Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

NOV78. FRATERMISTAD, de María Paz

Quiso el destino que no tuviera hermanas para compartir ropa de armario, ni confidencias nocturnas, ni robos con alevosía de zapatos de tacón.
Soñaba un amor que no estaba en ningún andén, ni en tren alguno hacia destino anunciado, mientras en su reloj las manecillas se frotaban las manos de impaciencia, cuando a lo lejos divisó un tranvía rojo echando un humo azul por las ventanas.
Dolorida por un roce de zapato de cristal, lo montó con cuidado, iniciando un trayecto de camarada de destino. Reunía un olor a guiño de crianza, y el sabor a siempre a mano para cualquier noche de lectura compartida.
De eso hace treinta años, y siguen fratermistando cada noche.

NOV77. PALABRAS EN LOS GLOBOS, de Blanca Oteiza Corujo

El cielo estaba azul, ni una nube se divisaba. Se escuchaban risas felices de amigos que juegan. Esa tarde estaban inventando palabras mientras soltaban globos al aire. En el filo del acantilado con las olas rompiendo a unos metros bajo sus pies se acercaba uno tras otro con un globo en la mano. Me pido el rojo, como las alapomas. Y mientras sonaba su última palabra abría la mano dejando escapar el globo que se perdía por el azul celeste. Yo el verde, decía otro levantándose y acercándose al abismo de la imaginación, verde como las aneitucas. Me toca a mí comentó el más bajito de todos escogiendo el globo de color morado como la jerembena. El siguiente quiso uno amarillo, pero se dio cuenta que grito ya existía y no le valía, así que optó por el azul, ése que se perdía confundiéndose con el lieco.

NOV76. SHARBAMMA (Jarabe de amor), de Mercedes Marín del Valle

Una mano tomó otra mano. La segunda era tan pequeña que cupo entera dentro de la primera. Durante un momento jugaron a reconocerse en las líneas de sus palmas, en la textura y la temperatura de su piel. Tardaron poco en darse cuenta de que juntas irradiaban una energía potente y contagiosa.
Amantes y cómplices se dispusieron a recorrer la vida unidas.
Si ahora me soltaras, expuso la más pequeña, sería un minúsculo punto de luz en el medio de la nada.
No hace falta que te sujete para que brilles con toda tu intensidad, dijo la mano más grande, porque como en aquel cuento del escultor y su obra, todo está dentro de ti. No obstante, prosiguió, eres cálida y me hace sonreír la agilidad de tus dedos. Definitivamente, pienso que no me gustaría ver la vida a través de la tela de un bolsillo.
La mano pequeña se estremeció de gozo y se acurrucó mimosa dentro de la mano grande.
En un plano superior, los ojos se miraron y sonrieron.
En un plano inferior los pies, sincrónicos en su caminar, se pararon.
Fue un beso dulce y silencioso el que arrancó un suspiro a los árboles del parque.

NOV75. EL DISCURSO DEL PREMIO NOBEL, de Paloma Hidalgo Díez

Quise demostrarme que el suspenso que había obtenido en manualidades era injusto y elegí fabricar un caza mariposas. No quedó perfecto, no obstante, ilusionada salí a probarlo esa misma tarde. Sin embargo, los lepidópteros parecían inmunes a la malla de mi obra; tanto como las moscas, grillos, lagartijas o ranas.
Sin desesperarme intenté diversificar mis capturas, probé con mis sueños, pero volátiles unos y demasiado grandes otros, no pude capturar ninguno.
Quise saber si servía para retener momentos de felicidad. Y no, no servía. A esos, donde les gusta instalarse es en el corazón.
No pude atrapar ni otoños, ni primaveras. Ni sonrisas. Ni tan siquiera lágrimas. Y seguí creciendo con el propósito de capturar rayos de luz, aromas, o alguna de mis quimeras. Y la red siguió vacía.
Cuando me rendí y lo cogí para tirarlo a la basura, descubrí que estaba lleno de palabras. De mis palabras. De todas las historias que inventé con ellas en tardes de siesta, en noches de tormenta y en aburridas clases de matemáticas. Y decidí en ese mismo instante que sería escritora.
Reitero mi más sincero agradecimiento.

