Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

66657. BESTIA DEPREDADORA, de Eva García

Adivinaba sus venas azules, aunque lo que realmente codiciaba era el líquido escarlata que contenían: bañarse en él era su deseo más ardiente. Olfateó su aroma a inocencia, percibió el latido tierno de su vida, sintió el calor de su
ingenuidad…
Reprimiendo a duras penas el frenesí, sonrió galante, prendió una roja rosa en su pelo de fuego, charló de trivialidades, soportó una ópera infame, brindó con champán en la cena, le prestó su capa al salir del restaurante y ocultando el cuchillo en la
manga, insistió en acompañarla a su casa dando un romántico paseo.
En su mente había trazado la ruta para poder pasar por su callejón favorito, el que  jamás tenía luz.

JUN56. VAMOS AL GRANO, de Cándido Macarro Rodríguez

Abres los ojos exaltado al escuchar a Carlos Herrera diciendo gilipolleces a voz en grito desde tu radio despertador. 

Te duele la frente. 
Te levantas con una dolorosa sospecha que te desasosiega. Enciendes la luz del baño y acercas la cara al espejo. No ves nada porque las legañas, grandes como lentejas, te lo impiden. Te frotas los ojos y entonces… 
Traicionero, sibilino, alevoso y nocturno, en una esquina de la frente que el cabello no cubre, lo ves, gordo como un garbanzo en remojo, blanquecino como leche condensada. 
Un brillo de masoquismo y resolución fulgura en tus ojos. Alzas las manos sigilosas a los lados de la cabeza, estiras ambos índices. El susodicho permanece indiferente, despistado, ajeno a su inevitable final. Sientes el calor que desprende al rozarlo con las yemas de tus dedos. Gritas en silencio soportando el padecimiento que te provoca el simple roce. Certero, lo aprisionas entre los dedos. 
No tiene escapatoria a tu presión. 
¡Cómo duele el puñetero golondrino! 
Agónico asoma su cabecita tensa implorando clemencia pero continúas inmisericorde. De repente, toda la tirantez y el dolor desaparecen porque el forúnculo vuela liberado hasta estrellarse contra el espejo dejando un pastoso reguero blanco en él.

JUN55. ESQUIZOFRENIA, de Esther Cuesta de la Cal

Fui un hombre feliz. Cada día al levantarme, el espejo me devolvía una imagen distinta. Un vendedor de seguros, bien afeitado y con traje, o un payaso que realizaba piruetas imposibles. Un día me reflejé como un gran profesor, y hasta obispo fui una vez. Pero llegó la mañana en que encontré a un hombre con las manos y la ropa manchadas de sangre, de mucha, mucha sangre. 

Hoy me siento atrapado. En la habitación blanca donde me tienen encerrado, no hay ningún espejo.

JUN54. LA VIDA EN REFLEJOS, de Teresita Bovio

El espejo de la sala, luce espléndido en su marco de caoba, custodia los secretos y la historia familiar. Cuando niña me desvelaba pensar quién se escondía del otro lado. 

Mujercita en flor, al cumplir quince años. Soñadora, radiantes de felicidad se expandió en miles de luces cuando vestida de novia posé junto a mi flamante esposo. Frente a él peiné y acicalé a mis hijos para enviarlos a la escuela. 
La vida pasó sin darnos cuenta de su presencia y su eterna guardia.
 Él sabe de mis amargos y largos soliloquios en momentos de amarguras y decepciones, a él recurrí para que me ayudase a soportar el dolor de las pérdidas. En su brillo deslucido, viven risas, lágrimas, fiestas y duelos. 
Cada día me detengo a mirar el reflejo de esta anciana, que sigue adelante adornando el tramo final de su camino con la magia de los recuerdos.

JUN52. REBELDÍA CONTRA LA OTRA, de christine-kistila Cleret de Langavant

Me doy media vuelta extrañada: conozco esta mujer pero no me acuerdo quien es, algo me dice que la conocí bien, debe tener más o menos la edad mía… Pero: ¡Que mal lo lleva!, que mala cara, ¡Tan triste, tan cansada!.. Su rictus es tan amargo que me acerco indecisa: ¿Cómo ayudarla?… 

Parece una squaw con sus trenzas de niña… La reconozco por fin y la miro fijamente… 
Tiene ella la mirada aplicada de un volátil al acecho al borde de un río… casi me espero verla sobre una sola pata cuando inclina la cabeza y… ¡y de repente me siento pez en vía de ser asesinado!…
 Con decisión repentina cojo el vaso de los dientes y le tiro contra el espejo revelador: “
¡No puedo mas!… ¡No aguanto mas!…”. ¡Llueve tanto en mi espejo!… Apretando los dientes, blandiendo un trozo de cristal recogido en el lavabo insomnio, la sigo mirando: “Sé” lo que me esta aconsejando hacer… 
Cierro los ojos y… me corto una de las coletas: cordón umbilical con mi vida de antaño…
 Condenándome a vivir como los que renuncian al suicidio la saco la lengua: ¡no hay quien pueda conmigo!…

JUN51. DESQUITE, de Virginia González Dorta

Lo lanzó con furia y en medio de la calle se deshizo en mil pedazos. Los trozos reflejaban la luz del mediodía, irisando las hojas de los plátanos. En cada uno de ellos, un pedazo de su vida. Pacientemente, esperó a que pasara el primer coche y el segundo y el tercero. Se despojó luego del albornoz y entró en la ducha. Cuando volvió a la ventana, los fragmentos eran tan diminutos como las pecas de su espalda. 

