Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

SEP51. Y COMIERON PERDICES, de Yolanda Nava

El final de mis cuentos infantiles  me lanzaba a los brazos de Morfeo con una promesa de felicidad eterna. Lo que menos me gustaba eran las perdices que acompañaban la dicha prometida, llegado el momento las cambiaría por mis alimentos favoritos: uvas, fresas, cerezas…
El tiempo pasó y en mi mesa no hay fruta ni perdices; la llenan latas de cerveza y ceniceros repletos de colillas. A mi lado ronca el último príncipe que me rescató en un antro oscuro y lúgubre la otra noche, la habitación de la pensión que compartimos no se parece a los palacios de mis cuentos y ya no tengo aspecto de princesa; los excesos de mi vida nocturna  han ajado mi piel, y las escasas visitas del dios del sueño han colocado profundas sombras debajo de mis ojos.
Algunas noches antes de tomarme las pastillas, la niña que aún habita en mi interior me lanza pedacitos de recuerdos, mi paladar se llena durante un instante leve como un parpadeo, de un sabor dulce e intenso, como de fruta madura.

 microsyotrashistorias.blogspot.com/

SEP50. ABRAZO, de Isabelle Lebais

Los rayos del sol atravesaban las delicadas cortinas de su alcoba, que se mecían por la suave brisa en una hermosa danza, creando un ambiente templado y delicioso.
Ella sentía su cálido aliento recorriéndole suavemente la espalda, estremeciendo todos los poros de su piel como si de una lenta caricia se tratase. Su respiración tranquila, y relajada  estaba acompasada por los latidos de aquel corazón enamorado, creando una melodía  tranquila, reconfortante y llena de paz.
Sus brazos protectores la rodeaban con un leve roce, los mismos brazos que horas antes recorrían su cuerpo deleitándose con cada una de sus curvas, con cada poro de su piel, esos brazos, que recolectaron todo el infinito amor que ella era capaz de brindarle, y que ahora velaban sus sueños.
Poco a poco, fue abriendo sus ojos y aquellos sentimientos, sensaciones y recuerdos, fueron cayendo como la fruta madura, languideciendo, arrugándose, perdiendo todo su jugo y toda su frescura, comprimiéndose para concentrar la esencia de su verdadero amor en su maltrecho corazón, donde ocupaba el espacio reservado para  los sentimientos puros, convirtiéndose así, en esencia de vida, de una vida soñada, de la cual,  seguiría nutriéndose durante todos los días de su vida.

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SEP49. FRUTA POSTRERA, de Marta Trutxuelo García

Ella despachaba en una frutería.
Él regentaba una modesta pastelería.

Ella… exótica, mirada ardiente, gesto felino.
Él… serio, atractivo clásico, ademán tranquilo.

Ella limpiaba una manzana, acariciando el contorno de su piel.
Él ansió ser esa fruta en manos de aquella diosa de ojos de miel.

Ella le envió un apasionado e imaginario beso.
Él lo recibió con la ilusión de que no sólo fuera eso.

Ella soñó con él.
Él fantaseó con ella…

.. Ella le ofrecía su boca,
frambuesa madura y carnosa.
Él se deleitaba en sus labios,
granada dulce y jugosa…

Ella se despertó extasiada.
Él se levantó excitado.

Ella tenía una sensación agridulce del placer no degustado.
Él quería probar aquel fruto exótico y apasionado.

Ella esperaba verle.
Él vio que le esperaba.

Ella le preguntó qué se le ofrecía.
Él respondió entregándole una nota que decía:
“¿Cenamos?”.
Ella escribió debajo:
“Espérame después del trabajo”.

Ella destilaba belleza, era la guinda del pastel.
Él nunca había visto un postre como aquel.

Ella se adentró en una misteriosa gruta sin dilación.
Él se dispuso a gozar de aquella fruta con pasión.

Ella es ahora la estrella de la carta.
Él la ha convertido en una deliciosa… tarta.

