Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

ABR.99. LE TRAJO LA TORMENTA, de Gorka Parra

La ligera brisa del amanecer difuminó el eco  atronador de la tormenta de la noche anterior.
La neblina vespertina dejó entrever la espuma del mar acariciando la faz de la arena. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al observar el suyo decúbito prono, luchando por distinguirse entre la línea de la orilla y los restos que el mar había devuelto.
Salada agua fría regaba sus músculos extenuados por la realización de un esfuerzo inusitado. La noche, intensamente gélida, acompañó el desastre. El viento, desplegó la lluvia velando un halo de confusión.
Cayó tras él. El palo mayor le rifó la suerte de poder arribar a tierra. Vaivenes y vueltas interminables minaron su espíritu. Su valor y determinación por conocerme, le hicieron terminar el viaje.
Al borde de su límite buscó mi calor. Esa llamada me hizo reaccionar. Corrí a su encuentro. Lo abracé acurrucándole entre mis senos. Le insufle un hálito de vida que mi corazón le enviaba. Lo tomó como promesa de futuro. Desde su recuperación nos fundimos en un proyecto sin pasado. Regando de amor el futuro, día a día. Hoy, rememoramos nuestro encuentro desde la calidez que nos brinda el alojamiento en estas tierras.

ABR.98. CAÍDO DEL CIELO, de Sara Lew

Entró como un chaparrón por el agujero del techo de la cocina y cayó desnudo dentro del cubo a rebosar. No flotaba, así que lo rescaté enseguida con un escurridor que tenía a mano. Después de zamarrearlo un poco recuperó el conocimiento. Pobrecillo, casi se ahoga. Lo metí dentro de la manopla de lana que me regalaste en nuestro último aniversario antes de abandonarme, y me lo llevé al salón, para que se le quitase la tiritera con el calor de la estufa. De repente me sentí feliz, otra vez importante y necesitada. Mis deseos volvían a hacerse realidad. Al rato, sin embargo, el minúsculo hombrecillo me miró visiblemente consternado e hizo un amago de hablar. Dudo si carraspeaba o se expresaba en un idioma desconocido, solo sé que gesticulaba mucho enseñándome que algo a su lado no estaba. No fue hasta que señaló con su dedo diminuto la gotera del rincón que comprendí la razón de su inquietud, y nuevamente mi irrelevancia. Sobre el suelo, anegada por un pequeño charco, yacía ella desnuda.

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ABR.97. DE LLUVIAS, ESPEJOS Y DEBERES, de Gabriel Bevilaqua

Me estaba afeitando cuando comenzó a llover dentro del espejo. Al principio era una lluvia anémica, pero velozmente mudó en  tormenta tropical. Empapado, mi reflejo se me quedó viendo con los ojos tristes como abalorios sin brillo. Pensé en ir por un paraguas, mas    —aparte de sentirme ridículo— se me hacía tarde. Así que tapé el espejo con una toalla y como pude me terminé de rasurar.

Al volver del trabajo, y con la certeza de que lo de la mañana había sido sólo una alucinación, me dirigí hasta el baño. El interior del espejo estaba colmado de agua y mi imagen yacía ahogada al fondo del mismo. Después de analizar detenidamente las circunstancias, descolgué el espejo y lo enterré en el jardín.
Nada anormal sobrevino en los días posteriores hasta que la incipiente y picosa barba me urgió a afeitarme.  Entonces comenzó a llover dentro del flamante espejo. La relación entre una cosa y la otra se hizo evidente y me fue imposible —tras dos inhumaciones— obviar la obligación ética para con mis yoes especulares…
Aunque he de admitir que no sé durante cuánto tiempo más podré soportar esta horrenda barba.

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ABR.96. CUANDO LA TORMENTA AZOTABA TE VI CERRAR LOS OJOS, de Martha Damiano

Cuando la tormenta azotaba te vi cerrar los ojos.
Si no ves al rayo abatir al árbol ¿este no cae?
¿O es menor el dolor al saberlo derrotado si no presenciaste el  momento exacto de su destrucción?
Yo vi a la lengua de fuego descender por las entrañas del tronco y a la cabellera verde explotar con un estremecimiento convulso mientras me cegaba el resplandor flamígero
Cuando se hizo la oscuridad y me oprimió el silencio, pude acercarme al despojo truncado y hacer mi duelo entre sus restos.
Te vi entonces abrir los ojos azorado y con un parpadeo espantar la imagen del entorno. Volcaste el rostro hacia el oriente y deseaste  refugio entre las luces de la población lejana.
Una lluvia mansa brotó de mis ojos borrando las señales que no querías ver y brindándome alivio.
Tú pretenderás que nunca existió este baluarte, pero, negándote al dolor ¿será tu vida más plena?

ABR.95. MEMORIA DE LA CIUDAD QUE LLUEVE, de Beatriz Aparicio

La lluvia en Oviedo no es como en los demás sitios que conozco. Llueve bonito y cala despacio, pintando las calles del gris cantábrico que estalla tan solo unos kilómetros más al norte.
 -Si no te conociera, pensaría que lloras de alegría al verme- murmuro al reconocer la silueta de la ciudad a lo lejos. Y ella me acoge con toda su lluvia, como cada vez que decido volver.
Mi máquina del tiempo, que funciona precisamente perdiendo la noción del mismo, se activa mientras camino entre la gente. Me acompaña el sonido de las campanas de fondo, como tic-tac que guía mis pasos y se diluye con el sonido de las gotas de lluvia. Solo estoy aquí por ella, por la mujer que pasea solitaria y triste su sonrisa de bronce. Bella, pienso. Más bella con el paso de los años, mientras yo, mortal, no puedo dejar de mirarla. ¿Quién te crees que eres? Rasgas el cielo con el cuchillo afilado que te protege, desafiando al paso de los años, siempre desde el mismo escenario. Y como consecuencia, tu lluvia.
Te vivo intensamente, pero he de abandonarte…una vez más.
-Si no te conociera, pensaría que lloras de pena, ahora que me voy-. Murmuro al dejarte atrás.

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ABR.94. AMOR DE UNA NOCHE, de David Moreno

  Siempre me has contado que ese hombre llegó una noche con la lluvia, que buscaba refugio, que iba empapado. Que te dio pena, que le dejaste pasar. Que maldita soledad la tuya. Que qué bien le quedaba el pelo mojado y cómo brillaban sus ojos al calor de la hoguera. Que parecía una buena persona y que una cosa llevo a la otra con el crepitar de la leña como único testigo.
Que muy a tu pesar, a la mañana siguiente, el aguacero había desaparecido. Y misteriosamente con él, ese hombre que ya era mi papá, también.
Y de nuevo, la sequía y la soledad de siempre hasta que nací yo nueve meses después. Que te pusiste muy contenta, que no cambiarías nada, que darías la vida por mí. Que las ausencias ya no fueron tales conmigo cerca.
Pero me entra la duda cuando veo abalanzarte hacia la ventana, con el corazón encogido, en cuanto suenan los primeros truenos de una tormenta que no rompe, esperando la venida de un imposible. Y aunque repites una y otra vez que sabes que ya nunca regresará, la ilusión se dibuja, por un segundo, en tu rostro.
Maldita soledad.

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ABR.93. LA RESPUESTA EN LA LLUVIA, de Carolina García

La descubrí una tarde de verano. Ella reposaba sobre la hierba crujiente de un amplio jardín, opacándolo todo.
Las flores que la rodeaban, las fragancias de la tierra trepándose al aire y los murmullos embriagantes como canto de sirena, ya no tenían importancia. Tampoco eran suficientes.
Nada conseguía arrebatarle la congoja que cargaba en sus delicados hombros, en la cabeza gacha empapada de llanto sin lágrimas.
Me escondí tras unos arbustos cercanos y la contemplé durante un largo rato. Oí en sus lamentos que su hijo estaba muriendo; ella, desesperada, ya no encontraba razones para vivir.
Luego la vi intentar algo, aunque mostraba poco brillo y menos fuerzas. Miró al cielo angustiada y comenzó a rezar, quizás con la esperanza de que esa plegaria encuentre ayuda para su pequeño.
De repente, decenas de rayos agrietaron el firmamento plomizo, decantando el sollozo dulce que a éste, paradójicamente, le sobraba.
Hoy la veo aún más hermosa y angelical que aquella vez, sobre todo por esa sonrisa casi perfumada que muestra orgullosa.
¿Su hijo? Está a su lado, indefenso, sujetándose a la vida con sus frágiles raíces, mientras las tiernas manitos de hoja veneran al Sol.

ABR.92. LLUVIA DE AQUÍ Y DE ALLÁ, de Fernando Sopeña

De entre todos los momentos inolvidables que viví el tiempo que pase en Colombia, recuerdo los aguaceros que caían sobre la ciudad de Medellín como uno de los más simples y a la vez sorprendentes. Los ciudadanos lejos de guarecerse ante la contundencia del chaparrón cantaban y bailaban bajo la lluvia, empapándose alegres, con la seguridad de que en los cinco minutos siguientes el sol saldría de nuevo secando todo lo que hacia unos instantes estaba pasado por agua. No eran ajenas al diluvio las prostitutas de mi calle, desganadas hasta ese momento, sonrientes y hermosas ahora, con su ropa escasa pegada al cuerpo y su piel dorada recorrida por las gotas, el pelo húmedo brillante bajo el sol reaparecido, aportando una de las imágenes mas eróticas de mi adolescencia. Era entonces cuando los clientes, hasta ese momento perezosos,  parecían salir de todos los rincones quizás compartiendo mi erotismo. Lo que no consigo recordar era el dicho que allí empleaban entre risas cómplices para describir este momento pero que a mi me sonaba algo así como “A río revuelto…”.

