Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

15. AMORES PERROS (Fernando da Casa)

Salía de una relación que solo me dejó arena en el corazón. El güisqui y el humo que enrarecía el aire de mi habitación en aquel hotel de La Habana me hacían compañía, suficiente para un alma solitaria como yo. Rechacé varias veces el ofrecimiento de un daiquiri con perfume de mulata, bailado al son de caderas de vértigo. No estaba yo para multitudes.

Pero aquella tarde de tormenta tropical, con los cocoteros balanceándose al ritmo de las olas que rompían su virginidad en el Malecón, mi corazón volvió a latir. Bum-bum, bombeó  sangre con tal fuerza que la cabeza se me puso a reventar, las venas de los brazos saltaban de alegría, y un dulce danzón cubano alegró mi pantalón. La vi desde la ventana, disfrutando de la lluvia, empapada, desnuda, bebiendo de los charcos y saltando cual danzarina orisha en busca de un conjuro de fertilidad.

Un instante de racionalidad enfrió mi pasión. Cerré la ventana, me miré al espejo y me serví otro güisqui. Debía alejar ese tipo de pensamientos. Pero no pude evitar volver a mirarla. Cuando me asomé de nuevo, aquella graciosa caniche estaba siendo montada por un pastor alemán. Menos mal.

14. El regreso a casa

Todo el día tuvo una extraña sensación que la perseguía.Los huesos dolían más que otras veces.Siguió con las actividades propias de esa mañana esperando que las horas transcurrieran y ayudaran a calmar su inquietud.
Desde la ventana  un pedacito de cielo  blanco se colaba en la oficina;en pocos minutos fue quedando más oscuro.Los matices de grises se acrecentaron hasta llegar al negro más profundo.
Con el primer trueno lo recordó y el miedo quedó plasmado en sus ojos. No llegaría a tiempo si no se apuraba.
Ni siquiera pudo tomar el paraguas de arriba de la silla.Tampoco le hubiese servido de mucho para enfrentar a aquel aguacero que a modo de río lo inundaba todo.
Empapada,nerviosa,con los zapatos en la mano pensaba en lo ridícula que se vería así pero no podía hacer otra cosa que correr.
Al dar vuelta la esquina que la llevaría a su casa, el vórtice formado en el cruce de calles la dejó sin aliento.Como una boca hambrienta engullía lo que a su paso estuviera.
Justo, cuando su pequeño hijo resbalaba en ese borde acuoso y fatal ,ella se oyó a sí misma gritando.
Ya no importó soltarse del árbol al que se asía.

13. FUEGOS FATUOS – EPÍFISIS

Hace una semana,  como tantas veces, fui a por hierba para mis conejos al cementerio. Era una noche de tormenta,  me encaramé a la tapia y de un salto caí entre las sepulturas, las ropas, empapadas.

Metí en el saco hierbajos  a puñados, cuando frente a mí, una luz verdosa, fluorescente me llamó la atención, al acercarme, la lápida que pisé se hundió y caí sobre un féretro que se hizo astillas y acabé entre huesos y una calavera que me sonreía, con restos de carne y un gusano en la órbita. Grité.

Trepé como pude y al saltar el muro, los zarzales me desgarraron  el cuerpo.

Desde entonces, las heridas aumentan y un líquido seroso, hediondo y con una luz que  fluctúa por la noche, moja las sábanas.

Hoy,  la gangrena alcanza a la cintura y cuando caigo en la semiinconsciencia, noto como me licuo y como la parte inferior de mi cuerpo es una masa informe.  Nunca creí en los fuegos fatuos, pero ahora mismo que estoy escribiendo, oigo pasos tras la puerta, los cencerros de la Santa Compaña suenan y una luz se filtra por la puerta y  se une a la mía, como una aurora

12. LLUVIA ÁCIDA

La tromba de palabras sacó a los vecinos de sus viviendas. Hacía meses que ninguno era capaz de ordenar sus ideas. Se atascaban en frases banales y mudas. Nadie, a excepción de los gobernantes, era capaz de aportar nada nuevo. Fueron los bombarderos enemigos quienes obraron el milagro. Los motores anunciaban lluvia de muerte. Se refugiaron bajo las mesas, aterrados ante la perspectiva de las explosiones. Pronto comprendieron que algo extraño sucedía: los cristales no reventaban, sólo un ruidillo ligero llegaba a sus tímpanos. Entonces salieron. Y la realidad los deslumbró. Millones de palabras se amontonaban en el suelo. La población engulló adjetivos, digirió pronombres, utilizó verbos. Se vislumbró esperanza. El Gobierno estaba capacitado para contener un ataque nuclear, pero jamás apostó por una ofensiva tan sucia.

