Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

MAMIHLAPINATAPAI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. Comenzamos el año con MAMIHLAPINATAPAI, el entendimiento con la mirada. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de MARZO

Relatos

DIC148. CUANDO SE ROMPE LA MAGIA. de Laura Garrido Barrera

Cuando era niña pensaba que la Navidad comenzaba cuando mi madre volteaba aquella semiesfera de cristal que simulaba un paisaje nevado. Desde entonces soñé con vivir en una casa de madera en la cúspide de una montaña desde la que pudiera observar las huellas de los renos al acercarse a mi morada.  Siempre creí que si  Papa Nöel aparecía, debería cerrar los ojos con fuerza para no romper el encanto. Cuando era niña creía que las Navidades eran la época perfecta para vivir con las personas que más quería, no me explicaba por qué eran volátiles y en mi lista de deseos siempre solicitaba a sus majestades que las prolongaran un mes más, pero nunca me hicieron caso. Hoy es el día de Navidad. He abierto mis ventanas, en mi casa de madera, y he observado tus huellas alejándose de mí. Las pisadas de los renos, eran de conejos, y detrás de un árbol ha asomado un gorro rojo que me ha deseado Feliz Navidad. He cerrado los ojos para no verle la cara, pero he reconocido la voz de mi madre que nuevamente, se ha empeñado en hacer girar esa bolita de cristal.

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DIC147. NANCY, de Isabelle Lebais

Era la muñeca de moda, todas las niñas queríamos una, yo soñaba con ella, peinar su larga y lisa melena rubia, hacerle moños y coletas y vestirla con sus maravillosos trajes largos de fiesta, soñé mucho y muchas horas con aquel deseo. Fue lo único que le pedí a los Reyes Magos
Llegó el día tan esperado, y aquella noche apenas dormí, me levanté antes del amanecer y corrí hasta el árbol a ver mi regalo.
No pude evitarlo, me eché a llorar desconsoladamente, cuando vi aquello. Mi preciosa muñeca, no solo no tenía el pelo largo, lo tenía corto, rizado y era negra. Su maravilloso vestido de noche eran unos vaqueros y una camiseta amarilla. Mi madre me miraba perpleja, jamás olvidaré su cara, ella pensó que aquella muñeca era la más bonita porque no iba a ser igual a las de las demás niñas del barrio, la mía sería diferente y ya lo creo que lo era.
Cuando ya se me pasó el disgusto inicial, comencé a jugar con ella y me hizo muy feliz muchas horas y muchos días de mi infancia. Mi madre tenía razón. Era diferente.
Todos los años nos acordamos de esta anécdota.

DIC146. LA NAVIDAD EN UN SEGUNDO, de Juancho Plaza

¡…mil pesetas! ¡treinta y dos mil setecientos doce!¡….cuenta mil pesetas! ¡…! Con esta letanía se abrían mis Navidades. Tres largas horas tras las que mi padre no tardaba ni un segundo en blasfemar después de comprobar la lista de premios. Asumido que seguiríamos siendo pobres nos reuníamos los amigos para pedir el aguinaldo. Teníamos vecinos que siempre se mostraban generosos, no solo con caramelos y dulces navideños sino también con dinero. Terminado el recorrido y hecho el recuento no tardábamos ni un segundo en acercarnos al puesto de Marcelo a comprar petardos. Pasado el atracón de Nochebuena el siguiente escalón era el día de los inocentes. Tocar a los  timbres de las puertas era una de nuestras bromas preferidas. Un segundo era el tiempo que invertíamos en desaparecer del  lugar del crimen. Cuando vinieron a vernos unos amigos de mis padres con su hija, Marta, una niña de mi edad,  me dijeron que le enseñara el Belén y ella se apañó para arrinconarme y susurrarme al oído cosas que jamás nadie me había dicho y, mientras sus manos se movían con destreza, yo no tardé ni un segundo en irme. Aquel año descubrí que los Reyes son los padres.

DIC145. SÁLVESE EL QUE PUEDA O LA VIDA MISMA, de Mercedes C. Velázquez Manuel

Parecía no abastecerse nunca ¿Qué había un suculento potaje de judías pintas? Él probaba del caldero ¿Qué una buena cazuela de pescado era lo que ese día la abuela había apartado del fuego? Él quitaba la tapa y se las arreglaba para comer algo. Una vez, la abuela colgó una sama de pescado salado de un clavo que estaba pegado a la pared. No sé cómo se las ingenió, a semejante altura, para arrancarle un buen cacho. A lo último que se atrevió fue a volcar la cafetera para sorber el buche de café que quedaba en el fondo. No respetaba ni olla, ni lugar, ni suculencia.
Por aquella Navidad andaba la abuela preocupada porque el guiso llegara íntegro a la mesa. Lo acechaba cada vez que podía, pero en un descuido lo vio caminando a gatas con algo en sus fauces escabulléndose astutamente hasta la huerta. Sigiloso él. Sigilosa la abuela que no dudó en coger un  tronco de brezo propinándole un firme estacazo, dejándole tieso al momento.
 En la Nochebuena todos participaron de la alegría del festín menos el gato pardo que fue el primero en destapar la olla y probar el baifito en salmorejo.

