87. Pasatiempo destructivo
Desde que fue herida, Rebeca solo quiere hacer daño. Le da igual que su víctima sea inocente, pues ve al colectivo “hombres” como si se tratara de una plaga merecedora de las peores torturas. Y está segura de que, a la larga, la mujer afectada acabará agradeciendo su acción.
Busca el escenario propicio y aprovecha los semáforos para entretenerse con un juego escabroso. Requiere la ventanilla bajada en el vehículo que se detiene a su lado, frente a la luz roja, y que lo ocupe una pareja. El hombre suele girar la cabeza para admirar su reluciente descapotable. Entonces se dirige a él, que todas las ocasiones le parece un buen candidato a pringado del año, y le dice con voz sensual:
–¡Qué casualidad coincidir aquí contigo! Te he echado mucho de menos estos días que he estado fuera y el cuerpo me arde de deseo. Mañana quedamos donde siempre, guapo –Y le lanza un beso.
El semáforo cambia a verde y Rebeca arranca acelerando a tope sin dejar tiempo para réplica alguna. Con una sonrisa en los labios, observa por el retrovisor como el otro coche continua inmóvil mientras una discusión con mal pronóstico se desata en su interior.
Eso si que es sembrar cizaña. A ver cómo esos pobres hombres dan explicaciones y niegan un teatro tan pérfidamente ejecutado. Hay quien disfruta haciendo daño, todo lo contrario de aquel: «Haz bien y no mires a quien».
Un abrazo y suerte, Carme
Pues sí, allá va Rebeca esparciendo su rencor e inquina por la ciudad… A ver si se le pasa pronto y deja de destrozar familias, porque no todas resistirán una prueba como esa.
Gracias por tu comentario, Ángel.
Un beso,
Carme.
¡Vaya pájara! Entiendo que las malas experiencias la hayan vuelto mala gente, pero podría pensar que, además de a esos pobres hombres, también está fastidiando a sus parejas, que pueden acabar heridas como ella. Y así nunca se acaba de cerrar el círculo.
Un abrazo y suerte.
Parece que pasa por una temporada donde disfruta arruinando a esos hombres y «liberando» a sus mujeres (según su parecer). Esperemos que este mal camino se acabe pronto y recupere la cordura, dejando a cada oveja con su pareja – o, al menos, que no sea ella que rompa las relaciones.
Muchas gracias, Rosalía, por dejarme tu comentario.
Un beset,
Carme.
¡Madre mía! Destructivo a más no poder. A partir de ahora, voy a cerrar todas las ventanillas del coche en los semáforos, por si acaso.
Un beso Carme.
Ja ja ja!! No me he encontrado nadie así en un semáforo… y espero no hacerlo nunca!!
Gracias, Ana, por pararte a comentar.
Un beso!
Carme.