Tres escalones
No pude evitar mofarme de la fascinación de mi amigo por las profecías de la enésima pitonisa que visitaba. Pero no debí aceptar su apuesta, ni, sobre todo, subestimar la infinita crueldad de aquella maldita bruja. «Los tres escalones de cualquier escalera guardarán los mismos años que te resten de vida». Ese juramento corrompió mi destino.
Primero fueron mis seres queridos, después, miles de generaciones las que irían desapareciendo mientras confeccionaban inexorablemente la autodestrucción de nuestra especie. No quedó nada entre las ruinas. Nadie, solo yo. Yo, que debería ser polvo y, sin embargo, estoy vivo.
Esos tres escalones… Imposible terminar con ellos. Siempre quedan escaleras. Enterradas, preservadas de la erosión; la historia humana atestó el planeta de ellas. Si encuentro alguna, la destruyo y continúo vagando, famélico, consumido, desde hace ¿cuánto?, ¿cientos de milenios…? No recuerdo si alguna vez comí o bebí. El tiempo me ignora mientras queden tres escalones en alguna parte.
No importa que me dejara ciego; sigo mirando al sol, cada vez más ardiente, más rojo, más gigante. Algún día devorará a la tierra con todas sus malditas escaleras para dejarme a merced del final más inconcebiblemente aterrador: los tres años siguientes.