34. Río (Alberto Jesús Vargas)
Los domingos le gustaba bajar paseando hasta aquel paraje y sentarse junto a la poza grande. Allí se descalzaba y recordaba con nostalgia aquellos tiempos en los que ella y los demás niños del pueblo venían a mojarse los pies en el río o incluso a nadar en él cuando apretaban los calores. Aunque habían pasado los años, se resistía a renunciar a los gratos momentos de contacto con la naturaleza, por mucho que a veces el aire de poniente trajese ese olorcillo químico del humo de la fábrica. Gracias a que fue instalada allí, en el pueblo había trabajo y muchos jóvenes, como ella misma, no habían tenido que emigrar y podían seguir viniendo a reencontrarse con el río de su infancia, aunque ya en sus aguas envenenadas nadie pudiera bañarse.
La infancia es, en los casos afortunados, un paraíso perdido. La alegría del agua, la naturaleza y los amigos refuerzan esta imagen. Pero ha pasado el tiempo y con él ha llegado el denominado progreso al pueblo. Hay trabajo. En una fábrica que contamina las aguas del río, que destruye la naturaleza y la posibilidad de disfrutarla.
Difícil solución tiene nuestro modelo de vida actual.
Una realidad de la que no podemos sentirnos orgullosos como habitantes del planeta. Suerte, Alberto. Y un fuerte abrazo.
Gracias Carmen. Efectivamente he intentado plantear el conflicto entre el respeto a la naturaleza y la supervivencia de las gentes del lugar. El río y la fabrica que lo mata pero gracias a la cual el pueblo sobrevive.
Alberto, a veces hay que decidir entre el corazón y la razón para poder sobrevivir,
Buen relato que invita a la reflexión.
Besos apretados.
Ya ves, Pilar, el conflicto tantas veces planteado entre desarrollo económico y respeto a la naturaleza. Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo.