Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

ABR.50. LLUVIA DE ABRIL, de Clivia Alejandra Noemi Ricle

Cielos topacios reinaban sobre mi, cielos topacios se volvieron oscuros.
Nubarrones cubrieron el cielo de Noviembre, rayos y centellas lanzaron contra mí.
Gélidos rayos atravesaron mi corazón.
Gélidos rayos congelaron hasta mi medula.
Los Nubarrones ocultaban las estrellas, ocultaban la luz.
Truenos no me dejaban oír tu canción.
Días pasaron, tormentas fueron y vinieron, y no deje de darle pelea a aquellos rayos que insistían en sumergirme en las tinieblas.
Pero fue en Abril, cuando la peor de las tormentas hizo llover cristales de topacio.
Fue en Abril que la lluvia trajo ese dulce sabor a amor.
Fue la lluvia de Abril quien volvió a traerme tu canción, quien desalojo aquellos rayos que se empecinaban en hundirme en tinieblas,
Fue la lluvia quien  trajo paz a este corazón tempestuoso.

 http://ardnajelaricle.blogspot.com.ar/

ABR.49. BOSQUE ADENTRO, de Lorena Garcia

La lluvia trajo el deseo inmediato de fundirnos en un solo cuerpo, su mano acaricio mi rostro y susurrándome al oído me dijo: No tengas miedo. Me acercó a su cuerpo y me apretó fuerte contra él. En ese momento entrelazamos nuestras manos fuertemente y comenzamos a correr bosque adentro, llegamos a un lugar donde la vegetación no permitía el paso de la lluvia y apenas nos mojábamos, si se mojaban las ganas de unir nuestros cuerpos. Sus manos fuertes desabrochaban mi blusa y yo inexperta temblaba solo al roce de la yema de sus dedos, sus manos se deslizaban recorriendo todo mi cuerpo y allí desnudos acariciándonos pensé morir de amor. Sus ojos azules no se apartaban de mis ojos y su mirada profunda me decía que me amaba, sus manos amarradas a las mías predecían que no nos íbamos a separar jamás y el susurro de una pequeña cascada de agua marcaba el ritmo de nuestra entrega. Y allí en aquel bosque solos tu y yo, amándonos desnudos bajo el sentir del agua nos entregamos el alma para siempre.

ABR.48. AGUADA, de Mei G. Morán

Al principio cayeron unas pintitas. Sin dilación, empezaron a caer unos goterones que golpeaban con ahínco las plantas, ya de por sí debilitadas por la falta de humedad. Sacamos a la puerta cubos,  ollas, aguamaniles, cualquier cacharro para recoger lo que cayera y ahuyentar la sequía. Se llenaron rápidamente. Tantas semanas áridas nos habían agriado el carácter. Pero aquella noche nos fuimos a dormir con la tranquilidad del complacido.
La mañana siguiente me pareció gris, a juzgar por la luz meliflua detrás de los visillos de la ventana del cuarto. Aún con las legañas en los ojos me acerqué al cristal. No me resultó extraño ver a las vacas retozando panza arriba en una laguna, que lo había anegado todo, los niños subidos en unas piraguas improvisadas, chapoteando con los rastrillos a modo de remo y zarandeando el badajo de la campana de la iglesia, que había quedado a ras de la superficie de las aguas, y a los labradores subidos a caballo a los tejados de las casas, arreglando las cestas de mimbre y las labriegas sentadas en los agujeros de las chimeneas enristrando los ajos. Como si nunca hubieran hecho otra cosa. Encharcados en una insólita felicidad.

 meimoran.blogspot.com

ABR.47. AMIGO DEL ALMA, de Susana Revuelta

Me despierto tras la explosión en este páramo cubierto de cenizas y el silencio me sacude como un escalofrío. Cuando el suelo deja de temblar, me incorporo y ayudo a mi amigo a salir de entre los escombros. De un cielo metálico comienzan a caer gotas de azufre: es una lluvia que envenena la tierra que empapa, que abrasa la piel, que ciega la vista. Sin luna ni sol, el tiempo se escurre como el agua que acalla nuestros pasos.
     Caminamos hacia delante, desorientados. La última alma humana no se rinde en su búsqueda y  yo me mantengo fiel a su lado. Le intento guiar hacia el dichoso túnel que busca, pero ya hemos atravesado unos cuantos y todos estaban a oscuras. Me pregunto si se admitirá en el más allá la presencia de un amigo invisible. En caso contrario, ¿sería capaz de abandonarme?
     En el horizonte diviso un destello de una luz blanquísima. Mi amigo avanza a tientas, pero yo tiro de la correa en otra dirección: no quiero quedarme aquí solo.

