Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

ABR.63. LO TRAJO A SU MEMORIA, de Christine Camet

A María le gustaba oír el agua que caía en torrente hacia el interior de la alcantarilla, le gustaba observar como los pequeños restos de  seres humanos eran arrastrados por la fuerza de la lluvia, sin darse cuenta había regresado a su mente un recuerdo de la infancia. Aquel barco de papel que hizo un día jugando con su  hermano Manuel, un pequeño barquito naufrago, despistado,  que cayó a través de unos barrotes semejantes a los que ahora veía, ¿qué  fue de él? Muchos años han pasado desde que se fue, ¿qué aventuras habrá vivido?, ¿qué lugares habrá visitado?, parecía tan frágil… se marchó tan orgulloso, dispuesto a ir allí donde le llevara la corriente,  se apartó de ella aquel día lluvioso, se  alejó sin decir adiós, tantos recuerdos…
El teléfono dio tres tonos antes de que lo cogieran.
–       Mamá, soy María, si, lo sé… mucho tiempo, ¿sabes algo de Manuel?

ABR.62. TRAS LA TEMPESTAD LLEGA LA CALMA, de Alberto Quiles

¡En abril aguas mil! -escuché a mi espalda. Y casi instantáneamente una gota se deslizó de mi nariz a mis labios y sin tiempo ni a pestañear, muchas más se le sumaron; hasta que los nimbos tintados de gris descargaron toda su ira.
Me refugié bajo un frondoso fresno, que me hizo de pantalla todo lo bien que pudo.
¡San Marcos, rey de los charcos!- proclamó de nuevo aquella voz. Pude vislumbrar como se formaban pequeñas lagunas en zonas descubiertas de hierba, donde la tierra se enfangaba. Y ensimismado en el sonido de las gotas al golpear la superficie, susurró a mis oídos: ¡Las aguas de abril todas caben en un barril; pero si el barril se quiebra…!- en ese momento pude observar como por aquella colina verdosa, se deslizaba serpenteante un pequeño riachuelo, que me transportó a un sueño profundo.
¡Despierta!, ¡Tras la tempestad llega la calma! -dijo el viejo refranero mientras unos finos rayos de sol acariciaban mi rostro- Aunque esto que ahora ves, lo trajo la lluvia-repitió. Y fue entonces cuando pude comprobar que un suave naranja ocupaba el cielo y los cúmulos dorados que tenía en mi mente como una quimera, aparecieron en el horizonte.

ABR.61. AL ANOCHECER, de María del Carmen Guzmán

Aquella tarde lluviosa y desapacible papá regresó a la tumba, entristecido. Allí estábamos mamá, mi hermana y yo, muertos de hambre y de sed, pues éramos tan pobres  que teníamos que vivir en el cementerio. El invierno era tan duro que nadie transitaba por las calles oscuras. Esa noche llovía muchísimo y papá sólo había podido cazar un gato callejero. Vivo, pero menos da una piedra.
   Estábamos tan sedientos que los tres nos abalanzamos sobre el minino mientras papá sonreía al ver la sangre correr por nuestras comisuras.

ABR.60. EL BOSQUE DE NOÉ, de Nicolás Jarque

En mi bosque, de un tiempo a esta parte, aparecen especies nuevas. En enero fueron los renos y los osos polares; en febrero los ñus y los koalas; en marzo, las jirafas y los pingüinos; y hace unos días, una boa y un caimán. Ninguno de nosotros sabe con exactitud a qué se debe este fenómeno y ellos tampoco porque aún no logramos entenderlos.  Defiende el búho —erudito y observador él— que lo trajo la lluvia como al resto de nosotros y también a estos nuevos pobladores. Su hipótesis es que nuestro rincón es el último reducto salvaje de la Tierra y que la naturaleza, sabia ella, nos has trasportado hasta aquí para protegernos. Los que no le creemos, seguimos especulando y aguardando a que vuelva a diluviar para desmontarle su explicación.

