Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

51. Revuelo

La tormenta explotó. Las amigas caminaban por el paseo central de la feria; pronto se volvió lago. La música calló. Las estrellas se ocultaron. Luces de  farolas  y atracciones dejaron de brillar. Una ola  de granizo golpeaba; en esa oscuridad sombría intentaban no separarse.
La muchedumbre, despavorida como ellas, pretendía protegerse. Se pisaban  unos a otros sin detenerse ante nada.
Primero gritó María; alguien  la abrazaba tirando de ella.  Elena, en un esfuerzo desesperado e inútil intentó agarrarla. Carlos su novio, que soportaba  empujones en   la salida multitudinaria  de una atracción, la   buscaba  paranoico con la luz del móvil; Elena, sin éxito,  intentaba avanzar hacia él, y acercarse a las amigas.
La camisa empapada  la hacía sentirse desnuda; se   avergonzaba. Tropezó.   Rodaba torpemente entre los   charcos. Un hombre joven, asiéndola  por la cintura la   puso en pie. Excitado, le manoseaba el pecho; la  empujó hasta el suelo de la espesa arboleda.
Tumbada junto a ella reconoció a María; embarrada y  desnuda parecía muerta.
El adolescente forzó a Elena.  Enloquecido intentaba violar de nuevo  a  su amiga inerte, pero  aparecieron otros muchachos. Se pelearon entre ellos por  las chicas; abusaron de ellas.
El agua ahogaba a las jóvenes bajo la tormenta.

50. NIMBUS ( Esther Gómez )

Toda su vida había transcurrido entre valles, montañas y bosques, vivir sólo le había conferido un carácter retraído.

Como cada mañana salió a caminar. El paseo templaba su espíritu y serenaba su ánimo, disfrutaba de aquella naturaleza.

El olor a tierra mojada se instaló en su nariz como preludio de lo que iba acontecer, para entonces había abandonado las empedradas calles. Un silencio sepulcral se apoderó de todo el valle. El ritmo se hizo denso y lento, ni el aire se atrevía a moverse, los animales enmudecieron de miedo.

El cielo estaba cubierto de grises nubarrones que eran interrumpidos por la fugacidad de los rayos dando segundos de eléctrico resplandor y desgarrados truenos.

Era como si la tierra y el cielo se uniesen presas de un amor imposible, dando suelta a su pasión y en lo más alto de su clímax produjesen ese maravilloso espectáculo de luz y sonido. Comenzaron a caer cristales de hielo que chocaban contra el suelo para después dar paso a una furiosa lluvia que caía sobre su cuerpo. Empapado de agua comenzó a reír, a correr, a gritar abandonando su soledad.

Con los primeros nimbus, se le ve abandonar el pueblo para encontrarse con ella.

49. «Atormentada» (María José Escudero)

Además, el humo del aceite me afecta severamente a los ojos -concluyó la abuela a voz en grito desde la cocina. Primero había declarado que estaba harta. Harta de teñirse las canas en casa.Harta de cuidar a los nietos. Harta de cocinar los domingos para nueras y yernos…Que necesitaba tiempo. Tiempo y atención.Expresado esto, su pulso se aceleró, se dejó arrastrar por un arranque emocional y explotó como un globo. Se dolía de aquel trabajo gris que nadie valoraba, y terminó diciendo cosas difíciles de olvidar.

Ni mis padres ni mis tíos se dieron por aludidos hasta que, pasados treinta segundos de aquel comunicado urgente, un ruido de cacharros se escuchó como un trueno. El cielo estaba despejado y la predicción meteorológica local descartaba perturbaciones, sin embargo, hubo un momento que, incluso, nos faltó laluz.

En el comedor se vivieron momentos de desconcierto. El abuelo, alarmado, sólo quería saber por qué lagrimeaba, pero ella necesitaba desenredar abiertamente las verdadeas razones de aquel repentino llanto.

Pasada la tormenta, nos sentamos a la mesa y comimos, y callamos. No fuimos capaces de cantar  «el cumpleaños feliz», tampoco de entregarle el paraguas y la plancha que le habíamos comprado.