11. La tormenta seca ( Ginette Gilart )

Llevaba meses sin llover, los pozos y las cosechas se secaban, un hilo de agua corría por el cauce del río. Algunos ya comentaban que la sequía había empezado desde que llegó aquel forastero. Los domingos en misa el cura rogaba y rezaba para que lloviera; hacían procesiones honrando a la virgen y a los santos. Sin resultados.
Aquella tarde el cielo se oscureció, unas nubes negras llenaron la atmósfera. Por fin, se decían los lugareños, va a llover.
Llegó la noche y la tormenta se desató, decenas de rayos desgarraron el cielo y los truenos rompieron el silencio. El estruendo parecía no acabar, pero ni una sola gota de lluvia cayó.
Al día siguiente una cuadrilla de varios hombres se dirigió a casa del forastero. Después de forzar la puerta y entrar, no encontraron a nadie dentro, solamente un libro abierto encima de una mesa. Era un grimorio, en la página a la vista se podía leer: “ Encantamientos para alejar la lluvia”.

10. La mueca de los legatarios (Mª ELENA SÁNCHEZ ÁLVAREZ)

 

Tras el volteo persistente de las campanas repicando a tentenublo, los hilos del destino enhebraron otras agujas cediendo su tañido al difunto. Se nos fue Fidel, se decían unos a otros. Entre graves y agudos, la tormenta desataba su ira. Rayos y granizos caían sobre la aldea enlutada.

A la casa se acercaban los lugareños que, con sus lamentos y miradas interrogantes avizoraban los llantos de Rosalía. Al recogerse el día, prefirió quedar a solas con el muerto. Uno a uno,  desfilaron los asistentes bajo una lluvia cargada de dudas.

Durante la noche, madre e hijos velaron a Fidel. A la derecha del féretro, la cuarentona Uxía, sin oficio ni beneficio; a la izquierda, Antón, poseedor de un endeble intelecto con  instintos inciertos y a los pies del finado, Rosalía, la cicatera viuda.

Mientras en la estancia podían oírse los truenos, que fuera reclamaban justicia, la delación de sus miradas y pensamientos se cruzaba en un punto de intersección de desconfianza. Habrían bastado dos semanas para que aquel legajo, que siempre rondó sus mentes, expirara, de no haberse consumado tan precipitada pérdida.

El orvallo y el comadreo coronaron el sepelio tras el repique de la última campana.

 

9. MUTANTES (Paloma Casado)

Gabrielito nació el año siguiente de que comenzaran las lluvias. Las llamamos así, “las lluvias” como si  tuvieran algo que ver con ese regalo líquido que recibíamos oportunamente del cielo. Comenzaron, y apenas han dejado de golpear la tierra y gorgotear contra el empedrado. Mirábamos hacia arriba esperando una tregua, hasta que nos resignamos a no ver más allá de nosotros mismos. Todo es gris, y solo el resplandor de algún rayo nos devuelve por unos instantes, los colores casi olvidados del mundo.

Los campos se han convertido en lagos improductivos y las calles han sido tomadas por diferentes anfibios. Nuestra civilización se resquebraja.

A Gabrielito lo queremos a pesar de su piel lampiña y fría, quizá por ser el único niño nacido en el pueblo desde los aguaceros. Solo él disfruta fuera empapándose y  boqueando hacia el cielo como si no quisiera perderse ni una de las gotas que caen.

Han comenzado a llegar, desde otros pueblos, niños similares a él. Juegan juntos en el fango y devoran los insectos, renacuajos y pececillos que encuentran. Los contemplamos hambrientos desde las ventanas, ahora que se han acabado nuestras provisiones.

 

 

8. EL ACANTILADO (Salvador Esteve)

La tormenta arreciaba. En lo alto del acantilado observaba las olas que golpeaban las rocas tejiendo pliegues de espuma, como una falda materna que te llama con dulzura para cobijarte en su regazo. Enamorados despechados, desahuciados, arruinados de valores materiales y espirituales habían sucumbido a dicha llamada. Pronto mi cuerpo llegaría a cota cero, y una muesca más se esculpiría sobre las rugosidades del acantilado.

Amar a Cristo y a mis semejantes, un axioma sencillo que había guiado mi vida. Pero África mató mi fe. Hablé con Dios, ¿no eran hijos suyos? Cuando el pequeño Abujarami murió en mis brazos, empezó mi odio a Dios, que aumentaba a medida que mi alma ennegrecía.

Me lancé al vacío, las rocas darían buena cuenta de mi pesar. En un acto reflejo, mi alma se aclamó al Señor. A pocos metros de la caída me sumergí en una gran ola, que en volandas me depositó en la orilla sin un rasguño. La marea había subido salvándome la vida, y no era zona de mareas; Dios me daba otra oportunidad. Miré al cielo, había dejado de llover, asentí, intentaría encontrar mi camino, y siempre me quedaría el acantilado.

