Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

JUN64. GIROS, de José Maria Morales Delgado

Me levanté con el viento en contra.
Si no hubiera sido por que necesitaba la cafeína me habría vuelto a la cama. Al salir, la calle estaba desierta; en la cafetería que siempre tomaba mi café, solo estaba el camarero. Al verme me trajo el café y el periódico. En primera página la foto del la cafetería con el siguiente titular: “en el atraco de un banco resultaron muertos  por balas perdidas el camarero y un cliente de la cafetería….”
Ayer me levanté con el viento en contra.

JUN63. SU MEJOR VUELO, de Magdalena Carrillo Puig

Muchas veces se dejaba impulsar por el viento. No le suponía ningún esfuerzo, simplemente relajaba el cuerpo,  extendía sus brazos y, aprovechando su empuje y su fuerza, se elevaba. No como un globo, ni tampoco le aparecían alas. Flotaba horizontalmente, ingrávida y muy alto. Sus ojos adquirían una extraña propiedad que le permitía verlo todo desde allá arriba. Montañas y ciudades diminutas que le hacían pensar que la tierra era un lugar sorprendente y sus habitantes, con sus cuitas, puntitos imperceptibles del universo. Este era el viento de Junio, uno de sus mejores sueños.

JUN61. ROSA DE LOS VIENTOS, de Fernando Andrés Puga

Bastará una ambigua palabra dicha al descuido para ponerme a la defensiva. Yo que era brisa fresca de verano, contendré la respiración dispuesta a todo en cuanto desconfíe.
Acércate con cuidado. Tendrás que caminar con pies de plomo sobre este terreno pantanoso y si descubro malicia en tu intención, largaré el suspiro retenido y desataré un huracán incontenible.
No siempre fui la misma. Cuando aún mi cuerpo no había abierto las ventanas, flotaba entre las hojas iluminando el día. Todo cambió cuando la ráfaga filosa de aquel deseo ladino se atrevió a levantarme la falda. ¡Vaya si cambié! De repente fui un tornado feroz arrancando de cuajo las palmeras de esas ansias salvajes.
Será mejor no decir nada. Que hablen los cuerpos. Deslízate subrepticiamente sobre mi geografía y búscame la rosa de los vientos hasta encontrar el sur de mis sentidos. Si oprimes el botón que abre el cofre secreto, te acompañaré a la cumbre inexpugnable donde habita ese dios que da la vida con el hálito que fluye de su boca.
Aire en movimiento que dispersa las sombras y nos hará bailar entreverados.

JUN60. AIRE LIMPIO, de Nicolás Jarque Alegre

Nunca me imaginé que aquella borrasca que anunciaba la televisión se acabaría convirtiendo en un huracán capaz de limpiar de mi calle a los camellos de poca monta, a los viejos verdes del parque, a los especuladores inmobiliarios, a las putas de las esquinas, a los abrazafarolas, a los violadores, al lobo feroz, a los estafadores, a los ladrones de guante blanco y a todo bicho viviente que ensuciaba el buen nombre del barrio. Desde entonces, es placentero observar como el torbellino que los apresó entre sus brazos los tiene suspendidos en el aire para exhibirlos ante los inocentes que sufrieron la inquina de estos desgraciados antagonistas. Lo único que le achaco a este viento redentor es que no haya podido aún cambiar al animal de mi padre, que sigue recluido entre estas cuatro paredes porque no se atreve a salir de su escondite.  Pero saldrá, seguro, de eso me encargo yo.

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JUN59. EL PEINE DEL ALEMÁN, de Miguel Pereira Rodrigo

Había vuelto a desayunar leche con galletas. Cuando comía no hablaba. Al terminar empezó a canturrear la canción de Mambrú mientras recogía el plato y el vaso e intentaba llevarlos indemnes a la cocina. Al llegar, ella limpiaba azarosamente una olla del día anterior; se detuvo y le dio un beso en la frente. Sin embargo él ya estaba, con una sonrisa de oreja a oreja, pensando en Don Elías, su maestro, y lo que les tendría preparado… se le vino a la cabeza Julia con sus largas trenzas y su mirada pícara endulzándole la mañana. Con la canción en la boca se dirigió a la entrada donde su madre le dejaba la mochila pero antes, en medio del largo pasillo, entró como acostumbraba en el servicio para peinarse guiado por una certeza: a Julia le gustaban los chicos con la raya en el medio. Una vez allí, frente al espejo, su rostro lleno de luz cambió como el viento. Se topó con un hombre mayor, sin pelo, en cuyo semblante, rico en arrugas, se  refugiaba una  mirada perdida y de la mano, como si fuera un apéndice de su añejo cuerpo, salía un inquieto peine.

