Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

JUL96. DUDAS DEONTOLÓGICAS, de Alfonso Carabias Antúnez

– ¿Sabe Doctor? Me gustaría dejarlo; de verdad, olvidarme de todo y dedicarme a otra labor que consiguiera llenar el vacío que en muchas ocasiones me deja este trabajo.
– Hablemos de ello; ¿Saben en su empresa como mejorar las condiciones de su puesto aplicando los principios de la ergonomía?
– Mucho me temo que solo están interesados en la producción.
– Entiendo. Dígame en que trabaja para poder tener un punto de vista más próximo.
– Está bien Doctor; aunque ésta es la parte que mas me desagrada iré al grano. Mi labor consiste en llevarme las almas de este mundo; lo llevo haciendo desde que los hombres existen y salvo en contadas ocasiones, le puedo asegurar que el mío no es un trabajo que levante demasiadas alegrías entre ustedes.
– Tengo que confesarle que no es usted el tipo de paciente que recibo habitualmente, pero aún así trataré de ayudarle.
– Lo entiendo y se lo agradezco Doctor; pero también debo reconocerle antes de que siga con su dictamen que hoy no he venido a verle solo por terapia.
– Comprendo. Verá; después de escucharle mi obligación sería seguir aplicando mi código deontológico, pero entre usted y yo, y si me lo permite, preferiría no hacerlo.

http://pensamientodinamico2010.blogspot.com.es/

JUL95. SIN OPCION, de Fernando Andres Puga

Hubiera preferido no volver antes del viaje que no pude postergar y que fue la razón por la que te quedaste sola durante tantos días, pero papá no resistió tanto como los médicos habían predicho y con mis hermanos decidimos cremarlo inmediatamente; cada uno tenía sus obligaciones y nos urgía regresar a casa.
Hubiera preferido avisarte que llegaría un par de días antes de lo esperado, pero cuando iba a hacerlo descubrí que mi celular se había quedado sin batería y ahí, en el camarote del tren, no había modo de conseguir un cargador; el mío había quedado en algún cajón de la vieja casa familiar. Así que pensé que tampoco estaría mal darte una sorpresa.
Hubiera preferido no hacerlo, pero los jadeos se oían desde la entrada; la puerta estaba abierta; la luz, encendida. El resplandor que irradiaba tu piel me encegueció y fue inevitable.
Ahora tendré que buscar la manera de borrar las huellas, pero aunque sé que si no lo hago terminaré condenado, preferiría no hacerlo. ¡Me duele tanto la cabeza!

JUL94. PREFERIRÍA NO HACERLO, PERO. . ., de Marcos Santander

Prefiero un beso real que la más hermosa de las metáforas y no debería haber unido para siempre ese adjetivo a ese otro sustantivo berzas y desusado porque hubiera preferido decir que lo tangible que se puede morder y tocar, percibir y degustar por varios de nuestros sentidos es mucho más abrigado que cualquiera de las realizaciones del pensamiento más lírico y metafísico que podamos construir suponiendo que algo construido por el intelecto pueda ser denominado como elemento constructivo. . . . . preferiría no haber escrito eso pues es más fácil aunque abyecto desarrollar todo lo que nuestros físicos sentidos pueden proporcionarnos como morder, lamer, tocar, mojar, oler, estrujar y acabar lleno de sensaciones de manera completamente pegajosa. . . . . preferiría también no haber escrito esto otro sobre todo porque preferiría no haber escrito y no haberlo escrito lo preferiría este relato veraniego y probar todas esas sensaciones, efluvios y exquisiteces que sois capaces cada uno de vosotros de experimentar y crear. . . . . mas punto y seguido. . . . . esto sí que preferiría no haberlo escrito porque parece que no está good mood se decía entonces el horno era todo mucho más grumpy etc. etc.

JUL93. EL PROFESOR AMIGO DE LAS BALLENAS, de Fran Rubio

El tema del examen final era “Melville y la condición humana”. Sabía que me suspendería, contestase lo que contestase; me cogió manía el primer día de clase, cuando le pregunté si aquel famoso campanero que vivió en Notre Dame y tenía problemas de espalda era antepasado suyo. De modo que en la hoja de respuestas, escribí: la única similitud existente entre Herman Melville y la condición humana es el innegable parecido entre su esposa y Moby Dick. Terminé el primero y salí a fumar al patio. Bueno, Literatura para el año que viene. Tendré que dejar de leer este verano, me dije.
El día antes de acabar el curso, me llamó a su despacho. Con esa insoportable pose de flemático inglés, me sugirió:
—Bien, bien, Peribáñez, creo que esto hemos de solucionarlo, ¿no le parece? Quizá debería usted pedir disculpas a cierta dama, ¿qué me contesta?
—Como dijo Bartleby, señor, preferiría no hacerlo. Además, su esposa no tiene por qué saberlo.
—Oh, vamos, no estaba refiriéndome a mi esposa, caballerete, dijo esbozando una mueca que pretendía ser sonrisa. Y puede usted llamarme Ismael.
Al final me aprobó. Podría incluso decir la nota que me puso, pero preferiría no hacerlo.