48. Algo inservible (Jerónimo Hernández de Castro)

Como cada noche, Jonathan Andrews se sentó junto a su esposa. La mujer respiraba con dificultad, ahogada por la enfermedad que seguía su curso.
– Jonathan …
– No te fatigues. Descansa…
– Antes de que me vaya de tu lado debo decirte algo. Sabes cómo te amo, pero no quiero ocultarte más unas cartas que encontrarás en la arqueta de arce. Toma esta llave, te lo ruego. Deberás abrirla y perdonarme.
– Lo haré querida, sé fuerte. Ahora debo ayudar al señor Franklin. Volveré pronto.
El hombre salió al galope bajo la tormenta, hacia la pradera de Filadelfia donde el padre de los Estados Unidos realizaba sus experimentos.
– ¡Jonathan! ¿Cómo sigue su esposa?
– Estable señor. Quizá tarde un tiempo en reunirse con nuestro pequeño. Pero no se preocupe, es mi deber ayudarle. ¿Ha traído la cometa?
– Sí, agradezco tu sacrificio y más hoy en que todos los rayos del cielo parecen a punto de caer sobre nosotros. Si la naturaleza de esos fenómenos es como intuyo, quizá algo metálico e inservible podría atraerlos a la cometa.
– Descuide señor Franklin, tengo lo que necesita.

47. Brainstorming en Lucro S.A (María Elejoste -Mel-)

–Bienvenidos, mi nombre es Jou Kert y estoy aquí por petición  del director general. Tomen  asiento y abran las carpetas azules. Encontrarán  información financiera, balance y previsiones económicas.

Transcurrido un minuto de susurros y exclamaciones. El asesor se atusa el cabello y prosigue.

–Están ustedes a punto de quebrar, a menos –espera un instante deleitándose  –que hagamos algo. Necesitamos ideas revolucionarias  para recortar gastos o aumentar márgenes.

El director de producción propone, con un hilillo de voz, incrementar las horas de trabajo. Todos le miran con miedo pero Kert aplaude con energía. Envalentonado, el director de calidad, sugiere flexibilizar los controles.

–Perfecto –sonríe Kert –especialmente en los productos que se exportan.

El responsable financiero habla de bajar sueldos a los operarios y el de organización propone despedir a las mujeres embarazadas.  Y así, en una media hora ya han calculado un ahorro de un millón de euros. Palmotean emocionados.

–Han hecho ustedes un trabajo excelente para salvar a la empresa, se merecen una gratificación, digamos unos cincuenta mil cada uno, y así siguen ahorrando medio millón.

Todos aplauden ajenos a la lucecita roja que desde hace algo más de una hora retransmite imagen y sonido a “caza corruptos sin fronteras”.

46. BRAINSTORMING

Mientras desciende por el sendero de la Ermita no puede dejar de mirar el cielo. Los nubarrones que asoman detrás del Serantes anuncian tormenta y de la buena.  Se apresura, intentando no resbalar con las piedras sueltas. ¡Sólo falta que se rompa  un tobillo o algo y le pille la lluvia en medio del monte!

Ahora se arrepiente de no haber avisado en casa de que iba a subir a San Telmo, pero es que no quería que le encasquetasen al chucho. Lo que quería era pasearse tranquilo y no tener luego que andar eliminando garrapatas, ¡que ese bicho las  pilla todas!

El retumbar del trueno le hace retomar esa idea que le ronda la cabeza desde que empezó ingeniería: ¿habrá alguna forma de inventar un teléfono inalámbrico que se pueda llevar al monte por si ocurre un contratiempo o que te avise del tiempo que va a hacer? ¡Imagínate! ¡Un teléfono en el bolsillo!

–“Naaaaaa, ¿quién iba a querer un trasto así? – piensa, mientras en las aguas del Abra se hunden los primeros relámpagos.

45. Rata

Abandonó el barco como una rata. Sabía que nos íbamos a pique. Evitaba el naufragio. El agua. La lluvia de mis lágrimas. No me di cuenta hasta que se fue, él era quien nos hundía porque hemos vuelto a navegar en paz.

