia.

Solo entendí ese afán suyo por escribir cuando encontré su último cuaderno caído en el suelo. Frente a él, callada y asustada, mi abuela Lucía observando nada por la ventana. Abuela lo sabía.

Tras el desplome de su última libreta, Abuela no volvió a escribir. Fue entonces cuando decidí arañar unos minutos a los días para sentarme a su lado y leerle esos fragmentos manuscritos en voz alta…. Por unos momentos, le robábamos protagonismo a la enfermedad y era su prodigiosa memoria, plasmada en páginas de celulosa, la que invadía nuestro espacio.
Me convencí de que existía algo mágico en sus historias que la retuvieron más tiempo del previsto entre nosotros.

Cuando Abuela nos dejó, recopilé todos sus cuadernos y hoy, con la misma pluma con la que ella escribía, firmo “Los ojos de Lucía” en una afamada librería y continúo en el empeño de mantener vivo su recuerdo.

64. Desenlaces

Una noche deshilachada por el insomnio y acorralada por la soledad inicié la lectura. A medida que pasaban las semanas manchadas de invierno se me empañó el talante y una tristeza oscura me embargaba el ánimo. Fui cayendo prisionera de una trama apretada, con personajes conchabados para mantenerme rea de sus locuras. Amaban, se despedazaban y sufrían sin encontrar una salida. Empeoré y ningún médico sabía dar con el origen de la pesadumbre. En una noche de fiebres, ansiosa por desentrañar el final, me asomé a la última página. Una melancolía rancia abandonó cansada las palabras en las que se había enredado y las figuras, liberadas de un yugo antiguo, corrieron libres a encontrarse con su destino. Al día siguiente encontré tu carta bajo la puerta. Dejé entonces los bálsamos porque la mejoría ya solo podía ser una banal cuestión de tiempo.

63. SEDUCCIÓN (Rafa Olivares)

Ya había ocurrido otras veces. Ella descartó a los que ya conocía; había disfrutado con ellos de momentos íntimos, de deleite, de evasión; ahora apenas les dedicó un rápido y huidizo vistazo. Buscaba algo nuevo, desconocido, atractivo. Después de observarnos al resto con cierto detenimiento se decidió por mí.

Me llevó aparte. Mientras sus manos me abarcaban, sus dedos, con sensual suavidad -un roce apenas-, exploraban todos los rincones de mi piel. Su mirada, en un principio casi distraída, fue adquiriendo primero un tono de curiosidad, luego un brillo de interés. Como en anteriores ocasiones en quienes la precedieron, ella también arqueó sus cejas con expresión de sorpresa que derivó al poco en emoción, mostrando sus ojos la humedad de dos proyectos de lágrima a punto de desbordar.

Permanecimos juntos compartiendo silencios, compartiendo luz, compartiendo atmósfera, compartiendo tiempo …

En su despedida me devolvió al anaquel. Al mismo lugar del que me había tomado.

Ahora espero a un nuevo lector.

62. DESAHUCIO (Eduardo Iáñez)

Es el mejor de los tiempos, es el peor de los tiempos, al menos mientras la obsesión blanca del capitán siga obligándome a alzar el arpón y su peso me aplaste hasta entumecerme el brazo. Apenas puedo ya enristrar la lanza mientras velo mis armas junto al brocal del pozo de una venta bañada por la luna, a donde asciendo abriéndome paso en este río cuyo curso me lleva hasta el corazón de las tinieblas. Desde el fondo del cráter, el brillo cristalino de un monolito negro me atrae como a un insecto, y mis ojos ocelados contemplan con sorpresa el bullir de mis propias patas entre unas sábanas que me son ajenas.
Huelga decir que sufro este peregrinaje continuo con una terrible incomodidad, pero también con un total desapego. Me aflige saber que todo habría podido evitarse si aún habitase entre las páginas de los primorosos volúmenes dispuestos en anaqueles de Alejandría, Constantinopla o Londres. Ahora, en este minúsculo ámbito, aséptico y sofocante, los efímeros trazos de la tinta electrónica me aturden sin remedio.