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ABR.59. LA REGATA EN SOLITARIO, de Rosa Molina

Llevo meses navegando sola, desde que  mi gata cayó al mar. Recuerdo su pelo naranja, empapado, mientras yo izaba las velas de tormenta. El viento bramaba y la temperatura comenzó a bajar. La atmósfera era gris, húmeda y, con cuidado de no caer, me disponía a cogerla y bajar al camarote, cuando el agua la barrió. Miré a las olas como a víboras venenosas gritándoles que me la devolvieran. Nada. Cerré la escotilla hasta que amainara el temporal. Dos días, mil lágrimas.
El viento cede, el barco no cabecea. Comienza a llover débilmente. Un albatros se posa en popa. Mi presencia no parece molestarle y me siento acompañada. Cuando escampa, abre sus alas y sigue a las nubes. Lo trajo la lluvia y él la acompaña. Al calor del sol tallo un gato de madera y hablo con él. Sé que debo seguir sola, pero necesito hablar. Pronto atracaré en Malvinas y casi he olvidado mi voz.
Me llaman. La diálisis, como las borrascas, no da tregua. Debo controlar el rumbo, ser fuerte y seguir mi travesía. He decidido vivir así esta enfermedad, como una regata. Y voy a toda vela.

ABR.58. EL VISITANTE, de Montserrat Acevedo

Absorta en mi libro, acariciada por el calor que desprenden los grandes leños al quemarse y disfrutando a tope del momento, no me percaté  hasta ya bien entrada la noche de que en el exterior había comenzado a llover.
Abrí la puerta para dejar entrar ese olor a tierra mojada que tanto me gusta; pero lo que apareció delante de mí fue un feo sapo que hasta entonces se acurrucaba en el quicio de la entrada, y que ahora se colaba hacia el interior.
-Lo trajo la lluvia -dije para mí tomando una escoba para intentar sacarlo fuera.
Con un certero empujón eché al asustado animal de nuevo a la calle, y viendo que era ya muy tarde me retiré a dormir.
Aquella noche soñé con princesas de cuentos infantiles y sapos encantados que al ser besados se convierten en príncipes.
Al despertar me dirigí a la entrada, y con prevención, por si el animal aún se encontraba agazapado en algún rincón, entorné la puerta para atisbar al exterior. Un sol esplendido lucía con fuerza, y no había rastro alguno del sapo, que seguramente se habría marchado con la lluvia…

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ABR.57. TORMENTO, de Òscar Pareja

Fue un beso, casi sin quererlo, inesperado. El único que nos dimos que, como la tormenta, empezó con rayos y truenos que tapaban los latidos de mi corazón. Fue un beso mojado, húmedo, lleno de magia que ninguno podíamos esperar pero que sucedió como la lluvia que lo trajo. Durante la tormenta todo parecía un cuento de hadas en un ambiente de novela gótica. La oscuridad, los rayos, el sonido del trueno, el bosque dónde nos encontrábamos, la lluvia cayendo sobre nuestros cuerpos pegados, la bruja, el monstruo encantado. Lo deseaba pero sabía que todo aquello se rompería con la aparición del sol.
       Y así fue. Salió el sol y la vida que nos dió aquel beso, desapareció ante nuestros ojos. El pánico se apoderaba de nuestros cuerpos y ambos sabíamos que todo volvería a ser como antes de la tormenta. Él marcharía a su charca, a la espera de que alguién lo besara para convertirlo en hombre definitivamente. Y yo seguiría buscando el hechizo que me permitiera ganar su corazón para siempre. Mientras, mantendría el hechizo de la transformación en rana para que nadie me lo robara y así evitar el beso fatídico de cualquier princesa enamorada

ABR.56. HONGOS EN LA LLUVIA, de Fernando Andrés Puga

Disimulados entre la sutileza de esa llovizna apenas perceptible que cubrió la casa del bosque durante largos días, llegaron los duendes.
El primero en notarlos, cuándo no, fue Tontín. Una más de sus fantasías, supusimos.
Después fue Gruñón, pero como hace un tiempo que no da pie con bola, tampoco le creímos.
Por último empezó a desaparecer comida y algunos objetos de uso cotidiano no podíamos encontrarlos por ninguna parte.
¿No serían espías de la malvada reina? Había que avisar urgente a Blancanieves.

 www.lashojasdelarboldelavida.blogspot.com

ABR.55. AGUA, de M. José Saiz

Bajamos todas juntas, disfrutando nuestra libertad en la caída. El aire frío nos movía y bailábamos con él. Cuando paré vi una casa, con un fuego en su interior un niño escribía algo en su libreta. Cerca un pequeño bosque floreciendo feliz, y un pequeño arroyo que en el futuro sería mi casa. Un bonito sitio.
El niño con su tarea también dibujaba pude ver el qué, un paisaje en color. El inmenso mar azul, nubes, un río y ¡allí estaba yo! Una minúscula gota de lluvia, que desde la ventana le miraba sin que él se diese cuenta. Yo tan insignificante y tan importante a la vez.