JUL91. YO TAMBIÉN, de Mikel Aboitiz

«Preferiría no hacerlo» me dijo entornando los párpados, apresando entre ellos dos lagos de ámbar mientras, desafiante, dejaba su vaso para beber del mío —el de un extraño, indeciso entre la textura de sus labios y la profundidad de su escote— y añadir: «Pero no se preocupe, lograré los papeles». Se levantó y abandonó el bar del hotel con más clase que las cinco estrellas que colgaban en su fachada. Esa misma noche me confirmó haber obtenido los documentos. Para llegar al lugar acordado, crucé la ciudad, batida por un viento intermitente y salobre que arrastraba lluvia sin piedad, barriendo el empedrado de las calles. Ella esperaba impaciente bajo un amplio paraguas negro, mordiéndose el labio inferior. En la mano sostenía una carpeta. Al darme el sobre —en silencio— adiviné tras aquellas gafas oscuras el almíbar estremecido de sus ojos. Luego, un taconeo de zapatos perdiéndose calle abajo fue lo más parecido a una despedida. Regresé al
hotel empapado y abrí el sobre. A la vista de aquellas hojas en blanco recordé sus labios acolchados, su voz ronca, arrolladora, repitiendo «preferiría no hacerlo» mientras yo asentía con la cabeza. Descolgué el teléfono y dije: «Nos equivocamos con ella. Procedan».

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JUN90. RAMSÉS Y EL TREN, de Héctor Hernández

Como casi siempre, Ramsés apareció de mañana y sin avisar. Yo estaba en el patio, regando la higuera que por tercer año consecutivo desde que la planté se negaba a dar fruto.
—No lo vas a creer—dijo Ramsés a modo de saludo—, pero he diseñado un tren, y creo que ahora sí le he dado al clavo.
—¿Ah, sí?—respondí tratando de interesarme, pero sin conseguirlo.
—Se trata de un tren que se deslizará sobre imanes, para evitar la fricción.
—Ya veo—dije ahora sí completamente desinteresado.
Luego Ramsés dijo que iba dentro, por café.
Me quede mirando la higuera, pensaba en lo que días antes me había contado doña Meche, mi cocinera.
—Necesita pegarle, don Arnulfo.
—¿Pegarle?
—Sí, pegarle, darle unos buenos cinturonazos y regañarla para que dé. Mi prima Joaquina—continuó diciendo—me contó que en su pueblo la gente injuria a las plantas para que den, y que entre más soeces las palabras, mejor, fíjese.De pronto me entraron unas ganas tremendas de probar la teoría de doña Meche. Y a punto estuve de hacerlo cuando recordé que los japoneses ya tenían un tren como el que estaba fraguando Ramsés. Pensé en decírselo, pero preferí no hacerlo.

JUL89. CONTESTADOR AUTOMÁTICO, de Javier Ximens

«En este momento no puedo atenderte, deja tu mensaje después de oír la señal».
—Que digo, hijo, que como por los Santos os iréis a Benicasim, que no os preocupéis por mí, que me acerca al cementerio el señor Andrés, el del tercero.
«En este momento no puedo atenderte, deja tu mensaje… la señal».
—Mira, hijo, que si vais a venir en Navidad, digo que mejor a comer, así vosotros os podéis ir al teatro mientras yo me quedo con el niño. ¿Habéis tenido alguno más?
«En este momento no puedo atenderte, deja tu mensaje… la señal».
—Juanito, hijo, que como mañana es domingo de Pasión, que digo que si os acercáis esta tarde con el niño o quito el belén. No está bien que se junten el nacimiento y la muerte del Señor.
«En este momento no puedo atenderte, deja tu mensaje… la señal».
—Juan, hijo, solo era para decirte que he vendido el piso y me voy con el señor Andrés de crucero por el Mediterráneo. Para qué tener dos casas abiertas.
—Perdona, mamá, es que no podía aten… ¿Estás hablando en serio?
—En este momento no puedo atenderte, deja tu mensaje después de oír la pedorreta.

JUL88. ¡AY, EL AMOR!, de Carmen Aguado

 Preferiría no hacerlo, pero al final lo hice, me arrepentí en el mismo momento que la sangre empapaba mis manos, abriendo hueco a la desdicha, haciéndose notar en cada poro. Ahí estaba el charco que el amor había dejado, ya sólo quedaba la huella del recuerdo de lo que un día fue ese sentimiento tan perverso que penetraba en mí doliendo, sin ningún derecho a hacerlo, sé que él preferiría no haberme herido, pero también lo ha hecho. Adiós amor, ya nunca más me volverás a doler.