SEP48. LA NATURALEZA ES SABIA, de Elena Casero

Somos un puñado de células que se reproducen, se multiplican, crecen, se desarrollan y se convierten en seres humanos con distintas apariencias. En determinados casos, esas mismas células se duplican produciendo humanos idénticos: el mismo color de ojos, la misma tonalidad de cabello, los mismos andares y, en contadas ocasiones, las mismas huellas dactilares.
Muchos días, al mirarme al espejo, me acuerdo de mi hermano. Recuerdo nuestra infancia y sus travesuras, de las que me hacían responsable; de sus fechorías, por las que yo pagué con su condena.
Sentado cerca del mar, miro el horizonte inmóvil, azul, inmenso, luminoso y me acuerdo de él. Le recuerdo en el momento en que mis huellas – las suyas –  fueron halladas en el escenario del crimen, el instante en que cayó en su propio infierno. Veo a través de sus ojos el infinito del tiempo, de su tiempo, carente de horizonte, de futuro y, por fin, saboreo con intensidad la sapiencia de la naturaleza.

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SEP45. APPLE, de María Elejoste Larrucea

En recursos humanos estaban acostumbrados a recibir de todo, así que un folio con un dibujo de un árbol de manzanas verdes y la leyenda de: «pronto, pronto…» no les impresionó lo más mínimo y acabó en la papelera.
Una semana después se repetía la carta con un árbol de rojos frutos que rezaba : «el tiempo se ha cumplido«.  A alguien le pareció raro y avisó a su superior, por si acaso, nunca se sabe…
Cuando en la siguiente destacaba una manzana más grande, más roja, más perfecta sobre todas las demás y la frase gritaba: «Estoy preparado y ¿tú?» entonces saltaron todas las alarmas. Se investigaron las quejas más recientes de clientes, se revisaron los expedientes de las últimas personas despedidas, incluso se contrató a un equipo de expertos psicólogos.
A final de mes se recibía una sabrosa manzana con un mordisco que decía «Pruébame» y se adjuntaba el curriculum de un joven publicista. Todo se relajó y fue contratado de inmediato. Llegó a ser el mejor, la manzana se volvió multicolor y él se hizo de oro. Hoy su imperio nos ha seducido a todos y la fruta del mordisco es plateada, color del dinero. Adios Steve.

SEP44. PUERTO SIN FIN, de Luis Cruz Cubero Villalba

Recuerdo las intensas palabras de mi director de carrera la noche anterior: «a pie de puerto, Jesús y Dani se pondrán a tirar del grupo, los rivales irán cayendo como fruta madura… tú ánimo, que la Vuelta es nuestra”. Puede que en nuestros planes fueran cayendo, pero ya llevamos cinco de los diez kilómetros, y todavía veo la rueda de mis perseguidores en la general. En ese momento, yo pienso que ya no puedo, tengo dudas de mi vida y de mis proyectos. Me pregunto ahora por qué estoy aquí, por qué dar pedales es mi oficio, por qué tenemos que estar aquí… ¡Vaya! Otra pendiente de vértigo en mis ojos, los oídos me zumban, no entiendo nada. Pero después, miro la carretera y lo entiendo todo: veo la rueda de mi compañero de Jesús, pienso en su ayuda durante tantas carreras y comprendo una oportunidad. Jesús me hace una señal y yo entonces cambio el desarrollo y sé que es mi momento. Cuando quedan cuatro kilómetros para la meta, la multitud me jalea, y yo no sé si ganaré por fin la carrera, pero daré todo por esos compañeros, por esta nuestra pasión que es el ciclismo.

SEP43. ÁRBOL DE VENENO, de Mª Carmen Gómez Caro

Salgo de casa dando un portazo. Las lágrimas se asoman a mis ojos y no sé a dónde ir. Hace frío y no he cogido el abrigo. Camino sin rumbo, quizás hacia allá…quizás. Te necesito, pero me vuelves la espalda. No quiero pensar ahora, sólo quiero que la tierra me acoja y me consuele. Mis pasos son erráticos en esta ciudad dormida o muerta. Una herida vieja se vuelve a abrir en mi pecho, y vuelven a salir ramas de viejas penas y racimos de llantos, como cosechas inesperadas. En este árbol de veneno madura una extraña fruta amarga.
He llegado andando al cementerio  y sin ningún sentido, me abrazo a la verja y me siento en el suelo. Todo en mí es lágrimas y furia, y un desear a la vez morir y que llegue el mañana.
Al amanecer, cuando me trago la fruta amarga, vuelvo a casa despacio, sin llorar, entro en nuestro dormitorio y me acuesto a tu lado. Tú duermes fingiendo que nada ha pasado, pero el escape de tu moto está caliente y hay manchas de barro en la entrada. Que me estuviste buscando, lo sé. Que me has perdido esta noche, lo sabes.

