Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

ABR.43. MI PRIMA Y YO, de María Elejoste

Por estas fechas siempre me da por llorar… de siempre, no puedo evitarlo, mira que lo intento. A veces lo consigo y lloro unos pocos días, dejando que mis lágrimas fluyan suavemente, pero otros, me da el ataque y brotan sin cesar durante semanas. Todo es culpa de mi prima que siempre lo llena todo de flores, y yo, debo ser alérgica al polen, a las gramíneas o a todo junto. Sensible que soy…  Ya le digo a ella, que traiga sus preciosas flores poco a poco para que me vaya acostumbrando, pero no oye, ¡qué mujer! Ella siempre ha sido un poco… ¿exagerada? ¡Y hala! Haciéndose la interesante despliega todo su esplendor… pues mira este año se va a enterar… Yo también quiero un poco de protagonismo. Por cierto, no nos hemos presentado… mi prima se llama Vera, y yo soy Lluvia.

ABR.42. TORMENTA A LA SIESTA, de Zuni Moreno

En 1950 vivíamos con mi familia en un pueblo de campo desarrollado gracias al ferrocarril en el que trabajaba mi padre. Aquel día, se percibía en el ambiente, olor a tierra mojada. Las nubes amenazantes, pomposas y oscuras, parecían competir en una loca carrera celestial. Me gusta la lluvia, pero más de noche que a la siesta. La tormenta se desencadenó rápidamente tras un retumbar de truenos y un centellante baile de relámpagos en el cielo. De prisa, me refugié en mi cuarto y retomé la lectura de un libro que deseaba terminar. La ventana de la habitación se abrió de golpe, empujada por una ráfaga fuerte y, la sorpresa me sobresaltó. El libro cayó de mis manos y con él algunas fotografías y papelitos de recuerdo guardados entre sus páginas. Justo, entró mi madre y me ayudó a recogerlos, alcanzándome uno que rezaba: “Te amo aunque me vaya”. Para entonces, la tormenta había tomado en un santiamén, posesión de mi habitación, mojando el piso, el libro, hasta la colcha de mi cama, arremolinándolo todo… “¿Y esto?” demandó con su mirada mi madre. “Lo trajo la lluvia”, le respondí. ¿Qué otra cosa podría decirle a mis 13 años de vida?

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ABR.41. LLUVIA DE ABRIL, de Elisa Bueno

Ella se agitaba entre las sábanas, gimiendo como un animal herido.Él intentaba que despertara, pero desde hacia meses, nunca lo conseguía.Hoy, una vez más, despertó ausente, ni sus palabras, ni sus caricias la devolvían su maravillosa sonrisa de ayer.
El tintineo de la lluvia en el cristal les devolvió a la realidad…
Imposible visualizar nada más allá de la tormenta estrellándose en el parabrisas.  Emergiendo en la densa niebla él no es capaz de esquivar aquella densa mole, un último sonido, escucha, nítidamente, un claxon.
La oscuridad se transforma en destello.
Ella observa el rayo de luna iluminando el jardín en penumbras y traspasando el haz, un destello humano. Acaricia amorosamente su barriga prominente y le habla:
-\»Una noche tormentosa te alejó de mí para siempre pero esta lluvia de abril te ha devuelto a mí, una vez, más para que sepas que una parte de ti, siempre vivirá conmigo\».
Él comprendió todo el amor que allí se respiraba y su sonrisa se convirtió en luz de luna y se perdió en la eternidad.

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ABR.40. PERDIDOS EN LA LLUVIA, de José Ángel Gozalo

Aquella noche la tormenta no arreciaba, las gotas de lluvia salpicaban los cristales del coche sin cesar. Maldije nuestra mala suerte. No teníamos ni idea de donde nos encontrábamos y para colmo el coche se había averiado. Laura no decía nada.
Un rayo lo ilumino todo por un momento y entonces lo vi. Asomado a la ventanilla un niño nos observaba  con los ojos muy abiertos.
Abrí la puerta y al salir la lluvia entro como un torrente.
—Estamos perdidos, buscamos el hotel — le dije.
Con un gesto me indicó que le siguiéramos.
Cuando divisamos a lo lejos las luces del hotel agarre a Laura por la cintura y le di un beso para celebrarlo. Al separarnos estábamos otra vez solos.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano para ir a dar una vuelta y descubrimos  un antiguo cementerio en la parte de atrás del hotel. Sin saber porque, me acerque a la primera tumba y me quede paralizado de miedo por lo que vi. Desde la fotografía el niño de la noche anterior me miraba fijamente. Entonces un olor penetrante de tierra húmeda se apodero de mi nariz y tuve la horrible sensación de que algo trepaba por mi espalda hasta posarse sobre mis hombros.