44. A veces el tiempo. Nunca Dios.

Su conciencia no podría soportarlo, pero continuaría con la ceremonia. El sacerdote miró fijamente los ojos tristes de la novia. Después al viejo cacique sonriente, vestido de frac. Prosiguió:
– Quien tenga alguna objeción que hable ahora o calle para siempre.
Esperó unos segundos, aunque la anciana madre del novio, tampoco el médico, los guardias civiles ni el tendero, se atrevieron a protestar.
En la calle aguardaban los familiares de la prometida. Las nubes ocultaron el sol. El cura concluía las nupcias cuando comenzó la tormenta. El primer rayo cayó sobre la espadaña.
El segundo destrozó la iglesia por completo.

43. Escondite (Blanca Oteiza)

La noche se hizo fría. Las estrellas se escondieron detrás de las nubes mientras contaba hasta diez. -Ya voy-dije a la vez que salia por el pasillo a oscuras como un explorador buscando su recompensa. El primer trueno sonó aún lejano cuando escuché unas risas debajo de mi cama. Me agaché y las risas se volvieron carcajadas; había encontrado el tesoro. Ahora me tocaba esconderme a mi. Los truenos acechaban la ciudad que resistía al asedio de los relámpagos. El cielo se encendía como si en las nubes hubiera una fiesta con luces de colores. Sin respirar casi y con la tripa metida aguantaba detrás de la puerta de la cocina. -Estás aquí mama- sonó la voz dulce que pronto calló con el trueno ensordecedor que se escuchó. La tormenta había llegado, la ciudad quedó atrapada en las redes luminosas y sonoras. Era el momento de acurrucarnos bajo las sabanas con dibujos de soles amarillos.

42. Seísmo

Cuando empiezan a caer las primeras gotas, a mi hermano y a mí nos gusta ver cómo les nacen caracoles a los muros. Mientras suben por los jaramagos los vamos contando en voz baja hasta que desaparecen entre las grietas. Entonces nos metemos también en la casa y continuamos persiguiéndolos a través de los escombros.  Al llegar a nuestra antigua habitación nos tumbamos en la maleza a esperar entre risas a que los caracoles nos trepen por todas partes.  Su blando correteo sobre nuestra piel nos recuerda siempre a mamá, a cómo le divertía despertarnos haciéndonos cosquillas cada mañana.

41. Cuentos de miedo

Sentado en una esquina de la cocina, el niño escucha aterrorizado los truenos, con los ojos muy abiertos. Los rayos lanzan destellos azulados que empujados por ráfagas de viento, atraviesan los cristales. Iluminan los rostros de los tertulianos, que a la lumbre del fuego se le antojan demonios. Recuerdan leyendas de difuntos o historias de extrañas desapariciones y de orfanatos abandonados. Agitan con risotadas las calvas,  las enormes narices y las cejas pobladas en rostros enjutos.

Con lágrimas y el corazón encogido, a punto está de romper a llorar cuando unos dedos enredan su pelo, templando el sudor frío de su cuerpo. Sesgando como hoja de acero afilada las sombras oscuras del infierno.

40. Día de lluvia

Descansó la sobarba sobre la boca del cañón y no vaciló; la escopeta, tampoco. Unos minutos antes, una llamada suya a la Policía les puso al corriente de lo que allí se encontrarían.

Aunque llevaba tiempo con las cartas guardadas, no había sido hasta esta mañana, con los primeros truenos avanzando el peligro que traía el día, cuando se había decidido a acercarse a Correos. Con aquellas hojas, preñadas de letras dolidas que no ocultaban reproches a unos hijos demasiado ocupados y siempre ausentes, no solicitaba perdón. Se conformaba con espantar el odio que pudiera aflorar en ellos hacia un padre viejo, que rebasado por aquella enfermedad desbocada que había dejado a Matilde, primero sin recuerdos y más tarde sin fuerzas; que vencido por aquella muerte en vida que le torturaba hasta el punto de no soportar verla ni un día más postrada en la cama de aquella habitación estéril, donde la única visita era la del sol, los días claros; que él, en plenas facultades mentales y en un acto de humana compasión, había tomado la determinación de escapar con ella de este mundo falible en busca de algo mejor.

Amaneció el día apuntando agua y llovió a mares.

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