Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

Y ESTA TARDE… CONCURSO DE VERANO

¡¡¡Otra semanita pegados a la radio!!!
…y es que mañana  por la tarde nos toca volver a escuchar la CADENA SER porque en su concurso semanal de Relatos de Verano, organizado por la Escuela de Escritores y la Cadena Ser son finalistas
YOLANDA NAVA 

JESUS URBANO

Enhorabuena a los dos, no faltaremos a la cita…

AGO90. EL ENCIERRO, de Asunción Buendía Hervás (Asun)

Estoy encerrada. No recuerdo desde cuándo, ni cómo he llegado.
Es una habitación, o una celda, lo mismo da. Un cuadrado blanco, impoluto.
Siempre me han gustado los espacios blancos, me traen paz y sensación de limpieza.
He observado cada pared, no hay ni una mancha, ni una grieta, ni una puerta ni una ventana, nada.
Pero no tengo hambre, luego supongo que habré comido. Tampoco tengo otras necesidades, ninguna, y estoy limpia. No tengo sueño, pero no recuerdo nada, ¿cómo es posible?
Debo estar secuestrada.
Estoy muy asustada. Y muy sola.
Golpeo la pared, pero ¿de qué están hechas? No producen sonido alguno con mis golpes. ¿O estoy sorda?, o estoy loca, o muerta.
No sé cuánto tiempo ha pasado.
Oigo algo, un zumbido. Una levísima sombra se ha dibujado en la pared tan blanca.
¡Es un mosquito! Me río, me muero de risa. Mosquito, cariño. Ven acércate, pícame si quieres. Anda ven, vamos a bailar, cómo me gustaría abrazarte y darte un besito.
Espera, no te vayas.
Un momento, si has entrado, esto tiene al menos una pequeñísima fisura, y una pequeña fisura, puede hacerse más grande… y luego aún más grande… Mi pequeño insecto, mi gran esperanza.

AGO89. NO ME MIRES, de Raúl Guadián Delgado

Un segundo. Ese fue el tiempo durante el cual se cruzaron las miradas del niño y el saltamontes en lo que resultaba un enfrentamiento entre la emoción y el miedo. Y un segundo, solamente un segundo después… supo que, encerrado en la diminuta jaula, daba comienzo la peor de sus pesadillas.

Orgulloso, mostró su presa a un padre que la observó con la escasa curiosidad de quien ya conoce lo que ve.

—“Se trata de una cría, así que ya sabes las condiciones si quieres conservarla”.

Efectivamente sabía lo que debía hacer para evitar que su madre, a la que repugnaban ese tipo de mascotas, le obligase a devolverle al lugar donde le atrapó.

Por eso, cuando a medianoche el niño se puso a sollozar, el pequeño saltamontes le escondió en su cuarto y le echó un poco más de pan, esperando que su madre no se hubiese despertado.

Y, suplicándole que callase, sus miradas volvieron a confrontar sensaciones… durante un segundo que resultó eternamente angustioso.

AGO88. MORFEOMORPHO, de Raquel Lozano

Paco, lepidóptero crepuscular, revolotea en el cabello ensortijado del efebo que ya duerme en brazos de su propia juventud. Bate sus alas cerca de los labios, como si pudiera por un instante besarlos, juega al escondite con sus sueños y a veces, se cuela entre sus pestañas para disfrazarse de mariposa.

AGO86. PICADURAS, de Antonio Ayala Castejón

Los mosquitos ya no son como antes. Recuerdo que, cuando era niño, sus picaduras aparecían mientras jugaba con mi familia junto al rio, en verano, sonriendo. Ahora sin embargo ya no es así… Y alguien le tendré que echar la culpa… ¡Malditos mosquitos!

AGO84. OBEDIENCIA DEBIDA, de Rafa Olivares

Conseguimos escabullirnos del grupo, y ya empezábamos a disfrutar de la deliciosa tarde de campo que habíamos planeado, cuando aquella voz conocida nos sorprendió y desconcertó.

– ¡Vosotras, a la cola con todas las demás!, nos ordenó con ese inequívoco tono de lo que no admite la menor resistencia.

Ni mi hermana ni yo podíamos entenderlo; donde estábamos no había nadie, las vistas eran fantásticas y el espacio holgado y tranquilo. Por contra, atrás, el olor era apestoso, había que pugnar constantemente por ganar la posición a la espera de la merienda y, lo peor, teníamos que estar atentas a esquivar un ramalazo de procedencia imprevisible que, cada poco, amenazaba con derribarnos.

En fin, no quedaba más opción que obedecer a mamá y, resignadas, emprendimos el vuelo hacia el trasero de la indolente vaca.

