Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

SEP131. CARRERA URBANA, de Alfonso González Cachinero

Esperando que el semáforo cambie, rodeado de un apretado grupo. Delante de mí, mujeres atestadas de compras como mozos de estación, adolescentes hablando a gritos, parejas agarradas a punto de descoyuntarse, papás y mamás con bárbaros y cochecito, un perro enorme sujetando al dueño, turistas de indestructible sandalia-calcetín… Rivales que alcanzarán la meta de enfrente antes que yo. Siempre pendiente de todo, intento abrirme paso entre ellos subrepticiamente, pero han cerrado huecos los muy listillos. Al otro lado de la avenida, otra multitud idéntica, compacta, aguarda para cruzar. Ahora que lo pienso, mis verdaderos enemigos están allí, no aquí. En realidad mis vecinos de acera y yo formamos un equipo —heterogéneo y fortuito, pero equipo al fin— y tenemos que llegar primero. ¿Cuál vencerá? Semáforo en verde. Con qué decisión saltamos, como dos ejércitos, el uno hacia el otro. Paso firme, miradas asesinas mientras avanzamos. Mujeres, turi
stas, familias, perrazo…, ninguno se aparta. Cuando la colisión es inminente, los bandos se atraviesan con milimétrica limpieza, sin rozarnos siquiera, zigzagueando con una esquiva digna de Pernell Whitaker. Piso la acera exultante: hemos ganado. ¡Dios, olvidé recoger al peque! Media vuelta, y soy el último de mi nuevo equipo.

SEP130. DE TANGO Y RANCHERA, de Jerónimo Hernandez de Castro

Las nieves del tiempo habían plateado su sien pero él conservaba la recia planta de varón porteño. Ella, como siempre, nerviosa y propensa a la exageración: – Voy camino a la locura –solía decir, pero a él le encantaba ser el responsable del trastorno. Veinte años habían sido demasiado y no iba a buscarla más errante en las sombras. Cuando se encontraron, sus vidas y sus quereres volvieron a pertenecerles y no hubo necesidad de palabras, ni de tango, ni de ranchera.

SEP129. EL HELADO DE LECHE MERENGADA, de Mª Rosario Val Gracia (Rosy)

Está sobre ti, pero tu mente vuela. Dejas a la mujer en la cama, la que se gana la vida con quien la desea y te lo llevas a él, contigo. Cogidos de la mano, camináis por el paseo marítimo, globos de colores os miran al pasar, altaneros. En el mercaillo del puerto te paras en cada puesto, todo te encandila, babuchas, chucherías, pañuelos… quiere regalarte uno; el de flores, el grana, o quizá el azul… te cuesta elegir ¡son todos tan bonitos!. Disfrutando como una niña chica, corres hasta el carrito de los helados, te pides uno, bien grande. Te sabe a casa, a tu madre, a sus maravillosas gachas con leche, con su canela en rama y una mijita de matalahúga, ese ingrediente estrella que ella a nadie desvelaba. Hace poco que se fue, cansada de parir, estropeada. De tu padre, prefieres no acordarte.
Dejas de soñar. Se acaba el helado, vuelan los globos, se esfuma el pañuelo. Sabes que nunca te llevará de paseo, es como los otros, solo paga lo que consume. Vuelves. Él sigue ahí, sobre ti.

http://desdemipinar.wordpress.com

SEP128. EL RASTREADOR, de David Vivancos Allepuz

Le susurro algo a mi montura para tranquilizarla. El indio descabalga y corre hasta los restos de la hoguera. Remueve las cenizas, toma un tizón y lo estudia con detenimiento. Levanta la vista, el sol lo obliga a entornar los párpados. El rastreador deja que el aire abrasador del desierto le acaricie el rostro. Parece olfatear una presa invisible. Su perfil anguloso se muestra ante mí como una misteriosa máscara ritual, fascinante, recortada en cuero.

