Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

44. Entre las páginas

Abres el libro y escuchas las voces que se esconden en su interior. Voces polifónicas, voces que enhebran historias, voces que captan emociones y recuerdos. Recuerdos en sepia de imágenes escritas para ser oídas:

“No sé cómo pasó, cuando empecé a perderlo. No lo sé. Recuerdo la frase escrita en su interior, en tinta roja, en la esquina de la página, dónde Ezequiel y Laura se besaban, dónde se daban una nueva oportunidad, después de la última derrota. La recuerdo anotada en aquella arista, al final de la página: <<Los libros si se dejan, se pierden y ya no vuelven a encontrarse>>, y percibo, los restos de una lágrima sobre la hoja, una mancha pequeña, suave, como de humo, que amarillea la historia, que rememora sensaciones, emociones, recuerdos que fueron escuchados, alguna vez por mí y por ella, al narrarnos las buenas noches cada anochecer. Pero lo perdí”.

Cierras el libro y todo desaparece, sólo queda la añoranza, esa extraña e instantánea amante del presente, esbozando imágenes, recuerdos, provocando exclamaciones, palabras, oraciones e, incluso versos – o besos-. Cierras el libro y todo se apaga, incluida la vida.

43. Entre las páginas… (Blanca Oteiza)

 

Como en un libro de páginas usadas por la lectura el olor me embriaga y me seduce como el príncipe de los cuentos infantiles a la princesa.

Es en esas tardes de sol rojizo en el horizonte, cuando sentada en el viejo sillón de cuero desgastado que reposa rodeado de modernos muebles como si fuera una pequeña isla de nostalgia entre tanto minimalismo de diseño, me gusta perderme entre letras que bailan ante mis ojos formando palabras que me hacen viajar a los rincones más escondidos de mi imaginación.

Mis hijos me preguntan siempre cuándo voy a deshacerme de él, pero yo quiero seguir conociendo mundo mientras descanso en mi querido butacón.

42. EL SECRETO DE PAPÁ (Edita N.T.)

Los cajones de papá no se pueden tocar. Esa prohibición hace que sean irresistibles y las dos hermanas los tienen perfectamente controlados: en uno se guarda el dinero, cuando hay; en otro, viejos documentos manuscritos, incomprensibles para ellas; en el más grande, libros relacionados con la agricultura, cargados de imágenes, y que ya se saben de memoria. Pero al que permanece siempre bajo llave, no han podido acceder.

Una víspera de Reyes, rebuscando posibles y, seguramente, escasos regalos escondidos, encima de un armario aparece una pequeña llave, que acaba abriendo el cajón misterioso. Las dos niñas tiemblan de emoción y miedo. La sorpresa es triple: El sí de las niñas, La dama de las camelias y El método Ogino. Aunque los títulos no les dicen nada, las dos reconocen al unísono los libros mentados por su padre de vez en cuando; los que leía de joven a escondidas, una y otra vez, hasta las tantas, sin luz eléctrica, después de trabajar todo el día en el campo. Ni se atreven a tocarlos.

41. EXORCISMO LITERARIO

Coloca frente a él las cartas de su exnovia. Sentimientos desbocados y juramentos de amor eterno se desparraman frente a sus ojos. Comienza a trocear los folios mentirosos, a cachos pequeños y digeribles. Sin prisa, traga cada uno de los pedazos de celulosa. Acaba y eructa con fuerza. Durante unos segundos está genial: el exorcismo ha funcionado. Al minuto su dolor acecha de nuevo.

40. AWAKENINGS (Fernando da Casa)

Terminé de leer el libro y suspiré profundamente. “Awakenings”, de  Oliver Sacks. Lo cerré y reposó sobre la mesita, satisfecho de haber realizado un buen trabajo. Entre sus páginas se esconde algo más que buena literatura.

 

–Deberían existir cientos, miles de libros como este –pensé.

 

La ventana de la habitación, pequeña y triste, hermoseaba el paisaje de los valles cántabros con mayor intensidad. Podía oler los colores de la tierra mojada, sentir la alegría de contrastes entre la lluvia y el sol. Un arcoíris firmó el armisticio entre ambos, mientras los animalillos aplaudían el acontecimiento saliendo de sus madrigueras.