AGO83. DESINFECCIÓN, de Nicolás Jarque Alegre

Mi vecina de arriba camina con precaución sobre el suelo cochambroso del patio y, entre lágrimas, se inclina y agarra con cuidado una cucaracha. Arrodillada, deposita el animalillo en una cajita, extrae del bolsillo de su bata un libro, lo abre por la página que tiene marcada y, ayudándose del dedo índice, lee en voz alta unas palabras que no puedo oír. Tras unos largos segundos de silencio, solloza entre maldiciones y lanza el insecto con todas sus fuerzas contra la pared. Con esta van diez veces que repite proceso. Pero no desfallece y continúa con el procedimiento mientras pienso que ese acto debe ser amor porque, con una publicación similar a la que ella ostenta, yo me libré de mi mujer, su madre y la gatita persa que se orinaba en mis zapatillas el día en que hizo su ronda por el edificio el vendedor del “Círculo de Lectores”, y decidí comprar el promocional de magia. Después de comprobar que funcionaba, creo que las lancé al mismo lugar donde ella busca, supongo, que a su marido.

AGO82. MIEL DE COLORES, de Javier Ximens

Han matado a Gregorio, un macho diferente que tenía en mi colmena. Desde su nacimiento mostró rasgos morfológicos y modos de actuación distintos de los del resto de zánganos, por eso le puse ese nombre. Menos gordo que los demás machos y tan poco peludo como las obreras, sorprendentemente poseía un incipiente aguijón. En ocasiones se alimentaba solo. Al contrarío que sus hermanos —que zanganean a la espera de fecundar alguna reina virgen—, se le veía junto a las abejas nodrizas.
Gregorio era querido por las hembras, sobre todo a partir del día que acompañó a Calamity Jane. Al regreso trató de imitar sin éxito el baile en círculos y los movimientos abdominales de la exploradora, provocando en las obreras la emisión de feromonas consideradas de aceptación.
Sin embargo, el rechazo de los machos era evidente, sobre todo de Hércules, un ejemplar más grande que el resto, siempre involucrado en peleas, como echar a un zángano de una celda para ocuparla él, o no permitiendo a Gregorio acompañarles a repartir néctar entre las obreras.
Ha quedado grabado. Hércules ha ahogado a Gregorio en la miel de una celda. Tengo la convicción de que algunos continúan siendo avispas sin evolucionar.

AGO81. LAS PANTORRILLAS, de David Vivancos Allepuz

Le conté al médico que sentía como un hormigueo en las piernas, concretamente en las pantorrillas. Después de hacerme unas cuantas preguntas, más protocolarias que otra cosa, el doctor me instó a que me subiera ambas perneras hasta la altura de las rodillas y me tumbase en la camilla boca abajo. Y eso fue lo que hice.

Después de unos segundos de valoración y diagnóstico, las fue cogiendo con las pinzas que había sacado de un cajón del único armario de su consulta y las metió, una a una, en un tarro de cristal, parecido a los de mermelada. Cuando terminó, me mandó incorporarme y ponerme bien los pantalones. Me sentía mucho mejor, sentado en la camilla, el picor había desaparecido ya. «Aquí tiene«, me dijo, ofreciéndome el tarro, «puede soltarlas en el parque«, aunque yo preferí llevármelas a casa. En el fondo, ignoro por qué tomé esa decisión. Quizás fue que les acabé cogiendo algo así como cariño, no sé. Las tengo en un terrario y mis compañeros de trabajo y el propio doctor, con quien me acabó uniendo una gran amistad, las vienen a ver de vez en cuando.

AGO80. ROMANCE IMPOSIBLE, de Belén Molina Moreno

Llegué a mi camarote cansado, muy cansado tras el largo viaje. Abrí la maleta, me instalé y nada más acomodarme la vi. Su cuerpo bien proporcionado, aerodinámico y cubierto de lo que parecía brillante lamé dorado no se movió, solo me miraba. Al intentar acercarme, huyó despavorida.
El barco zarpó y subí a cubierta pensativo, no sin admirar el maravilloso panorama marino. Al regresar a mi camarote la encontré esperándome en el mismo sitio, muy quieta y con su actitud huidiza.
Todos los días se repetía la misma escena, hasta la quinta jornada de travesía. Me acosté y sin mediar palabra, se echó encima de la cama. Al moverme salió tan despavorida como el primer día. La noche siguiente no la vi, pero al amanecer ahí estaba, hierática en mi cama. Mi movimiento causó su previsible huída.
Así pasé toda la travesía, una noche tras otra, un amanecer tras otro, sin lograr ni tocarla. Al llegar a puerto le dije, no sin cierta nostalgia, que ya me iba y me libraba de su ingrata compañía. Ella se limitó a mover sus antenas y salir corriendo a la velocidad que le daban sus seis patas.

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