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JUN58. OTRO OTOÑO, de María Jesús Sáenz

Otro otoño más, muchos a sus espaldas, pero ella intuía que ese sería su último otoño, tal vez, porque de alguna manera el ulular del viento se lo susurraba aquella tarde gris.
Miraba sus piernas anquilosadas, sus manos casi yertas, su sonrisa casi apagada, pero recordaba a su pequeña del alma y volvía a sonreír. Su pequeña, ya no era tan pequeña, era una mujer hecha y derecha pero ella solo podía verla como su pequeña alegría diaria.
Algún día faltaré, pero nunca me voy a separar de tu lado. Te amaré como nunca he amado a nadie. A través del tiempo y de la vida. Si algún día crees que me he ido, que sepas que no será así. Cada noche me asomaré a tu lecho y suavemente y en silencio te taparé para que no cojas frío y te daré un tibio beso en tu mejilla. Sabrás  que estoy ahí, para siempre, para toda la eternidad.
Entonces,  de pronto, cambió el viento, nubarrones oscuros, rayos…y luego, silencio total.
Aquella noche, se asomó a su cama de puntillas, y la besó levemente….. etérea….. invisible al fin.

JUN57. EL PRINCIPIO DEL FIN, de Susana Revuelta

Apoyado contra la pared de la gruta, modela con cariño su muñeco de barro. Ya solo faltan unos pequeños retoques para lograr la imagen con la que tantas veces había soñado. Está exhausto, pero satisfecho: han sido seis días de emociones y dentro de nada llegará su merecido descanso. Pero poco le dura la dicha: afuera se ha levantado un vendaval que enturbia de arena el aire de la cueva, cegándole la vista.
Al salir, se cubre la cara para no presenciar el desastre. El mar se ha encolerizado: no soportaba ser testigo pasivo de los juegos de las palmeras mecidas por la  brisa;  que la luna impusiera límites a su furor y le impidiese lamer con su marea más allá de la orilla y participar así de la fiesta de sombras y baladas; que las gaviotas se aprovecharan de su despensa… Un huracán vengador riza una enorme ola que barre sin piedad toda la costa.
Abatido, se retira al interior de la caverna. Se topa con la figurita medio terminada que le mira desafiante, rascándose la entrepierna, y decide entonces abandonar el paraíso.
Regresará cuando todo haya terminado, para enterrar bien profundo los despojos de su obra imperfecta.

JUN 56. LA GALLEGUCA, de Begoña Heredia Ortiz

Desde la loma del faro, se me olvidan los insultos de los chicos de la escuela, por mi tic en el ojo y ese apodo de “la galleguca”. Nunca he sabido por qué me lo pusieron. Le pregunto a mi madre y me dice que cuando sea más moza entenderé. Creo que tiene algo que ver con una tarde plomiza  en la que sin avisar cambio el viento y de pronto sopló el  del oeste. El gallego, se hizo cómplice  de la mar, y juntos removieron las  olas agitando  con fuerza  los barcos que llevaban varios meses ausentes, poniendo  sus quillas mirando al cielo. Ese día, dicen las vecinas, lloraron hasta las piedras del barrio pesquero, y las mujeres se unieron en ruegos a la virgen del Amparo, para que cesara la galerna. Dicen que mi madre no estaba allí para pedir por  el regreso de mi padre. Nueve meses después nací yo, nunca pude conocer a mi padre, su cuerpo no  apareció. Desde entonces nos cuida tío Roberto, el de la taberna. Dice que me quiere mucho, y debe ser cierto porque a él también le tiembla un ojo como a mí.