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ABR.39. LO TRAJO LA LLUVIA, de Mari Carmen Brun

Lo trajo la lluvia. Por fin  trajo la lluvia el aliento de vida que la tierra necesitaba.
Desde hacía mucho tiempo, un viento solano soplaba implacable, sembrando la desolación y la muerte.
La tierra,  desesperada, se encontraba  cada vez  más   resquebrajada y reseca, con enormes grietas  cada día más profundas.
 Los  árboles estaban agostados, las plantas sin vida, todos clamaban al cielo por un poco de agua con que aliviar aquella agonía interminable.
Aquel día amaneció nublado, el solano se había calmado.
Pasado el mediodía, el cielo se cubrió de un manto de nubes negras.
 Un zigzag centelleante, rompió el cielo en dos mitades y un trueno ensordecedor se expandió por todas partes, haciendo temblar a todo el orbe.
Una  lluvia menuda y fina empezó a caer sobre la tierra y  poco a poco se fue haciendo más intensa. Entonces, pequeños riachuelos fueron cubriendo sus grietas, las raíces empezaron a buscar el agua tan ansiada, las plantas se enderezaron lentamente y los árboles agradecían el agua que resbalaba por sus ramas.
Un manantial de esperanza y de vida se esparció por todas partes.

ABR.38. Y LOS TRAJO LA LLUVIA, de José Antonio Barbeito

Entre pendones iba el difunto, rezaban las malas lenguas. El pendón negro anunciaba el entierro que, ayudado por la cruz, abría paso al féretro con el finado dentro; seguía el cura, un monaguillo y la viuda; detrás, los allegados, las plañideras y demás acompañantes. Cerraba el cortejo fúnebre la muerte con su guadaña para que no le robaran el cuerpo.
Llovía, arreciaba, diluviaba; el cielo se vino abajo todo junto. No sólo no encontró cabida en el río, sino que la riada arrasó campos, caminos y cuanto se le interponía. Otra desgracia, el cementerio se encontraba en la parte baja del pueblo y allí llegó el acompañamiento al completo; arrastrados y revueltos, sin orden ni concierto. Hasta la misma parca se vio estampada contra las rejas del camposanto. <>. Tan sólo se echó en falta la guadaña, esa no apareció por ninguna parte; ¡ah!, y la curiosidad, muy llamativa por cierto, de ver como la viuda, espatarrada a más no poder, lucía unas inmaculadas bragas rojas. <<¡Un milagro, por poco no tengo que enterrarlos a todos!>>.

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ABR.37. ELLA, de Carmen Andújar

Como maceta fuera del tiesto, así estaba aquella mañana de lluvia. Se había levantado con un cansancio enorme y no sabía el porqué.
 La noche fue movida, aquel sueño le hizo dar vueltas durante toda la noche y le dejó agotado. Caminaba por las calle, enfundado en una gabardina negra, el cuello levantado y un sombrero calado hasta el fondo. La calzada mojada reflejaba  su figura desdibujada. El chapoteo de sus zapatos en contacto con la misma era el único sonido que se sentía. Caminaba sin rumbo fijo, esperando que alguien le guiara, la mirada perdida hacia el horizonte, donde las imágenes se borraban. De pronto, de aquella bruma, de entre la lluvia, aparece una niña que con una gran sonrisa corre hacia él, abre los brazos, pero al intentar abrazarla desaparece.
Se mira al espejo, las ojeras le dan un aspecto terrible, una buena ducha lo arreglará todo. Se prepara un café bien cargado, lo necesita. Gabardina y sombrero en mano, se dispone a salir, tocan al timbre; abre, una mujer joven lo mira:
–Hola, papá…   Igual que se la llevó, la trajo la lluvia

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ABR.36. LA PRIMERA, de Ángeles Mora

Tras varios días de espera, decidió reanudar la marcha sola. Cansada de ser empujada por un viento que no la llevaba a ninguna parte, se precipitó al vacío.
No soportaba más la sensación de permanecer en un estado físico que parecía estar a medio camino de todos los conocidos, de pasar de uno a otro en un bucle constante, de viajar y viajar sin obtener descanso.
Saltó para empezar a ser. Para fundirse con aquel abismo que licuaba su cuerpo dándole, al fin, una identidad concreta.
Se dejó caer por el simple hecho de sentir la caída, de alejarse de la condensación de la que había formado parte, de sentirse libre como nunca lo había hecho.
Las demás la seguirían pronto. Era el orden natural de las cosas, lo había sido siempre. Esperarían al momento adecuado para precipitarse todas juntas, unidas para llenar aquel abismo que ahora sólo le pertenecía a ella: la primera gota de lluvia que anuncia a la tormenta.
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ABR.35. DESEOS DE NIÑO, de Paloma Hidalgo