NOV74. TARTA DE CHOCOLATE CON AMORGOR de Begoña Heredia

En su recién reestrenada niñez, él, con sus ochenta años, no quiso prescindir de una buena celebración. Reunió a sus hijos y nietos, nueras, yernos y esposa y alrededor de la mesa, frente a la tarta predilecta del octogenario: bizcocho bañado en ron, chocolate fundido sobre ella y nata entrelazada, chocó su cucharilla en el cristal de la copa y tomó un trozo del pastel.
– No sé cuál será mi último cumpleaños y por esa misma duda tengo algo que deciros antes de disiparla.
Los nietos le miraron, las nueras y yernos bajaron la cabeza, los hijos retorcieron sus servilletas y la esposa sonrió.

-Destrubir lalvi a queripadre en la vieñez, hancer como boborroncio fuestara, es mimiramente que returjer el crabo a un misnino, atizorarle puntadepie aul canito, retiretrarle el petero al infanene.
Terminó de tragar la tarta y continuó.
-Esto es lo mismo que hacéis vosotros, llenaros la boca de dulces palabras y soltarlas, pero a mí me resultan tan incomprensibles como las que yo os he lanzado. Con la diferencia de que las mías han sido más autenticas y menos inventadas que las vuestras.
Otra cosa: materclava y vietonto , se largargaran lejadavostramente agustarse vustrerencia.

NOV73. DESARAMAGO, de Fernando Martínez

Esta mañana he necesitado releer a Saramago. Me gusta Saramago en primavera aunque su prosa recuerde al Verano de Vivaldi. Me gusta su forma de enramar historias. Me gusta tanto, que querría aprender portugués para apreciarlo sin el filtro de Losada. Pero no lo hago, cosas de haber nacido perezoso. Esta mañana he caminado descalzo y hambriento hasta la estantería donde vive mi colección. Al extraer el “Ensayo sobre la ceguera” se han caído las palabras al suelo. Acero y piedra, de golpe, pluma y nube relamiendo el aire, jilgueros —en plural— y avión —en singular— han volado por la ventana aprovechando que estaba entreabierta. Apresurado, he recogido el resto para evitar fugas. Las he reinsertado avivadamente entre las páginas, al batiburrillo, sin miramientos ni concierto. Lo curioso es que al leerlo, el libro seguía teniendo sentido. Otro sentido, pero sentido al fin y al cabo. Por un momento la tentación de registrarlo se ha apoderado de mí,
pero bien mirado, mi ídolo en persona —o en espíritu – me ha hecho un regalo exclusivo. He creído desconsiderado compartirlo, así que he devuelto a la estantería el ejemplar reconstruido y he salido a comprar uno nuevo para esperar la próxima primavera.

NOV72. SE MARCHARON LAS PALABRAS, de Lucía Bermudez Mora

Llego al banco con sus pasos rítmicos,cuando se sentó levanto su mirada del suelo.Y se sorprendió a ella misma, ¿como podía haber llegado hasta allí después de tantos años sin pisar ese lugar? Hacía meses que ya no recordaba lo instantáneo y sin embargo llego allí. No existían palabras ni tímidas ni calladas,que explicaran su locura.Las palabras desaparecieron de su mente, solo le quedaban algunos vagos recuerdos de quien fue en unos años de esperanza. Miro sus manos , después de que el llanto la embargara.Y cerro los ojos , dejando que sus recuerdos le trajeran aquellos besos robados del amor de su vida. Ni en su mente había palabras solo los flash de aquellos besos y abrazos, de aquellos silencios y aquellas miradas que le dejaron su juventud bien lejos.No hacían falta palabras entonces , ¿por que ahora?
Lucía.

NOV71. EL VIAJE DE LAS PALABRAS, de Esther Cuesta de la Cal

Fue el segundo más corto de mi vida. El que tardé en impactar contra el suelo. Después le siguieron los días más largos, cuando creí que las había perdido para siempre. En aquel momento, el golpe me dejó aturdido, pero no inconsciente. Pude sentir ruido, ecos lejanos que se enmarañaban en mi cabeza y gente que se arremolinaba a mi lado. Intenté levantarme pero mi cuerpo no me obedeció. Quise decir algo, pero por más que busqué y rebusqué, no encontré como hacerlo. Forcé mi garganta, apreté los dientes, y arrastré la lengua, pero fue inútil. Cerré los ojos esperando que algo cambiara, pero la gente me zarandeaba, y me asusté más todavía. Entonces me oí gritar algo así como “Bran tan nanú”, y se echaron atrás de un golpe.
Por fin sentí una mano, que se posaba amiga. Me miró de frente y me dijo, “Se han ido de vacaciones, pero haremos que vuelvan. Mientras tanto, tranquilícese, entendemos su idioma”.
Muchos meses después de hospital y rehabilitación, puedo contarles mi historia.