 estelasdetinta.blogspot.com

ABR.46. DESEOS DE LIBERTAD, de Lydia Leite

  Lo trajo la lluvia. No la mansa, sino esa otra lluvia torrencial, un poco desasosegante, pero tan liberadora. El deseo de ser otra empezó de manera paulatina. Primero quise convertirme en la gota gruesa que se sienta, con la distinción de una estricta dama de época, sobre las ramas de los árboles, para después deslizarse con infantil despreocupación hasta el suelo. Deseché la idea. Mejor ser aire, pensé entonces. Soplar, bufar, subir, bajar. Envolver el espacio, cubrir los huecos, rodear a las personas mientras caminan, zarandearlas, enroscar la falda en las piernas de las mujeres o azotar los bajos de los pantalones masculinos hasta oírlos batir como tambores. Tampoco esto me sedujo, demasiada energía inútil. Fue mientras observaba el agua golpear inmisericorde la arbolada superficie del mar, cuando lo decidí. Sería un rayo. Una finísima culebra de fuego. Iluminaría los barcos en las noches sin luna, los cuartos mudos de las residencias de ancianos, mientras  ellos desgranan una a una las horas de la tarde, los portales donde duermen los sin techo, o incluso alguna de esas escuelas rurales silenciosas en la que ya apenas quedan niños. Eso sería yo. Una luz colmada de esperanza.

ABR.45. LLUVIA QUE LIMPIA, de Adrian Rodriguez

Para algunos los remordimientos se presentan como dolor de estómago, a otros les despoja del sueño, desde siempre para mi, la lluvia ha sido mi moral. Ya de niño arremetía contra la ventana de mi cuarto cada domingo, cuando  intentaba escaquearme de misa escondido entre las sábanas.  A medida que  confesaba mis pecados, las nubes se volatilizaban como por arte de magia. Con los años he aprendido a controlarlo. Todos sabemos cuando hemos hecho algo malo, cuando debemos limpiar nuestra consciencia y cuando asumir la culpa. Unas simples palabras pueden competir con el peor de los actos. No se cuál han sido las que abrieron la brecha entre tu y yo, probablemente sean las que no se atrevieron a salir de mi boca, por miedo tal vez, o por vergüenza. La tormenta ha durado ya diez años, hoy vengo a decirte lo siento.

ABR.44. NAVES ARDIENDO, de Rafa Heredero

El hombre camina por la noche sin fijarse ya en el ambiente opresivo de la ciudad oscura y triste; ve humo, o quizá sea vapor de agua, escapando entre las sombras desde lo alto de los edificios, fundiéndose con la fría luz de cientos de anuncios de neón que difuminan ráfagas de pesada y persistente lluvia. Un eco inaudible le llama la atención y al levantar la mirada hacia lo alto de los rascacielos que lo cercan cree ver, a través de la bruma y una cortina de agua, dos figuras de aspecto humano peleando como titanes en un combate desigual, mientras la lluvia le empapa y las gotas que llegan a sus labios resbalando por el rostro le dejan un extraño sabor salado.
Fue entonces —luego lo supo— cuando le invadió esa sensación de amarga tristeza, de fracaso, de derrota definitiva que siempre le iba a acompañar, cuando empezó a sospechar que todo afán era inútil y le asfixió la nostalgia de lo que inevitablemente dejaría atrás, y ni siquiera la bellísima imagen de naves de ataque ardiendo más allá de Orión, que le asaltaba de vez en cuando sin saber por qué, pudo poner fin a su melancolía.

ABR.43. MI PRIMA Y YO, de María Elejoste

Por estas fechas siempre me da por llorar… de siempre, no puedo evitarlo, mira que lo intento. A veces lo consigo y lloro unos pocos días, dejando que mis lágrimas fluyan suavemente, pero otros, me da el ataque y brotan sin cesar durante semanas. Todo es culpa de mi prima que siempre lo llena todo de flores, y yo, debo ser alérgica al polen, a las gramíneas o a todo junto. Sensible que soy…  Ya le digo a ella, que traiga sus preciosas flores poco a poco para que me vaya acostumbrando, pero no oye, ¡qué mujer! Ella siempre ha sido un poco… ¿exagerada? ¡Y hala! Haciéndose la interesante despliega todo su esplendor… pues mira este año se va a enterar… Yo también quiero un poco de protagonismo. Por cierto, no nos hemos presentado… mi prima se llama Vera, y yo soy Lluvia.

