Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

AGO82. MIEL DE COLORES, de Javier Ximens

Han matado a Gregorio, un macho diferente que tenía en mi colmena. Desde su nacimiento mostró rasgos morfológicos y modos de actuación distintos de los del resto de zánganos, por eso le puse ese nombre. Menos gordo que los demás machos y tan poco peludo como las obreras, sorprendentemente poseía un incipiente aguijón. En ocasiones se alimentaba solo. Al contrarío que sus hermanos —que zanganean a la espera de fecundar alguna reina virgen—, se le veía junto a las abejas nodrizas.
Gregorio era querido por las hembras, sobre todo a partir del día que acompañó a Calamity Jane. Al regreso trató de imitar sin éxito el baile en círculos y los movimientos abdominales de la exploradora, provocando en las obreras la emisión de feromonas consideradas de aceptación.
Sin embargo, el rechazo de los machos era evidente, sobre todo de Hércules, un ejemplar más grande que el resto, siempre involucrado en peleas, como echar a un zángano de una celda para ocuparla él, o no permitiendo a Gregorio acompañarles a repartir néctar entre las obreras.
Ha quedado grabado. Hércules ha ahogado a Gregorio en la miel de una celda. Tengo la convicción de que algunos continúan siendo avispas sin evolucionar.

AGO81. LAS PANTORRILLAS, de David Vivancos Allepuz

Le conté al médico que sentía como un hormigueo en las piernas, concretamente en las pantorrillas. Después de hacerme unas cuantas preguntas, más protocolarias que otra cosa, el doctor me instó a que me subiera ambas perneras hasta la altura de las rodillas y me tumbase en la camilla boca abajo. Y eso fue lo que hice.

Después de unos segundos de valoración y diagnóstico, las fue cogiendo con las pinzas que había sacado de un cajón del único armario de su consulta y las metió, una a una, en un tarro de cristal, parecido a los de mermelada. Cuando terminó, me mandó incorporarme y ponerme bien los pantalones. Me sentía mucho mejor, sentado en la camilla, el picor había desaparecido ya. «Aquí tiene«, me dijo, ofreciéndome el tarro, «puede soltarlas en el parque«, aunque yo preferí llevármelas a casa. En el fondo, ignoro por qué tomé esa decisión. Quizás fue que les acabé cogiendo algo así como cariño, no sé. Las tengo en un terrario y mis compañeros de trabajo y el propio doctor, con quien me acabó uniendo una gran amistad, las vienen a ver de vez en cuando.

AGO80. ROMANCE IMPOSIBLE, de Belén Molina Moreno

Llegué a mi camarote cansado, muy cansado tras el largo viaje. Abrí la maleta, me instalé y nada más acomodarme la vi. Su cuerpo bien proporcionado, aerodinámico y cubierto de lo que parecía brillante lamé dorado no se movió, solo me miraba. Al intentar acercarme, huyó despavorida.
El barco zarpó y subí a cubierta pensativo, no sin admirar el maravilloso panorama marino. Al regresar a mi camarote la encontré esperándome en el mismo sitio, muy quieta y con su actitud huidiza.
Todos los días se repetía la misma escena, hasta la quinta jornada de travesía. Me acosté y sin mediar palabra, se echó encima de la cama. Al moverme salió tan despavorida como el primer día. La noche siguiente no la vi, pero al amanecer ahí estaba, hierática en mi cama. Mi movimiento causó su previsible huída.
Así pasé toda la travesía, una noche tras otra, un amanecer tras otro, sin lograr ni tocarla. Al llegar a puerto le dije, no sin cierta nostalgia, que ya me iba y me libraba de su ingrata compañía. Ella se limitó a mover sus antenas y salir corriendo a la velocidad que le daban sus seis patas.

AGO78. TEORÍA DE LA INVOLUCIÓN, de Tíndaro del Val

(Que Kafka me perdone…)

Cuando desperté una mañana después de un sueño intranquilo, me encontré en mi agujero convertido en un monstruoso humano. Mis hermanos al verme huyeron despavoridos. Empecé a mover mis ridículamente grandes extremidades hasta que derribé el tabique del desván. Me desplomé en el suelo y cerré los ojos para seguir durmiendo. Pronto descubrí que aquello no era ningún sueño.
Tardé varias semanas en acostumbrarme a mi nuevo cuerpo; esa extraña epidermis que me cubre por completo, las inquietantes zonas vellosas, la falta de visión periférica. A pesar de mi torpe forma de hablar, pronto empecé a articular palabras y a relacionarme con mis congéneres. Conseguí un trabajo como comerciante y, sorprendentemente, al poco tiempo me ascendieron. Aprendí en seguida la humana costumbre de pisotear a mis compañeros para escalar profesionalmente: un año más tarde me nombraron Principal de la empresa. Ahora vivo como un humano más y paso totalmente desapercibido. Todo es normal, salvo por las noches. Mientras duermo, oigo sus patitas moviéndose por las paredes y los susurros que me dicen que conquiste el mundo. Debo de ser un bicho raro.

Blog = @MicroRadon

AGO77. SIPHONAPTERA, de Salvador Esteve

Pulga para los amigos. Mi vida es un asco. Tobi, el perro donde vivo mi parasita vida,es un cielo pero mi existencia se ha convertido en un bucle de monotonía,un verdadero \»pulgatorio\». No lo dudé,el sonido era cercano atronador. Las vibraciones las vibraciones me irritaban pero estaba decidido. Salté y salté con todas mis fuerzas y me alojé en mi nuevo anfitrión,el pelo era largo,abundante,ideal para mí. Ya me aconstumbraria al ruido y vibraciones. Bob Marley seguía cantando y yo queria ver mundo.