JUL87. HIJA DE LA MUERTE, de Tíndaro del Val

La multitud agolpada en el muelle se dispersó dejando un estrecho pasillo para que pudiera pasar. Se hizo un silencio más y más denso a cada paso que daba. Subí a la pasarela y avancé tembloroso hacia el barco. Había llegado de madrugada, con las velas de cruz rasgadas y el mascarón de proa enmohecido. Llevábamos meses sin tener noticias del galeón, así que la gente había empezado a inventar historias sobre su naufragio o su captura por parte de los piratas. Pero ninguna de esas leyendas se acercaba a la realidad.
Tuve que taparme la nariz, el olor era nauseabundo. Olía a muerte. Subí y miré alrededor. Los cuerpos en estado de putrefacción, lamidos por el sol y la sal, se amontonaban por toda la cubierta. Sus rostros estaban carcomidos y sus ropas deshilachadas. Seguí avanzando hacia la popa. Entonces empezó a cantar. Parecía una canción popular para arrullar a los bebés. Subí las escaleras y la vi bajo el mástil de mesana. La niña pareció no advertir mi presencia. Arrodillada en el suelo, con el cuerpo de una mujer en sus brazos, seguía cantando su nana de la muerte mientras cepillaba los cabellos del cadáver.

Blog: @MicroRadon

JUL86. NANAS Y DIOSES MUERTOS, de Modes Lobato Marcos

 » ¿ Te cuento un secreto ?
La semana pasada maté a Dios.
Sin anestesia.
Simplemente extirpé de mi alma el trozo infecto que había convertido en su hogar, y lo arrojé a los cerdos.
No, hijo mío, no me arrepiento.
Jamás le pedí nada, pero ¿ Qué ocurrió cuando lo necesité de verdad?
Me dio la espalda como una rata.
¡ No le defiendas !. Es un soberbio. Un maldito trilero que juega con cartas marcadas.
Sí. Ahora nos falta la luz.
Pero un día, no muy lejano, llegará la primavera. Y me pondré, de nuevo, mi vestido de flores. Y volveremos a sonreír. Te lo prometo, mi niño.
Ahora te cantaré una nana, aunque preferiría no hacerlo pues me duele muchísimo la garganta, pero comienza a anochecer y tú tienes que dormir.
«

La mujer canta dulcemente.
Poco a poco apaga su voz, hasta convertirla en un susurro.
Después se incorpora y, caminando de puntillas para no hacer ruido, sale del cementerio.

JUL85. MALA SOMBRA, de Raúl Ariza

He venido -siguió contándole al agente- tolerando su compañía como se acepta la imposición natural de las cosas; como el frío invernal o los dolores del parto. Era una especie de apéndice difuminado, una presencia muda que tras desaparecer cada tarde al vencerse el sol, regresaba sin embargo con los mismos arrestos empecinados con la amanecida, siguiéndome a cada paso e imitando como un simio enseñado cualquiera de mis gestos. Aunque lo intenté, jamás me acostumbré a ella.
Y es que soy hija única, huérfana y además me he hecho a estar sola, con lo que era inevitable que al final su impertinente constancia terminara resultándome insufrible. Así que le pedí que se marchara. Fue en vano. Si mil veces le rogué, otras tantas se mostró flemática, llenando con la grisura de su mirada su desafiante silencio.
Hasta que ayer no pude más y la maté. Hubiera preferido no hacerlo, lo juro, pero hágase cargo… Y enmudeció entre sollozos.
El policía le acercó entonces un pañuelo y le posó una mano conciliadora en el hombro. Cálmate, mujer, y dime qué has hecho con su cadáver. Se lo preguntó con ese tono amable y paternal del que parece entender las razones.

JUL84. YOUTUBE, de Puri Otero Domarco

_Los caminos por donde deambulan nuestros pasos están llenos de polvo,lo que hace pensar que los recuerdos que siembran esas huellas son pasto del olvido.
Así comenzaba la carta que Don Segismundo Bloz le mandó a la doncella Blanca Liz la cual acababa de desflorar la noche anterior.
A continuación seguía:
_De todas formas hermosa joven aún podemos volver sobre nuestros pasos y recuperar alguno de esos recuerdos.
La respuesta de la joven doncella no se hizo esperar y rezaba así:
_Siento mucho decepcionarle señor,pero este manjar que es mi cuerpo no volverá a ser catado por vos.
Don Segismundo Bloz encolerizado por la respuesta de la joven lanzó su flecha envenenada y le recordó lo acaecido diciendo:
Preferiría no hacerlo» pero si vos no accedéis a mi petición «colgaré» en Youtube todo lo sucedido en el pajar entre nosotros y entonces veremos la reaccion de toda la corte a la que pertence vuestra familia.
La joven escandalizada por los argumentos expuestos y viendo peligrar su honra accedió a la petición y recuperaron alguno de los pasos ocultos por el polvo del camino y de esos escarceos nació el amor tan denostado por ambos.

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