61. Amor prohibido

Impreso entre las páginas de mi libro está escondido mi amor por tí , un amor prohibido, una historia de eclipses, estallidos, complicidades y silencios, un amor que no tiene alas, solo se puede mover a sus anchas entre las hojas del borrador en el que voy anotando mis sensaciones, mis pensamientos, esos pequeños instantes de alegría y esos de sinsabores que van quedando agazapados entre los recovecos de las líneas.

Cada palabra es un latido de mi corazón, cada coma, un soplo de aliento y cada punto, un final de esperanza.

Mi pluma se desliza empujada por el deseo, mucho más rápida que mi mente, escupiendo las palabras que van dando forma a esta historia, unas son ordenadas y obedientes, otras alocadas, rebeldes y divertidas que van saltando de renglón en renglón intentando hacer piruetas sobre mi alma.

El tiempo va pasando, mientras tanto, mi amor va creciendo acurrucado entre las páginas esperando que crezca y se convierta en eterno y verdadero y así poder dar un bonito final a esta historia.

60. Pasó tu última fuente (Rosy Val)

Emilio entraba emocionado en el centro comercial para recoger un pedido de la librería. Al pasar por la fuente nueva, la de los chorros multicolores, una mujer de ojos tristes, apostada en la barandilla, reparó en él y le envió una sonrisa. Pero él, apresurado y sin advertir el gesto, siguió su camino. Ella, al tiempo que cerraba los ojos y pedía un deseo lanzaba unas monedas que chapotearon antes de estrellarse contra el fondo. Al notar que unas gotas le salpicaban miró a su alrededor, ensimismada, como buscando el milagro. Malhumorada, huía de allí mascullando; “ni un día más, ¡se acabó!, ni novios ni narices, esto de las fuentes y los deseos son tonterías”.
Cuando Emilio volvía de la librería se cruzó con la mujer, atraído por su lacónica mirada le sonrió, pero esta, absorta, siguió su camino. Se sentó a admirar aquellas cascadas coloristas. Ávido, abrió el libro que acababa de adquirir… “Manual para encontrar a tu alma gemela” y se adentró en sus páginas. Momentos después se alejaba del lugar. Sobre el agua flotaban aquellos consejos que había ahogado decepcionado, “¡bah, esto de los manuales… qué embaucabobos!”

 

 

59. Las Despedidas Nunca Fueron Mi Fuerte

Hoy, amigo, te digo «adiós». Hoy, amigo, siento tu tacto tan reciente e inolvidable como la primera vez que nuestros días se cruzaron. Hoy, amigo, leo entre tus páginas los últimos esbozos de tu creador, las últimas palabras de aquel genio inventor, que te dio la vida. Hoy, amigo, no tengo palabras para describir mi tormento, ni formas de esconder la felicidad de haberte conocido hasta el final. Hoy, amigo, te quiero presentar a mi relevo, mi testigo. Sólo espero que mi hijo pueda disfrutar lo mismo que yo disfruté contigo. Hoy, amigo, te digo «adiós», un «adiós» que no es definitivo y que no es más que un «hasta luego».

58. TORPEZA (Beto Monte Ros)

De mal talante, llegó a la construcción. Le molestaba discutir con su esposa por asuntos de niños, ella quería parir pero, por la inestabilidad de su empleo, él estaba renuente a ampliar la familia. Refunfuñando, y sin las debidas precauciones, comenzó a martillar. Su falta de concentración hizo que golpeara uno de sus dedos; invocó a los mil demonios, se olvidó del lugar donde estaba, dio un brinco en el andamio y perdió el equilibrio. Mientras caía, desde el piso 18, se arrepintió de haber sido un maldito egoísta; en el 12 le surgió el anhelo de ser padre y en el 6to se planteó conseguir otro trabajo, para complacer a su mujer.

Al llegar al pavimento ya no sentía dolor, se levantó, ignoró a los curiosos que se acercaron, se sacudió el polvo y regresó a la casa. Atravesó el umbral y la encontró en cuclillas, junto al celular y la guía telefónica, abierta en la página donde se destacaban las palabras: “Clínica de fertilidad”. Sobrecogido, la observó allí, casi sentada en sus talones, pálida, algo transparente. Se acercó con deseos de abrazarla, sintiendo pena al verla sostener el teléfono, con el rostro descompuesto, como  un fantasma.

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