Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

128. Un hombre que nace

Cuando apenas ha conseguido alejarse  de la isla de las mujeres, se detiene un momento a  recobrar el aliento,  separando sus diminutos labios un milímetro para recuperar el resuello. Su boca forma entonces un rictus de asombro que será, desde el punto de vista de los que aguardamos en la orilla apuntándole con imponentes focos,  su primer gesto iluminado.

Todavía está casi sumergido en el canal, pero ya viene sorprendiéndose al  percibir al final de esa marea pegajosa y amniótica un umbral. El mismo que atravesó hacia dentro cuando naufragó treinta y siete semanas atrás y que ahora se aparece como un hueco ovalado que, a fin de cuentas, no es sino un marco, una mandorla en la que está representada mi borrosa imagen de pantocrátor rodeado de un equipo de arcángeles colegiados con la túnica verde característica.

Ea, pues,  exhalado un casi silbido, redoblará su esfuerzo para nacerse del todo, apurar su cáliz de sangres y placentas y llegar hasta su padre para ponerme al día sobre sus misterios.

127. A todas las que estuvieron y están en esa isla (Rosy Val)

Sé que las recuerdas… las carreras por el largo pasillo cada vez que te llamaba.

-Estoy en el váter, Tomás.

-¡Lo primero es atenderme a mí, no olvides gracias a quien comes!

No era menester, él te lo mentaba constantemente… corrías con las bragas casi por las rodillas para llevarle el vaso clarete.

-¡Y agradecida tienes que estar, mujer, jamás te he puesto la mano encima!

Entonces, pensabas en tu cuñado y en la suerte que tenías, que a tu hermana sí le dejaba marcas.

-Pero Tomás, estoy en cuarentena.

-¡Es tu obligación, eres mi hembra!

Apenas te daba tiempo a dejar a mi hermanito en el capazo y guardarte la teta aún rezumando tibio calostro.

-¡Mi madre parió once varones, dos más que tú y además faenaba en la era!

Se esfumó tu vida complaciéndole y cautiva en tu isla, se empañó tu pelo negro.

Has descansado, pero no lo dices, pensaríamos entonces que eres una desagradecida, que no te mereces los cuatrocientos setenta y cinco euros de su pensión, y que comes gracias a él, ¡como nunca trabajaste!… por eso sigues llevándole flores.

126. LA TELARAÑA (Rafa Heredero)

Papá murió cuando yo era muy pequeño, y quedé al cuidado de mi madre, mi hermana mayor y mi tía. Durante años no pude despegarme de ese ambiente opresivo de un hogar custodiado por mujeres siempre vestidas de luto, con sus cabellos recogidos en apretados moños. Hasta que, a espaldas de sus abrazos, busqué trabajo en otra ciudad y conseguí zafarme de los finísimos hilos que seguían tejiendo a mi alrededor.

Fue la época más feliz de mi vida, sobre todo cuando conocí a mi futura esposa, una de esas mujeres, tan distinta a las que había conocido, ante cuya belleza te retraes de modo instintivo, aunque no puedes dejar de mirarlas. Ella, acostumbrada a causar esa sensación entre los hombres, quiso retarme con su mirada. Me sentí muy afortunado de ser el elegido.

Tuvimos un noviazgo breve y placentero, y decidimos casarnos enseguida. No pude evitar que ellas acudiesen a la boda. Llegaron vestidas de primavera, llorosas, alegres, excitadas. Nunca las había visto igual, pero no me dieron miedo. Ya era libre.

Poco después mi mujer se quedó embarazada. A ella le encantaban los críos. Y a los nueve meses nacieron dos niñas preciosas. Mellizas. Las primeras.