Acerca la oreja al polvo del camino, los ojos todavía cerrados. Escucha durante aproximadamente un minuto y se incorpora. Sin necesidad de interrogarle, me cuenta que son tres hombres, que nos llevan unas siete horas de ventaja. Que se dirigen a Arkansas. Retoma la auscultación del suelo pedregoso. Me informa ahora de que Virginia y Tennessee también se unirán a los estados confederados. Y de la batalla de Gettysburg y del asesinato de Lincoln dentro de dos años.

Quiero saber más. Pregunto por la invención del fonógrafo y, ya puestos, por la guerra de Cuba. Vuelve a pegar la oreja a las piedras. Sin éxito. Se confiesa incapaz de decirme nada nuevo. Entonces le ofrezco la cantimplora. Creo que ha llegado el momento de regresar.

SEP127. AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS, de Estíbaliz Dilla Muñoz

A veces me gustaría volver a aquellos años en los que podíamos ir al cine a ver una película sin que nos molestara un espectador que estuviera hablando por el móvil. Cuando uno podía ir a los funerales sin tener que pasar vergüenza ajena porque en medio de la misa sonaba una melodía que acusaba a alguno de los presentes. Cuando podías tomar una caña con los amigos y mantener una conversación cara a cara y no cara a Iphone. Volver a sentir esa emoción al coger del buzón sobres blancos estampados con nombres de pueblos españoles que contenían las cartas manuscritas de mis amigas; cuando desenfundaba maravillosos discos de vinilo y posaba la aguja sobre los surcos negros que desprendían canciones que serán eternas; cuando abría el cassette para dar la vuelta a la TDK porque se había acabado la cara A.
Supongo que la cara A de mi vida toca a su fin y ahora debería de cambiar a la B, pero me da mucha pereza. Por eso de vez en cuando pulso el botón de rebobinar y si la cinta se engancha, hago rodar un Boli bic sobre la ruedecilla dentada hasta que vuelve a su lugar.

SEP126. AL FINAL CADA QUIEN ES CADA CUAL, de Marga González Ancinas (Desasosegada)

Una sirena resquebraja la noche portuaria, mientras, los viajeros se acomodan.
El barco, cual torre de babel tendida sobre las aguas, parte hacia oriente; tres mil personas agitan sus pañuelos despidiéndose de su vida cotidiana.
Acunados por el vaivén del mar; nobles y villanos, prohombres y gusanos comparten destino mientras mueven patosos las caderas en clase de bailes caribeños. El sol les uniforma con un elegante color dorado que todos lucirán, cual medalla, a su vuelta.
En cada puerto, el barco vomita su preciosa carga volviendo a engullirlos al caer la tarde.
El periplo concluye en mismo lugar en que empezó y entre prisas y sonrisas se produce la diáspora.
Cuando la sirena del barco vuelva a resquebrajar la noche y parta con otra remesa humana, nuestros amigos, ataviados con corbatas, buzos, delantales o uniformes, regresaran a su vida, conscientes de que llegó el final, por una semana se olvidó que “cada quien es cada cual”.

SEP125. EL DÍA QUE CURÉ UNA NUBE Y NO QUISO MARCHARSE, de Érika González Leandro

Conozco una nube que ahora llueve alegre. La encontré sobre la cuneta durante una de mis múltiples andaduras en moto. Rota y sucia de asfalto, sus trozos zigzagueantes desaparecían de a poco con cada remolino que las endiabladas llantas dejaban al paso.
Tras curarle las heridas y rellenar sus huecos con algodón, la acomodé entre mis brazos como lo hacía contigo. Piloté lejos, hasta el lugar donde decidiste que el cielo era el mejor compañero de viaje, para soltarla y que volviera a ser libre. Desde entonces, una nube persigue mis sueños, se posa a mi lado en mis trayectos e incluso a veces, solo a veces, creo oírla lloviznar palabras de perdón por haberme hecho creer que hay mejores acompañantes que yo.