7.Anitselap

La excursión a la panadería resultó una odisea, además era tarde y quería llover. Con pasos cortos y mirando tres veces antes de doblar ninguna esquina llegó por fin a casa. Aadab, su mujer, cocinaba tortitas con leche que había sobrado de la cena y algo de levadura que había escamoteado del mostrador de la parada. Butrus y Farid jugaban intentando derribar una botella vacía a la que lanzaban bolas de papel que fabricaban utilizando las hojas de los libros que les habían dado en la escuela.

Al entrar no se quitó los zapatos. Hacía semanas que habían decidido dormir con ellos puestos; al fin y al cabo el barro que jaspeaba el suelo era solo polvo y arcilla.

-¿Hoy también tendremos que escondernos en el foso, papá? –preguntó Aadab

Circunspecto, asintió con la cabeza.

– A papá le dan miedo las tormentas, ya lo sabes.

-¿Por qué se rompen las casas cuando llueve?

Butrus había salido a su madre: observador, curioso y entrometido. A pesar de ser el pequeño sabían que sería el primero en darse cuenta de que los estruendos que acompañaban a los silbidos que cruzaban el cielo cada noche, en ningún caso, eran truenos de tormenta.

6. Esta noche cuento que te quiero. Capitulo III.

Tras presenciar aquel beso en la calle, decidió no asistir al baile de máscaras y regresar a su pensión.

Estando ya en su cuarto, se tumbó en la cama y comenzó a orquestar un plan para separar aquel joven de su amada.

En su cabeza se le acumulaba una tormenta de ideas: ¿Matarlo? No, ella no podía mancharse las manos de sangre , ¿Tenderle una trampa?, ¿Pero cómo?, ¿Hablar con ella? Se preguntaba para sí.

Entonces, sobresaltada se levantó de la cama, bajo aquella tormenta de ideas una sobresalió entre todas,  como lo hace un rayo en una noche de verano.

Sabía lo que tenía que hacer, se acercó a su maleta y entre lo poco que pudo coger en su precipitada huída, se encontraba un libro, lo cogió, lo comenzó a ojear, y allí encontró lo que buscaba. En una hoja amarillenta y sucia se podía leer la dirección de aquel chico que conoció en el campamento de verano. Sabía que ese chico estaba enamorado de ella e incluso en una ocasión alrededor de una hoguera le llegó a decir que haría cualquier cosa por ella sí se lo pidiese.

Pues había llegado ese momento.

5. LA FUERZA DE LA VOLUNTAD

Elisa regresaba a Colombo desde las tierras altas del té, en el corazón de la isla de Ceilán. Cansada del mediterráneo paisaje de fondo de todos sus veranos, este año decidió romper la hucha. Tuvo que sobrevolar medio mundo para conocer esa isla que, desde siempre, le había atraído al abrir los atlas. Una lluvia monzónica desdibujaba el paisaje y humedecía la despedida. La carretera descendía brusca hacia el mar dibujando grandes curvas en zig zag. En la primera apareció un niño, ya calado hasta los huesos, ofreciéndole un ramo de flores intensas, como la isla. No se fijó mucho, ensimismada como estaba en sus propios pensamientos. En la siguiente curva de nuevo un niño empapado vendiendo flores, ¿el mismo? Ahora Elisa se fijó en su raída camiseta, y su enorme mirada oscura. Y en cada curva de nuevo aparecía, delgado,  moreno, sin jadear a pesar de las carreras atajando por la jungla. Curva y niño… En un impulso Elisa pidió al conductor, ¡Ranjid, please stop! Y bajó del coche para encontrarse con la sonrisa más inmensa,

-¿Do you want flowers?

– ¡Claro…!

4. TIEMPOS ACIAGOS (J.REDONDO)

Se hizo sangre en la palma de la mano de tanto azotar, con rabia desesperada, la hacina de hierba seca. En su regazo, refugiaba a Churi, su benjamín de seis años.

El tren, se había llevado a sus otros cuatro hijos. Ella no habría soportado ver, en la estación de Orejo, sus caritas alejándose, tras la ventana del vagón, hacia el puerto del Musel.

Semanas después, un piquete irrumpió en aquella casa, en la que el tío Vidal les dio cobijo tras su huida de los bombardeos de Bilbao. Qué mejor lugar para “aselarse” que el pueblo donde el abuelo había ejercido 15 años como maestro.

— Démosle a este “rojo” “el paseíllo” y a su mujer rapémosle  la cabeza por bruja.

— ¡Quietos! Don Dionisio ha sido nuestro maestro, y a Doña Lola, que nadie le toque un pelo.

—Don Dionisio, queda usted arrestado.

En Treto el furgón recogió más prisioneros del penal del Dueso.

Llegaron a Bilbao. La humillada cuerda de reos, bajo unos nubarrones tormentosos, cruzó al Arenal pisando tablones sobre gabarras.

El cabo, mosquetón al hombro, leyó:

— Destino carcelario: Universidad de Deusto.

— ¡Puerta!

Dionisio volvió a la Universidad. Esta vez no fue para impartir matemáticas a sus alumnos.

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