125. LA ISLA DE LAS COSTURERAS (Juana María Igarreta)

Al atardecer, la silueta de la gran ciudad emerge cegadora y titilante recortada en el horizonte. Edificios de diseño vanguardista, coronados de enormes y dinámicos letreros luminosos, anuncian importantes firmas comerciales, paradigmas de la modernidad y del progreso.
Al atardecer, en los extrarradios de la gran ciudad, la puerta trasera de un falso almacén, tapadera de un taller de confección ilegal, va escupiendo un largo reguero humano. Son mujeres inmigrantes que durante interminables jornadas de trabajo, y bajo la mirada vigilante e inclemente de un capataz, galopan sobre sus máquinas cosedoras a un ritmo trepidante. Mujeres hacinadas en un sórdido sótano herméticamente cerrado. Aisladas no solo de la luz del día, aisladas del más mínimo rayo de esperanza.

Esta madrugada han llegado al taller dos nuevas mujeres. Mientras en la oficina, en un acto premeditado, la sensual Lucía se contonea ante los ojos lascivos del capataz, Isabel, en el taller, observa y toma nota de las ínfimas condiciones laborales a las que están sometidas esas mujeres. Quiere contar al mundo que tras el refulgente éxito comercial de algunas grandes firmas se esconde un sombrío mar de injusticia, en cuyas aguas se ahogan los derechos y la dignidad de las personas.

123. MÓDULO 3-A (Jes Lavado)

Yo siempre he vivido aquí. Mamá dice que cuando nací era un gusarapo arrugado. Menos mal que ya no estoy arrugado, debe ser por la magia de esta isla, que hace que los niños que soplan el tres viajen misteriosamente al Mundo Real. Dicen que es súper bonito, pero yo no lo creo, porque sus mamás nunca viajan con ellos, se quedan aquí y lloran durante días. Puede que siglos. Yo siempre pienso que sus hijos también estarán llorando allí, igual que ellas. Yo ya he soplado el seis, pero sigo aquí porque mis ojos son achinados como los de un esquimal, aunque nunca he tocado la nieve. La nieve es muy fría, dicen, como las puertas de metal que retumban al cerrarse por la noche.  La Polaca también estaba muy fría el día que no se despertaba y se la llevaron tapada. Mami dice que pronto yo también me iré. Que está bien ver nuevos horizontes. Qué será eso. Se lo he preguntado a la señora del uniforme  y me ha señalado los muros con alambres. No creo que me gusten esos horizontes, por muy nuevos que sean. Porque, al fin y al cabo, yo siempre he vivido aquí.

122. Pescado

Raspa las escamas con el borde de un cuchillo, con movimientos cortos, dejando en cada tajo una mueca de esfuerzo. Con un corte superficial en la parte inferior de las branquias retira las vísceras mientras escucha los gritos eufóricos del resto de las mujeres en la playa.
–         ¡Ya están aquí, ya han vuelto!
El golpe seco del barco atracando en la arena le asusta. Aprieta los puños con fuerza, olvidando que aún tiene las entrañas del pez en sus manos y las de él en su mente. El tacto viscoso de sus manos se mezcla con el viento de júbilo con que las demás golpean la brisa.
Enjuaga a fondo la cavidad del animal con agua fría, para esconder allí su miedo, el temor de que esta guerra se lo haya arrebatado.
Escucha cómo la puerta se entorna. No quiere girarse, no se atreve. Espera ansiosa un abrazo por la espalda, el beso en el cuello que no llega. Al fondo de la sala el sollozo contenido de su hija estalla al fin en un bronco desgarro que inunda todo.

121. EL HOSTAL

Mis primeros recuerdos se cuecen entre fogones y delantales que suspiraban por ser, algún día, vestidos de fiesta. En la cocina de ese hostal de carretera vine al mundo. Lo regentaban mi madre y mis tías, vigiladas de cerca por mi abuela, sumergida en el silencio desde que mi madre le comunicó que esperaba un hijo de un huésped, fue entonces cuando dijo su última palabra: «zorra» y nunca más volvió a hablar. Crecí entre el olor a alcanfor de los ajuares que no llegarían a estrenar y una recua de viajantes y camioneros que desaparecían antes de que les pudiera tomar cariño. A mi padre le conocí en mi quinto cumpleaños, prometió volver para llevarme con él a su isla. Salí con mi maleta a esperarle cada día hasta que descubrí que nunca llega hasta el páramo la brisa del mar. 