SEP42. ¡QUÉ INJUSTA ES LA VIDA!, de Cándido Macarro Rodríguez

Jorge había salido de cacería.
Depredador de playa décadas atrás aguardaba una presa que ya nunca llegaba.
Se agitaba incómodo sentado en la orilla.
La razón no era otra que su trasnochado y minúsculo bañador tipo slip, ridículamente pequeño por donde se le colaba la arena y le provocaba intensos picores.
 La talla del bañador nunca varió con los años, pero la de Jorge había crecido a la par que su vanidad y su obstinación por negar lo evidente.
Por detrás, la exigua prenda cubría sólo una mitad y dejaba al aire la otra, sin poder delimitar si era el “cu”, o era el “lo” la peluda parte que asomaba fuera.
La prominente barriga le caía en cascada hasta el inicio de sus escuálidos muslos y una profunda y permanente marca de calcetín rodeaba sus “jilgueriles” canillas adornando al desfasado quijote.
Incapaz de soportar más el picor decidió incorporarse estirando disimuladamente aquel diminuto taparrabos, pero por una sencilla ley física acababa menguando en el lado opuesto a donde recibía el tirón, dejando asomar, para desasosiego del resto de bañistas, sus precarios atributos, que mejor hubieran debido permanecer ocultos.
Apolíneo playboy de juventud degeneraba, ignorando las señales, en maduro casi pocho.

SEP41. MACERACIÓN EN ALMIBAR, de Estíbaliz Dilla Muñoz

-¡Cómo echaba de menos esa sonrisa!- así da gusto volver de las vacaciones. ¿Depresión postvacacional? ¿Quien yo? Si estaba deseando venir a trabajar, donde sino iba a estar mejor mirada, que por esos preciosos ojos azules. Me he convertido en 58 kilos de fruta madura. Cada palabra de elogio que me brindas mi piel la absorbe como si fuera un melocotón con esa pelusilla que al tacto resulta tan grata,  y no hace falta sacudirme mucho para caer del árbol de la soledad. Cada palabra la anoto, cada mirada la reflejo y cada vez que tocas mi brazo y me dices que está blandito y fresco, me dan ganas de pegarte un bocado. Nuestras conversaciones de tortolitos son absurdas pero endulzan nuestro día a día. De lunes a viernes aparezco con una sonrisa, sabiendo que la estás esperando, al igual que esperabas mi regreso en septiembre después del calor del verano. Alimentamos un amor eterno que sabemos nunca se consumará, pero es tan difícil renunciar a esa complicidad que creamos en cada frase, en cada risa; es como una droga, no podemos dejar de ingerirla y si seguimos consumiéndola nos hará más adictos, pero nos hace tan felices.

SEPT40. ATARDECER DE FRUTA, de Magdalena Carrillo

Aromas de albaricoques, tardes de melocotón, colores de membrillo.  Puesta de sol tras la ventana y voy cociendo poco a poco la mermelada. A fuego lento, lentísimo, se va extendiendo el aroma por toda la casa. Año tras año, toda una vida.
Escribo y doy vueltas, escribo y doy vueltas.
Con mucha delicadeza y cuidado, para que no se pegue al fondo de la cacerola. Pruebo y añado azúcar. La magia de la cocción se instala en la cocina como las palabras se colocan en nuestros labios. A solas y sin pedir permiso. Ambiente del atardecer de los largos días del verano que ya se anuncia. Imágenes de antiguas caravanas cruzando desiertos, dorados, como los albaricoques, como las arenas, como los últimos rayos de este sol que ya se oculta.

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