ABR.91. GOTA Y EL PARAGUAS DE REYAS, de Mar Escudero

Gota y el Paraguas de Rayas eran grandes amigos, mucho más que eso, ¡eran inseparables!. Gota a la cual su amigo la llamaba G se lo pasaba en grande deslizándose por las curvas finitas y de colores de P (como así le llamaba ella), su sonido en su desliz era como una suave melodía.
Nube, su gran aliada siempre le guiñaba un ojo cuando se ponía su abrigo más oscuro, sabía que eso le pondría muy contento.
Así pasaron horas eternas, disfrutando  de su compañía mutua, pero Martes, Miércoles y Jueves no trajeron a G.
P estaba profundamente triste. Llamo desesperadamente a Nube para que se vistiera con su abrigo oscuro, pero Nube con una amplia sonrisa le dijo: S ha quedado con N; ¿y por qué tienen que fastidiarme? dijo muy enfadado. Nube lo miro con cariño y bondad y le susurro muy dulcemente; porque los Niños también tiene derecho a tener un Sol en sus vidas.

ABR.90. AZUL MOLECULAR, de Antonia Garcia Lago

Llegó con las manos cuajadas de lluvia. Le ofrecí un lugar junto al fuego y se quedó. Mientras duró el invierno y las nieves cubrían los picos la vida fue plácida. Era extraño, melancólico y apacible, y yo lo amé. Un día, el sol empezó a despuntar entre las nieblas que desaparecían, la primavera olía ya en los rincones, y él se fue volviendo líquido. Su mirada, sus gestos, eran como agua que  se escapa entre los dedos. Un día llegué y ya no estaba. Divisé a lo lejos su silueta que poco a poco, bajo los rayos del sol, se fue transformando en arco iris.

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ABR.89. HE DE APRENDER DEL AGUA, de Nieves Martínez

Abrió la puerta con sigilo y se escapó. Como todas las tardes que amenazaban lluvia, subió a la azotea y se sentó a esperar  junto a una de las silentes chimeneas. El viento, irregular y suave, mecía las sábanas colgadas en cadencias que anunciaban un cambio de tiempo. Nadie había subido aún a recogerlas. En los tiestos las flores temblaban como ausentes, indefensas y absortas en los últimos abrazos de unas luces que todavía recordaban el invierno.
Antes de la tormenta, ella cogió el cuaderno y escribió:

           “ la luz viene despacio, prisionera, como si lenta alguien quisiera perseguirla y herirla bajo tierra. En las lluvias de Abril nacen las aguas nuevas que visitarán Mayo. Hoy quiero que en mis lágrimas la lluvia encuentre su reflejo. He de aprender del agua  sus caprichos ; de cada gota el alma que la rige, su llanto  silencioso…”

-Pero niña! dónde estás otra vez?
Aún  escribió otra frase: “ la lluvia es un estado de ánimo”
Y guardó el lapicero en aquel saliente oculto del tejado, al amparo de una lluvia que ya había comenzado a iluminar el horizonte.

ABR.88. LO TRAJO LA LLUVIA, de Carmen Cotilla

Golpeaba suavemente contra la ventana. De forma mecánica, una y otra vez. Quería levantarme y mirar, su olor me lo impedía.  Acurrucada en medio de las sábanas, el deseo todavía impregnaba cada poro de mi piel. Quizás si me movía desaparecería la magia de aquel momento. Una ráfaga de aire arrastró consigo el aroma de la hierba recién cortada y unas gotas de lluvia se deslizaron tímidamente por mis mejillas, apaciguando su rubor. Noté como el corazón se me aceleraba al recordar y cerré los ojos. La tormenta había empeorado y el azote del viento me hacía temblar. Me sentía viva. Quería conservar aquel recuerdo eternamente en mi memoria. Cada detalle, cada caricia, cada beso, cada suspiro. Los segundos pasaban muy lentamente. Los truenos llegaron al compás de los pasos y la puerta se abrió. Distinguí su figura y sonreí. Mi cuerpo se estremeció con el calor de su aliento. Un rayo. Un gemido. Un adiós definitivo. El temporal amainó, pero lo que  aquel día trajo la lluvia nunca se volvería a repetir.

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