120. Amnesia (Juanjo Montoliu)

El náufrago apenas recuerda nada. Lo encontramos en una balsa a la deriva, en un mar en calma, con agua y suficientes viandas para aguantar un mes en alta mar. Iba bien vestido, completamente rasurado, con las uñas limpias y el cabello cortado al cepillo. Durante el interrogatorio, su rostro parecía sincero. Hablaba de un naufragio, de olas altas como castillos, de marineros que tapaban sus oídos ante cantos de sirena. Eso, y poco más. Permaneció serio todo el tiempo, hasta que entró María. Entonces, dibujó una amplia sonrisa y dejó los ojos perdidos en algún lugar al otro lado del espejo. Yo diría que, en ese momento, era feliz.

 

119. Dos puntos cardinales

En la isla de las mujeres había dos puntos cardinales: Porunlado y Porelotro. Un día apareció un niño Porelotro. Ellas lo miraron y él se quedó mirando. Una alargó los brazos y dijo mi niño, y él extendió los suyos y repitió mi niño. Lo llamaron Alteración X21. Alteración creció intentando adaptarse a aquella realidad. Cuando empezó a oler demasiado, usó flores silvestres; cuando salieron pelos en su cuerpo, utilizó cera caliente, y cuando su voz se volvió grave, ya no supo qué hacer. Se echó al mar en una balsa, con una inmensa confusión y un mapa con dos flechas. Una apuntaba Porunlado y señalaba al Sol, y la otra Porelotro e indicaba la Luna. Miró al frente y vio el Sol, y creyó ir en la buena dirección. Al cabo, llegó a la isla de los hombres. Estos notaron que atraía a las abejas, tenía poco pelo y sufría amigdalitis, y lo llamaron Down X21. El muchacho supo entonces quién era y, aunque lo trataron bien, solo se quedó el tiempo justo para descansar, cargar la balsa con provisiones y despedirse de los amigos. ¿A dónde vas?, le preguntaron. ¿A dónde vas?, repitió, y puso rumbo Haciaotrositio.

118. Viaje sin retorno

Los cinco amigos habían decidido atravesar la ría para acercarse a la que denominaban “La Isla de las Mujeres”.
Corrían por la comarca viejas leyendas que hablaban de un lugar paradisíaco, en el que los hombres encontraban el solaz que iban buscando y disfrutaban de un placer salvaje, sin ningún tipo de cortapisas.
Animados por tan buenas referencias, decidieron viajar ese fin de semana a la isla de las “diosas del amor”, para disfrutar de los mejores días de su vida.
Pero lo que no sabían es que no existía viaje de vuelta.

117. El Purgatorio

Allí sentada mira los fantasmas de su pasado y recuerda sin recordar. Busca en su memoria y tras saltar las lagunas que no son más que un borrón en su pasado, busca la felicidad en un album de fotos relleno a la mitad. Cada día, la isla de su cautiverio se hace un poco más pequeña y sucesivamente ve retornar sin respuesta, aquella botella que muchas veces lanzó al mar con sus sueños de libertad. Día tras día sus labios palidecen en la sequía de un desierto cuando oye el sonido de sus propios lamentos. Hasta que llega el momento en el que sin querer recordar, comienza a recordar.
Allí sentada mira los fantasmas de su pasado y recuerda sin recordar…Hasta que llega el momento en el que sin querer recordar, comienza a recordar.
Allí sentada mira los fantasmas de su pasado y recuerda sin recordar…Hasta que llega el momento en el que sin querer recordar, comienza a recordar.

Allí sentada mira los fantasmas de su pasado y recuerda sin recordar…Hasta que llega el momento en el que no necesita recordar.

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