Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

JUL127. JUSTICIA EN LA CORTE, de David Moreno

Las calles fuera de Palacio descubre por accidente a sus dieciocho. Los sirvientes que corrían tras él no pudieron frenarle, fueron incapaces de evitarlo esta vez. Enseguida los ojos huecos de una niña se le clavan en lo más hondo del corazón. No entiende qué hacen las moscas alrededor ni el silencio que se respira allí. La alegría por primera vez siente que huye. Tanto dolor repentino no lo soporta. Y regresa. Enojado, abatido, confuso. Y busca. Y encuentra al culpable, claro que lo encuentra. Sentado en el trono de oro con adornos de diamantes y zafiros junto a su madre. Necesita saciar la rabia que ahora lleva dentro y aunque prefería no hacerlo, los ojos se le bañan de lágrimas justo cuando su espada penetra a través del tórax de su progenitor.

JUL126. GARROTE, de Diego Rinoski

Pero oiga usted ¿Qué tipo de contestación es esa? Ande, ande, tire para allá que ya le explicarán los compañeros.
—Pero es que yo preferiría no hacerlo.
—Y dale con la mula al trigo. Olvídese de la parte negativa de su trabajo, hombre. Además, una vez que empiece verá como no es para tanto, con el tiempo puede que le coja el gustillo y todo.
—¿El gustillo?
—No me malinterprete, quiero decir, que mire para otro lado, que no se lleve el trabajo a casa y mucho menos a la conciencia, que en esta vida cada uno hace lo que debe y aquí paz y después gloria.
—No si yo no malinterpreto, lo que pasa es que…
—No me sea usted aprensivo, que aquí no estamos para juzgar a nadie. Es usted un hombre ¿verdad? Pues póngase firme, levante la cabeza, saque pecho y cumpla con su trabajo, cojones.
—Mire, yo no quisiera faltarle a usted ni a la patria, dios me libre, pero es que yo…
—Ya lo sé, preferiría no hacerlo, pero entonces ¿por qué carajo aceptó usted el puesto de verdugo?

JUL124. PREFERIRÍA NO HACERLO, de Marta Trutxuelo García

Comienza de nuevo. Conozco el proceso. Empieza por la cabeza: una tibia lluvia perla mi frente. «Preferiría no hacerlo«. Un repentino temblor me sacude de este a oeste. Me siento esperando su llegada. Aquí está. «Preferiría no hacerlo«. Mi mano lucha con el látigo que fustiga el latido de mi corazón. El galope continúa y acompaso mi respiración a ese ritmo frenético. «Preferiría no hacerlo«. Mi boca arenosa reclama la atención de otro de mis sentidos. Ahora son mis ojos los que corren por la estancia y se detienen en la vitrina: botellas ausentes, mueble abstemio, huérfano, tan desértico como mi boca. «Preferiría no hacerlo». Me dirijo a la ventana, el atardecer me golpea con su abrazo de invierno. Entre el vaho de mi desesperación surge la luz esperanzadora de un cartel luminoso que me atrae sin remisión. «Preferiría no hacerlo«. Me precipito escaleras abajo y salgo hacia un destino incierto. Mi mano acaricia un vaso tan frío como este
enero. El reflejo de mis ojos navega en el espejo improvisado de ese néctar cargado del color del crepúsculo, y, de un trago certero desaparece junto a unas palabras ahogadas por los efluvios de alcohol: «Preferiría...».

JUL123. ENTIERRO, de Marta López Cuartero

Cuando volví al final de la primavera a mi pequeña parcela encontré al señor Antonio, mi vecino, sentado bajo la sombra del olivo, apoyado en el tronco y rodeado de curiosos del pueblo que lo contemplaban santiguándose en silencio. Tenía los ojos abiertos, sin latidos, y una maraña de brotes verdes trepaban zigzagueando por sus piernas, brazos y cabeza, succionándolo hacia el torrente de savia.
– Venga usted a mi casa y coma algo, hombre de Dios- le repetí varias veces al verlo escuálido y demacrado, pero siempre me contestó que prefería no hacerlo, agradecido y con una sonrisa sutil, como resignada.

Desde que le expropiaron el huerto su voluntad se había marchitado
como las lechugas y los tomates, agostados al no recibir ya el agua del aljibe.

JUL122. BASADO EN SUEÑOS REALES, de Érika González Leandro

Ser una pesadilla no es fácil. Cada noche me escondo bajo la sombra de los sueños buscando el camuflaje de mi alma para evitar ser el elegido. Aunque no siempre funciona y entretanto los demás, cargados de magia y aventura, cabalgan cuidadosos por su pelo, yo me maquillo de maldad. El trabajo requiere de gran concentración, primero espero a que su inspiración me absorba, después la agito y así empieza el espectáculo. A veces le hago creer que su juguete favorito desaparece o que la abandonan en la puerta del colegio, ella grita y con la luz llega su madre y con su madre acaba mi turno. Luego regreso a casa, me reciben los aplausos de mis compañeros, no me siento orgullo pero pienso que mientras tenga el sueño de convertirme en sueño, de alguna manera no soy tan pesadilla.