SEP124. DESPUÉS, de Rosa Martínez Famelgo

He muerto, pero no lo he hecho del todo. Algo me ha traído hasta aquí. Hasta la casa de mi padre. Llamo a la puerta y espero durante un minuto eterno. Él me abre. Pero no es como la última vez que le vi. Su rostro aparece relajado y sonriente, es mi padre, sí, pero el de cuando yo tenía 7 años y pasamos el mejor verano de mi infancia. Un tiempo que olía a jazmín y casa encalada. Un tiempo de ayudar a madre a pelar guisantes y de corretear por el patio vestida de domingo, mientras ellos, mis padres, sonreían al mirarme. Un tiempo luminoso antes de la muerte de madre y de que las palabras y los silencios negros nos pudriesen por dentro. He vuelto a ese verano.

Ese será mi cielo, ese preciso momento. Para toda la eternidad.

SEP123. VOLVER, de Juana Isabel Andreo Campillo

¡Hola!Me llamo Lola, estudie latín y griego, pero ahora me dedico a enseñar en un taller literario. Mis alumnos son ya maduritos (más de cincuenta años)Los quiero y ellos a mi también. En mi taller leemos novelas, así van conciendo escritores. Luego de alguna frase o anécdota, les hago que escriban un relato, microrrelato, poesía. Bueno lo que más me gusta es viajar, siempre que puedo viajo acompañada de mi cámara de fotos. En mis fotos reflejo los paisajes, la vida de las gentes por donde me muevo.
Este año he salido de vacaciones en el mes de agosto. Mi viaje «Un safari fotográfico por Kenia» Hoy es mi último día de viaje, volvemos de la excursión.
-Vamos en un microbús
-Se acerca un camión a gran velocidad
-Nos impacta
Mi vida se ha quedado ahí, junto con mi camara fotográfica.

SEP122. CANCIONES, de Antonio Ortuño Casas

– Y volver, volver, volver, a tus brazos otra vez,….
– Venga hombre, pero de qué vas, ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio, pero mejor sola sé cómo buscarme la vida, faltaría más.
Parece que fue ayer cuando escuché esa atiborra de semántica muy pegada al cancionero popular mientras sonaba la música en el club. Ha pasado tiempo de aquel intento y sé de buena fuente que no ha rehecho su vida todavía. Yo sigo deambulando de un lado para otro y siempre sin entender por qué nadie me comprende.
Así, los dos, nos volvimos a encontrar por casualidad bastante después en una cafetería. Sonaba una vieja canción en una moderna televisión de plasma colocada en una esquina. Nadie la miraba pero si escuchaba la canción, nuestras miradas se cruzaron y no había más remedio que saludar.
– Cuando vuelva a tu lado…,
– Por aquí, ¿cómo te va la vida?, ¿estás también sola?.
¿Se repetiría o no la historia con la melodía?, me daba lo mismo ya que quería seguir siendo el rey.

SEP121. EL NAUFRAGO, de Mar González Mena

Cuando no pudo más cerró los ojos un segundo. Sólo un segundo. Sin darse cuenta, las olas le devolvieron a la playa depositándolo sobre la arena como si nada hubiera pasado.
Era el fin de su segundo intento de abandonar la isla. Esta vez realmente llegó a creer que lo conseguiría. Y otra vez estaba allí. Las mismas palmeras, la misma playa.
Lo había organizado al detalle, pero todo había salido mal. Una brazada… tormenta…otra brazada… calambres… otra brazada…
Sentado sobre la arena, mirando al horizonte azul, se sintió triste, derrotado y solo.
Quizás debió saltar desde el acantilado sin posibilidad de retorno. Quizás la próxima vez. Quizás le rescate algún barco. Quizás alguien lea el mensaje lanzado al mar en una botella.
“Cuando no pude más, cerré los ojos un segundo…”

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