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JUN55. EL MENDIGO, de Mar Horno García

En mi familia todos hablan del pobre tío Andrés con lástima y condescendencia pero yo sé la verdad. Que un viento imprevisto que ya no esperaba giró su veleta un mes de junio. Que aquella misma noche él también se dio la vuelta como un calcetín, y así, del revés, con la cabeza en los pies, la derecha en la izquierda y la razón en el corazón ya no le importaron todas las pequeñas cosas que antes le parecían tan valiosas. Que de la noche a la mañana cambió el norte por el sur, su estado civil por su estado emocional, su profesión por su afición y se fue, con lo puesto, a pintar turistas a la playa. Que sólo le daba para comer una vez al día, y comprar algunos pinceles, pero que era suficiente, que en el envés de lo establecido las necesidades son otras. Que instalado en el dorso de las cosas previstas, pudo tocar el cielo con los dedos, y que cuando alguien le preguntaba de qué le había servido tanto viento, tanto vuelta, tanta mudanza, tanto cambio, él contestaba que en realidad para poca cosa, que solo para encontrarse consigo mismo.

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JUN54. ¿QUÉ PASÓ CON DOÑA INÉS?, de Nicoleta Ionescu

Las modas cambian como el viento, todos lo saben. Excepto Doña Inés, la maestra. Su traje sastre bien planchado, sus blusas almidonadas y sobre todo su gigantesco moño, alto y bien torcido, firme y erecto tal como sus opiniones – ¡Doña Inés fue una mujer de opinión! –  dominaron los últimos treinta años de nuestro pueblo. No había reunión en la escuela, asamblea en el ayuntamiento, sesión de algún comité o comisión en que el moño no se destacase, balanceándose escépticamente, inclinándose con severidad, o temblando de indignación. Aquel moño se había convertido en una verdadera institución pública.
       Cierto día, Doña Inés subió a la tribuna de la plaza central, para estrenar la feria anual. De repente, el cielo se puso plomizo y un imprevisto torbellino se abatió directamente sobre su cabeza. La muchedumbre pudo ver, horrorizada, como el terrible moño fue arrancado, desarraigado de su lugar y llevado por encima de las bocas abiertas, hasta que el viento lo tragó definitivamente. Pasada la sorpresa, la gente notó que la tribuna estaba vacía y empezó a buscar a Doña Inés. Hasta hoy día siguen buscándola, sin resultado alguno. Dicen que ella continúa viva entre nosotros, pero nos es imposible reconocerla.

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JUN53. DOMINGO, de María Elena Padrón

Aterraba la soledad de las paredes. Se habían ido los niños, los pasillos estaban mudos y ella…sola.
Disfrutaba de esa soledad que te da alas, alas para ir y venir sin rumbo,pero hoy, se alargaba como un gusano baboso sin dejarla avanzar. Sabía que afuera soplaba la brisa que seguramente, le haría un hueco, pero los pies le pesaban y el corazón vacío se acurrucaba latiendo despacio, sin emociones tardías en las puertas del Domingo.

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JUN52. LA CHICA DEL LAGO, de Florencia Arida

Ahí, parada en medio de ese hermoso paisaje, estaba ella. Un hermoso lago, en medio del bosque, que reflejaba el color naranja del cielo, rodeado de vegetación y un elegante árbol, tres veces más grande que una persona normal. El viento soplaba, con fuerza, removiendo el agua y arrastrando las hojas del árbol, junto con pequeñas lágrimas plateadas, que no se distinguían. A los pies del lago, la chica lloraba. Entregaba sus lágrimas, que se mezclaban con el agua del lago. Lloraba, con un nudo en su garganta y un agujero en su corazón, sola. Sus extraños ojos rojizos se humedecían y aunque ella intentara detenerlas, las lágrimas salían, una tras otra. Sin embargo la chica no emitía sonido alguno. Sus ojos goteaban, como una canilla que habían olvidado cerrar, silencioso. Ella, tan linda…, tan sola.
Luego de un rato, con su delicada mano, pálida, limpió las pocas lágrimas que le quedaban y sintiéndose vacía, se fue. Se fue, dejando el paisaje incompleto. Había dejado su maraca… sus lágrimas siempre quedarían en el lago, esperando que ella regresara a buscarlas. Hasta entonces ese paisaje sería suyo, o mejor dicho, ella siempre permanecería en ese paisaje, grabada ahí para siempre, llorando.

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