JUL121. ¡RÍETE TONTO!, de Esperanza Temprano

Nació siendo un tipo serio. Tardó dos años en esbozar su primera sonrisa y ya tenía cinco cuando se arrancó con una carcajada. Después de estos prometedores comienzos ya no tuvo ningún otro conato risueño ni falta que le hacía hasta el pasado Viernes en el que, después de muchos meses de malestar general y pruebas médicas, el doctor le dio el remedio.
─Necesita usted reírse, caballero.
─Preferiría no hacerlo─ le confesó él.
─Pues morirá usted en poco tiempo abatido por el peso de la seriedad─ concluyó el médico.
Lo intentó primero ante el espejo, pero la fuerza de la gravedad había ejercido ya un poder incuestionable sobre las comisuras de sus labios, después frecuentando espectáculos cómicos, que no le hacían ninguna gracia para terminar haciendo unos ruidos guturales en el sofá que parecían más la invocación de un totonaca al dios de la lluvia que una risa.
Decidió terminar con su vida, antes de que ésta terminara con él y se lanzó al abismo por un acantilado. Mientras caía le sobrevino un golpe de risa sonora y liberadora y descubrió que estaba curado… pero un poco tarde.

JUL120. INMENSIDAD, de Raquel Ferrero Puchades

–Te quiero
–Lo sé
— ¿Y qué vamos a hacer?
–Creo que ha llegado el momento. Soy plenamente feliz, ¿y tú?
–Si
Analía y Diego se enraizaron en un abrazo. Se besaron con calidez, como a ellos les gustaba, como cuando se conocieron, haciendo de su boca sus manos, sus ojos, su latir, su cadencia. Omitiendo las palabras y sublimando los silencios. Absorbiendo la comunión de sus sentidos, la conversión de sus diferencias, la alegría del encuentro. O del reencuentro, porque supieron desde el primer instante que sus células se adivinaban. Una electricidad como aquella, envuelta en un aura sagrada, era como estar al borde de un precipicio del que sabes que algún día saltarás. Vivieron en su vértigo muchos días, muchas noches y se prometieron que jamás dejarían que la llanura se instalara en ellos. Habían descubierto, sin proponérselo, el más allá.
Preferirían no haberlo hecho, pero la certeza de estar presos en un cuerpo, y aún así sentir que la inmensidad del amor te libera de esa atadura, les dio las alas para saltar al precipicio.

JUL119. ISLA ILUSIÓN, de Mª Jesús Pueyo Ara (Patricia Richmond)

Zarpé en un barco fantasma, sin rumbo ni destino. Y durmiendo de día, oteando el horizonte de noche, envuelta en ecos de cantos piratas, surqué los siete mares.
Un día, al amanecer, divisé una isla y me acerqué a ella. Un fantasma me tocó el hombro y me entregó un pergamino. Era el mapa de Isla Ilusión y riendo a carcajadas me empujó fuera del barco.
Siguiendo el mapa llegué a un acantilado por el que tuve que trepar desgarrándome las manos, hasta llegar a una abertura en la pared.
Entré en la cueva y seguí las indicaciones del pergamino. Así llegué a una estancia con dos puertas iguales cerradas. El mapa sólo decía que había que elegir una y abrirla. Las estudié, me acerqué para escuchar, pero no obtuve ninguna pista. Las toqué con mis manos ensangrentadas y cerré los ojos.
La de la izquierda me transmitió una hermosa melodía, luz de luna, calor de abrazos apasionados… En la de la derecha noté el tacto de una mano sobre la mía, luz del sol, serenidad…
No tuve ninguna duda. Di media vuelta y salí sin abrir ninguna, para volver a mi barco, con mis fantasmas.

JUL118. MIEDO, de Silvia Asensio García

El ojo amoratado, la cara hinchada, el brazo en cabestrillo y la cicatriz aún fresca en el costado izquierdo. Recuerdos que dejan “huella”.
-Esta vez ha faltado poco – refiere el abogado.
La flaqueza en las piernas y en el alma. El rostro temeroso de tres pequeños le puede:
-Mire usted – preferiría no hacerlo.

JUL117. LA VIDA, de Òscar Pareja Bañón

Preferiría no hacerlo pero tampoco tengo otra opción. De hecho me obligan para que ella, mi bebé, tenga una oportunidad en la vida. La que no supe aprovechar y perdieron sus hermanos. Mi cuerpo está sangrando de dolor y mi cabeza vive en la niebla provocada por la epidural. He escuchado su llanto alejarse y convertirse en un simple papel y en una nueva voz que me nombraba y me indicaba dónde firmar.
Y preferiría no hacerlo pero no hay más salida. La vida es jodida cuando tu opción es joderla. Esa es la única que conozco. Ahora me arrepiento, me doy cuenta del dolor de un hijo, pero enseguida me conformaré y cuando se curen mis puntos, ya estaré viviendo lo de siempre, la calle, los bares, las plazas y rondar de un brazo a otro sin saber dónde estará el braguetazo que me salve de mi mierda vida. Y me quejaré de los servicios sociales que me obligan a cosas que preferiría no hacer y de sus putos planes de mejora. No cambiaré nada, preferiría no hacerlo, ya que estoy cómoda así.
Escucho llorar a alguien. Preferiría no darme cuenta que son mis lágrimas las que escucho.

JUL116. PREFERIRÍA NO HABERLO HECHO, de María Rojas

Cuando me fui a calzar me di cuenta de que tenía los pies al revés, mas a pesar de esta inapropiada situación, me calcé la bota izquierda en el pie derecho y la otra bota en el otro pie.
Trastabillando, salí a la calle, donde advertí la tremenda nevada que caía, cosa que agravaba más mi débil equilibrio.
Al poco tiempo de mal andar, tropecé y caí al suelo. Un paseante me ayudó a levantar y, con escasa lucidez, me dijo:
—¡Pero mujer! ¿a quién se le ocurre salir con este tiempo y encima con las botas contrariadas?
No sé si fue su voz chillona, o quizás su fea y burlona cara, lo que desencadenó aquello que el destino ya tenía planeado. El que yo sacara ese curvado puñal y la nieve se manchara de sangre.

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