NOV70. BIBLIÓFAGO, de Sara Lew

Desde que se tragó sin masticar a Hans Blunssen (un joven profesor amante de la lectura, viudo y con tres hijos a su cargo), el dragón azul no ha cesado de arrasar bibliotecas. Devora libros a todas horas. Aunque los prefiere antiguos, con sus hojas macilentas y olor a rancio, no le hace asco a las nuevas ediciones, menos sabrosas quizás, pero más blancas y crujientes. Siempre que termina de engullirse aquel sustancioso festín, el dragón azul vuela hasta la aldea y eructa sobre los pobladores todas las palabras con gran fogosidad y elocuencia. Nadie lo escucha verdaderamente —solo oyen gruñidos incomprensibles y rugidos aterradores entre bocanadas de fuego— salvo Emily, Marcus y Claus, que transcriben detalladamente en sus libretas las lecciones que les dicta su padre.

NOV69. EL SÍNDROME ENCICLOCÉMILO, de Rakel Ugarriza Lacalle

El primer caso que se manifestó mantuvo en vilo a toda la comunidad científica durante varios meses. El sujeto en cuestión presentaba unos síntomas realmente curiosos no descubiertos en individuo alguno hasta la fecha. Sus dedos pulgares mostraban un desproporcionado desarrollo, alcanzando un tamaño tres veces superior al habitual, eso sin mencionar la desaparición total de sus huellas dactilares o la sensible merma diaria de su masa cerebral. El paciente a estudiar, además, mostraba una incontrolable repulsa hacia todo tipo de libros, cuadros y manifestaciones artísticas de diversa índole. La sola mención de vocablos tales como soliloquio, genuflexión o grandilocuente hacían que su cuerpo convulsionara durante más de quince minutos seguidos. Lo mismo ocurría si se le mostraban imágenes de obras tales como La maja desnuda, El grito o Construcción blanda con judías hervidas. Crítico fue el día en el que le acercamos un volumen de En busca del tiempo
perdido, aunque no tan grave como en el que aquella investigadora venida desde Canadá intentó leerle un fragmento elegido aleatoriamente de Rayuela. Esta primera investigación llegó a su fin cuando el paciente, sin ningún tipo de aviso, abrió la boca y sus propias palabras se lo tragaron.

NOV68. ZALINCAR POR AMOR, de Amparo Martínez (Petra Acero)

Amelaba estar a su lado… Amelaba su cuerpo, su mirada… Amelaba sus bilesos, sus caricias y abrazos.
Sonelaba escuchar su respiración…, como aquella vez que ella se atragantó y él la tromeló muy fuerte, ¡tan fuerte como un oso!
Raseló las lágrimas que trolaban sus mejillas y, con mirada huiciba, descolorida, se inclinó sobre la virgencita. Estiró el puño de su jersey y brasiló la imagen armentosa, hasta que el brillo de la pátina deslumbró su juicio.
Sonrió. Se sentó sobre el lecho frío y misáceo. Respiró profundamente. Abrazó la estatua y zalincó. Zalincó, golpe a golpe, enloquecida, rasgando la soledad y el olvido. Zalincó arañando el silencio y el mármol. Una y otra vez, con eco de letanía…, jurelando a los muertos.
Zalincó por draselar junto a su amado en aquel laberinto truso y gris, donde en su niñez jugaba a no pisar tumbas…
¡Lo consiguió!

NOV67. UNA FLOR AMARILLA, de Yolanda Nava

Cada vez que recibía un regalo. Cuando estábamos todos reunidos. En los cumpleaños, aniversarios y otros eventos importantes… Se quedaba sin palabras. La emoción la embargaba y a duras penas acertaba a decir: “no tengo palabras”, a mí me ponía muy triste, me parecía muy mal que habiendo tantas en los diccionarios y en todos los libros que teníamos en la biblioteca, mamá no tuviera ninguna. Así que, en su último cumpleaños además del dibujo que siempre le hago y tanto le gusta, le regalé un ramillete de palabras. Las hice de papel, convertidas en flores de colores las pegué al extremo de un tallo verde de cartulina: “gracias”, “os quiero”, “estoy muy contenta”…, y muchísimas más; las pinté de colores y le pedí a mamá que lo colocara en el salón, así cuando estuviéramos en alguna celebración y se quedará sin palabras, las tendría a mano. Después de mi ramillete le dí el dibujo que siempre le hago, ella –llorando- tomó la flor de color amarillo y me la alargó, era la que ponía: “te quiero, gracias”.

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