56. Quizá el sheriff lloró
Podría decirse que murió por su amar peculiar. Por ignorar esa libido generalizada.
Y también por un tramposo, claro.
Nos vamos al lejano oeste, a un pueblo donde el sheriff intentaba mantener el orden obligando a dejar las armas en su oficina a cualquiera que entrara en sus dominios.
Lucy contoneaba las caderas ostensiblemente mientras bajaba las escaleras que, trazando una curva, acababan en el centro del saloon. Le gustaba exhibirse cuando hacía su aparición. Y, sin excepción alguna, las miradas de los presentes volaban hacia sus piernas y escote. Ese era el momento que Johnny aprovechaba para dar el cambiazo a sus cartas, por las escondidas en su manga. Aquella vez compartía partida con un recién llegado vaquero que no desvió sus ojos de la mesa, pues no se sentía atraído por ella, sino por el sheriff.
–¡Te pillé! –exclamó, y se abalanzó sobre Johnny con el puño en alto. Pero, esquivando el golpe en la mandíbula, el tahúr echó mano al cajón oculto en el quinto peldaño de la escalera, que quedaba junto a su hombro, y un revólver contestó por él.
Bajo la puerta batiente se vio pasar un estepicursor en su camino infinito hacia ninguna parte.
Una historia del oeste americano. Muy acorde con la situación mundial actual. Con un tahúr llamado Trump y una pandilla de ingenuos o indefensos, que le bailan el agua.
Bien trazado hasta el final cuando nos obligas a acudir a la wiki para saber qué narices es ese estepicursos. Atrapados en el relato!
Es curioso que un género clásico, como el salvaje Oeste lleve muchos años con no demasiado empleo en el cine, que le dio tanto brillo, por no hablar de la literatura. Un microrrelato con esa ambientación ya es original en sí, con una escalera que igual sirve de atracción necesaria (con la ayuda de Lucy), como de espacio donde esconder un arma salvadora de una situación embarazosa.
Un abrazo y suerte, Carme
Si es que las escaleras pueden tener muchos usos!
No sé cómo me vino la idea de una escalera de saloon y en el lejano oeste me quedé. Me alegro de que te guste la ambientación.
Y es que en todos los tiempos tenemos amores, atracciones diferentes a la mayoría, trampas y malotes.
Un abrazo de vuelta y, de nuevo, gracias por comentar, Ángel.
Carme.
Vaya paralelismo le encuentras al relato! No había pensado en que ahora también hay «trumposos» 😅
Hace poco que descubrí que las «pelotillas del desierto» tenían un nombre! y mira, aquí me encajó sacarlo a relucir.
Muchas gracias por tu comentario, Rosa.
Un abrazo.
Carme.
Varias historias en una, muy bien hilvanadas y ambientadas, con ese cierre magistral de la rodapaja de camino a quiñen sabe dónde.
Mucha suerte, Carme.
Petonets.
Ciertamente hay diferentes historias: la del tramposo (compinchado o no con Lucy) (y quién le dejaba tener allí un revolver?), la del vaquero y el Sheriff (que fuera correspondido ya depende del lector, que también debe auto-contestarse al título) y la partida en sí misma, con trágico desenlace.
Me alegro de que te guste el final – yo lo visualizo como un final de escena de una película del oeste 😅
Un petó.
Carme.
Pues sí que está bien ambientado, tal cual esas pelis que veíamos en la infancia. ¡Y además viene con palabra nueva!
Muy cinematográfica.
Un abrazo y suerte.
Me alegro de que te guste la ambientación 😊 …y porque no caben en 200 palabras el pianista que añadía la banda sonora, el barman limpiando vasos que se llenan de polvo, los caballos relinchando en la puerta… Por imaginación, que no sea!
Muchas gracias por pararte a comentar, Rosalía.
Un beso,
Carme.
Hola, Carme. A mí me pasó como a Rosa: las palabras tahúr (= ludópata, adicto a los juegos de azar) y estepicursor (= cardo ruso o mata rodante, según wikipedia) me parecieron tan raras que me sacaron del relato, que salvo por esas dos palabras chirriantes, es un perfecto microrrelato del Salvaje Oeste, con saloon, sheriff y puerta batiente incluida… Quizás el sheriff lloró porque compartía el sentir del vaquero recién llegado, pero eso nunca lo sabremos, o sí, como lectores activos que somos… 😉
Muy, muy bueno.
Cariños,
Mariángeles
A veces hay palabras que nos pueden alterar como nos llega el relato (tampoco era mi intención sacar a nadie de la escena, claro). En otros relatos he aprendido palabras nuevas, aunque la verdad es que la última, aparte de rara, es muuuuy larga, con lo que rompe un poco la cadencia de las frases. Pero, como la descubrí hace poco, me apetecía ponerla.
Respecto al sheriff y el vaquero, yo siempre digo «lo que el autor no escribe, el lector decide». Cada uno llenará la historia en su mente con más detalles de los que están escritos. Y añadiremos una pizca de amor correspondido al relato, o no, según nos lleve la lectura.
Muchas gracias por dejarme tu comentario, Mariángeles.
Un beso,
Carme.
Excelente escenario que enmarca una historia muy original y variada.
Suerte con ella!
Qué bien, Yolanda, si te ha gustado el relato. Nuestra generación tiene en la memoria escenas de westerns que nos ayudan a visualizarlo. Los adolescentes de ahora ya no sé cómo imaginarían este escenario…
Muchas gracias por pararte a comentar.
Un beso,
Carme.
Un relato muy fotográfico, perfectamente ambientado y que incluye varias historias. Entretenido y hasta divertido con ese ¡Te pillé!
Me ha gustado
Un abrazo
Me alegro de que te guste, Pilar. Seguro que la ambientación del relato se completa en nuestra cabeza 🙂
Muchas gracias por pasarte a comentar.
Un abrazo de vuelta.
Carme.