Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

MAMIHLAPINATAPAI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. Comenzamos el año con MAMIHLAPINATAPAI, el entendimiento con la mirada. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de MARZO

Relatos

560. NO SE ESTÁ MAL, de Dedalera

No llevo la cuenta de los días porque al principio pensé que esto no duraría mucho. Mal pensado. La parte más fría del año estaba terminando cuando me desorienté en el bosque, y ahora parece que de nuevo está comenzando el frío, así que imagino que ya hace bastantes meses desde que me perdí.
 Había oído que el bosque era enorme, que era fácil desorientarse en él, pero creí que era una exageración. Recuerdo haber pensado que alguien como yo, que estuve en un grupo de scouts hasta los trece años, sería perfectamente capaz de pasear por aquí sin ningún problema. Supongo que me equivoqué. El caso es que me perdí. Durante días intenté encontrar desesperadamente la salida, la vuelta al mundo civilizado. Pensé que me encontrarían. Pero el tiempo fue pasando y poco a poco, por necesidad, aprendí lo que se podía comer y lo que no y hallé lugares para resguardarme del frío y del calor.
 Todos los días imagino que encontraré el límite del bosque y conseguiré volver a casa. Recuerdo a mi familia: mis padres, mis hermanos, sobre todo mi marido… Entonces, pienso que al fin y al cabo aquí no se está tan mal.

559. LAS HADAS DE LOS SUEÑOS, de Dafne

Según cuentan las leyendas escritas incluso antes de que viviera el Rey Arturo, y tal y como está escrito en todos los libros de hechizos y conjuros, las hadas que fabrican los sueños viven en los bosques.
Encontrarlas es muy sencillo. Sus casas se esconden tras la séptima piedra con forma de caracola, contando a partir del centro exacto del bosque. Y los talleres de sueños, absolutamente todos, están ocultos en la hoja más pequeña de cada roble, entre sus ramas más bajas.
Las hadas de los sueños se diferencian del resto de hadas en que no tienen alas. Sus cabellos son, sin excepción, del color de la noche. Y, si se fijan bien, verán que sus ojos tienen forma de estrella.
Aunque no lo crean, las hadas comienzan a fabricar los sueños cuando el sol se encuentra en su punto más alto. Recogen todos los ingredientes básicos: deseos, pensamientos, supersticiones, amores, anhelos, rayos del sol y pétalos de flores. Solo cuando la luna es la única luz del atardecer, las pócimas de los sueños están listas. Entonces, desde el caldero bajo la hoja de roble sale el humo que llena nuestras almohadas de los sueños que solo las hadas y nosotros conocemos.

557. EL BUEN HIJO, de Tejo Viejo

Hay un camino detrás de casa que se interna en el bosque, cruza entre las lápidas y se pierde en la maleza, como hizo mamá, que se fue cuando cumplí tres años porque ya no me quería. Yo siempre quise ir a buscarla, pero lo tengo prohibido por papá.
Una noche desobedecí. Caminé durante horas, entre siluetas negras de robles y tejos difuminadas por la bruma, hasta que unos jadeos extraños me llevaron a una casita de tela en el centro de un claro. Dentro había gente. Uno salió a gatas y al incorporarse y verme gritó aterrorizado. Corrí de vuelta más asutado que un tejón entre leones, me metí en la cama y me tape con las mantas hasta casi ahogarme.
A la mañana siguiente papa sirvió el desayuno: huevos, leche, mantequilla, pan recién hecho y carne, de nuevo teníamos carne. Él no dijo nada en toda la mañana, pero me miraba y sonreía satisfecho, cómo si supiera de mi primera correría nocturna mientras guardaba en el baúl la casita de tela desmadejada.

556. ENTRE ABEDULES, de Abedul

Tenía la maravillosa costumbre de entregarse durante horas al día  a soñar, pero a soñar a propósito, a evocar un mundo paralelo, a construir un universo, a imaginar, a fantasear…. Era feliz en ese estado donde era capaz de levantar su propio mundo, con normas de nadie, con obligaciones inexistentes y una filantropía extrema que rezumaba cada una de sus ensoñaciones.
Dicen que a la entrada del Paraíso crecen los abedules, por eso paseaba durante horas entre ellos, dejándose hechizar por un bosque que le  devolvía la quietud, que le permitía volver a penetrar en su particular paraíso,  su mágica infancia. Que el mundo se estuviera volviendo disoluto no era razón para renunciar a los inocentes y cándidos recuerdos infantiles y menos aún a renunciar a ese brote espontáneo de emociones que le permitieran sentirse extrañamente optimista y siempre orgulloso de quien fue.
Entre abedules recordó los bellos versos de Robert Frost, y al igual que él, deseaba  encaramarse al árbol y columpiarse fuertemente en ellos, poder disfrutar en las alturas del sosiego, apartarse de la realidad madura, de  ser adulto y regresar al prodigioso mundo de los niños. Entre abedules había sido capaz de recuperar la felicidad.

