Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

113. Mi Yo

Llegamos, en el momento que menos pensábamos hay están cambiando de nuevo su rostro, reflejando tan oscura penumbra, acariciando una piel que no sentía, permanecía oculta en aquellas cenizas ardientes brindando el aturdido ruido que me llevaba para demostrar quién era.

Todo daba a la mirada de aquella mujer escondida de estímulo saludable de mejillas rosadas de ojos claros y felices decían al verla, pero llego el momento tenía la vista real de las máscaras que tenía armadas en sus pensamientos llenos de claro festín que siempre encontraba.

112. El seductor (Barlon Mrando. Que bien ma quedao lo de sedutor)

Fuimos a la fiesta de carnaval: ella de sirena y yo de recatada monja. Pronto, Bea quedó varada en un apuesto marinero mientras yo me perdía en una marea de esperpentos y beldades. No tardó en abordarme el diablo, atraído por mi inocente vestimenta. Sus palabras olían a lujuria y sabían a fuego, y su voz era un anzuelo enganchado en el corazón. Me habló del bien y del mal, de la tentación y el pecado, del nombre de las cosas sin nombre. Me negué, pero se aventuró más para enroscarse a mí en susurros; casi podía sentir sus manos bajo mi ropa cuando me negué otra vez. Sus ojos hablaron entonces, tras la máscara, y ya solo pude perderme en ellos. Mi cuerpo dejó de pertenecerme para dejarse caer en sus infiernos. En alguna cama de algún lugar le regalé mi alma a cambio de más, fundiéndome en una oscuridad donde solo refulgía su mirada. Me despertó el inicio de su ausencia. Encendí la luz para descubrirlo yéndose sin su disfraz. Me asusté. No, no crean que era el mismísimo Satanás; fue aquella túnica blanca y la corona de espinas lo que desbordó mi vida.

111. LOS QUE VENGAN QUE ENTREN

Tarde fría y desapacible, máscaras sin control invaden las calles: bailan, corretean sin saber bien de dónde vienen y a dónde van. Se sienten libres, embriagadas por la magia del carnaval: colorido, brillo, lentejuelas, plumas, chirigotas de protesta, alegría.

Atrás quedan miedos, timideces, cobardías, rencores, rencillas, distinciones de clases.

Sin ataduras de ningún tipo, se mueven al ritmo de la música estridente que las hace vibrar, y las envuelve llenándolas de ganas de vivir y alguna que otra excentricidad. Olvidando cualquier actitud negativa que albergue su mente o su corazón.

Bajo la mirada socarrona de Don Carnal, que saborea tanto desmadre, ignorando a Doña Cuaresma que asoma vigilante y censurista anunciando el miércoles de ceniza gris y oscuro. Dando por finalizada la gran explosión de fantasía y creatividad vivida durante estos días para adentrarse en la vida real: y que entren todos los que vengan, cargados de ironía y sin más máscara que su propia personalidad, valiente y decidida para afrontar problemas, tomar decisiones con humor y picardía. Y como premio la magia de la vida.

110. ASUNTO: DESPEDIDA

Todos los días te dejaba en la guardería antes de ir al trabajo. Al salir del garaje de casa te pedía que me ayudaras a encontrarla. “¿Cole?”, preguntabas durante todo el camino, y yo te respondía que no sabía dónde estaba. Al aparcar el coche, veías el cartel rojo con el osito y gritabas emocionada: “¡Ahí tá!”. Me encantaba jugar contigo a buscar la guardería. Con los años habrías llegado a pensar que tu padre era un completo despistado, pero hasta el tiempo nos quitaron. Ahora recorro solo el mismo camino. No me atrevo a mirar a través del retrovisor tu sillita vacía. Han pasado casi dos meses y sigo sin poder quitarla. Sigo sin poder vivir sin ti.

Muchos me dicen que mire hacia el futuro, que siempre me quedará tu recuerdo. Pero es todo mentira. Cada día me pongo mi máscara para enfrentarme al trágico baile de la vida, pero mis pasos son desacompasados y mi risa está rota. Vivo en una muerte inducida. Para mí la función termina hoy. Esta noche volveremos a buscar juntos la guardería. Te lo prometo. Necesito oír una vez más tu voz diciendo: “Papá… ¡ahí tá!”.