ABR.42. TORMENTA A LA SIESTA, de Zuni Moreno

En 1950 vivíamos con mi familia en un pueblo de campo desarrollado gracias al ferrocarril en el que trabajaba mi padre. Aquel día, se percibía en el ambiente, olor a tierra mojada. Las nubes amenazantes, pomposas y oscuras, parecían competir en una loca carrera celestial. Me gusta la lluvia, pero más de noche que a la siesta. La tormenta se desencadenó rápidamente tras un retumbar de truenos y un centellante baile de relámpagos en el cielo. De prisa, me refugié en mi cuarto y retomé la lectura de un libro que deseaba terminar. La ventana de la habitación se abrió de golpe, empujada por una ráfaga fuerte y, la sorpresa me sobresaltó. El libro cayó de mis manos y con él algunas fotografías y papelitos de recuerdo guardados entre sus páginas. Justo, entró mi madre y me ayudó a recogerlos, alcanzándome uno que rezaba: “Te amo aunque me vaya”. Para entonces, la tormenta había tomado en un santiamén, posesión de mi habitación, mojando el piso, el libro, hasta la colcha de mi cama, arremolinándolo todo… “¿Y esto?” demandó con su mirada mi madre. “Lo trajo la lluvia”, le respondí. ¿Qué otra cosa podría decirle a mis 13 años de vida?

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ABR.41. LLUVIA DE ABRIL, de Elisa Bueno

Ella se agitaba entre las sábanas, gimiendo como un animal herido.Él intentaba que despertara, pero desde hacia meses, nunca lo conseguía.Hoy, una vez más, despertó ausente, ni sus palabras, ni sus caricias la devolvían su maravillosa sonrisa de ayer.
El tintineo de la lluvia en el cristal les devolvió a la realidad…
Imposible visualizar nada más allá de la tormenta estrellándose en el parabrisas.  Emergiendo en la densa niebla él no es capaz de esquivar aquella densa mole, un último sonido, escucha, nítidamente, un claxon.
La oscuridad se transforma en destello.
Ella observa el rayo de luna iluminando el jardín en penumbras y traspasando el haz, un destello humano. Acaricia amorosamente su barriga prominente y le habla:
-\»Una noche tormentosa te alejó de mí para siempre pero esta lluvia de abril te ha devuelto a mí, una vez, más para que sepas que una parte de ti, siempre vivirá conmigo\».
Él comprendió todo el amor que allí se respiraba y su sonrisa se convirtió en luz de luna y se perdió en la eternidad.

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ABR.40. PERDIDOS EN LA LLUVIA, de José Ángel Gozalo

Aquella noche la tormenta no arreciaba, las gotas de lluvia salpicaban los cristales del coche sin cesar. Maldije nuestra mala suerte. No teníamos ni idea de donde nos encontrábamos y para colmo el coche se había averiado. Laura no decía nada.
Un rayo lo ilumino todo por un momento y entonces lo vi. Asomado a la ventanilla un niño nos observaba  con los ojos muy abiertos.
Abrí la puerta y al salir la lluvia entro como un torrente.
—Estamos perdidos, buscamos el hotel — le dije.
Con un gesto me indicó que le siguiéramos.
Cuando divisamos a lo lejos las luces del hotel agarre a Laura por la cintura y le di un beso para celebrarlo. Al separarnos estábamos otra vez solos.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano para ir a dar una vuelta y descubrimos  un antiguo cementerio en la parte de atrás del hotel. Sin saber porque, me acerque a la primera tumba y me quede paralizado de miedo por lo que vi. Desde la fotografía el niño de la noche anterior me miraba fijamente. Entonces un olor penetrante de tierra húmeda se apodero de mi nariz y tuve la horrible sensación de que algo trepaba por mi espalda hasta posarse sobre mis hombros.

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ABR.39. LO TRAJO LA LLUVIA, de Mari Carmen Brun

Lo trajo la lluvia. Por fin  trajo la lluvia el aliento de vida que la tierra necesitaba.
Desde hacía mucho tiempo, un viento solano soplaba implacable, sembrando la desolación y la muerte.
La tierra,  desesperada, se encontraba  cada vez  más   resquebrajada y reseca, con enormes grietas  cada día más profundas.
 Los  árboles estaban agostados, las plantas sin vida, todos clamaban al cielo por un poco de agua con que aliviar aquella agonía interminable.
Aquel día amaneció nublado, el solano se había calmado.
Pasado el mediodía, el cielo se cubrió de un manto de nubes negras.
 Un zigzag centelleante, rompió el cielo en dos mitades y un trueno ensordecedor se expandió por todas partes, haciendo temblar a todo el orbe.
Una  lluvia menuda y fina empezó a caer sobre la tierra y  poco a poco se fue haciendo más intensa. Entonces, pequeños riachuelos fueron cubriendo sus grietas, las raíces empezaron a buscar el agua tan ansiada, las plantas se enderezaron lentamente y los árboles agradecían el agua que resbalaba por sus ramas.
Un manantial de esperanza y de vida se esparció por todas partes.

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