555. LOS ÚLTIMOS DEL BOSQUE, de Duende Zahorí

Sólo quedan bosques en los depósitos de los museos: una evocación amarilla en libros desvencijados. Igual sucede con los árboles, los acordes del viento o el olor de las madreselvas. Todos extintos, convertidos en tenues trazos de memoria, esquirlas que socavan los recuerdos. En esos tomos carcomidos he descubierto imágenes de robles, colores que ya no existen, los caminos de las hormigas,  el árbol del que germinaban las mariposas… Se acabó huir. Esperaremos exhaustos en este caserón destartalado, en el mismo lugar donde antaño florecía la espesura. Ahora el bosque es un precipicio abrupto lleno de escombros y cenizas; un lugar donde anidan los cristales rotos. A lo lejos se escuchan las sirenas, el chasquido de los percutores y el ladrido furibundo de los perros. Se aproximan incansables.  Husmean la maleza, pero ahí debajo no perciben nada, sólo razones difuntas y argumentos roídos por la herrumbre. El cuerpo del abuelo permanece ovillado en el sillón mientras los niños corretean risueños entre las basuras.  Huele a frustración, revolotea la sombra del ocaso, se marchitan las quimeras. Papá me acaricia la nuca. Llora. No se percibe nada en la lejanía, ni siquiera el futuro. Somos los últimos.

554. LA VISIÓN, de Flores

Hacia tanto que no te contemplaba que me daban ganas de llorar, quería sentir tus manos coger las mías, necesitaba de ti, y no estabas aquí.
Al amanecer los rayos del sol entraron por mi ventana y desperté de un incomodo sueño. Escuché el sonido del viento entre los árboles y me pareció que susurraban mi nombre, me asome al bosque que rodeaba el hostal y te vi caminar por la orilla del río, corrí a tu encuentro y el aire de la mañana arremolinaba mis cabellos que un solo instante taparon mi rostro, los aparte a toda prisa y cuando miré ya no estabas, las lagrimas brotaron de mis ojos nublando mi visión y mi corazón
Una mano rozo la mía y la alegría me embargo.
Ahora ambos paseamos por este maravilloso bosque perdiéndome en él y en tus ojos.

553. NATILLAS, de Flores

Hoy llego un pajarito al jardín y me contó que más allá del sol hay un lugar donde todo es de color violeta y las cosas tienen otro nombre.
-¿Y entonces como se llaman los pájaros? Pregunté.
-Nuestro nombre allí es natillas, contestó Él.
-¿Y a las natillas como le dicen?
-Amor, me contestó.
-Y entonces me dio la risa porque pensé que sería hermoso comerse el amor.

552. BAILAR EN UN BOSQUE ES UN CIERTO PLACER QUE SOLO UN LOCO CONOCE, de Légamo

A Almudena la encontraron cochambrosa y semidesnuda danzando casi extasiada en el meollo de un bosque. Pronto la aislaron en un centro donde se las amañaba para esconder los plastidecor y pintar las grisáceas paredes de la habitación 127. Las decoraba con montañas atravesadas por caóticos matorrales. Dibujaba hileras de árboles ornamentando sus quejumbrosas ramas con escamarujos escarlata. En este escenario estiraba sus brazos y su cuerpo giraba impulsado por una pierna apoyando toda su masa muscular sobre la otra. Dos giros perfectos, punta-talón-punta, saltito, y después un grand-plié.
Unas pequeñas dosis de psicoterápia combinado con atracones de antipsicóticos alentaron el fin de sus días en el manicomio. Su habitación seguía gris. Almudena ya estaba preparada para volver a su rutina normal. A coger el metro en hora punta para ir trabajar en unas oficinas de la gran ciudad.
Todos estaban muy optimistas con su salida del psiquiátrico. Sobretodo ella, que estaba loca por liberarse de esos tabiques tiznados de color ceniza y poder ocultarse en la frondosidad de un bosque para danzar como una ninfa, estirar sus brazos y finalizar sus coreografías con un grand-plié.