Os quiero.

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108. Barra libre

Es la única noche del año en la que mi capa luce y no está pasada de moda, la única noche en la que encuentro «barra libre» en cualquier baile de máscaras de Carnaval. A veces, incluso, cuando no me limpio la comisura de los labios con mi pañuelo, suelo llevarme algún premio.

107. Sábado de carnaval

Ella se había colocado la mejor de sus sonrisas, consiguiendo disimular esa sensación de amargura que le acompañaba a todas partes, mientras que él, por su parte, había logrado camuflar su mal humor detrás de una reluciente dentadura, blanqueada el tercer viernes de cada mes en su dentista de confianza. Y si ella intentaba esconder su inseguridad bajo una serie de poses que había copiado a una conocida presentadora de televisión, él ocultaba su timidez imitando los gestos de un carismático actor. De tanto repetirlos, tantas veces, en tantas citas, a ellos ya les parecían naturales. Ambos estaban realmente irreconocibles, un detalle que, teniendo en cuenta que se acababan de conocer, tampoco debería ser relevante. A su alrededor, camareros, clientes y demás comparsas desempeñaban sus papeles con eficacia y soltura. El escenario, un pequeño afterwork minimalista en el centro de la ciudad, y las cervezas ayudaban y, al final, la noche terminó donde tenía que terminar. Por la mañana, con las prisas y los nervios, los dos olvidaron ponerse sus respectivos disfraces y un cierto olor a desencanto les estuvo acompañando durante el resto de la semana.

106. TRANSPARENCIA

Le gustaba ser el foco de atención en todos las fiestas y eventos sociales, que la miraran mientras se exhibía tanto con sus ademanes como bailando. Casi siempre lo conseguía, como también conseguía ser la envidia entre conocidas y desconocidas. Su rostro de satisfacción y cerca del éxtasis la delataba, destapaba su vanidad.

Hoy tenía que enfrentar a algo nuevo para ella, era su primera fiesta de máscaras y debía tapar una parte importante con la que ganaba su arrogancia. No satisfecha con ello cometió el error de que su máscara fuese transparente; esta vez no consiguió ver las miradas del resto y solo la suya ante todas se perdía en la desesperación.

105. El destino

Bebíamos bourbon del bueno, cubalibres de ron, gin-tonic. Se bailaba salsa, rumba, pop. Se fumaba, se coqueteaba —la mayoría con la misma Cleopatra—, se bromeaba. Me reía siendo el Joker, junto a Pancho Villa y Napoleón, de la mujer barbuda, de Chaplin, de la Pantera Rosa, del jorobado donjuán. Algunos se perdían por los rincones oscuros, otros ofrecían espectáculo de caricias prohibidas y unos pocos no se decidían. Estaba siendo una gran fiesta de disfraces en el apartamento de Eva hasta que Batman llegó. Desde ese momento, solo tuve ojos para él. Sin pretenderlo, mi atención se centró en todos sus movimientos. Un escozor me recorrió el cuerpo y se fue transformando en rabia incontenida al advertir las sonrisas coquetas que despertaba, los piropos que le lanzaban y los suspiros que producía a su alrededor. Juro, que un tiempo después, escuché voces y carcajadas en mi cabeza. Ya no fui yo. No recuerdo, como aseguran, el instante en que agarré el cuchillo, me abalancé sobre él y lo apuñalé con saña, mientras le escupía veneno antes de que me apresasen y descubrieran que había matado a Batman, y bajo su máscara, a mi querido hermano Abel.

104. VENECIA SIN MÍ

Llevábamos saliendo más de año y medio y aún no nos habíamos ido nunca de viaje juntos. Yolanda tenía unos turnos de trabajo complicados y en vacaciones aprovechaba para terminar la tesis. Yo, por mi parte, tenía un trabajo discontinuo y andaba bastante justo de dinero. Así es que, cuando me tocó el viaje a Venecia me puse tan contento que sentí la necesitad urgente de decírselo. De aquella no había móviles, así que, antes de andar peleándome con la de la centralita, decidí ir hasta el hospital andando. Por el camino iba pensando en una Venecia en pleno carnaval, en Yoli y yo perdidos por románticos rincones, en noches de amor arrullados por las romanzas de los gondoleros. Absorto como estaba atajé por un descampado, desierto a esas horas. Al rato un individuo me abordó por la izquierda. “La pasta” –dijo–. Yo, sorprendido, hice un giro brusco, forcejeamos, consiguió mi cartera y huyó. Corrí detrás hasta notar un líquido tibio que empapaba mi costado. Desperté bajo una luz que me cegaba. Todos llevaban máscaras y me miraban mudos.

