40. Paradoja
Cuando le ofrecieron la inmortalidad, aceptó con entusiasmo todo lo que una existencia eterna prometía. Disfrutó de instantes memorables: un cometa que pasaba cada cien años, ver el mar, un vuelo en avión, todo era una novedad. Pero el paso del tiempo le robó su capacidad de asombro y lo que antes eran maravillas ahora es rutina.
Se había negado al amor. El dolor de perder a un ser querido era un precio demasiado alto. Sin embargo, con los años, entendió que los momentos verdaderamente irrepetibles nacen del afecto: un primer «te quiero» o el primer llanto de un hijo recién nacido, pero también el primer silencio cómplice y las primeras risas de una broma privada. Momentos que vivía de manera única con cada persona.
Ha pasado los últimos años (¿siglos?) acumulando esos instantes. Primeros besos y vocecitas infantiles diciendo «papá» se suceden en un ciclo inacabable y le dan fuerzas para seguir adelante, como sorbos de agua en el desierto. Y con cada historia, llega invariablemente el desenlace. El momento más único, el que descubrió que más saciaba su sed. Aquel en que, cuando sus manos temblorosas quiebran la garganta, escucha el último suspiro del ser más querido.
Con lo sensible que parecía, con ese temor, en un principio, a tener vivencias por miedo a la decepción de que terminasen, hasta que descubrió la emoción de los momentos considerados únicos, hasta el punto de provocar uno tremendo, innecesario, nocivo y artificial.
Un relato que no deja indiferente, con desenlace inesperado, que descoloca e impacta. Una sensibilidad mal entendida, egoísta, dañina y patológica.
Ya sabes que me alegra leerte. No dejes de escribir, Lluís.
Un abrazo grande y suerte
Gracias por tu comentario, Ángel. Ya sabes lo mucho que los echaba de menos.Efectivamente, el desenlace refleja una sensibilidad distorsionada, un egoísmo extremo. Y esta era la idea que pretendía explorar, como una hipotética inmortalidad podría acabar corrompiendo a las personas aunque se parta de las emociones más humanas.
Un abrazo de vuelta y suerte también para ti.
Si la naturaleza decidió que todos los seres fueran finitos por algo sería. Este ser se ha convertido en un monstruo inconsciente.
¡Me da “angurria”!
Gracias por tu comentario, Rosa. Esa sensación es lo que quería generar, esa incomodidad ante un ser a quien la vida sin límite le hace perder de vista su humanidad.
Collons, LLuís, ese giro final me ha dejado patidifusa, ha llegado a traición, con lo épico y filosófico que estaba resultando todo… Espero que se acabe su inmortalidad, aunque eso también sea una paradoja!
Un abrazo y suerte.
Bueno, Rosalía, a lo mejor el propio personaje, en el fondo, ansía que todo acabe algún día y dejar de sentir esa sed insaciable de encontrar lo irrepetible. Gracias y otro abrazo para ti.
El discurrir de tu relato va en perfecta consonancia con la perversidad del protagonista: nos acaricia con delicadeza primero para atizarnos un golpe sin previo aviso al final. Efecto conseguido.
Edita, me alegro de que ese contraste que tan bien comentas haya tenido efecto. Quería que esa contraposición reflejara con más intensidad la transformación del personaje en un ser oscuro presa de sus obsesiones y, con ello, reflexionar sobre la condición humana y el sentido de lo eterno. Gracias por tu comentario.
Hola, Lluis.
Lo primero recibe un cálido saludo de mi parte. Ha sido una alegría leerte por aquí de nuevo.
Acerca de tu relato, decirte que le has sacado el lado negro al concepto de «nepakartojama», paradógicamente.
Un abrazo, amigo.
Hola, Ángel. Gracias por tu bienvenida, dos años hacía ya que no participaba, a ver si le puedo dar continuidad. Lo irrepetible no siempre es algo luminoso sino que puede tener un reverso inquietante. Un abrazo de vuelta, espero que podamos saludarnos pronto en persona.