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DIC144. IDA Y VUELTA, de Rubén Rojas Yedra

Los vi por la ventana. Estaba paseando al perro cuando sentí movimientos dentro de casa. Me acerqué despacio. Papá y mamá aún estaban de viaje y el Toni, de compras, según me dijo, así que solo podían ser intrusos. Con la cara en el cristal, comprobé que no robaban nada. Es más, traían varios bultos en carretillas, que fueron repartiendo dubitativos alrededor de la chimenea.
        —Hola, Lucas.
A mi espalda, un niño de mi edad, vestido con casaca de terciopelo, largos faldones dorados y capa color grana, me miraba con una sonrisa exagerada.
—Me manda Melchor para que te pida disculpas por la intromisión. Ya sabemos que estamos en febrero, pero es que, con la contaminación lumínica, se ha puesto imposible seguir la estrella de Belén. Y ahora tenemos un lío de albaranes… ¿No te importaría darte una vuelta hasta que nos aclaremos con los paquetes?
        Evidentemente, no me creí nada. Salí corriendo a pedir ayuda, pero dudé, regresé. Entré en casa y no había nadie. Tres grandes cajas reinaban en la soledad del salón. Intuitivamente, me lancé a desembalarlas. Uno a uno fueron estirándose el Toni, papá y mamá.
        —No os lo vais a creer… —comencé diciéndoles.

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DIC143. AQUELLA NAVIDAD EN LA QUE ALGO CAMBIÓ, de Montserrat Acevedo J de Castro

Ahora comenzaba a entender tanta visita en la casa,  y ese derroche de abrazos y besos de gente a la que no conocía. Mi mente se había preguntado hasta entonces por qué aquellos días mamá trabajaba tanto en la cocina para preparar deliciosos manjares, y se olvidaba de jugar conmigo; y cuál era el motivo de cenar con los abuelos y los tíos, sobre coloridos manteles, con platos y vasos  especiales. Había luces y adornos por todas partes, pero hasta entonces,  no llegaba a asimilar el por qué.  Atrás quedaban las risas sin causa aparente y los villancicos, a los que yo contribuía aplaudiendo y terminando las frases como buenamente podía con mi media lengua de trapo e incluso aquel nerviosismo por algo así como Papá Noel y los Reyes Magos, que traían regalos, empezaba a tener algo de sentido.
Estaba traspasando la barrera de los dos a los tres años. Ya no era un bebé, sino un “niño grande”, y comenzaba a captar por mí mismo, alguno de los muchos secretos  de La Navidad.

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DIC142. EL ÁRBOL, de Javier Casado Tirado

Aquella Navidad, de niño, por fin me atreví, tuve que apartar las tiras de colores, las bombillitas y las bolas de cristal. Cuando miré en el interior con mi linterna de pilas, allí no había nadie, solo las ramas que se unían al tronco formando como un bosque, nadie vivía dentro del árbol de navidad, los había imaginado tantas veces, de tantas formas, que me sentí muy decepcionado.
Entonces pensé que sería estupendo poder jugar entre aquellas ramas y me hice pequeño, del tamaño de una ardilla. Así pude trepar hacia arriba y abajo, hasta que uno de ellos, en un descuido se dejó ver. Era un niño de mi edad, jugamos y nos hicimos amigos.
Hasta aquí es todo lo que os puedo decir, excepto que son mágicos y guardan el tesoro de la imaginación más allá de cuando se es un niño. Si quiero conservarlo no debo contar nada más, un trato es un trato.

DIC141. IDILIO, de Virginia González Dorta

Cajas de cartón, papeles marrones, musgos arrancados con suavidad. La ilusión de hacer el belén se renovaba cada año. Las figurillas de pintura desgastada, ovejas con falta de alguna pata, cerditos entre las hierbas para disimular los defectos del tiempo, las casas de corcho remendadas con alfileres.
Todo volvía a la vida y las estrellas platinadas lucían en un cielo de seda. Un año no vimos al pescador del lago. Por más que registramos, no estaba en ninguna caja. Parecía que los patos lo extrañaban, incluso aquél pingüino insólito y cristalino en lo alto del risco, miraba por el recodo, esperando su aparición.
Repasando los personajes, tampoco estaba la lavandera junto a la orilla. Extrañados, revisamos una por una todas las figuritas.

No nos habíamos percatado que la vara de San José era una caña de pescar y que la Virgen abrigaba al Niño con las mantitas recién lavadas.