AGO76. JUSTICIA, de Miguel Ángel Escudero Eble

Hubo juicio en el bosque. La expectación era máxima. Las mariposas agitaron fuertemente sus alas para aliviar al personal del sofocante calor mientras que las luciérnagas proporcionaban iluminación al tribunal. El Juez, el respetable escarabajo pelotero, abrió la sesión y expuso los cargos. Existió una gran controversia y el jurado mantuvo largas deliberaciones. Saltamontes y cucarachas se decantaban por una condena mientras que mariquitas y libélulas estaban a favor de la absolución. Poco a poco, los adeptos a la ejecución fueron aumentando. El bello alegato final del abogado grillo, que apeló al respeto a la naturaleza de cada ser y que hubiera emocionado hasta al gusano más rastrero, no surtió efecto. La mantis religiosa fue condenada por parricidio y sería ejecutada por la mañana. Las hormigas se frotaban las antenas.

AGO75. ENTOMOFAGIA, de Plácido Romero

Nok Suphavadeprasit siente que algo extraño le sucede. Se ha quedado en la oficina terminando el trabajo pendiente, pues no puede permitirse que el señor Chakrabongse, su jefe, le despida: toda la familia Suphavadeprasit depende del sueldo de Nok.
Permanece concentrado mirando la pantalla del ordenador cuando advierte que algo le pasa a sus dedos. Al mirarse la mano sólo ve una especie de palo negro cubierto de pelos. “Estoy agotado”, piensa, por lo que se levanta y abandona la oficina. Cuando pasa junto a Lawan, el portero, éste le mira de forma rara. Ya en la calle, unos chiquillos gritones le persiguen. Descubre aliviado que su nueva configuración anatómica le permite escalar paredes y muros.
No puede abrir la puerta de su casa, por lo que da unos golpes. Su hermanita grita cuando le ve. Entonces aparece su padre y le mete dentro. Nok trata de explicar lo que ha sucedido, pero sólo puede emitir sonidos ininteligibles. Su padre no deja de observarle.
–Creo que en el mercado de insectos nos darán 2.500 bahts por él –dice.
Cuando Nok Suphavadeprasit se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.

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AGO73. AMOR PARTICULAR, de José Vicente Aracil Lillo

Días atrás capturó una hormiga soldado. La guarda en un pastillero de nácar que le cogió a su madre. Una mañana, mientras se supone que estudia, la suelta sobre la página 165 del libro de Biología. En esa página aparece una lámina de un ser humano sin piel, con las tripas abiertas. La hormiga entra por su pie izquierdo. Esa misma tarde, durante las clases particulares, dejará caer un lápiz al suelo y rozará con su mano el pie izquierdo de su profesora adolescente. Cada día repite el juego. Una mañana la hormiga perfora la página. Se mete dentro de la cabeza de la figura desollada. Por la tarde, interrumpiendo a destiempo sus explicaciones, el niño le dice a su profesora que se ha enamorado.

La hormiga muere. En el pastillero hay un punto negro y quieto. Es la madre de la chica la que llama para decirle que no vuelva, que a su hija le ha surgido un imponderable. El niño busca en el diccionario la palabra Imponderable: “Que no puede pesarse”, lee. Y sin embargo él siente que se hunde de tanto peso. Hace un agujero y entierra el pastillero de nácar. Con la hormiga soldado dentro.

AGO72. LA MUJER DE LAS FALENAS, de Luz Leira Rivas

La mujer que se iluminaba por dentro caminaba siempre desnuda y envuelta en una nube de polillas. Había sido una muchachita normal, pero un día, sin saberse cómo ni porqué, amaneció emitiendo aquella luz intensa que atraía a los insectos y quemaba los tejidos. Con los años se había acostumbrado a vivir sin pudor y hasta sin palabra, pues en cuanto abría la boca se atragantaba con sus mariposillas. Así, con su mudez impuesta, la desdichada pasaba las noches insomne a causa de su propia claridad, y los días buscando sin que nadie supiese lo que buscaba. Abría y cerraba los cajones. Entraba en la iglesia y en el ayuntamiento. Subía a los árboles para husmear en los nidos de los pájaros. Jamás descansaba.

Aquella noche me la encontré registrando mi jardín. En medio del silencio y los insectos se podía escuchar cómo sollozaba quedito. Entonces se me ocurrió la feliz idea: extendí el dedo índice, pulsé con firmeza en su ombligo, y con un leve ¡clic! la mujer se apagó de inmediato.

—¡Lo has encontrado! —exclamó alborozada. Y me besó muchas veces sin quemarme, como cuando éramos novios, mientras las polillas huían revoloteando hacia las farolas del pueblo.

AGO71. CANÍBALES, de Rubén Gozalo

Cada hora que pasa el calor es más asfixiante. Los insectos revolotean alrededor de los cadáveres como una jauría de lobos hambrientos. El hedor es irrespirable y el sol parece un soplete. Cada vez somos menos y hace días que se han terminado todos los víveres. En el grupo comienzan a aflorar las fricciones. Iñaki, sin avisar, se ha bebido el agua de la única cantimplora. María no se fía de nadie y se aleja unos metros hasta una duna que se alza en el horizonte como un peñasco gigante. Aitor, con su rostro demacrado y su asma, parece el más débil. Tal vez no llegue a mañana. Un buitre se acaba de posar junto al cuerpo de Mamen. Algunas puertas nunca deberían abrirse. El responsable de recursos humanos de la empresa lo dejó muy claro: para el puesto de auxiliar administrativo sólo podía quedar uno.

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