ABR.54. ME LO TRAJO LA LLUVIA, de Teresa Oteo

Hace días que no para de llover. Estamos en abril, lo sé, pero necesito algún trozo de cielo añil, algún rayo de esperanza al que aferrarme.
Sobre la mesa, un folio en blanco; sentado ante él, un hombre desesperado en busca de las palabras adecuadas.
Miro por la ventana. Tras los cristales solo oscuridad, la misma oscuridad que me envuelve y no me deja ver más allá. Apenas pasa nadie por la calle, los que salen deambulan rápido bajo sus paraguas sin detenerse, siguen su curso, como los ríos, como la vida. El sonido de la lluvia al caer me martillea la cabeza, no lo soporto más…; necesito parar, necesito que mi cauce llegue al mar, necesito descansar…
Continúa lloviendo, de pronto un deslumbrante arcoiris surcó el cielo. El sol se abría paso a dentelladas a través de la espesa cortina de agua.
En ese momento, el timbre del teléfono me sacó de mi ensimismamiento, era del hospital: “su hijo ha salido del coma”, me dijeron.
Mis lágrimas empaparon aquel papel en blanco que estaba destinado a ser una triste nota de despedida, y acabó siendo la dedicatoria de mi primera novela: Para Hugo, que me lo trajo la lluvia…

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ABR.53. ENSUEÑOS, de Teresita Bovio

El día es agobiante, el sol calcina y no hay brisa.
Todo el año soñé con estas  vacaciones y no estoy dispuesto a perder ni un minuto, nada ni nadie me impedirá disfrutar de la playa.
La gente se fríe en la playa  bajo la escuálida sombra de las frágiles sombrillas.
Voy hacia una enormes rocas alejadas del gentío buscando tranquilidad, chillonas gaviotas revolotean, miro el mar y en el lejano horizonte asoman unas nubes voluptuosas y níveas, una deliciosa modorra me invade, cierro los ojos y… en mi ensoñación las imagino  bellas y angelicales, graciosas y tímidas nimbadas  por un reflejo dorado, las blancas gasas de sus vestiduras toman formas caprichosas, su perfume llega a mi embriagando mi alma de dulzura,  su aliento humedece  mi cuerpo ardoroso, (¡subió la marea!  El agua me llega a la cintura).
Gritos y corridas,  la gente apresurada se aleja de la playa.
Despierto aturdido por mi bello sueño, el viento castiga furioso agitando su látigo de rayos y arrasa con mis ilusiones con una copiosa lluvia.
Tiritando de frío me doy cuenta que se arruinó mi dulce sueño y perdí el día de playa.

ABR.52. CRÓNICAS DE ESCOCIA: LA PIEDRA, EL COCHE Y EL CABALLERO, de Marta Trutxuelo

Apenas fueron un par de millas pero su conversión en kilómetros se nos antojó una distancia infinita. Circulábamos por un sendero asfaltado por la naturaleza. Sorteábamos, triunfantes, ramas y piedras que nos retaban. Pero, al girar… Quizás los reflejos del conductor estuvieran en la izquierda mientras pilotaba por la derecha, quizás aquella piedra, quizás aquel coche de frente… quizás que martilleaban nuestra mente mientras sacábamos el coche de la cuneta. Aquel brinco aún latía en mi interior. Con nuestro valor lesionado por el miedo, observamos que las heridas del corcel escocés no parecían mortales y reemprendimos la ruta, con recelo. Al poco el coche protestó en forma de traqueteo sentenciador: el diagnóstico pasó de impacto leve a pinchazo agudo.
Un viento gélido trajo una fina pero pertinaz lluvia que nos azotaba sin piedad. Mis ojos se precipitaron en un imparable llanto en aquel paraje inhóspito y desapacible. El día amenazaba con abandonarnos cuando unos focos iluminaron nuestra lúgubre escena. Aquel escocés irradiaba calidez, decisión, tranquilidad: era la primera vez que cambiaba una rueda y la primera que lo hacía en un balbuceante y divertido castellano. Nos deseó suerte y al arrancar su cabalgadura agitó su mano aún manchada de solidaridad.

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