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DIC140. CUENTO DE REYES MAGOS, de Purificación Menaya Moreno

Mi madre adornaba la ventana con estrellas de nieve que recortaba ella misma en papel de plata. Una noche del cinco de enero, entre aquellas estrellas, vi a los Reyes Magos montados en sus camellos, flotando en la noche. Emocionado, corrí a avisar a mis padres, pero su cama estaba vacía. Corrí al cuarto de estar y encontré junto a mis zapatos un montón de regalos, iluminados por las luces de colores del árbol de navidad. Me volví hacia la mesa y comprobé que se habían comido el turrón, habían apurado también las tres copitas de licor, y los camellos habían dado cuenta del agua y los dátiles. Pero no había sido suficiente, estaba claro: a cambio de los regalos, los Reyes se habían llevado a mis padres. Grité por la ventana hacia donde había visto los Reyes hacía un minuto:
—¡Mamá! ¡Papá! —las lágrimas me nublaron la vista.
Mi madre me cogió en brazos.
—¿Te han dejado volver? —pregunté angustiado—. ¿Y papá?
—Papá está aquí, cielo, no hemos ido  a ningún lado.
Entonces creí que las lágrimas siempre nos desvolverían a los seres queridos.

Ahora es navidad otra vez y ellos se han marchado. Pero la vida me ha enseñado que por mucho que mis lágrimas humedezcan mis ojos, ellas ya no podrán hacerlos volver.

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DIC139. CARBÓN POR NAVIDAD, de Jose Vicente Pérez Bris

El carbonero  vuelve a casa cansado y sucio.
Es nochebuena y la alegría se palpa en el ambiente.
Su hogar, sin embargo, tendrá una olla de patatas cocidas y de col, con suerte.
Cuando entra con restos de carbón en un pequeño saco, los pequeños se agolpan alrededor, ansiosos.
El hombre lo deposita ceremoniosamente en el frío suelo de la cocina.
La esposa sonríe cariñosa. Los niños abrazan al padre levantando una nube de polvo negro.
Pero no les importa. Es navidad y saben que empieza el ritual. Buscar sorpresas entre el bruno mineral. Primero, la niña. Por ser la pequeña tiene el privilegio. Mete las manitas entre las toscas piezas acharoladas, con la cara arrebolada de expectación. De pronto, sonríe pues los deditos han encontrado un paquete atado con cordel.
Alborozada, muestra sus manos negras que apresan el tesoro. Un pequeño objeto sujeto con bramante.
Ahora es el turno del muchacho, que ya sabe el contenido. El no está excitado, aunque fuerza una sonrisa mientras rebusca a su vez. Saca el suyo y observa a la niña saltando. <<Vamos a abrirlos>>, grita. El hermano sonríe y le ayuda con la cinta hasta que descubre el secreto: cuatro castañas asadas.

DIC138. NAVIDAD A BABOR, de Antonio Nieto Díaz

A los diecinueve años embarqué en Bilbao en un viejo barco de carga rumbo a un puerto griego. Quería ver mundo, precisamente, en un veintitrés de diciembre. Una  tripulación compuesta por marinos de diversas nacionalidades se resistía a soltar amarras en tan señaladas fechas. El armador no pareció tener corazón y salimos en medio de un temporal de viento y agua que hizo presagiar días de zozobra.
El barco, que ignoraba lo que era Navidad, se alió con la mar y el viento; nuestros cuerpos y nuestras mentes se ocuparon, solamente, en controlar a la bestia que furiosamente  azotaba las amuras de nuestra embarcación.  Dos días más tarde, nuestros estómagos empezaron acomodarse al movimiento y nuestras náuseas se estabilizaron. Entonces alguien gritó: ¿Sabéis que hoy es Navidad?
Miré a la mar y observé que  no había árboles con bolas de colores, ni luces intermitentes, ni escaparates musicales; tan solo un rugido, que poco a poco fue amainando hasta parecerme escuchar el estribillo de “Noche de Paz”. Recuerdo que el tripulante más feliz  a bordo fue el pavo vivo comprado para aquella ocasión, que nunca se celebró.

DIC137. LA ÚLTIMA NAVIDAD, de Belén Molina Moreno

La tata se casaba en Aralcázar  aquella Navidad y quería que fuéramos todos los niños que exprimíamos  las tardes con ella.
Su casa era como la de la colina del portal de Belén que montábamos todos los años en el aparador. Había una habitación tan grande como un mundo y allí nos acomodamos todos los niños.
Por la noche, antes de dormir, Asun preguntó qué habíamos pedido a los Reyes Magos y desfilaron juguetes, libros, mecanos y bicis de tantos colores, letras y formas que las paredes apenas podían cobijarlos. Todo se desvaneció cuando Ana dijo alto y claro “¿Así que no sabéis que los Reyes son los padres?” Casi nos la comimos entre gritos e insultos, pero  recordamos el vino no bebido por los Reyes, los mantecados intactos y la paja para los camellos impoluta.
Aquella última Navidad  la tata estaba resplandeciente con su vestido de princesa.

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