Por fin podría empezar una nueva vida, el pasado ya no saldría cada mañana a reprocharle sus actos, escribiendo con letras de plata y cristal lo que no quería ver. 
Aún tibia, la encontraron desangrada sobre el espejo quebrado del ascensor, con una esquirla de azogue en la yugular.

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66656. EN EL ESPEJO, de Marcel Gris

Al verse en el espejo, no se reconoce. Sus ojos se encuentran desencajados.
Tiemblan sus manos manchadas de sangre. En la pica, el agua se desliza sobre un cuchillo enrojecido. Su imagen desaparece entre la bruma del vapor caliente. Cuatro líneas cruzan el cristal, dejando ver un rostro que parece lejano, rasgado. Sonríe.
Llora. Grita. Silencia. Marcha. Se escucha el chapoteo del agua al rozar el suelo.
Al agitarse. Una cara inerte e irreconocible, limpia y enrojece el espejo. Él la maneja como si fuera una toalla de baño. Se miran. Son dos mundos opuestos que hace unos instantes formaban parte del mismo. La esposa descansa en paz y el asesino  sonríe feliz.

JUN49. ESPEJOS, MariCarmen Brun

Los espejos nos fascinan porque son el reflejo de la vida.
Existen infinidad de espejos.
Los más maravillosos son los naturales, porque en ellos se refleja la inconmensurable belleza de la naturaleza.
Hay espejos sinceros, mentirosos, malévolos, celosos, cotillas, burlones, terroríficos…
Existen espejos testigos de la historia, de espectaculares fiestas palaciegas, donde el lujo, la belleza y el placer se mezclaban con toda clase de bajezas humanas.
Hay espejos rotos, vestigios de terribles guerras y calamidades, hechos añicos como las vidas de los que se reflejaron en ellos.
Existen horribles lugares donde es mejor que no haya espejos.
Pero el más cruel e inexorable de todos es aquel al que debemos enfrentarnos todos los días: el del cuarto de baño. Ese, que nos gustaría traspasar y que no somos capaces de hacerlo.

JUN48. JACK REDNOW, de María Elejoste Larrucea (MEL)

Entre la espesa niebla londinense emerge la oscura silueta de un hombre. Levita, chistera y bastón. El rítmico caminar rompe el silencio de la noche hasta alcanzar WhiteChapel donde las prostitutas vocean. Él, inmune a sus ruegos, provocaciones e insultos prosigue su ruta hasta que un –cómeme toda por una chelín- le detiene en seco. La madame le ofrece una jovencita, Alice, apenas una niña. El caballero introduce la mano en su chaqueta y roza su amuleto de pata de conejo. -Es el destino- se dice extendiendo un billete de libra esterlina.
Saciado su instinto, coloca sobre las aún calientes vísceras un naipe Kent: la reina de corazones. Se encamina a su mansión, dejando atrás los silbatos y gritos de –¡Le han cortado la cabeza!-. Aprieta el paso, la humedad cala los huesos y necesitará un buen té.
En el aparador de la entrada cuelga su chistera y se detiene a contemplarse ante el espejo. Sonríe, atrás quedan sus tiempos de gatito ronroneante, ahora ya es todo un depredador.

JUN47. UNA NUEVA VERSIÓN, de Nicolás Megías Berdonce

– Espejito, espejito ¿quién es la más bella de este reino? – Preguntó la hermosa Blancanieves como solía hacer todos los días al levantarse.

– Su madrastra, señora Blancanieves – Contestó en esta ocasión el espejo batido por la pesadez de la niña. 
Blancanieves en un arrebato de ira al escuchar la respuesta del espejo, lo descolgó de la pared donde fulguraba y con una fuerza inusual lo arrojó por una de las ventanas del torreón cayendo justo encima de uno de los sapos que descansaban al lado del estanque. 
El sapo en sus últimos soplos de vida dijo : -¿Quién ha acabado con la vida de este hermoso príncipe? 
Y desde uno de los trozos de cristal repartidos por el suelo surgió una voz que le contestaba: 
– Fue la malcriada hija del rey, Blancanieves.
En ese instante la niña extrañada interrumpió a su padre: – ¿Pero qué cuento es ese, papa?
El padre con ojos de cansancio, le contestó. 
– Una nueva versión más entretenida hija, que ya estoy enervado de tantos finales felices… 
Sorprendida con la respuesta, aconsejó a su padre que dejara el cuento y se fuera a descansar que veía que lo estaba necesitando.

JUN46. REFLEJOS DE LA MEMORIA, de Blanca Castañeda

Mi padre decía que conducir era lo que más le gustaba hacer. Ponerse al volante y mirar la carretera sinuosa que le llevaba a un lugar que sólo él conocía. El silencio, más allá del zumbido del motor gasoil, la mirada perdida en una situación que dominaba por placentera, y el brazo apoyado en la ventanilla, es una imagen que mi retina guarda en la memoria infantil. 

Sin embargo, sus ojos cambiaban la mirada de vez en cuando. En ocasiones, se posaban en el retrovisor para comprobar que todo iba bien en el asiento trasero del que, con dificultad, sobresalíamos mis hermanas y yo. 
Sin cinturones, ni sillas homologadas, el viaje no duraba más de 50 kilómetros y dos horas de una tarde de domingo. 
Mi madre, sentada a su lado, era la complice perfecta que disfrutaba con la cara de placer de su compañero de viaje. 
Un cruce de miradas y la leve sonrisa de ambos era una escena indescifrable para mi en ese momento, aunque el guiño de mi padre a través del espejo me llenaba de tranquilidad, la misma que perdí el día que me hice madre.

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