 

–La vida no es esperar a que pase la tormenta, sino aprender a bailar bajo la lluvia –dije en voz alta, como si él pudiera escucharme–. Qué frase más bonita, debo leer algo de Vivian Greene –concluí.

 

Desvié la mirada hacia la cama y me pareció advertir una leve sonrisa adornando el cansado rostro de mi padre. Sus labios mostraban un rubor inusual, ¿había sonreído de verdad? Tres años postrado en cama, olvidado por todos… Los médicos esperaban, desesperanzados, el punto después de la coma.

 

–Solo yo sé que lo tuyo son puntos suspensivos, papá. Algún día llegará el despertar…

39. EL IMPRESOR

No había dormido en toda la noche.La montaña de paquetes crecía,amontonados en pilas ordenadas al costado de la máquina.
Parecían multiplicarse mientras pasaban las horas .Lo invadían todo.
Aún le faltaban quinientas hojas por imprimir;el olor a tinta se le pegaba en la piel y le ardía en las narinas.
Necesitaba parar porque sentía cada vez más pesados los párpados,la visión se le estaba llenando de manchitas negras que bailoteaban en el aire.
Sabía qué era eso,el médico le había dicho hace mucho.Se fregó los ojos mirándose al espejo,se lavó la cara.
Tomó un mate y continuó.No dejaba de decirse que debía terminar antes de las seis de la tarde.Ella vendría a esa hora a buscar el trabajo y él era un hombre de palabra.
El vaivén del rodillo y el traqueteo de la Minerva lo nanaban peligrosamente.De pronto,todo quedó a oscuras.
No sintió nada más que la sangre caliente corriendo por sus manos y cayó.El aneurisma lo bordaba todo.
Su mujer lo encontró tirado entre las páginas prontas.Cuando lo llora aún se pregunta  si el precio pagado por la palabra empeñada no fue demasiado.
La imprenta ya no tiene quien la atienda.

38. MADRID-KATHMANDÚ ( Begoña Heredia)

He visto cientos de veces amanecer sobre los montes de Kathmandú. Sin embargo jamás había visto nevar en la ciudad. Esta población, de clima templado, me sobrecoge y hoy me sorprende con un gélido invierno. El sol es tan brillante que produce un efecto de miles de diamantes flotando en el aire. Exaltados, los niños descubren esos copos de nieve que se traducen en pura diversión. Los ancianos con sonrisa torcida en sus labios, hablan y arengan sobre este fenómeno. Yo me destilo entre las páginas de este libro que quisiera terminar pronto para verle nacer en los escaparates de Madrid; el regreso, anhelada vuelta a mi civilización, a mi mundo. Observo a Dhansara y en sus ojos oscuros siento la felicidad. Mujer de dulzura infinita y sabiduría ancestral, me hace sentir pequeño cuando recuerdo mi ciudad. El trepidante caminar por la Gran Vía, no es comparable con este arcano disfrutar de la vida. Es posible que mi novela sea interminable o quizá no cabe en mi historia anterior. Yo ya elegí. El punto y final está aquí. Amo este país y las manos de mi esposa, que delicadas se pasean por cada capítulo de mi vida. Adiós Madrid.

37. LA ESCRITORA (Yolanda Nava)

Siempre deseó ser escritora. Llenar páginas y páginas con sus historias. Tendría que disponer de mucho tiempo para plasmar las andanzas de los numerosos personajes que bullían en su imaginación. Había empalagosas princesas. Aguerridos guerreros. Madres llenas de ternura. Viejos cargados de nostalgia. Ardientes amantes. Perturbados y mafiosos. Todos le urgían, atrincherados en las yemas de sus dedos, a ser los primeros en ver tecleadas sus andanzas. A veces la sorprendían en el mercado o en mitad de una importante reunión, con su última aventura; o le robaban horas de sueño empecinados en susurrarle versos de perfecta rima. Pero había uno de aspecto melancólico, que nada le pedía. Rodeado de libros e inmerso en la lectura, parecía diferente a todos los demás. Seducida por su misterio fue en su busca. Un escritor anónimo ha alcanzado el éxito narrando por fascículos, la apasionante historia de amor que un personaje de ficción y una joven real disfrutan. Dice haberlos hallado atrincherados al final de una fila de locos, héroes y heroínas.