551. ARDILLAS ESCONDIDAS, de Sotobosque

Parecía como si el verde de la hierba estuviera recién pintado, un verde intenso, casi hipnótico. Siempre le cautivó el olor penetrante a tierra mojada, ese agradable legado que deja una lluvia fina, no hiriente, justa. Estaba feliz compartiendo esas sensaciones con su pequeño Luca, aunque el niño parecía más entusiasmado en averiguar dónde podrían haberse escondido las ardillas que acababan de cruzarse por su camino…

 Se preguntaba por qué todo aquel que entra en el bosque tiende a limitar su visión en el sotobosque, perdiéndose, a su parecer, la magnificencia que ofrece sin reparos el simple gesto de levantar la mirada unos metros… El entrelazado de ramas, los tenues rayos del sol adentrándose en la frondosidad del bosque, la vida abriéndose camino sin conocer barreras. Todo parecía estar en su sitio, en perfecta armonía, sin estridencias…
 Volvió la mirada hacia Luca. Era su primera visita al bosque y le faltaban ojos para ver todo lo que quería. Estaba orgulloso de observar cómo reaccionaba ante ese nuevo escenario. Y, de repente, las ardillas asomaron sus diminutas cabezas tras un ancho tronco de pino, y Luca las señaló entusiasmado con el dedo. Las había encontrado. Había descubierto el bosque.

550. INOCENTE, de Rama

Tengo un aspecto exterior tan inocente que nadie jamás pensaría lo que soy, en verdad. Soy el primero de los miles de millones de alienígenas que hemos encontrado en la Tierra el maravilloso planeta en el que pensamos quedarnos a vivir. Pero antes de eso debemos acabar con estos especimenes llamados humanos que están torturando de tal manera a la Madre Naturaleza, nuestra diosa, que eso es un verdadero sacrilegio. Por ello, se ha decretado que mueran todos.
Nosotros la cuidaremos como se merece y la repoblaremos de todas esas especies que el aborigen humano ha extinguido y de las que se están extinguiendo. Limpiaremos sus mares y su atmósfera y Madre Naturaleza reinará en todo su esplendor. Yo solo soy un paso necesario para completar nuestra labor: soy un simple níscalo, pero los humanos no apreciarán el cambio. Los próximos que vengan serán setas y champiñones pero tampoco nadie los distinguirá de los sabrosos que se comen estos aborígenes. Somos tantos y es tan rápida la muerte desde que entramos en su organismo que cuando quieran darse cuenta ya no tendrá remedio porque podemos adoptar cualquier forma vegetal que queramos…

549. MI BOSQUE, de Erizo 2

El bosque de mi niñez es el mismo que el de mis antepasados y permanecerá inalterable para las generaciones que me han de suceder. En él, los castaños juegan al escondite con las ardillas; los avellanos se divierten lanzándoles frutos secos a los erizos; los robles se encargan del orden; las encinas vigilan el camino; y los eucaliptos se dejan manosear por las lombrices que cosquillean sus raíces. Los demás habitantes de nuestro hogar, prefieren el anonimato, aunque son tan importantes como los mencionados. Todos ellos son mi familia y juntos nos organizamos para dar la bienvenida a todos aquellos que nos visitan. Eso sí,  permanecemos en silencio para que nadie se asuste en nuestra casa.

548. LAS LUCIÉRNAGAS, de Mirlo Blanco

Esta es la historia de un bosque entre dos ciudades. Antaño este bosque era vasto y hermoso, rebosaba vida, pero las dos ciudades no paraban de crecer y fueron mermándolo, echando los troncos abajo, arrancando las raíces. Cuanto más crecían las ciudades más rápido se consumía el bosque. Los ríos apenas llevaban agua en sus caudales, los pocos árboles que quedaban crecían enclenques y sin hojas (éstas se dejaban arrastrar por el viento). El bosque estaba triste. Las dos avariciosas ciudades, no conformes con diezmarle poco a poco, le habían arrebatado lo más preciado: las estrellas. Habían inundado el cielo nocturno de estridentes luces artificiales, de modo que era imposible contemplar un solo astro en el firmamento. Sin el cielo estrellado, los animales vagaban cabizbajos y las ramas de los árboles se doblaban y partían. Pero una noche el bosque entero se iluminó: la esperanza brotó de las entrañas mismas del bosque, de la tierra estéril y los ríos secos, de las hojas marchitas. Las luciérnagas les habían traído del cielo las estrellas, para deleite de todos los habitantes del bosque. Unos hablaron de “milagro”, otros entendieron que era un mensaje: ‹‹Resistid, que la pena no os venza. Resistid››.

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