-Quiero que lluevan sentimientos capaces de borrar las desigualdades, los estereotipos rancios y las prepotencias. Deseo un chaparrón de respeto, de igualdad de oportunidades, de reparto en las tareas. Dame una tormenta que arrastre los malos tratos, las discriminaciones, las palabras que hablan de inferioridad. Una lluvia que cale hasta los huesos cargada de derechos, de respeto, de convivencia en igualdad entre hombres y mujeres.
-Quiero que los días de lluvia sirvan para lavar diferencias, quiero que el agua arrastre hasta las alcantarillas todos aquellos comportamientos que degradan a las madres, a las secretarias, a las maestras.
-Dime que puedes hacerlo, por favor.
Un relámpago cruzó la noche cuando el genio cerró los ojos y alzó sus brazos sobre su cabeza.
Abrí la ventana, el aire olía distinto y ya habían comenzado a caer las primeras gotas. Sonreí al ver a padre, de regreso a casa, empapándose bajo el aguacero. Madre no volvería a ver germinar en su cuerpo las malditas flores moradas que padre acostumbraba a sembrar en su piel cada noche, cuando regresaba borracho.
Y todavía podía pedir dos deseos más a ese genio que algunos, dicen que no existe.
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ABR.34. Y LLEGÓ PARA QUEDARSE, de Eva Galindo

Hacía mucho calor ese verano. Mi piel y mi corazón se secaban. Y él llegó como la lluvia. Poco a poco mojando mis pensamientos y mi alma. Pronto como una tempestad me azontaron inquietudes e inseguridades y busqué un paraguas de amistad para parapetarme del dolor que me provocaba tener cerca su rostro y no poderlo acariciar. Mientras él dejaba ríos de sonrisas y palabras que calaban hondo en mí y que al final del día caían como aguacero en mis sueños.
Las gotas tan esperadas ese estío nos sorprendieron a los dos paseando, sin poder resguardarnos, atándonos a un camino que ambos recorríamos. Sin miradas y sin palabras. Solo oyendo el sonido de la tierra que pisábamos y respirando la fragancia del bosque que nos envolvía.
Antes de llegar al refugio, el chaparrón luchaba por difuminar en la espesura nuestros cuerpos unidos en un beso, refrescante y deseado como la lluvia.
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ABR.33. ESCALOFRÍOS, de Ángeles Sánchez Gandarillas

Estaba apoyada sobre el frío cristal del ventanal, su respiración formaba un círculo del de vaho; la parecía que seguiría lloviendo.
Los truenos parecían latigazos, restallaban haciendo eco por las enormes escaleras que llevaban a las habitaciones de arriba.
De pronto, un relámpago iluminó todo el salón, cayó sobre un seco y viejo manzano. A pesar del aguacero, se incendió como la yesca.
Deslumbrada, despegó la frente de la fría ventana.
Seguían a oscuras, la subestación eléctrica se averió a causa de la tormenta.
Sentía miedo, aquella casona estaba aislada del pueblo.
Notó un ruido tras ella. Se cruzó la bata enérgicamente y se fue girando poco a poco…
Se formaba sobre la pared, la oscilante y tenebrosa sombra de aquel hombre alto y fuerte…
La cabeza le daba vueltas y su estómago se revolvía. No podría salir de allí, a no ser que él lo permitiera.
¡Andrea, -dijo con su fuerte voz-, acércate!
Obedeció temblorosa. El hombre la abrazó con ternura.
Ella tiritaba.
Querida, conseguí calentar la cena, también encontré velas y mantas; esta noche tendremos que dormir sobre la alfombra, cerca de la chimenea; mañana iremos al pueblo para encargar el gas.
Sí, Mario.
Se besaron dulcemente…

ABR.32. DULCES BAJO LA LLUVIA, de Anais Moutsanas

Patricio Ándersen  Oliveira era un joven alto, delgado y pálido. Llovía cuando le pillé salir del garaje con una bolsa llena de chucherías, chocolates y pasteles. Siempre le había repetido: “No, no, ni uno más”, pero aquella vez me harté y mi mano se cruzó tan fuerte con su cara que creía que se me había quedado su piel en ella. Él encolerizó. Tras arrojar el paraguas al suelo, cogió uno de los bombones, lo masticó en la boca para que lo viera teñirle los dientes de marrón entre saliva, y luego pateó una papelera de hierro… Esta dio una vuelta de campana como el cable del dispositivo de insulina que llevaba en su bolsillo.
       Transcurrió un mes y me avisaron de que Patricio había muerto de diabetes. Su espíritu me visitó aquella misma noche. Me dijo:
       —No me extraña que me pegaras tan fuerte.
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