 

36. VERSOS DE PLOMO (Ángel Saiz Mora)

 

Mis padres decidieron vender el viejo cortijo del abuelo, donde pasamos tantos veranos. No es agradable desalojar el hogar de un muerto, pero yo me proclamé encargado de la parte más lúdica, su pequeña biblioteca. Siempre me había preguntado cómo un hombre de aspecto rudo y modales toscos podía pasarse horas embebido en la poesía, con las cejas muy juntas y esa boca abierta en cada palabra que torpemente repetía su bigote poblado, como si una fuerza interior le obligase a ser sensible a trompicones.

Uno a uno hojeé cada volumen. Ningún libro era nuevo, aunque estaban especialmente ajados los de un determinado poeta. Las manchas de humedad seca me recordaron una vez más sus largas lecturas con ojos emocionados.

Dentro del más deslucido de los libros hallé suelta la fotografía gris y sepia de un grupo de soldados, todos sonrientes, menos uno con el bigote poblado. Tras ellos, una pared llena de impactos. En esa página, tres versos premonitorios subrayados:

Orden terminante de apuntar a la cabeza.

Tramposa obediencia debida, muerte en su conciencia.

No hay misericordia para quien fusila a un poeta.

 

35. Su mejor momento

Se había escondido entre las páginas misteriosas de aquel hermoso libro.
Era la mejor manera de desvanecerse, de apartarse de la realidad, que traicionera, intentaba sumergirle en un pozo sin fondo.
Por ello, cuando le asaltaba la certeza de que en esta vida a ella le habían repartido cartas marcadas, se abalanzaba sobre sus páginas. Allí sabía que se sentiría bien, al menos por unas breves horas.
Mientras se perdiera entre las historias románticas, viajes increíbles o vidas azarosas de otras gentes, lograría olvidarse de su propia realidad.
A través de los personajes de este libro conseguía revivir las aventuras y desventuras, durante unos momentos.
Ese era su mayor regalo y su mejor momento del día.

33. UNA CANCIÓN DESESPERADA

A mi madre, Isabel Consuegra.
Un mes después del entierro volví a su casa. Debíamos recoger papeles, repartirnos algunas cosas entre los hermanos, donar la ropa y otros enseres y dejar arreglado el piso para poder alquilarlo. Dentro de los libros de poesía que siempre estaba releyendo aparecían fotos y flores secas. Entre las cajas de zapatos llenas de fotos, huérfanas de su mirada ya para siempre, aparecían poemas.
Pasaron un par de meses más hasta que una tarde de lluvia, de esas que invitan a la lágrima, me dio por hojear uno de sus libros de poesía, el de Neruda. Al abrirlo, compartiendo versos con hojas secas y pétalos prensados, apareció un pequeño relato manuscrito con su deficiente letra de posguerra. Estaba esperándome entre las páginas de una canción desesperada. La tinta todavía conservaba ese olor a madre que tienen las tardes de lluvia. Algún día, cuando esté preparado, tengo que leerlo.

32. La hucha de Domingo (Asun Buendía)

Enero en Madrid era helador. La portería estaba en un semisótano, que por el lado de atrás daba al patio de luces. ¿De luces? nunca entendió que se llamara así, todo era gris en esa casa y en su vida, desde que acabó la guerra.

Domingo ya tardaba. Esperaba no tener que salir a buscarle a “los caracoles”.

Demonio de hombre. Había trabajado tres días esa semana en una obra de la calle Ave María. Ella se enteró por la Manuela, la portera de la calle de la Fé. Así que ahora estaría gastándose las pocas pesetas en vinos y caracoles.

Se sentó mirando al aparador. Reparó en el libro: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, ¿a quién le interesaba?  Un papel se escurrió de entre sus páginas, un billete de cinco pesetas y otro y otro. El bueno de Domingo, “¿así que esta es tu hucha?”

Se echó la toquilla por los hombros y se fue a la plaza y según llegaba pensó “¡qué diantres! nada de morcillo, compraré una col y patatas. Mejor me paso por donde Maruja y me merco aquellas medias y un pañuelo nuevo pa la cabeza y un jabón de olor, y…”

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