El último paseo
No recuerdo a mi padre más allá de las fotos cuarteadas que mi hermana Sara conserva. Sólo sé de él que fue una sombra obligada a esconderse. Sin embargo, aunque también la perdí pronto, no olvido el rostro sereno de mi madre que, como una luna vigilante, se asomaba a nuestro cuarto antes de irse y tras un cuento corto y un beso largo, nos rogaba que, pasara lo que pasara, no despegásemos los labios. Que iba a dar un paseo, que enseguida volvía… Poco después, se escuchaba la cruel armonía de unos pasos marciales asaltando los peldaños, y dos soldados impasibles y un policía despiadado golpeaban la puerta y se la llevaban a rastras: así todas las noches de todos los días. El miedo me robaba el aire y Sara detenía mi temblor con un abrazo firme. Luego, un silencio amenazante ocupaba la casa hasta el amanecer. Entonces, su canto agridulce apartaba la niebla y volvíamos a verla con el pelo rapado, la mirada agachada y la piel dolorida. Aquellos hombres de intenciones renegridas decían que buscaban a mi padre, pero sabíamos que venían por ella. Por eso, desesperada, se arrojó por el hueco de la escalera.
Terrible testimonio el de tu protagonista, testigo directo del drama de sus padres, imposible de ocultar, una realidad espantosa que genera víctimas y se nutre de inocentes.
Un abrazo y suerte, María José
Durísimo relato que, por desgracia, no nos es ajeno… Y que no se olvide nunca! Me ha puesto los pelos de punta. Bien hecho, María José!!