103. LA SEMILLA DEL MAL

Nada transcendió de la confesión al obispo que le hizo el sacerdote renegado en su lecho de muerte, pero la persecución iniciada enseguida contra varios ciudadanos, a los que se acusó de practicar la brujería, y lo que se contaba de ellos entre rumores apenas susurrados, confirmó la existencia de una pintura en la que se había utilizado sangre de vírgenes y niños consagrada en misas negras; en ella, decían, se recreaba una mascarada con todos los vicios humanos, tan realista que en el alma de quien la contemplase acabaría germinando la semilla del mal, porque su autor era el mismo Satán. A pesar del celo que puso la Iglesia para buscarla, nunca apareció. Quienes la custodiaban murieron en la hoguera sin revelar dónde se ocultaba, convencidos de que vería la luz en el momento propicio para el que el mundo sucumbiese a su hechizo.

Mucho tiempo después, un pintor encargado de restaurar los frescos de una antigua capilla descubrió, bajo el revoque de yeso de la pared, un mural de tonos rojizos y extravagantes figuras enmascaradas que parecían iniciar una danza. Se imaginó el prestigio que conseguiría cuando su hallazgo fuese conocido. Y decidió colgar una reproducción en Internet.

102. Reinando al fin

Una semana antes de carnaval. Cinco campanadas. Cuando el reloj de pared habló por sexta vez, el viejo profesor levantó la vista del periódico y, escoltando en tal firme decisión al resto de su cuerpo, sus piernas pusieron rumbo a su habitación. Tenía que prepararse. La asistencia de la crème de la crème del mundo universitario estaba asegurada, según se desprendía de la carta que solicitaba su personación en el acto que se celebraba aquel atardecer.

—Hoy se jubila un gran hombre. No tuvo inconveniente en vestirse de payaso para costearse la carrera. Así consiguió enfundarse otro disfraz: un birrete con su toga que ha paseado con honor por las aulas de nuestra universidad. ¡Demos la bienvenida a nuestro arlequín, Sandalio Pajarín, del saber ferviente paladín!

—Gracias, amigos. ¿Por qué me miráis así? ¿Pensabais que colgaría la toga para llevar una vida triste de pipa, zapatillas y batín? Estáis muy equivocados. Yo, Sandalio Pajarín, voy a cumplir mi gran deseo… ¡ser una drag queen! —anunció el viejo catedrático, encaramado en unas plataformas de vértigo, embutido en un modelito de diseño años ochenta y luciendo, satisfecho, una amplia sonrisa de carmín.

 

101. La última hoja

Cuando se abrió la puerta de la vieja mansión, descubrí un sinnúmero de máscaras flotando en el aire; algunas de a pares, como bailando; otras, en grupos, departiendo alegremente. Entonces sentí una opresión en el pecho, pero como una voz me dijo que no podía estar ahí sin al menos un antifaz, no tuve más remedio que vestir el que me ofrecía. Al instante, las máscaras dejaron de simularse deshabitadas en el aire, pasando a cumplir estrictamente con su prístina función. Ya sin miedo, me mezclé entre los invitados; y tras aceptar una copa de champán, iba a pedir permiso para usar el teléfono, cuando la vi. Era muy pálida, de cabellos como la noche y ojos de enigma labrados. Me hice de otra copa, y me olvidé de mi auto descompuesto en medio de la ruta… Bailamos y platicamos hasta el alba. Entonces, al igual que los otros, se dirigió hacia una de las paredes y, antes de que su máscara quedara retenida en la sala, me señaló mi cuerpo tumbado junto a la puerta de entrada. «Aún no sé tu nombre», le dije, y mi antifaz fue como la última hoja de otoño en caer.

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